Bebo Valdés, 2007 |
Muere Bebo Valdés,
el mago de los ritmos cubanos
Por Mauricio Vicent
El País, 22 de marzo de 2013
El músico muere a los 94 años en Suecia
Protagonista de varios momentos de oro de la música cubana, fue precursor del jazz latino.
Ya se sabe que en la música cubana hay abundancia de genios y nombres imborrables. Sin duda, entre los que hay que escribir con mayúsculas está el de Bebo Valdés, fallecido en Suecia a los 94 años de edad, después de pasar los últimos años de su vida residiendo en Benalmádena (Málaga) enfermo de Alzheimer. Bebo fue protagonista de momentos de oro de la música cubana, además de ser precursor de las famosas descargas de jazz afrocubano y creador de un ritmo propio, la batanga, que arrasó en la isla en los años cincuenta. Era padre de otro pianista y compositor genial, Chucho Valdés, quien se traslado a Málaga a cuidarle en los últimos momentos de su vida. Hace aproximadamente dos semanas, los hijos de de su última esposa, la sueca Rose-Marie Perhson, que falleció el verano pasado, se llevaron a Bebo de Málaga a Estocolmo en contra de la voluntad de Chucho, pero esa es otra historia.
El verdadero nombre de Bebo era Ramón Emilio Valdés Amaro y nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, un pequeño pueblo de guajiros y tierras rojas a 40 minutos de La Habana. Desde que nació Bebo llevaba la música en el ADN. Antes de salir de Quivicán fundó con un amigo de la infancia su primera banda, la Orquesta Valdés-Hernández, y desde entonces compaginó el piano con su vocación de arreglista y compositor.
En los años cuarenta, estando ya en la orquesta de Julio Cueva, compuso uno de sus primeros mambos, La rareza del siglo, en momentos en que la música popular cubana se modernizaba a toda velocidad.
A partir de 1948 y hasta 1957 trabajó en Tropicana, donde acompañó e hizo arreglos para la vedete Rita Montaner. Su orquesta, Sabor de Cuba, y la de Armando Romeu actuaban cada noche en el show del famoso cabaret y allí compartieron escenario con grandes artistas norteamericanos, incluido Nat King Cole, con quien llegó a grabar algún tema.
Por aquella época el jazz arrasaba en Estados Unidos y los músicos norteamericanos viajaban a la isla para descargar con sus colegas cubanos. Bebo participó en no pocas de aquellas legendarias jam session, que tenían como animador principal al percusionista Guillermo Barreto. En medio de aquel hervidero, el 8 de junio de 1952, con una banda de veinte músicos dio a conocer en los estudios de RHC Cadena Azul su nuevo ritmo, la batanga. Entre los tres cantantes que integraban aquella orquesta estaba el gran Benny Moré.
A finales de los cincuenta Bebo colaboró con Lucho Gatica, en México. En 1960, en medio de una gira decidió exiliarse en Estocolmo (Suecia), donde se caso con Perhson y rehízo su vida. Durante más tres décadas estuvo alejado de la música. Sólo amenizaba las veladas en el piano-bar de un hotel de la capital sueca cuando, en 1994, lo llamó Paquito D´Rivera y le invitó a grabar un nuevo disco, Bebo Rides Again, una colección de clásicos cubanos junto a temas originales de Valdés.
En el año 2000 fue el cineasta Fernando Trueba quien le redescubrió y le invitó a participar en su película ‘Calle 54’. Bebo se reencontró entonces en un escenario con su hijo Chucho y también con sus viejos amigos Israel López Cachao y Patato Valdés. Tras terminar el documental, Trueba grabó a los tres el disco ‘El arte del sabor’, que obtuvo el Grammy al Mejor Album Tropical Tradicional en 2001, primero de los nueve que obtuvo Bebo en los años siguientes gracias a su colaboración con el cineasta español.
Poco después triunfó nuevamente con Lágrimas negras, un álbum de temas cubanos con alma gitana realizado con el cantaor Diego el Cigala, con el cual obtiene otro Grammy y tres discos de platino en España. Con Trueba hizo ocho discos y se convirtió en el protagonista de su documental El milagro de Candeal, rodado en la favela del mismo nombre en Salvador de Bahía con Carlinhos Brown. También hizo la música y sirvió de inspiración para ‘Chico y Rita’, la película de animación dibujada por Javier Mariscal que fue nominada al Oscar en 2012.
Su último disco fue Bebo y Chucho Valdés, Juntos para siempre’, un homenaje en el que padre e hijo repasaron juntos el repertorio y los ritmos de la música cubana que siempre tocaron juntos y que Bebo interpretó como nadie.
Anoche, la muerte de Valdés fue recibida por Mariscal con dolor pero a la vez con el recuerdo azul de su alegría y sobre todo de su elegancia. “Bebo era la esencia de lo mejor de Cuba: todo en él era especial, su forma de tocar, su manera de caminar, su risa, su elegancia para todo”. El diseñador recordó las charlas y momentos musicales que pasaron juntos con Trueba durante la preparación de Chico y Rita y cómo, a través de los recuerdos de Bebo, él descubrió de nuevo Cuba. “Yo estaba enamorado de Cuba desde pequeño, y conocía el país y sus gentes, pero redescubrirla a través de los ojos y de la sensibilidad de Bebo fue algo especial”, afirma. “Bebo representaba la esencia de Cuba y de lo mejor de su música”.
El músico de Quivicán fue una de las inspiraciones del personaje protagonista de Chico y Rita, un pianista de la época de oro de la música cubana atrapado por el amor de una mulata y aquella Habana mágica. Mariscal, que piensa en imágenes, asegura que Bebo tocaba como “si de pequeño hubiera metido en una lavadora todas las partituras de Lecuona y de los mejores compositores de la música cubana”, atrapando fragmentos deshilachados y notas de cada uno e “incorporándolos a su espíritu”.
El contrabajista Javier Colina, que en 2007 ganó un Grammy con Valdés por Live in Vllage Vanguard, disco que grabaron a cuatro manos durante una semana en el mítico club de Nueva York, asegura que “aquella semana fue “la más feliz de su vida”. “Bebo no tenía igual”, aseguró. Chucho Valdés, que se mudo a Benalmádena a pasar junto a su padre los últimos años de su vida y se opuso a su reciente traslado a Suecia, se despidió de su padre como el “más grande” y con la felicidad de haber hecho antes de morir el disco Juntos para siempre.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/22/actualidad/1363976182_566151.html?rel=rosEP
Bebo Valdés Casa de América, Madrid, 2008 |
Bebo Valdés
Lejos del paraíso
Diego A. Manrique, 22 MAR 2013 - 21:14 CET
Bebo Valdés sufrió el sino de tantos músicos cubanos. Tierra fabulosamente fértil en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan áspero como el de Cuba.
Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.
Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas. También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y España. Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente. Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se había perdido. Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América. A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor, decidió apostar por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días. Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.
Tenía 76 años y se le despertó toda la música que tenía adormecida. El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak, entusiastas que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos. El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal(2004). Su trayectoria vital inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal.
Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guion cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lagrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala. En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Y sí, terminó reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista gigante: Chucho Valdés. Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.
Bebo Valdés y su hijo Chucho Valdés Casa Limón de Madrid, 2007 |
Bebo Valdés no existe en Cuba
El periodista cubano recuerda que el compositor fue extirpado de la memoria musical tras su marcha
Sigfredo Ariel, 23 MAR 2013 - 11:45 CET
Bebo Valdés es hoy extrañamente desconocido en Cuba. Su nombre y su obra se disolvieron en el imaginario colectivo de la isla a partir del éxodo compulsivo de músicos y artistas, a inicios de los años sesenta, cuando desapareció, por decreto, el ambiente musical nocturno, cabaretero, casinero,que imperaba en una Habana despreocupada, desentendida de todo otro asunto que no fuera girar sobre su propio ombligo.
Después, Bebo Valdés, como tantos otros, fue extirpado de diccionarios y manuales de música popular cubana, como si nunca hubiese existido. En la radio, su nombre fue acallado, como arreglista, como compositor, como director de orquesta. Su más reciente resurrección, la colaboración exitosa, planetaria, con Diego El Cigala fue sorteada con incomodidad a la hora de anunciar sus grabaciones: Bebo Valdés no existe en Cuba.
El gran Bebo, el Caballón, durante décadas subsistió en la memoria de la gente de la música de antes, en los memoriosos, no en su público natural, que ingratamente lo olvidó. No pocos fueron los intérpretes que le debieron su notoriedad: desde Celeste Mendoza —la reina del guaguancó— a Pío Leyva, a Pacho Alonso, rival de Benny Moré en los primeros años sesenta.
Bebo Valdés pudo haber sido un gran —tal vez inmenso, imaginativo— pianista de latin jazz, pero la premura del día a día lo obligó a dirigir su orquesta acompañante, a trabajar en discos de poca monta y en espectáculos cotidianos, del Coney Island de la playa de Marianao. Sus mejores ideas quedaron en el aire. Arregló para cuerdas, bandas de jazz y conjuntos; impulsó la carrera de cantantes mediocres y se prodigó en empresas de poca monta.
Paquito D’Rivera lo descubrió cuando parecía que había bajado el telón. Cuando apareció el disco Bebo Rides Again, el Caballón fue redescubierto inesperadamente: el resto es historia conocida.
A partir de su experiencia con Diego El Cigala, Bebo Valdés penetró en un espacio y un tiempo sin memoria, una especie de isla sin bordes, en la cual no existe la memoria ni hay antecedentes fidedignos de ella: se trata de tocar y cantar las mismas canciones de siempre cantadas y tocadas por gente sin historia —ninguna otra anécdota más que la sentimental, la propia, la verdadera—, y ese fue precisamente el secreto que escondía Bebo Valdés, el de su profunda emoción, el de su feeling, una impresión contenida, que a través de ningún arreglo orquestal ni composición podría revelarse.
La suya es la sabiduría del pianista de restaurante, pleno de recursos técnicos, artísticos, puestos en función de lo que antes se llamaba “sentimiento”. Esa fue su última muestra de humildad, después de haber reinado en las bandas y en las orquestas de cuerdas: fue su tributo a la memoria y a la desmemoria de los suyos, es su lección, y tal vez, también su drama.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/23/actualidad/1364035546_731989.html
Bebo Valdés, en plena siesta, en un 'collage' fotográfico
realizado por Fernando Trueba en su casa de Mallorca
durante una visita del músico.
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Bebo y el secreto
Por Fernando Trueba24 MAR 2013 - 00:19 CET
A Bebo no le gustaba hablar de política. Pero rara era la entrevista que no le preguntaban por Cuba, Castro... “Yo solo quiero hablar de música. No soy político”. Alguien le dijo una vez: “Entonces usted no piensa volver a Cuba mientras Castro esté vivo”. Bebo, sorprendido, lo miró: “¿Por qué usted dice eso? Sí, yo podría volver a Cuba con Castro vivo, perfectamente. Incluso con Castro de presidente. Eso sí, siempre que sea porque los cubanos lo han elegido”. ¿Es posible una mayor limpieza moral?
“Cuando yo muera, no quiero que nadie llore. Quiero que hagáis una fiesta y bailéis y os emborrachéis”. Se lo oí decir muchas veces.
Bebo era un niño. No había más que mirar sus ojos traviesos. Tenía una sonrisa inmensa y contagiosa. Y era un hombre modesto. Siempre daba más importancia a los demás que a sí mismo. No era ambicioso. Aunque orgulloso sí. Sobre todo de su hijo Chucho. Y del trabajo bien hecho. Era un profesional impecable. Siempre puntual, elegante, con los deberes hechos, amable con todos. En el hermoso documental biográfico que le dedicó Carlos Carcas, Old Man Bebo, aparece Pío Leyva, uno de los muchísimos a los que ayudó a lo largo de su vida, y dice: “Bebo Valdés...” y la voz se le corta, las lágrimas brotan de sus ojos y añade como en un suspiro que le sale del alma: “¡Qué buena persona!”.
Probablemente a Bebo eso le importaba más que todo, incluyendo la música, su obra, su carrera... cosas que no dudó en sacrificar a principios de los sesenta para que a su nueva familia no le faltase nada. No era un hombre religioso, aunque creía que detrás de todas las religiones había un único y mismo dios.
A Bebo no le gustaba hablar de política. Pero rara era la entrevista que no le preguntaban por Cuba, Castro... “Yo solo quiero hablar de música. No soy político”. Alguien le dijo una vez: “Entonces usted no piensa volver a Cuba mientras Castro esté vivo”. Bebo, sorprendido, lo miró: “¿Por qué usted dice eso? Sí, yo podría volver a Cuba con Castro vivo, perfectamente. Incluso con Castro de presidente. Eso sí, siempre que sea porque los cubanos lo han elegido”. ¿Es posible una mayor limpieza moral?
Una vez le convencí de hacer un disco de piano solo. Fueron días maravillosos, los dos solos por estudios de ensayo y de grabación en Madrid, sin preocuparnos de nada, solo de la música. Ned Sublette (autor de Cuba and it's music, para mí el mejor libro que existe sobre la música cubana) se me acercó un día en Nueva York y me dijo: “Quiero decirte que Bebo es el mejor disco de música cubana nunca grabado, en cualquier época, en cualquier lugar”.
Creo que en ese disco están contenidas el alma de Bebo y también el alma de Cuba. Desnudas, sin adornos. Fue lo último que oyó Cabrera Infante, ya enfermo, antes de morir en el hospital, en Londres. Y salieron lágrimas de sus ojos. Pensé: ha muerto en Cuba. Se lo conté a Bebo y le dedicamos el disco. Guillermo murió en Londres. Bebo en Estocolmo. ¿Qué Gobierno puede ser el que hace que su mejor escritor, que su mejor músico, mueran tan lejos de su patria?
Su único credo político era la Constitución cubana de 1901 según la que “todos los cubanos son iguales, sea cual sea su raza, sexo o religión, con libertad de expresar su opinión de palabra o por escrito, viajar libremente dentro y fuera del país, etc, etc...”. Daba la impresión de que Bebo se la sabía casi de memoria.
La última vez que lo visité, en su casa en Benalmádena, de pronto me dice: “Chico, ¿sabes? me gustaría ir a Cuba”. No me lo podía creer. Jamás le había oído esa frase. “Me parece bien, Bebo. Ningún Castro puede impedirte que hagas lo que te apetezca. Aunque es un viaje muy largo. Y no te veo con fuerzas”. Pero me lo imaginaba abrazando a su hermano Arsenio, besando a sus hijos, a Miriam, a Mayra, a Raúl, a sus nietos... Y también a Carolina... “Me gustaría ir a ver a mis padres”. Entonces creí entender todo, le había fallado la cabeza, como ya le pasaba a menudo en los últimos tiempos. Pero no, Bebo estaba claro: “Quiero visitar su tumba”.
Le conocí cuando le ofrecí participar en Calle 54 y fue “amor a primera vista”. Entre 2000 y 2010 hicimos juntos ocho discos y cuatro películas. Viajamos, rodando y grabando, por España, Estados Unidos y Brasil, y hemos hablado horas, días, meses, desde el desayuno a la cena. Todos esos momentos son un tesoro para mí. Su humanidad, su bondad, su humildad, su alegría, su inocencia, eran desarmantes.
Era Cubano hasta el alma, pero amaba la música americana: especialmente Jerome Kern y George Gershwin. Pero también Cole Porter. También la española. Granados y Albéniz. Y Debussy. Y Rachmaninov. Y Lecuona y Cortot. Y amaba el jazz. Y aunque estuviese tocando música clásica, siempre improvisaba. Le gustaban Bill Evans y Hank Jones.
No era racista. Decía que alguna de la mejor “música negra” la habían compuesto blancos. Y que una de las mejores canciones cubanas —Romance en La Habana— era de un costarricense, Ray Tico. A veces me decía que se imaginaba descendiente de las antiguas tribus perdidas israelitas de Etiopía. Y eso sería la explicación de que durante toda su vida se hubiera entendido especialmente bien con los judíos, “ellos siempre me ayudaron”.
Cuando tocabas sus manos te daba la sensación de que ahí residía el misterio, eran fuertes y delicadas. Como su música. Bebo no tocaba el piano. Lo acariciaba. Su sentido del tiempo era mágico. Te dejaba suspendido entre dos notas. El alma se te encogía. Poseía “el secreto”. Algo más allá de la técnica o del virtuosismo. Con una nota te llevaba a otro continente, a otra época. Bebo era the real thing.
Yo tuve la inmensa suerte de conocer a Bebo Valdés, el privilegio de ser su amigo, y por ello le doy, una vez más, gracias a la vida.
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