martes, 29 de enero de 2019

María Tena / Para saber de amor

Una pareja en Montevideo en 1964.
Una pareja en Montevideo en 1964.  THE LIFE PICTURE / GETTY


Para saber de amor

La narradora de María Tena en ‘Nada que no sepas’ vuelve a Uruguay, 40 años después de partir abruptamente, para recuperar lo que quedó congelado en una foto fija


ANA MARÍA FISCHER
28 DE ENERO DE 2019


Qué hace que una novela montada sobre un resorte argumental bastante socorrido mantenga el interés de la lectura? Porque el esquema argumental de Nada que no sepas —obra con la que María Tena (Madrid, 1953) obtuvo el XIV Premio Tusquets Editores de Novela— se articula a partir de un hecho nada atípico: el descubrimiento de una infidelidad conyugal, que lleva a la narradora a alejarse y viajar hasta el lugar de la felicidad donde transcurrió la infancia para, una vez allí, ir desvelando los secretos y misterios, las luces y las sombras que rodearon la vida de los padres y precipitaron algunas decisiones.
Y sin embargo, pese a este inicio aparentemente previsible, Nada que no sepas atrae nuestra atención sin apenas ceder un ápice a lo largo de la lectura. La frase que abre la novela es sin duda un poderoso imán: “Yo vengo de un lugar de donde siempre había que irse”. Y también lo es la sugerente escena-recuerdo que enmarca el relato antes de que este se inicie propiamente: “Teníamos una maleta en la escalera, al lado de la puerta o al fondo del armario. Y aunque no la viésemos, sabíamos que siempre estaba ahí, lista para emprender la marcha”. Tómense estas líneas como muestra de un estilo depurado y conciso, de una escritura tan aguda como cristalina, que prescinde de ornamentos y arabescos u otras adherencias innecesarias. Es un factor poderoso para seguir leyendo, la sensación de estar siempre instalado en el corazón de lo que se cuenta y/o recuerda. El otro foco de interés lo constituye el mundo en que transcurre la acción de Nada que no sepas: en el Uruguay de finales de los años sesenta —Montevideo y Carrasco—, en un reducido círculo de amistad, cultura y cosmopolitismo, donde los niños crecían tan felices como seguros: el amor libre, la moda que venía de París, los viajes a las librerías de Buenos Aires, las estancias inmensas, las conversaciones a medias.





Para saber de amor


La narradora regresa allí 40 años después para recuperar lo que, al partir abruptamente, quedó congelado en una foto fija; sobre todo, las causas que rodearon la oscura muerte de su madre, verdadero punto ciego o zona fantasma que acaba convocando otros episodios y anécdotas, algunos incluso acontecidos mucho más tarde —como la tragedia del avión que sobrevolaba los Andes en 1972— y que todavía pesan sobre algunos personajes, como ocurre también en el caso de Yuyo y su pasado de militancia en las filas de los tupamaros. Y es que tampoco era previsible para la narradora cómo se comportarían sus amigos y allegados, los depositarios de la memoria que ella pretende desenterrar. De ahí otro atractivo de esta lectura: “Una ficción con personajes y deseos, con varios principios y un solo final”, que la devolverá a “un lugar que nos acoge y nos trata con piedad cuando las otras patrias nos traicionan”. Y también “hasta lo que queda de aquella niña pazguata, entrometida”.
Nada que no sepas. María Tena. Tusquets, 2018. 239 páginas. 18 euros.

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