viernes, 21 de junio de 2013

James Galdolfini / El vacío que deja un genio

The-sopranos








Tony Soprano se va con los patos 

El País, 20 de junio de 2013


Ha fallecido de un infarto James Galdolfini a los 51 años. Se nos ha ido Tony Soprano. Gandolfini estaba en Italia de vacaciones (allí donde Tony iba a buscar sus orígenes y estrechaba lazos con la mafia napolitana) e iba a participar en un festival de cine en Taormina. El actor, que ha participado en decenas de películas, casi siempre como secundario, alcanzó la fama con su interpretación en Los Soprano. Clavó uno de los personajes más elaborados y complejos de la historia de la televisión. "Estamos todos perplejos y sentimos una gran tristeza por la perdida de alguien que es parte de nuestra familia", ha explicado la HBO en un comunicado. "Era un hombre especial, con un gran talento, pero lo más importante es que era una persona generosa y cariñosa con cualquiera, trataba a todo el mundo con el mismo respecto. Llegó al corazón de muchos con su humor, su calidez y su humildad. Nuestros corazones y oraciones están con su mujer y sus hijos en este momento de dolor".





Tony Soprano es para siempre

Por Álvaro P. Ruiz de Elvira


Tony parecía un hombre feliz. Hasta que los patos dejaron su piscina y se fueron para siempre. Así comenzaba Los Soprano, con un mafioso americano de raíces italianas en pleno ataque de ansiedad al ver cómo una familia de patos que nada en su piscina se pelea entre ellos, levantan el vuelo y se van volando. Tony, mostrado en los primeros segundos como un hombre sonriente, feliz, que prepara una barbacoa, se desmaya, tirando una lata de líquido inflamable (todo es peligroso) junto al fuego. De ahí, a la terapia, a los agobios, a la angustia, a horas y horas de análisis de lo que significa la familia, la muerte, el miedo, la existencia. Ah, esos patos que vuelan no se sabe a dónde...


Desde ese primer episodio, James Gandolfini fue Tony Soprano. Para siempre. Ha hecho muchos papeles en el cine, casi siempre como secundario, pero el retrato que hizo de ese mafioso que intenta compaginar sus dos familias, la personal y la de negocios, que teme perder el respeto de los demás, que se siente solo pese a tenerlo todo, se lo come todo. Incluso cuando Kathryn Bigelow le contrató para La noche más oscura para que interpretara al director de la CIA, lo hizo seguro pensando que iba a emitir ese aura de mafioso perfecto.
No ha habido personaje televisivo que haya atrapado tanto como Tony. Gandolfini lo bordó,con su simpática sonrisa de medio lado que cambiaba a cara de furia en medio segundo, con una voz única y una mirada que traspasaba la pantalla hasta el espectador. Hizo que un personaje que puede llegar a ser muy desagradable sea admirado, que se compartan sus preocupaciones, que sus sufrimientos sean los tuyos. Consiguió lo que en un principio parecía imposible, equipararse al Vito Corleone de El Padrino. A Marlon Brando. Gandolfini será Tony, para siempre, más alla de un fundido a negro.



Tony Soprano, la gran tragedia de la vida
Por Fernando Navarro
La historia del cine y la televisión está poblada de mafiosos pero nadie ha igualado la tragedia de Tony Soprano. Porque, si bien es cierto que las sombras de Michael Corleone en la saga de El Padrino perviven como el mayor logro jamás filmado sobre las contradicciones y las luchas del alma humana dentro del género de “obras sobre la mafia”, Tony Soprano, con su sonrisa infantil, tan boba como tierna, y sus arrebatos de ira, hizo de su supervivencia familiar (tanto la mafiosa como la que tenía en casa con su mujer, amantes, hijos, madre, tíos y sobrinos) el relato visual más profundo, fascinante y arrebatador que nunca se ha visto. Y toda la culpa la tuvo, aparte de su creador David Chase, el actor que le encarnó: James Gandolfini, quien desde el anonimato cinematográfico alcanzó la posteridad en la estela de las grandes estrellas de Hollywood interpretando con precisión y soltura a un italoamericano más de Nueva Jersey, padre de familia, marido infiel, hijo de una madre severa, sobrino de un mafioso intratable y, por supuesto, finalmente capo de una mafia de segunda pero donde cada día se jugaba la vida y decidía sobre el destino de muchas.




Galdofini hizo real la tragedia moral y psicológica de Shakespeare que Chase llevó a la pequeña pantalla. Desde que con el cambio de siglo Los Soprano empezaron a ganar Emmys y Globos de Oro como la gran serie dramática de su tiempo, no se ha dejado de oír lo mismo en análisis y comentarios: Shakespeare se coló en la televisión gracias a estagran historia de la mafia contada en 86 episodios. Conviene apuntar que, si las trascendentales reflexiones y la sabiduría de uno de los grandes genios de la literatura universal llegaron al corazón de los espectadores, fue, en gran parte, por Galdofini. El actor hizo creíble, humano e irrepetible a Tony Soprano, el personaje más impactante que ha dado la televisión, que más ha llenado una pantalla, repleto de matices, de recovecos emocionales, consiguiendo que un sociópata como él, asesino e hipócrita, consiga traslucir la poesía que guarda el alma incluso cuando todo lo que rodea a la persona y al personaje es ruido y furia. Ese fue el arte de Galdofini, su pasaporte a la eternidad cinematográfica. Con su cuerpo grandullón, su mirada de fuego y soledad y su gesto roto, Tony Soprano nos deja ver los retazos de tormenta y silencios que se esconden en el interior del espíritu de las personas, aquellos que nunca tendrán explicación pero que son más grandes que nuestros pensamientos y nuestros actos.

Suelen decir los profesores de literatura y de cine que la diferencia fundamental para diferenciar un drama de una tragedia reside en un aspecto básico: en el drama, los personajes tienen posibilidad de cambiar su destino, con determinadas decisiones en determinados momentos de la trama, mientras que en la tragedia esto no sucede. En la tragedia, su protagonista sucumbe fatalmente a un destino aciago. Desde el primer capítulo en que los patos abandonan volando la piscina del hogar de Tony Soprano, este se desmaya y empieza a acudir a terapia con una psicóloga, el espectador se sumerge en una historia vertiginosa de relaciones humanas, de vida y de muerte, con la sensación de que ese mafioso, que acude a la nevera en ataques de ansiedad y al que terminarás por entender, tiene en su mano muchas veces cambiar su destino. Tiene en su mano que el drama de su vida sea otra cosa, a saber qué. Pero, a decir verdad, la tragedia está plasmada desde el primer capítulo. Desde que los patos se fueron. Porque, a medida que van pasando temporadas, Tony Soprano encarna la lucha sin victoria ni heroísmo contra su propia existencia, contra sus deseos y sus miedos, contra su destino. Y te das cuenta de que, en el fondo de esa sala del psicólogo, no solo está sentado ese matón. Estamos sentados todos en algún momento de nuestras mundanas vidas cuando la muerte no tiene explicación ni posibilidad de cambiar pero, aún más doloroso, a veces, muchas veces, cuando la vida tampoco las tiene.



El mafioso que nos caía bien
Por Natalia Marcos

Hay personajes que llegan y nunca se van. Tony Soprano es uno de ellos. Tenía alma, un alma tan compleja que ni siquiera cuando terminó la serie, tras seis temporadas gloriosas en HBO, podríamos decir que conocíamos a Tony. Sus ataques de ansiedad, sus reflexiones en voz alta sobre la vida, la muerte, el sentido de las cosas por la mañana podían dar paso por la tarde a un asesinato a sangre fría de cualquier miembro de una familia rival... o de la suya misma. ¿Un mafioso que necesita contar sus problemas vitales a una psicóloga? Parecía impensable, pero sí. Tony es así, no le demos más vueltas.

El cuerpo y la voz de James Gandolfini hicieron posible el protagonista de una de las series más relevantes de la historia de la televisión. Los Soprano marcó un hito en ese mundo gris (ni blanco ni negro) que ha predominado desde entonces en las series y en sus personajes más emblemáticos. Los fans de las series ya imaginaban emocionados cómo sería la nueva ficción que estaba preparando, Criminal Justice, una miniserie con la que el actor volvería a la cadena HBO, la misma que hizo posible que ganara tres premios Emmy y un Globo de Oro por interpretar al capo de la familia mafiosa más famosa de la televisión.

La relación del espectador con Tony Soprano era complicada. Casi tanto como la de Tony con su mujer, sus hijos, su madre, su hermana... Cuando habíamos aprendido a odiarlo, nos sorprendía con su sonrisa tan característica y volvíamos a quererlo. Con el tiempo tuvimos que aceptar la realidad: este mafioso nos caía bien. Y buena parte de la culpa la tenía James Gandolfini. Hasta siempre y muchas gracias.



“Ha muerto una de las creaciones más memorables 

que ha hecho nunca un actor”

Carlos Boyero




Hasta siempre, rey de la jungla

James Gandolfini puede ser feroz pero también pragmático, ladino e incluso tierno



James Gandolfini como Tony Soprano en un momento de la serie 'Los Soprano'.
Al morir James Gandolfini solo tenía 51 años, pero ninguno de los cautivados espectadores de su arte debería ser calificado de irracional o exagerado por deducir ante la apariencia de ese hombre gordo que su edad oscilaría entre los sesenta y los setenta o que a los diez años tenía el mismo careto y gestualidad que a los cuarenta, o simplemente, que no tenía edad, que siempre fue, es y será el Tony Soprano que guardamos en nuestra retina y en nuestro oído. Y constatando su apabullante personalidad, la vuelta de tantas vueltas por todas la esquinas de la vida, la sabiduría callejera y emocional que reflejaba su rostro, podías pensar que había exprimido hasta la saciedad el tiempo que le fue concedido en la tierra. Pero Gandolfini aún no había cumplido los 37 años cuando apareció en una extraordinaria serie de televisión, en un icono justificado, en el aroma del gran cine invadiendo la pantalla, para quedarse eternamente en la memoria colectiva.
No recuerdo si ese día llevaba una camisa o camiseta de punto de seda, o si se había puesto un traje. Lo segundo lo hacía cuando iba a cenar a un nuevo restaurante en compañía de su muy compleja esposa Carmela, de esas amantes fijas y alarmantemente parecidas aunque Tony no sea selectivo cuando anda cachondo y sea capaz de montárselo con una dama rusa a la que le falta una pierna, de los sinuosos jefes de la competencia, de sus reverenciales y a veces nada fiables centuriones y legionarios.
Está sentado frente a una mujer sofisticada, atractiva, cultivada y sensual que cruza con elegancia sus contundentes piernas, que le aguanta la mirada y el farfulleo, que maneja con maestría los silencios, que consigue sacar de quicio, gimotear, blasfemar, amenazar, rugir, fingir, contar lo que no se cuenta a nadie, seducir, al paciente más peligroso y turbio que pasará jamás por su consulta. Es la doctora Melfi. Tony le está contando que un aciago día los patos que le visitaban en su piscina decidieron emigrar a otro paisaje y desde entonces su corazón sangra, no quiere levantarse de la cama, todo es desolación, no tiene ganas de comer, ni de beber, ni de hablar, ni de follar. Y el no puede permitirse ese lujo sentimental. Su papel en la jungla humana es el del rey león, el gorila más devastador, el zorro más astuto, la hiena cuando se declara la guerra.

Frases para la historia (de las series)


  • “Mi padre estaba en ello, mi tío estaba en ello, mis amigos estaban en ello. Tal vez fuera demasiado vago como para hacer otra cosa”.
  • “Me da igual que me tengan miedo. ¡Dirijo un negocio, no un puto concurso de popularidad!”.
  • “La vida no tiene cura”.
  • “¿Te acuerdas de la historia sobre el padre toro hablando con su hijo? Desde lo alto de una colina miran a unas vacas y el hijo le dice al padre: ‘¿Por qué no bajamos corriendo y nos follamos a una?’. ¿Te acuerdas de lo que el padre contesta?: ‘¿Por qué no bajamos andando y nos las follamos a todas?”.
  • “Solo jodemos al que merece ser jodido”.
  • “No se caga donde se come. Y mucho menos se caga donde como yo”.
  • “La mierda te arrastra hacia abajo, el dinero fluye hacia arriba. Hay que saber qué corriente quieres seguir”.
  • “No pagaré, sé demasiado sobre extorsión”.
Puede ser feroz pero también pragmático, ladino e incluso tierno. Su poder y su ambición son tan grandes que debería dormir con un ojo abierto. Es el monarca de la mafia de New Jersey. Y está seriamente deprimido porque volaron las infieles aves palmípedas que apaciguaban su alma. ¡Ay, los traumas de los emperadores, sus épicos esfuerzos para mantener el poder, los recuerdos de infancia, las madres y hermanas vampiras, el tío maquiavélico y sentencioso, el hijo atontado, la hija inteligente y preguntona, la esposa que se entera de todo aunque no quiera enterarse de nada, las traiciones de los más cercanos, la necesidad de sacrificar lo que amas para mantener el orden más siniestro!
Pero David Chase, creador de la serie, es tan listo y tan honesto que jamás permite que nos olvidemos de la naturaleza de Tony Soprano. Tampoco de las fechorías que puede cometer su a ratos entrañable tribu. Cuando estás a punto de colgarte, cuando todos te parecen tan entendibles y humanos, cuando se acerca tu identificación emocional con sus problemas, nos sueltan un puñetazo en el hígado, nos recuerdan que estamos ante gente que puede ser despiadada y monstruosa, que puedes encariñarte con su anverso pero que su reverso es tenebroso.
Tony flota permanentemente por Los Soprano aunque no salga en plano. En The Wire podría desaparecer cualquier personaje sin que disminuyera su potencia coral. Pero Los Soprano es James Gandolfini y otras admirables cosas. Pasamos siete inolvidables años en su adictiva compañía. Me parecieron pocos. Viéndole comer sin prisas y sin pausas, echando complacidas volutas de humo, bebiendo con estilo, pasando las mañanas tomando expresos en un cafe inequívocamente mafioso y las noches haciendo planes, pactos, futuras guerras, negociaciones, rodeado de strippers siliconadas en el Bada Bing! Observamos sus rituales comidas familiares, sus resacas mañaneras, sus cabreos progresivamente volcánicos, su seguridad de que puede vencer al más chulo, sus incertidumbres, sus miedos, sus trampas, sus venganzas, sus sueños, su brutal sentido de la realidad. Me hubiera gustado despedirme de él cuando esa realidad se distorsiona, despues de haber tomado peyote, viendo amanecer en el desierto de Las Vegas. Nunca con ese fundido en negro, tan facilón, impotente o absurdo con el que Chase clausuró su obra de arte.
En el cine, Gandolfini fue un secundario inquietante y modélico. La última vez que le vimos su presencia era breve, aunque poderosa. La templada autoridad y la sorna que desprendía el jefe de la CIA en La noche más oscura afectaba a la agente Maya y al espectador. Todo suena a anécdota ante alguien tan imperdurable como Tony Soprano. Gandolfini la ha palmado en Roma, camino a Sicilia. Tiene su lógica en el caso de Tony. Pero imagino que él querría ser enterrado en su reino, ese que atraviesa en coche en los títulos de crédito. Y que Van Morrison fuera la banda sonora. Para cualquier persona que ame el gran cine (ya sé que es televisión) siempre estará vivo. Gracias por todo, señor Gandolfini.


Fallece Gandolfini: “Sueño con la ley Rico”

La serie 'Los Soprano' revolucionó la historia de la televisión con una historia que delataba la fascinación social por la mafia


Guillermo Altares
Madrid, 20 de junio de 2013


Homenaje a James Gandolfini, en el barrio neoyorquino de Little Italy. / ERIC THAYER (REUTERS)


Las dos grandes epopeyas de la mafia estadounidense, El Padrino y Uno de los nuestros, arrancan en los años dorados del crimen organizado, cuando los chicos listos campaban a sus anchas en todos los sectores económicos, podían permitirse el lujo de renunciar al tráfico de drogas y hasta el mismísimo director del FBI, el todopoderoso John Edgar Hoover, negaba su existencia. Sin embargo, todo cambió con la llamada ley RICO (Organizaciones Influidas por Gánsteres y Corruptas)que permitía perseguir a los mafiosos por el sólo hecho de serlo: pertenecer a una organización criminal sin que se hubiesen logrado probar otros crímenes ya era un delito. La condena en 1992 de John Gotti, el Don de Teflón de la mafia neoyorquina (apodo que se ganó por su capacidad para que la justicia le resbalase), el asesino de trajes impecables de mil dólares, marcó un antes y un después. Los Soprano transcurre en ese periodo. “Tengo pesadillas con Rico”, le dice Tony Soprano a la doctora Melfin.
El enorme éxito alcanzado por Los Soprano en 1999 no sólo se debió a que abrió una nueva era en la historia de la televisión, con las series arrebatándole a Hollywood el protagonismo en la vanguardia creativa audiovisual; sino a la propia historia que narraba y al magnetismo de su protagonista, James Gandolfini, el extraordinario actor fallecido esta madrugada en Roma. Los Soprano son gánsters de medio pelo, la mayoría de ellos con problemas para llegar a fin de mes. En una entrevista con este diario con motivo de su estreno en España, David Chase relataba que la serie reflejaba la miserable estructura del crimen organizado: profundamente jerarquizado, de soldados a capitanes. Todo el mundo debe entregar a su jefe y al jefe de su jefe una cantidad al mes. El precio por no conseguir el sobre pasa por un despido en forma de asesinato. Es una estructura que no permite la debilidad, ni la piedad. Con la policía siempre encima, cualquier debilidad puede ser aprovechada para convertir al mafioso en un soplón: por eso no se pueden perdonar.
Con problemas familiares y laborales, obsesionado por el FBI y por las luchas de poder en su organización, Los Soprano arranca con los ataques de pánico de Tony, que finalmente acaba visitando a una psiquiatra, la doctora Melfi, interpretada por Lorraine Bracco, una de las protagonistas de Uno de los nuestros. “A pesar de su violencia, la gente se identifica con el personaje porque no hace las cosas sin razón, no es un psicópata. No quiero decir que le justifique”, explicaba James Gandolfini en aquella entrevista en grupo, celebrada en un hotel de París. “El éxito se debe a los personajes, a que habla de situaciones reales. Todo el mundo tiene una madre que le vuelve loco”.
Los Soprano es una tragedia americana cuyos protagonistas carecen de la grandeza épica de los Corleone. Pero tal vez por eso fascinaron a millones de espectadores durante seis temporadas y media. Y también atrajeron a los propios mafiosos: el FBI contó que sus escuchas detectaron que la Mafia de Nueva Jersey comentaba a la mañana siguiente cada capítulo. Las palabras de Gandolfini también reflejan otro de los grandes motivos del éxito de Los Soprano: nuestra ambivalencia moral hacia sus protagonistas. La serie de David Chase, como las película de Scorsese o Coppola, logran que nos pongamos de parte de los mafiosos (o al menos de casi todos, exceptuando a los personajes que interpreta Joe Pesci, que superan todos los límites, incluso para el espectador más entregado) pese a que nos muestran lo que son: asesinos sin piedad y sin complejos.
Tony llega a matar a un soplón, al que estrangula con un cable, cuando va con su hija a visitar universidades y se lo cruza por casualidad. Hasta el propio Roberto Saviano.,el periodista italiano que vive escondido tras haber sido condenado a muerte por la Camorra napolitana, ha entrado esta mañana en ese debate en Twitter al reconocer la calidad de la serie."No hay películas que ayudan a la mafia, sólo filmes bellos o malos.Los Soprano es una obra maestra y Gandolfini un intérprete genial". Pocos actores serían capaces de componer un personaje tan complejo, tan sutil en su brutalidad sin límites. James Gandolfini nos deja como legado una serie a la altura de los grandes clásicos de la cultura estadounidense pero también un viaje a nuestros rincones más oscuros: la inagotable fascinación por el mal.

Fallece James Gandolfini: el vacío que deja un genio

El actor superó cualquier expectativa en 'Los Soprano' y se adueñó de la serie

El intérprete era una bestia teatral y una presencia constante en la gran pantalla


Tony García, Barcelona 20 JUN 2013 - 11:18 CET



Cuentan que cuando los jefazos de HBO recibieron el último capítulo de Los Soprano y lo visionaron la cara les cambió de color. Uno de ellos cogió el teléfono y llamo a David Chase para decirle que les habían enviado un DVD defectuoso, que el final estaba cortado. Cuando Chase les replicó que no había ningún problema en el DVD, que el desenlace era ese, ardió Troya. Sea como fuere, Chase se salió con la suya y Tony Soprano acabó como su creador creyó que debía acabar.
Es una leyenda urbana, más o menos confirmada, que plasma la relevancia del show que marcó la era dorada de la televisión, cuando HBO salió del armario y decidió (entre burlas y dudas de sus competidores) dedicar recursos a la ficción.
Los Soprano era a priori una apuesta arriesgada: la historia de un mafioso de Nueva Jersey, su mujer, sus hijos, su psicóloga y sus colegas. Tony Soprano, el protagonista, parecía haber inspirado aquella canción de Queen, Under pressure: un tipo al que su vida le viene grande, dotado de un delirante sentido de la responsabilidad y capaz de cualquier cosa con tal de mantener su reino, uno de esos castillos de cartas al alcance de cualquier estornudo furtivo.
Para dar vida a semejante sujeto Chase se acordó de James Gandolfini (Nueva Jersey, 1961), un hombre inmenso, de silueta hitchcockniana y mirada pálida. La planta la tenía, eso era obvio, faltaba ver si conseguiría unir la imprescindible empatía necesaria para conseguir el cariño del público y la contundencia que se espera de un gánster de Nueva Jersey, un Estado donde bromas las justas.
Gandolfini superó cualquier expectativa: el monstruo que se sacó de la manga, nadando entre un —imprevisto— sentido de la fragilidad, la oscuridad de sus arranques violentos (salpicados con un humor negro mate) y su abigarrada concepción de la lealtad, se adueñó de la serie. La canibalizó de tal manera que si en algún momento había existido la tentación de escribir una epopeya coral esta se desvaneció como una botella de whisky en el Bada Bing, el inolvidable antro donde Tony y sus compinches (hombres que hacían sonreír a Scorsese) resolvían sus líos. Algunos por la vía rápida y otros por cualquier vía.
En algún momento, a lo largo de sus seis impresionantes temporadas, la serie dejó de ser la historia de un delincuente de una ciudad obrera para abrazar a Hamlet, a las tragedias griegas y al cine negro (hasta el Arthur ‘Cody’ Jarret de James Cagney se hubiera emocionado con Tony) y trascender su presunta dimensión televisiva, contribuyendo definitivamente al establecimiento de ese sello de tres letras que hasta ese momento había estado ligada a los deportes y los conciertos: HBO.
El peso de Gandolfini en Los Soprano (tanto el real como el figurado) fue fuente de conflicto: si por un lado la obesidad del actor convertía los rodajes en procesos cada vez más fatigosos, por el otro su figura se agigantaba a medida que su personaje se alambicaba. No había descanso para Tony ni para Gandolfini.
Los periodistas que le entrevistaron pueden recordar su respiración fatigada y esos andares de hombre agotado que compensaba con un discurso impecable, culto, de modales exquisitos. De hecho, su habilidad para la oratoria y sus múltiples referentes culturales recordaban a los plumillas el descomunal talento que atesoraba aquel intérprete, capaz de meterse en la piel de un tipo que era su nemesis. Palmo a palmo, Tony se convirtió en un icono de la cultura pop, algo impensable para un gánster de ficción pero absolutamente lógico en el contexto popular que regía el mundo televisivo hace una década. Recordemos: sin Twitter, con Facebook en pañales, sin la omnipresencia de las redes sociales.
Pero Gandolfini no fue solo Tony. El actor era una bestia teatral (su gran pasión, Broadway debería apagar las luces al menos por un rato) y una presencia constante en la gran pantalla, donde se le puede recordar enAmor a quemarropaMarea rojaIn the loop y más recientemente en la esplendida La noche más oscura. Su muerte, a los 51 años, por una afección cardiaca, le ha encontrado en Roma. No es mal lugar para un actor imperial, cuya carrera se ha fundido a negro antes de tiempo, pero cuya inmortalidad en términos culturales es innegociable. David Chase, su amigo, “su hermano”, decía hace unas horas que el intérprete era “un genio”. Pocos actores pueden presumir de dejar un vacío: Gandolfini —no cabe duda— es uno de ellos.


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