jueves, 28 de mayo de 2020

Elvira Lindo / Me que dado cuenta del valor de la fotografía


Elvira Lindo (Cadiz, 1962) es una de las escritoras más queridas de este país. Una mujer especial que ha tocado gran variedad de palos: guionista, periodista, actriz ocasional… y además, aficionada a la fotografía. Precisamente, su última publicación, ‘Noches sin dormir’, es un diario con el que se despide de Nueva York, ciudad en la que ha vivido en los últimos años, y en el que incluye sus propias fotos para ilustrarlo. Junto a él, ha publicado ‘Boys Are So Dumb’, un fotolibro que muestra su particular imagen de la ciudad.

Esta no es la primera incursión de Elvira en el mundo de la fotografía. Ya el año pasado publicó ‘Memphis-Lisboa’, en el que documentaba un viaje de su marido Antonio Muñoz Molina y que dio tambien lugar  a una efímera exposición de fotografía.

Hemos quedado con Elvira para presentar ‘Boys Are so Dumb’. La cita es en El Imparcial de Madrid. El espacio está lleno de fanes, pero también de fotógrafos. Llega Elvira apurada de tiempo, bajita, sencilla y muy simpática. Nos subimos en unos taburetes donde a ambos nos cuelgan los pies. Ana Zaragoza, la editora del libro (y coordinadora de Clavoardiendo) nos presenta. Tras ver un vídeo con imágenes tomadas por Elvira en Nueva York, comienza la conversación. Resultó ser una hora muy agradable y divertida en la que la autora se muestra muy cercana con un público distribuido de manera casual entre las mesas, como figurantes de una película.
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© Elvira Lindo
¿Cómo llega Elvira Lindo a la fotografía? ¿Cuál es tu primera relación con ella?

Soy una fanática de las fotos. No soy fotógrafa, sólo fotógrafa familiar, como casi todos. Pero siempre me han gustado las fotos. La fotografía como arte, la fotografía como periodismo, pero también la fotografía como instrumento para narrar la propia vida.

En mi casa siempre ha estado presente, como en tantas casas. Mi padre fue un hombre de muchas aficiones, como un niño que pasara de una a otra. Una de ellas fue la fotografía. Y hubo un tiempo en el que tuvo su cuarto oscuro y todo.
Pero las fotos en Nueva York eran una manera de estar en contacto con amigos que estaban lejos, con el ánimo de contar mi día a día allí. Se trataba de hacer fotos y escribir un pequeño texto y compartirlo en una red, que era Facebook, pero entre amigos.

Así se fue creando una especie de obligación de salir a la calle, tomar una imagen que me pareciera que tenía que ver con mi estado de ánimo ese día y hacer un pequeño texto que ilustraba con música. Y aquello se fue enredando hasta ser algo diario.

¿Eso lo haces de manera sistemática desde que te vas a Nueva York?

No, no. Desde hace unos tres años. Antes hacía fotos en Nueva York con una cámara de fotos, con más calidad técnica, pero menos expresivas.

Además de tu padre, ¿alguna otra relación con la foto?

Por mi propio trabajo siempre he tenido mucha relación. Primero gusto por la fotografía de exposiciones, por los fotógrafos que yo creo que nos gustan a todos. Después, porque dedicándome al periodismo y por amigos, es inevitable que la fotografía forme parte de mi vida. Y bueno, me hubiera encantado saber dibujar, y como no sé, traté de hacer fotos. Lo que buscaba no era la calidad, sino provocar una impresión. Las hacía más fijándome en la potencia del momento, de los colores o la singularidad que en otra cosa.
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© Elvira Lindo
¿Colgarlas en las redes te causaba algún tipo de reparo?
Entre amigos no me suponía nada, era una forma divertida de comunicarme. Aunque a veces eran melancólicas, enseñarlas era muy gustoso. Para mí, estar lejos de casa y poder compartir con amigos qué he visto en la calle esa mañana, me hacía disfrutar. Era un pasatiempo.
Pero luego se planteó darles un uso. Tengo un pequeño sello editorial en el que publico cosas que no publicaría en otro sitio. Así nació ‘Memphis-Lisboa’. Antonio, mi marido, escribió una novela sobre el asesino de Martin Luther King y fuimos a esas ciudades, ya que en una cometió el crimen y luego huyó a la otra. Por sentirme un poco útil, tomé muchas fotos para que a Antonio le sirvieran de archivo documental. Sentía que estaba colaborando en un trabajo literario. Después, un editor de Valencia me sugirió hacer un libro para acompañar la novela de Antonio.
Pero me hubiera encantado ser una gran fotógrafa para ilustrar un lugar del sur como Memphis. Lo bueno que tienen los Estados Unidos, por la razón que sea, es que es un país muy fotogénico, que siempre sale bien. Y aprendes a encuadrar, a decir: esto es lo que quiero sacar. Además, es un país muy expresivo que tiene muchas connotaciones para nosotros, por lo que cuando ves las fotos, ves muchas cosas que has aprendido antes.

Pero lo vemos a través de tu mirada. Y además pasas de subir esas fotos a las redes a darles otra entidad, pues se convierten en un libro. ¿Qué supone ese primer paso? ¿Tuviste miedos del tipo: no soy profesional, no domino la técnica, qué van a pensar de mí… ?

Estados Unidos tiene muchas cosas que no me gustan, pero tiene otras cosas como es la libertad de acción de las personas que hacen trabajos creativos. Es muy habitual ver en las tiendas de fotografía el punto de vista fotográfico de un actor durante un rodaje, por ejemplo. Y nadie dice: este tío quiere pasar por fotógrafo. No. Esta persona ha hecho este trabajo que le gustaba durante un rodaje y lo ha publicado porque a alguien le ha interesado.
En España hay muchos motivos para sentir miedo. Es un país pequeño, somos muy vehementes y además nos gusta que las cosas estén encasilladas, y enseguida estamos dispuestos a acusar a alguien de hacer algo que no sabe hacer. Es evidente que yo no quiero dedicarme a la fotografía, pero no le veía ningún inconveniente a poner mis fotos como si fueran estampas en un libro con un texto mío. Yo no llevaba un fotógrafo a mis espaldas. Y no se trataba de que fueran fotos buenas.

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Imagen de ‘Boys are so dumb’
Bueno, la mayoría de los fotógrafos ya no valoramos especialmente lo que se llaman fotos “buenas” o “bonitas”, sino que lo que aportas, y eso es maravilloso, es tu visión. Tú nos cuentas tu América o tu Lisboa. Muchas veces no se trata de tener oficio, sino de tener un discurso personal, sea por escrito o con imágenes.

Yo uso una cámara normal, pero el móvil ha creado una especie de virtuosismo peculiar. Hay veces que muy buenos fotógrafos, no tienen esa capacidad con el móvil. Hay que tener una rapidez especial. Yo sigo algunos fotógrafos en Instagram, como Stephen Shore y me digo: qué poco ojo tiene ese hombre para hacer fotos con en móvil. Yo tengo un libro suyo en la mesa del salón y es de los que más me gustan. Pero esto del móvil es cogerle el truco, porque es un truco. Y es tener la gracia de ir por la calle y hacer fotos sin tener que pensar en nada. Hacer fotos inmediatas, expresivas…
Y mí me extrañaba y a la vez comprendía el miedo de algunos fotógrafos que se sentían amenazados por estas fotos tan sencillas, tan democratizadas. Pero el tiempo ha venido a colocar las cosas en su sitio. ¡Ya me gustaría a mí saber hacer una foto con la materialidad de una foto!

No entiendo, ¿qué quieres decir?

Pues una foto real: hacerla, revelarla, sentir el proceso. Pero no tengo tiempo de aprender. Me conformaré con hacer fotos graciosas con Instagram y fotos pasables con una cámara.

Hace un año tus fotos de ‘Memphis-Lisboa’ fueron expuestas por la galería Mad is Mad. Y pasan a ser fotos de una aficionada que no las valora demasiado a convertirse un trabajo reconocido por otros. ¿Te planteas algo a raíz de esa expo?

Queda feo decirlo, pero yo hago muchas cosas para ayudar a amigos. Me lo pidieron en Mad is Mad, y me dije, pues lo hacemos. Y las fotos quedaron muy monas. Para mí esas fotos son recuerdos que quiero conservar y si las tengo es gracias a la expo y el libro.
La manera en la que se hacen las cosas ahora por un lado te permite llegar a la gente de forma inmediata y expresiva, pero por otro hace que las fotos se pierdan ya que no las imprimes. Me gusta ver mis primeros viajes a Nueva York con los álbumes, sin tener que estar todo el tiempo delante de una pantalla. Me gusta la materialidad de las fotos.

Precisamente en respuesta al exceso de fotografía digital, junto a otros motivos, en los últimos años se está dando el fenómeno del fotolibro. Hay muchos autores que deciden plasmar sus fotografías en ediciones cuidadas, en formatos especiales, con papeles de calidad, con pequeñas tiradas. Y se han convertido en objetos de coleccionista. Y lo que está haciendo Ana Zaragoza con Caravanbook también es, en cierta manera, democratizar los libros de autor, en este caso con miradas personales respecto a diferentes ciudades. Cuándo Ana te propone hacer un fotolibro, ¿qué piensas?

Uf, que lío. Le digo, elige las que quieras. Pienso en el trabajo del fotógrafo que no es solamente hacer fotos, sino seleccionar, arreglar, editar… Buf. Yo creo que ella lo hizo todo. Es que es como llegar a casa y hacer los deberes, y a mí todo esto se me hacía muy cuesta arriba y le dije que hiciera lo que quisiera.
Aparte que cada uno tiene un criterio. Yo le daba más importancia a fotos que había robado de personajes extraordinariamente extraños. Creo que no eran las cosas que más gustaban a Ana. Yo creía que lo que iba a interesar a la gente eran fotos de gente extraña. Tal vez me fijaba más en lo anecdótico.

Y en todo este proceso, con lo que ha pasado con tus fotos, ¿hay algo que haya cambiado en tu modo de ver la fotografía y en la manera de expresarse visualmente?

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© Elvira Lindo
Mucho, me he dado cuenta de su valor. Siempre me ha gustado, pero soy más consiente de lo difícil que es, como arte o como periodismo. Por ejemplo, cuando fui a Memphis me preguntaba cómo hacer fotos de un espacio tan grande. Hay cosas que no me había planteado nunca. No me refiero a la pericia técnica, sino saber cómo se retrata un espacio, como en este caso el americano. Me hacía pensar en cómo hacía John Ford. O dónde se pone el acento, en el cielo o en suelo. Me hacía preguntas que hasta entonces no me había hecho. También me ha hecho valorar mucho la fotografía más urgente. Esos fotógrafos que te hacen una foto en un pis pas, que saben retratar rápido. Porque te das cuenta de que la esencia se retrata sin cambiar a la persona. Por ejemplo, a mi marido le hacen muchas fotos en las que yo no lo veo natural. Él no es una persona que sepa posar. Y cuando yo le hago fotos en casa ¡sale mejor! Sentado, tumbado, leyendo, cocinando, sin hacer cosas raras. Y eso me hace valorar a los retratistas que no marean.

El otro día fui a ver la exposición de Julia Margaret Cameron. Y te das cuenta del tiempo que tenían que estar posando. Y empiezas a darte cuenta de cuál es el punto de vista, de que hay detrás. Y ahora me fijo en cómo retrata a los niños, y los trata como niños de verdad. Y cómo ha influido a otros fotógrafos. Y cómo fotógrafas como Sally Mann está influida por ese tipo de fotos y cómo en su caso los niños son personajes. No sé. Te hace plantear el lenguaje, la mirada, el punto de vista.

A mí me da mucha rabia que no se hayan publicado aún las memorias de Sally Mann, que son tan interesantes, en las que ella cuenta todos los problemas que tuvo por retratar a sus hijos y los problemas que tuvo por la corrección política de los 90. Son unas fotos que tienen algo perverso, buenísimas, pero con algo que te sobrecoge. Y ella misma en el libro establece esta comparación: cuando su hijos están como personajes y cuando están en fotos familiares, y las poses son iguales. Y las fotos son tan diferentes que ves que hay mucho talento, para que una sea una foto que esté en un álbum y otra esté en un museo.

Tus fotos hasta ahora eran de América, y que estuvieras fuera era la excusa para hacerlas. En cambio, ¿te resulta más complicado fotografiar Madrid?

Me resulta más difícil aquí. Encuentro Madrid menos fotogénico, la verdad. Es que allí una esquina tiene la papelera, la luz, el neón, el semáforo y todo el mobiliario urbano te está diciendo cosas. Parece que tienen hasta música. Madrid para mí es demasiado familiar, y los personajes son más parecidos. Nos conocemos más unos a otros. Es como que aquí, para sacar una persona que destaque de los demás, casi tienes que ir a un loco, cuando en Estados Unidos es más común encontrarte personajes muy distintos con mucho carácter.

Yo empecé a viajar allí en 1991 y lo de aquí empezó a parecerme todo muy ordenado, muy pequeño, la gente bien vestida pero muy parecida. Allí se dispara todo en dimensiones, colores… Cuando llegas allí lo primero que fotografías es lo emblemático y luego ya vas fotografiando otras cosas, la ciudad empieza a ser distinta.

¿Alguna vez has tenido algún problema haciendo fotos en la calle?

Sí, alguna vez sí. Los más agresivos eran los que iban disfrazados por la calle. Una vez fotografié a uno que iba de Elvis que luego me estuvo persiguiéndo por toda la calle. Y a veces le preguntas a alguien si le puedes hacer una foto y es gente simpática, a la que le gusta o que no le importa.

Nunca te compraste un palo-selfie, ¿verdad?

No, je, je. Probablemente donde más palos de esos haya en el mundo sea en Times Square y probablemente sea uno de los lugares más horrorosos de Manhattan. Esta mañana he visto una chica en Cibeles con el palo haciéndose una foto, sola, sonriendo… Y me dieron ganas de decirle si le hacía yo la foto. He llegado a apuntar una idea de un guión donde una chica se va a NY tras un desengaño amoroso y empieza a subir fotos de felicidad con gente que en realidad no son sus amigos.

Ya ha pasado que hay quien se ha inventado sus propias vacaciones en Instagram.

Te creo. Al principio todos hacemos un poco el loco cuando nos empezamos a familiarizar con estos nuevos utensilios. Hasta que te ves ridículo y luego dejas de hacerlo. En el libro también hay selfies. Pero es que ese día me había pintado, llevaba un gorro, había nieve… je, je.

Hay otra foto que es ‘Hay muchas maneras de hacerse un selfie’ en la que salgo de fondo en una foto de Antonio. El autorretrato está bien, pero la apariencia de felicidad y la cantidad de filtros que te puedes poner acaba siendo como el escritor que en la solapa de un libro pone una foto de hace 20 años. Hay que mostrarse de manera parecida a como eres.

También tienes una serie de señoras especiales.

A mí me han hecho fijarme en ellas los extranjeros. Yo antes no las veía porque España está lleno de señoras, señoras con el pelo cardado. Esas señoras que se ponen en barrera como en la foto de Catalá Roca. Creo que ha bajado el número, pero tres señoras que ocupan una acera o dos señoras con su carro son comunes. Cinco señoras merendando en una cafetería son muy comunes. Para mucha gente de otros países, el mundo de la gente mayor viviendo la vida con cierta intensidad, tomando tapas, merendando, bebiendo chocolate… Dicen, ¡pero esto es increíble!

Tiene un fotolibro sin ninguna duda.

Totalmente, ja, ja. Pero desde las monjas, las hermanas en las que notas el parecido. Yo misma creo que acabaré siendo parte de esa colección de señoras, ja.

En ‘Noches sin dormir’ amenazas con no sacar más libros.

Me gusta el trabajo, este trabajo. Me gusta expresarme, pero hay veces que me canso de la exposición pública. Tengo que estar luchando, es un tira y afloja, esta es mi vida y no puedo dejarlo. Pero ese discurso de la vocación lo encuentro un poco falsillo. Yo escribo porque me dedico a ello y me gusta, yo que sé, hacer esa cosa tan rara de estar sola en una habitación y al mismo tiempo me digo, qué cansancio, me iría a dar un paseo, me voy al cine, me quiero jubilar. Y ahora escribir otro artículo y ahora me ponen a parir aquí. Y eso me cansa, y me gusta y me cansa. Y luego llega la feria del libro, y se me queda la sonrisa congelada porque tengo que ser amable las dos horas, porque si no sonríes tres segundos habrá quien diga que eres una borde.

Soy una persona muy libre, pero es que me gusta hacer lo que me da la gana. Todo el tiempo. Ya era así de pequeña. Nunca he sido obediente. Y ahora me he dado cuenta de que esa ha sido mi perdición, aunque también de que cada vez puedo hacer más lo que me da la gana. He conocido escritores preocupados por el número de ejemplares que vendían hasta la muerte. Y yo pensaba, si te vas a morir, ¿por qué no disfrutas de la vida? Soy consciente del paso del tiempo y quiero sobre todo vivir la vida. Soy una persona empática, pero quiero tener mi parte para disfrutar. Por ejemplo, entre vivir y escribir, prefiero vivir.

¿Y la fotografía la vives como parte disfrutona?

Sí, sí.

Porque profesionalmente es mucho mas complicada.

Sí, sí. Si lo sé, tengo muchos amigos fotógrafos y sé lo que está siendo en prensa. Otra cosas que aprendes en Estados Unidos es la importancia que los medios dan a la fotografía.

Y desgraciadamente, también allí cada vez menos.

Sí, pero aún así tú ves las fotos de cualquier suplemento y tienen una fotos en portada que te dan ganas de leer. España siempre ha sido un país de grandes fotógrafos, pero es que allí le dan importancia a lo artístico, a lo visual, lo musical, a lo teatral. Aunque puede que ahora se esté ahorrando pero es el país del Show Business y se nota.

Cuando nace el Caravanbook, un librito con sólo fotografía, ¿qué sientes?

Me parece muy bonito. Me trae muchos recuerdos. Y me encanta el título, ‘Boys Are So Dumb’ , que estaba escrito en una rayuela en el suelo que fotografié. Fue idea de Ana. Pero no creo que todos los niños sean tontos.

De las que has sacado, ¿alguna te gusta especialmente?

Sí, una que parece una pintura. Un ciclista con su casco y un negro mirando hacia el Hudson. Parece una pintura de esas en la que pillas a los personajes en un momento de reflexión. Creo que la del negro y el blanco es la más me gusta. Y la de Antonio con el gorro como si fuese Ignatius J. ReilLy.
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© Elvira Lindo

CLAVO ARDIENDO


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