jueves, 11 de julio de 2019

Wislawa Szymborska / "Yo también empecé con poemas malos"


Wislawa Szymborska

BIOGRAFÍA

"Yo también empecé con poemas malos"


12 DE MARZO DE 2018

«Es fundamental cambiar de bolígrafo. El que usa comete muchas faltas». Con esta ironía respondía Wislawa Szymborska a los espontáneos que enviaban sus originales al «Correo literario» del semanario Zycie literackie (Vida Literaria). Nórdica Libros reúne las cartas de la nobel polaca en Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor, donde también incluye esta entrevista que la editora original del libro realizó a la escritora sobre aquella labor que realizó durante tres décadas antes de conquistar el Nobel en 1996.

Teresa Walas: ¿De quién fue la idea del «Correo»
en Vida Literaria?


Wislawa Szymborska: No fue necesario inventar
nada. Es una vieja tradición de las revistas literarias.
Siempre ha sido necesario responder a algunos
autores, sobre todo principiantes, sin escribirles cartas
directamente a ellos. Por regla general, se resolvía
la cuestión con un breve «no se contempla» o «recomendamos
trabajar un poco más el texto». Consideramos
que igual valía la pena en algunos casos
justificar la decisión.

TW: ¿Nosotros? ¿Es decir, quién?

WS: Wlodzimierz Maciag y yo. Los dos nos turnábamos
para llevar «Correo literario». Nuestros textos son fáciles de diferenciar. Wlodek escribía con las formas
masculinas del verbo en pasado «leí», «pensé», y
yo utilizaba la primera persona del plural. Como era
la única mujer en el equipo, si hubiera escrito con las
formas femeninas, habría sido identificada inmediatamente.
TW: Los verdugos también prefieren ser anónimos y
llevan una capucha negra.


WS: Suena fuerte. Pero creo que no se trataba de
ejecuciones irreversibles. El condenado podía seguir
escribiendo como había venido haciéndolo hasta el
momento y mandar los textos a otras revistas. O empezar
a escribir de repente algo mejor y de manera
diferente. Nuestros corresponsales solían ser jóvenes,
y en la juventud todavía todo es posible. Incluso que
uno de ellos llegara a convertirse en un verdadero escritor.
TW: ¿Y cuando tenías ante tus ojos la obra de un indefenso
y tembloroso candidato a debutante, no te
sentías un ser despiadado?


WS: ¿Despiadada? Yo también empecé con poemas
y con relatos malos. Y sé que eso de que te echen un
jarro de agua fría en la cabeza tiene efectos terapéuticos.
Cuando fui realmente despiadada fue cuando alguien que decía ser maestro de escuela escribió en su carta «adición» con s.
TW: Bueno, eso es una simple cuestión de ignorancia,
no una cuestión artística.


WS: En el nivel del «Correo» todavía era demasiado
prematuro hablar de arte. Yo intentaba que
entendieran cosas elementales, les animaba a que reflexionaran
sobre el texto recién escrito, a que fueran
mínimamente críticos consigo mismos. Y, lo más
importante, los animaba a leer libros. Igual soy una
ilusa, pero espero que algunos de ellos hayan conservado
esa maravillosa costumbre toda la vida.
TW: ¿Se presentó personalmente alguno de tus corresponsales?

WS: No. Además, nadie tenía esa obligación. Los
primeros textos, torpes, se suelen superar e incluso se
olvida que en una ocasión se enviaron a algún lugar.
TW: ¿Siempre estabas segura de tus criterios de valoración?

WS: Siempre no, pero en los casos de grafomanía extrema,
siempre.
TW: Oh, pasemos a otra cuestión. Acabas de utilizar
la palabra grafomanía, una palabra que estigmatiza
sin piedad. No sé si te has fijado en que en otros
campos de la actividad humana, el trabajo mal hecho
no comporta epítetos tan emocionalmente marcados.
Chapucero, por ejemplo, tampoco es agradable,
pero está muy lejos de la palabra grafómano. Un mal
carpintero, un mal fontanero, un relojero inexperto
viven tan tranquilos y nadie se dedica a insultarlos.
Se ataca sobre todo a los creadores mediocres: un
grafómano, un pintamonas, un musicastro. Y a los
desafortunados amantes, porque impotente es un insulto
del mismo calibre que grafómano.
WS: Solo que un grafómano en su disciplina puede
hacer cosas. Puede mucho, demasiado. Por otra
parte, si mal no recuerdo, no llamé a nadie grafómano
en el «Correo». Intenté más bien reconducir esa
sobreexcitación escritora en otras direcciones. Por
ejemplo, hacia la escritura de cartas, de un diario,
de pequeñas rimas para las personas del círculo más
cercano.
TW: Es decir, una especie de vía de escape en el terreno
de la escritura no profesional.


WS: Eso es. El problema empieza cuando el autor de
una de esas rimas ocasionales, correctas, oye que sus
conocidos le dicen: «Es muy bueno, tío, tienes que
publicarlo en algún sitio». Como consecuencia, lo que
puede ser agradable y adecuado en un cierto contexto
y que ha gustado a la muchacha elegida, de ojos grandes,
azules, cae en manos de un redactor injusto que
no comparte esa admiración.
TW: Quizá nos encontremos ante una manifestación
del espíritu de la modernidad. Porque hubo un tiempo
en el que era algo completamente natural que una
persona con estudios mostrara cierta habilidad artística
amateur. Se escribían poemas conmemorativos
de la misma manera que se pintaban acuarelas o se
tocaba el piano.


WS: Solo que entonces eran pocos a los que se les pasaba
por la cabeza enviar inmediatamente el texto a
alguna revista o a algún periódico. El ámbito privado
era suficiente.
TW: Después la escritura se convirtió en una profesión
y el romanticismo la situó en lo más alto (especialmente
a los poetas) de la jerarquía social.


WS: Y en los poco románticos tiempos del «Correo»,
los poetas, en el imaginario colectivo, eran situados
aún más alto. Recordemos que era una época gris, severa,
austera. Perderse entre la masa anónima era algo
que tenía que llenar de felicidad al individuo. Pero
todo el mundo quiere destacar por algo, existir por
méritos propios. No había demasiadas posibilidades
de elección. La mejor parecía que era ver impreso el
nombre de uno.
TW: Hoy para «existir», basta con aparecer en la televisión.

WS: Y responder, por ejemplo, a la pregunta: ¿quién
es el autor de Trenos? a) Shakespeare, b) Michal
Balucki, c) Jan Kochanowski, d) Winnie the Pooh.
Y lo más curioso es que incluso el que elige la opción
de Balucki regresa a su casa entre vítores. Y durante
un tiempo la gente lo reconocerá cuando lo vea
por la calle.
TW: Mientras leía el «Correo», me he dado cuenta de
que eres una de las pocas personas que tiene el valor
de decirle a un simpatizante de la literatura que un escritor
ha de tener talento. Los críticos serios, en nuestros
días, no se sienten a gusto utilizando esa palabra,
forma parte más bien de las palabras silenciadas, por
no decir desacreditadas.
WS: Y quizá sea justo que sea silenciada, porque el talento
es un concepto difícil de definir científicamente.
Pero eso todavía no significa que algo que cuesta
definir no exista. La verdad es que yo, como no me
dedico a la crítica literaria, puedo permitirme ciertas
libertades. El talento… Algunos lo tienen, y otros
no lo tendrán nunca. Y que conste que eso no significa
que esos otros no tengan nada que hacer. Pueden
llegar a ser excelentes bioquímicos o descubrir, por
ejemplo, el polo norte.
TW: Si mi memoria no me engaña, ya hace mucho
que se descubrió.


WS: Cierto, me he embalado un poco. Pero quería
decir que el talento literario es uno entre muchos talentos.
Se pueden tener otros.
TW: ¿Y tus corresponsales solían hacer referencia a
los ejemplos de genios incomprendidos?


WS: De vez en cuando. Pero el auténtico calvario del
«Correo» era Rimbaud. Los autores de dieciséis años,
por regla general, sabían que a su edad había escrito
poemas geniales, así que ¿por qué iban a ser peores
los suyos?
TW: ¿Llegaban al «Correo» textos «inaceptables»
desde el punto de vista político que por ese mismo
motivo hubiera que ignorar?


WS: No recuerdo ningún texto de ese tipo. Textos
«no en la línea oficial» sí, de esos sí llegaban algunos
a la redacción, pero los enviaban personas que ya tenían
un nombre, que ya eran alguien.
TW: ¿Quiere decir eso que lo primero no era la rebelión,
sino el conformismo?


WS: No sé si entonces era algo tan extraño como
ahora parece. Lo que pasaba, llana y simplemente, era
que la primera idea era debutar. Así que en primer lugar
había que saber sobre qué escribían los autores a
los que se publicaba, y después intentar escribir algo
parecido. Solo algo más tarde aparece en el autor algún
pensamiento propio y una forma de expresión personal… 

Hay que añadir aquí que estamos hablando
todo el tiempo de cuando no existía todavía un
circuito clandestino de publicaciones que abrió una
serie de posibilidades completamente diferentes no
solo para los escritores maduros, sino también para
los principiantes. Los jóvenes tuvieron entonces la
posibilidad de empezar inmediatamente con temas
inaceptables para la censura.
TW: Me alegro de que hayas aceptado publicar este
«Correo». Dinos, ¿qué sensaciones has tenido ahora,
cuando lo has vuelto a leer?


WS: Que en ese «Correo» había más diversión que
valores didácticos. Y que la mayor parte de la responsabilidad
de esa desproporción me corresponde a mí.
Pero el resto te corresponde a ti, Tere, porque has sido
tú la que ha recuperado de la memoria ese «Correo»
y la que ha andado buscando los viejos números de la
revista.
Octubre de 2000

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