Dante Bobadilla Ramírez
LA CRISIS EN VENEZUELA
13 de febrero de 2014
La situación en Venezuela se torna cada día más insostenible para el
gobierno de Nicolás Maduro. Por un lado tiene el crítico panorama de la
economía sumida en la inflación, la baja producción, el desempleo, el
endeudamiento galopante, la escasez de productos básicos, todas ellas lógicas y
naturales consecuencias de la estupidez socialista, empeñada en combatir a la
empresa privada y controlar los precios y las divisas. Frente a esto emerge
otro panorama oscuro, pues parece ser que ya se desató el descontento social
con manifestaciones abiertas en las calles. Aunque por lo pronto se trata solo
de jóvenes, cabe esperar que esta ola de indignación popular crezca, sobre todo
si los líderes políticos de oposición saben dirigir a las masas.
Como era de esperar, el régimen de Maduro y toda su camarilla de
empleados chavistas en los medios oficiales, no se han demorado en llamar
"ultraderecha fascista" a los jóvenes que protestan hartos de vivir
en un país que se hunde cada vez más en la miseria y la crisis. Maduro y sus
acólitos a sueldo ya hablan de intentos de golpe y hasta han llamado a los
países vecinos a defender la democracia. Incapaces de reconocer algún grado
mínimo de error y concederles un ápice de razón a los jóvenes manifestantes, Maduro
y sus genios chavistas tampoco han tardado en señalar la mano negra de la CIA
detrás de estas protestas, una acusación que ya es casi un acto reflejo de la
izquierda latnioamericana.
De inmediato han empezado a trabajar los agentes del chavismo como la
fanática Eva Golinger, editora del meloso Correo del Orinoco, y se ha puesto en
marcha toda la maquinaria progresista latinoamericana para salir en defensa del
régimen socialista. Los parecidos con la asonada de abril del 2002 que
culminaron en el fallido golpe de Estado a Hugo Chávez son ridículos. Hoy en
Venezuela casi no existe prensa libre. La única emisora independiente fue
acallada de inmediato para impedir que transmita imágenes de la protesta. Hoy
en Latinoamérica existe una cofradía socialista, montada por Hugo Chávez con
dinero de todos los venezolanos en la época dorada de los petrodólares. Pero
además, luego de la experiencia del 2002, el chavismo supo asegurarse la
sobrevivencia comprando a las FFAA y convirtiéndolas en las FFAA bolivarianas,
es decir, chavistas.
No seamos ingenuos. Los únicos que pueden dar un golpe de Estado son los
militares. En Venezuela esto ya es imposible porque han sido comprados por el
régimen. Desde la llegada de Hugo Chávez, cerca de dos mil militares han pasado
por cargos públicos. Maduro aprendió las lecciones de Hugo Chávez en todos los
terrenos. Desde su llegada al poder, hace ocho meses, Maduro ha nombrado a casi
400 militares en importantes cargos del gobierno, empezando por varios
ministerios. A esto hay que sumarle los miles de militares que hoy están a
cargo de las miles de empresas expropiadas por el chavismo en la última década.
Pero a todo esto hay que añadirle la total y absoluta corrupción que en estos
días existe en la milicia chavista. La corrupción militar va desde el
contrabando hasta el narcotráfico sin que nadie se atreva a investigar.
Así las cosas es imposible pensar en un golpe en Venezuela. ¿Qué queda?
La represión. Nada más. Ya han sacado a las fuerzas del orden junto a sus
cuerpos de sicarios chavistas conocidos como tupamaros, lumpen que se moviliza
en motocicletas con los rostros cubiertos y disparando a mansalva. Se trata
solo de uno de los varios grupos chavistas formados para defender la
revolución, completamente financiados por fondos públicos a manera de programas
sociales. Son organizaciones sociales conformadas a imagen y semejanza de las
CDR cubanas, especializadas en el espionaje barrial, la delación, el bullying
y, finalmente, el asesinato. Después de todo, en estos días, la vida en
Venezuela no vale nada. Un muerto más a nadie le importa. Ese es el paraíso
socialista al que aspira la izquierda latinoamericana.
Es difícil creer que un grupo de jóvenes ilusos logre detener la insanía
mental del chavismo. Hay más de 4 millones de personas que dependen de la
generosidad del Estado bolivariano. La Venezuela chavista es un país de novela
ficción, tiene de tragedia, de comedia y mucho de estupidez humana. Ese mundo
de ilusión y fantasía que Hugo Chávez montó gracias a la inesperada alza del
petroleo, que de 9 dólares por barril al momento de su llegada al poder trepó
hasta los 180 dólares por barril, no podía sostenerse eternamente. No solo el
petroleo bajó sino que el mismo Hugo Chávez sucumbió al cáncer. La fabulosa
fortuna que Venezuela obtuvo en la primera década de este siglo, no gracias al
socialismo chavista sino al capitalismo que elevó los precios de las materias
primas, fue estúpidamente dilapidada por el fantoche de Chávez que se creyó
eterno y que se ocupó más en formar su propio imperio personal que en
desarrollar su nación.
Hoy Venezuela es un país paralizado, irónicamente sin reservas, empeñado
a la China y Rusia, dependiente de Cuba, sumido en la inflación, el desempleo y
la escasez. La sociedad está harta de las colas y de la falta de futuro. Los
que pudieron se largaron del país hace rato y formaron una colonia en Miami, al
igual que los cubanos y argentinos. Así como existe la pequeña Habana que
empezó en Brickell y hoy se extiende ya por toda la calle 8, así como la
pequeña Haití en el NE de la Second Avenue, así como se formó en la última
década la pequeña Argentina en Miami Beach, hoy existe ya la pequeña Venezuela
en El Doral. Estas formaciones de inmigrantes son una señal clara de la
decandencia de un país. Ocurrió también con los peruanos que emigraron en la
década de los 80 y llegaron a Patterson en New York.
La reacción internacional a la crisis de Venezuela no ha sorprendido en
lo más mínimo. Los huérfanos de Chávez han salido a condenar la violencia callejera
y a proclamar su apoyo a la democracia, es decir, al régimen de Maduro, aunque
no es lo mismo. No se puede llamar democracia a un régimen en el que el partido
de gobierno, el PSUV, controla con sus militantes a todos los poderes del
Estado, incluyendo el Concejo Nacional Electoral, el Ministerio Público y el
Tribunal Supremo de Justicia. Claro que todos estos rasgos de la democracia
chavista no llaman la atención de los demócratas latinoamericanos, quienes
incluso acuden a Cuba para firmar proclamas a favor de los derechos humanos.
Tampoco la izquierda peruana ha tenido un ápice de honestidad para condenar en
Venezuela todos los rasgos de autoritarismo y dictadura que no se cansan de
condenar en el fujimorismo.
Las protestas callejeras en Venezuela protagonizadas por los jóvenes, al
margen de cualquier liderazgo político, son la última esperanza de la verdadera
democracia latinoamericana y del pueblo venezolano. Es una llama que se ha
prendido y que convendría mantenerla encendida hasta que incendie la pradera.
Si las fuerzas legales e ilegales del régimen chavista logran acallarlas y
apagar esa flama, ya nada podrá detener la locura socialista, salvo, claro la
propia realidad, cuando todo finalmente colapse.
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