jueves, 16 de enero de 2020

Juan José Saer / Glosa / Reseña

Juan José Saer


'Glosa'
Juan José Saer

¿Qué sucedió aquella noche en la fiesta de cumpleaños de Jorge Washington Noriega? Durante un paseo por el centro de la ciudad, dos amigos, Leto y el Matemático, reconstruyen esa fiesta a la que no acudió ninguno de los dos. Circulan distintas versiones, todas enigmáticas y un poco delirantes, que son revisadas, vueltas a contar y discutidas. En esa larga conversación cruzan anécdotas, recuerdos, viejas historias e historias futuras.
Tomando como modelo El banquete de Platón, el argumento estaría cercano al intento imposible de reconstruir un relato.

¿Cómo narrar? ¿Cómo y qué narrar en una historia pasada? ¿Cómo contar la violencia, la locura, el exilio, la muerte?
«Glosa, una narración formidable que pareciera condensar lo mejor de su escritura» Entrevista con el Ministerio de Educación de Argentina
«Glosa  creo que podría considerarse la mejor suya, al menos hasta que leamos la próxima. Es también de muy grata lectura. Saer ha venido perfeccionando, quizás involuntariamente, su costado thriller, la creación de un interés hipnótico y esa suerte de impulso deseante por llegar al final, deseo tematizado al modo paradójico aquí, pues de lo que se trata es justamente de la eternización del instante de felicidad». El Porteño    
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«La novela de Saer equilibra el difícil arte de mantener una estructura clara, desarrollar sutilmente los motivos y desplegar un estilo consecuente, atento a los detalles, con toda la fuerza y energía del flujo de conciencia de los personajes». Blues del prisionero
Las primeras siete cuadras  
     Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos -qué más da.
     Leto -Ángel Leto, ¿no?-, Leto, decía, ha bajado, hace unos segundos, del colectivo, en la esquina del bulevar, muchas cuadras antes de donde lo hace por lo general, movido por las ganas repentinas de caminar, de atravesar a pie San Martín, la calle principal, y de dejarse envolver por la mañana soleada en lugar de encerrarse en el entrepiso sombrío de uno de esos negocios a los que, desde hace algunos meses, les viene llevando, con paciencia pero sin entusiasmo, los libros de contabilidad.
     Ha, entonces, bajado, no sin entrechocarse en su apuro con algunos pasajeros que trataban de subir, generando en ellos una ola efímera de protestas indecisas, ha esperado que el colectivo azul arranque y, metálico, atraviese el bulevar en dirección al centro, ha cruzado, atento, las dos manos del bulevar separadas por el cantero central, mitad jardín y mitad embaldosado, sorteando los coches que corrían, plácidos y calientes, en ambas direcciones, ha llegado a la vereda opuesta, ha comprado en el quiosco de cigarrillos un paquete de Particulares y una caja de fósforos que se ha guardado en los bolsillos de su camisa de mangas cortas, ha recorrido los pocos metros que lo separaban de la esquina, a la que ahora acaba de llegar, doblando y comenzando, de cara al sur, en la vereda este, es decir, a esa hora, la de la sombra, a caminar por San Martín o sea la calle principal, las dos veredas paralelas que, a medida que van llegando al centro, se van abarrotando de negocios, casas de discos, zapaterías, tiendas, sederías, confiterías, librerías, bancos, perfumerías, joyerías, iglesias, galerías, cigarrerías, y que, en los dos extremos, cuando el grumo de negocios se adelgaza y por fin se diluye, exhibe las fachadas pretenciosas y elegantes, incluso, algunas, por qué no, de las casas residenciales, no pocas de las cuales se ornan, a un costado de la puerta de entrada, con las chapas de bronce que anuncian la profesión de sus ocupantes, médicos, abogados, escribanos, ingenieros, arquitectos, otorrinolaringólogos, radiólogos, odontólogos, contadores públicos, bioquímicos, rematadores -en una palabra, en fin, o en dos mejor, para ser más exactos, todo eso.



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