martes, 19 de febrero de 2019

Cuba / Se acabó la magia


Cuba: se acabó la magia

Un ensayo sobre la isla constata que aquella utopía de una sociedad sin clases donde los ciudadanos produzcan lo que puedan y reciban lo que necesitan quedó archivada



Joaquín Estefanía
4 de febrero de 2019

El 8 de enero de 1959 Fidel Castro entró en La Habana; a medianoche dio un discurso ante miles de personas y en medio del éxtasis general una paloma blanca revoloteó en torno a su cabeza y se posó en su hombro derecho. “El Espíritu Santo iniciaba una epifanía posándose sobre Fidel”, diría después el sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. Seis décadas después, la magia ha desaparecido de Cuba y la mayor parte de los ciudadanos de la isla caribeña asume que aquella revolución ha muerto, aunque se resistan a enterrarla.
Este recorrido es el que analiza el completo ensayo-crónica río del chileno Patricio Fernández, director de la revista The Clinic, que insiste sobre todo en los últimos tiempos, poco antes de que Fidel dejase a Raúl y éste al actual presidente, Miguel Díaz-Canel. El texto es el retrato de una sociedad, lo bueno, lo malo y lo inclasificable, sus sentimientos y las percepciones que los habitantes tienen de su futuro, basado tanto en su vida cotidiana como en los acontecimientos excepcionales que se desarrollaron en los años más recientes (entre otros, la visita del papa Francisco, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con EE UU y la presencia en la isla del presidente americano Barack Obama, el prodigioso recital de The Rolling Stones, la muerte de Fidel y el desarrollo de las conversaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla colombiana, etcétera). El procedimiento utilizado por el autor ha sido proporcionar el habla a los protagonistas más conocidos, y a los más anónimos, de este capítulo tan importante de la historia contemporánea. Autoridades civiles, militares, pequeños empresarios, periodistas jóvenes, escritores, cantantes, diletantes y personas de una pieza, jineteras, rastafaris, etcétera, todos son fuentes privilegiadas de un ensayo que refleja el final de uno de los procesos políticos y sociales más relevantes de la América Latina contemporánea.
Patricio Fernández había estado muchas veces en Cuba, pero fue a partir del año 2014 cuando acentuó su presencia profesional en la isla. Fidel Castro había creído que él era su pueblo (el día que muere, el diario Granma titula a toda página ‘Cuba es Fidel’) y hasta el final se enfrentó a EE UU como si se tratara de un enemigo personal. “Por eso, cuando en diciembre de 2014 su hermano Raúl y Obama aparecieron en la televisión, uno en La Habana y otro en Washington, comprometiéndose a reanudar relaciones diplomáticas, entendí que comenzaba a escribirse el último capítulo de una larga historia. Fue entonces que partí a Cuba para ser testigo del fin de la revolución”.
Efectivamente, se encuentra con que Fidel es el más admirado de todos los cubanos, que Cuba es más fidelista que comunista, que no importa cuán disconformes están algunos con la situación de su país porque la mayoría exculpa al máximo líder de todas las miserias; quizá los menores de 30 años, aquellos que abarrotaron la campa para ver a unos Stones que tenían prácticamente la misma edad de la revolución (nacieron como grupo en 1962) y que enloquecieron cuando Jagger se puso una boina que a muchos hizo pensar en el Che Guevara, pero que, en vez de gritar “¡Hasta la victoria siempre”!, entonó Satisfaction, quizá esos menores de 30 años no alcanzaron a sufrir su embrujo, pero para el resto Fidel fue su padre sagrado.
Fernández es testigo de la acentuación de algunas tendencias que estaban presentes en la revolución desde hacía tiempo: cómo cuando una nueva fe alcanza el poder comienza al mismo tiempo su transformación, su conversión en iglesia; de pronto, lo que un día fue sentimiento deviene en dogma, las fuerzas transformadoras se convierten en mandamientos, el impulso indómito es sometido por aquellos que evolucionaron a profetas o cardenales. El socialismo, en cualquiera de las versiones que se ha conocido, se mueve entre la creencia en un hombre superior (el Cristo redentor, Mao, Lenin, Fidel, Chávez, Guevara…) y su iglesia. Mientras los valores de la democracia se diluyen en el pueblo que la practica, los del socialismo parecen requerir de un santo que los encarna, o de una organización bien jerarquizada que los perpetúa.
En los últimos tiempos se hace evidente que la revolución ha perdido su encanto. Que se acabó el encantamiento. Que su proceso de degradación no es precisamente nuevo, pero que ahora se halla en una fase terminal, quizá acelerada desde la muerte de su principal hacedor. El régimen castrista vivió un pequeño renacer mientras Hugo Chávez gobernó Venezuela con el petróleo a precios estratosféricos y se convirtió en el mecenas que Cuba necesitaba para mantener en pie su economía (una ideología improductiva sólo perdura mientras tenga quien la financie). Cuando Venezuela se arruinó, Cuba volvió a vérselas con ella misma. Aquella utopía del hombre nuevo, de una sociedad sin clases donde los ciudadanos produzcan lo que puedan y reciban lo que necesitan, quedó archivada. Patricio Fernández es rotundo en su diagnóstico: “Hace un año yo no me habría atrevido a asegurar que en la iglesia de la revolución ya nadie creía en el socialismo. Hoy, el panorama parece ser más sencillo: ya nadie cree en nada”.
La reflexión final del libro resume en dos imágenes el contenido de una investigación periodística de la mejor escuela: el guion era bueno, lo malo fue la puesta en escena. El autor se encuentra con un poeta comunista que le pregunta por el libro que está terminando; le responde que su mayor interés era que, al leerlo, sus amigos cubanos reconocieran que le había movido la verdad. El poeta interpretó, del conjunto de la conversación, que el libro sería la historia de un fracaso. “Bueno, ¿pero valió la pena?”, preguntó a Patricio Fernández. “Entonces, levanté los hombros. Mi respuesta debió ser ‘no, pero había que intentarlo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario