BEBO VALDÉS
EL ÚLTIMO PADRE
DEL JAZZ AFROCUBANO
Por Carlos Fuentes
Hay aventuras personales que retratan bien la historia reciente de un país. Y la vida azarosa de Bebo Valdés, fallecido en Estocolmo (Suecia) a los 94 años de edad, sintetiza a las claras los vaivenes culturales que Cuba ha sufrido en el último siglo. Pianista de talla enorme, talento nato para la composición y la búsqueda de nuevos estilos, el patriarca de la saga Valdés deja una herencia nutrida de tardes de gloria, una posterior noche de frío exilio y, al fin, un renacer postrero con aval mundial. En las enciclopedias de música latina Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro constará por la B de batanga, el ritmo nuevo que creó después de afianzar su reinado en las noches habaneras anteriores a la Revolución.
La vida agitada de Bebo Valdés, nacido el 9 de octubre de 1918 en el municipio habanero de Quivicán, se puede contar en tres capítulos cronológicos. Desde primeros de los años cuarenta la capital cubana era una olla cultural en ebullición constante. Al trasiego de grandes artistas internacionales se sumaba la cantera infinita de las músicas populares cubanas. Desde el son campesino de Miguel Matamoros al cha cha chá bailable de Enrique Jorrín, con el mambo de Dámaso Pérez Prado como campeón comercial, aunque el más genuino hallazgo sonoro en la isla del caimán verde se llamó jazz afrocubano. Y Bebo Valdés logró aunar como no se había hecho desde los tiempos del maestro Ernesto Lecuona el alma elegante de la cancionística cubana con las influencias noctámbulas del jazz que se cosechaba al otro lado del estrecho de la Florida.
El pianista grabó descargas para Norman Granz, actuó durante una década, hasta 1957, como jefe de orquesta en el club Tropicana del barrio de Marianao y protagonizó frecuentes tardes de radio en directo, algunas con Benny Moré como cantante. En aquella época actuó junto a Senén Suárez, uno de los amigos que nunca supo antes de sus planes para dejar Cuba. “Nos conocimos en 1948 cuando él estaba en la orquesta de Antonio María Romeu y yo en el conjunto de Ernesto Grenet”, recordaba Suárez a este cronista en 2008. “Nos hicimos amigos desde el principio porque tuve, y tengo, alto concepto de él como músico y como persona. Hizo el batanga, hizo de todo: siempre me impresionó su creatividad”. Pero luego llegó el comandante, la tropa de barbudos mandó parar y, en 1960, Bebo Valdés optó por dejar La Habana. De la cima del éxito al exilio sueco.
Cuando salió de Cuba, en compañía de su amigo cantante Rolando Laserie, paró primero en Estados Unidos pero un problema de visado le obligo a viajar a Madrid, donde lo encontró Lucho Gatica. Con el bolerista se ganó las primeras pesetas, luego cierta fama como músico de sesión y, a la primera oportunidad, un pasaporte salvavidas. Durante una gira por el norte de Europa conoció a la joven sueca Rose Marie y con ella formó familia en las antípodas del Caribe. En Escandinavia, donde llegó a actuar en clubes del círculo polar ártico, Bebo Valdés tuvo noches tranquilas, casi siempre como pianista de hotel, repertorios de clásicos para un consumo fácil en el restaurante Ambassadeur. Y todos, absolutamente todos, se olvidaron de aquel joven pianista tan desgarbado como talentoso. El caballón, le decían en Cuba. Fue tal la desaparición que en La Habana lo dieron por muerto. Incluso artistas cubanos de fama mundial como Antonio Machín lamentaron la muerte del compañero. Hasta que ambos se encontraron una noche de verano en los años setenta en un salón de baile en Canarias: “Coño, un fantasma. ¡Pensé que estabas muerto!”. El pianista contaba esta anécdota con Machín entre carcajadas pero, risas aparte, siempre latió en Bebo Valdés la certeza de que no iba a volver a Cuba mientras no se produjera un cambio de régimen. “Es que no me gusta recibir órdenes”, zanjaba.
Así, anestesiado por la nostalgia, aunque sin rencores estériles, se lo encontró el año 2000 el cineasta español Fernando Trueba. No era el primero (Valdés ya había grabado una primera versión de su suite afrocubana en una disquera de Barcelona y con Paquito D´Rivera había registrado el álbum Bebo rides againpara la disquera alemana Messidor) pero sí fue Trueba el artífice de un regreso como dios manda, a la altura del personaje: con él, y con su hijo Chucho (ya reconciliados después de que la política se hubiera metido en la azucarera del jazz cubano: tras Bebo marcharon de Cuba el saxofonista Paquito D´Rivera y el joven pianista Gonzalo Rubalcaba, entre otros tantos), con su amigo Israel López “Cachao”, a quien defendía como genuino padre del mambo, Bebo Valdés grabó el documental Calle 54, luego el disco de boleros y coplas Lágrimas negras con el cantaor Diego el Cigala, también un delicioso disco de piano solo con contradanzas añejas de Manuel Saumell e Ignacio Cervantes.
También cumplió el sueño de visitar Salvador de Bahía, la capital negra de Brasil, allí grabó el documental El milagro de Candeal junto a Trueba y Carlinhos Brown. Con Cachao y Carlos Patato Valdés registró el disco El arte del sabor, que obtuvo un premio Grammy en 2001. Ganaría otros tres galardones por las coplas con El Cigala. Y, por fin, en una pirueta que culminó una suerte de círculo, la versión definitiva de Suite Afro-Cubana, la obra de una vida.
Se marcha Bebo Valdés después de disfrutar en los últimos años de la costa malagueña, ya enfermo del mal de Alzheimer, con el reconocimiento de todos, el cariño de muchos y dejando la impresión de que por una vez, al menos por una vez, la historia azarosa de Cuba hace justicia. “Bebo Valdés, sin duda, fue uno de los sustentos fundamentales que comenzó a tener la música popular cubana mediando la década del cuarenta”, explica el musicólogo y productor cubano René Espí, autor de la antología La Habana era una fiesta con rescates de época de radios y estudios de grabación cubanos. “El suyo fue un talento creativo que desbordó con creces en los primeros años de los cincuenta, tanto a nivel de compositor como creador de formas bailables novedosas como su ritmo batanga”.
En el amplio espectro de la música cubana, una isla que ha dado más estilos a los papeles pautados que muchos países del mundo occidental, Espí subraya los trabajos de Bebo Valdés como arreglista de orquesta. “Fue un arreglista de primer orden, porque junto a músicos primordiales como Ernesto Duarte, Julio Gutiérrez o René Touzet oxigenó el cauce musical cubano”, indica el productor, hijo de otro personaje clave de la escena cubana, Roberto Espí, director del Conjunto Casino. De vueltas a la memoria de Bebo brota la poética caribeña: “Vistió de seda, con luz propia, prácticamente todo género bailable con arreglos maravillosos. Sobresaliente en cualquiera de estas facetas, sobre todo como conductor de orquesta e intérprete de piano. Deja una obra trascendental como músico y su digna grandeza como ser humano. Bebo es y será Cuba siempre”.
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Publicado en el diario digital El Confidencial en marzo de 2013
BEBO VALDÉS
(1918-2013)
Por Carlos Fuentes
Coño, un fantasma. ¡Pensé que estabas muerto!”. Antonio Machín se quedó pasmado cuando Bebo Valdés vino a saludarle después de verle cantar, en los años setenta, en una sala de Canarias. Es una de las anécdotas preferidas del influyente pianista cubano. Un músico con tres vidas: su éxito popular en Cuba, cinco décadas de exilio y, qué paradoja, de nuevo el triunfo masivo con Lágrimas negras. A punto de los 90 años, Bebo Valdés hace recuento de su trayectoria y de sus experiencias. Y en el disco Juntos para siempre convoca a su hijo y heredero, Chucho Valdés, a un dúo sostenido de pianistas.
Entre la alegría de vivir y el rencor por las penas del pasado, Bebo Valdés eligió siempre la música. Desde sus inicios como alumno pobre de maestras particulares en un suburbio humilde de La Habana, al homenaje que Casa de América le rendirá el próximo jueves en Madrid, coincidiendo con su cumpleaños. Esta fiesta de cumpleaños en el festival VivaAmérica anuncia, además, una gira a dos pianos en compañía de su hijo Chucho. Han ocurrido muchas cosas entre aquellos días de infancia feliz en Quivicán y el reconocimiento masivo recobrado en los últimos años. Y Bebo Valdés ha llegado a tiempo para contarlo. Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro nació el 9 de octubre de 1918. Se crió con el danzón, pronto admiró a Ernesto Lecuona y Art Tatum. Contemporáneo de la generación que modernizaría la música cubana, aprendió primero con Óscar Bouffartique. En 1938 debutó con la orquesta Happy D’Ulacia, y pronto destacó por su capacidad como autor y, sobre todo, arreglista. En 1945 el singular Julio Cueva (que abandonó a Don Azpiazu, se afilió al Partido Comunista de España e hizo la guerra civil) le dio un chance como pianista en Santa Clara y con Cueva grabó su primer éxito, el montuno beguine Rareza del siglo. Trabajó luego en Haití, pero sería en la febril Habana de los cuarenta donde Bebo Valdés iba a lanzar su carrera. Entre 1948 y 1957 se ocupó del piano en el club Tropicana y fue arreglista de Rita Montaner. Muy versátil, escribió para Miguelito Valdés, Chano Pozo, Benny Moré, Pío Leiva, Celeste Mendoza, Rolando Laserie… incluso Nat King Cole visitó Tropicana.
En la efervescencia del primer jazz latino, cuando músicos norteamericanos actuaban de tarde en La Habana antes de volar para dar sesiones nocturnas en Florida, Bebo Valdés se coló también en la escena del filin habanero, el bolero cubano dramatizado con jazz y sentimiento. César Portillo de la Luz estaba allí: “Bebo Valdés era en sí mismo una potencia y formó parte del proceso modernizador de la música cubana contemporánea. Cada cultura tiene su biorritmo y su piano singular. Cuando interaccionaron el jazz y Cuba nació el latin-jazz”, explica el autor de Contigo en la distancia en conversación con este periódico desde La Habana. La de Bebo fue la primera generación de músicos cubanos que tuvo acceso habitual a la industria del disco. También gozó del auge de la radio. Y el jazz americano flotó siempre en el ambiente. Jazz con tumbao. “Bebo podía tocar a Lecuona, pero su biorritmo cubano y el aporte del jazz le hicieron abrirse a dos mundos. Él, que venía de estudiar con Félix Guerrero, tenía una formación más amplia y sólida que los guitarristas. Pero no fue un fenómeno aislado: era uno de nuestros ídolos, junto a Peruchín, Mario Romeu y René Touzet. Son los modernizadores de la música cubana, y Bebo era un eslabón importante”, dice Portillo confirmando que daba pasos de gigante. En el otoño de 1952 grabó Cubano, el disco con la primera descarga cubana, al frente del Andre’s All Stars.
Con Fidel, el jazz cubano paró. Harto de líos (“me tumbaron”, suele contar de su exclusión de los hoteles Hilton y Riviera y de la dirección musical de Radio Progreso), Bebo Valdés apuró grabaciones en Cuba junto a Omara Portuondo, Pacho Alonso y Niño Rivera. El 26 de octubre de 1960, él y Laserie volaron a México con Cubana de Aviación. “Sin un peso”. Nadie se lo esperaba. Tampoco Senén Suárez. El músico matancero participó en el debut de Valdés en el cabaret Tropicana. “Fue en 1948, él con la orquesta de Romeu y yo en el conjunto de Ernesto Grenet. Nos hicimos amigos desde el principio porque tuve, y tengo, alto concepto de él como músico y como persona”, recuerda Suárez desde La Habana. Habla con orgullo cubano de Bebo: “Hizo el batanga, hizo de todo: siempre me impresionó su creatividad”. Y de su hijo Chucho: “Su padre lo traía bien jovencito a las descargas”. Asume, no sin emoción, la distancia que vino después. “Perdí contacto completo cuando Bebo salió de Cuba en 1960. Fue duro, piense que fueron nueve años de música todos los días en el Tropicana”, cuenta Suárez.
Atrás quedaron la isla, una vida, una familia rota… Chucho ni siquiera fue a despedirle al aeropuerto. Hasta 1963, Bebo Valdés pasó por España (vino para el Festival de Benidorm, pero acabó tocando con Lucho Gatica) antes de unirse a los Lecuona Cuban Boys. Con ellos llegó a Suecia y el verano de Estocolmo cambió su vida. Conoció a Rose Marie Pehrson, se casó el 1 de diciembre y asumió, ya, que nunca volvería a Cuba. “No tengo nada en contra del pueblo cubano. Tenía sólo un problema. Siempre he dicho lo mismo. No me gusta el régimen y punto”, dijo a la radio P2 en 2003. En los años del frío, Bebo armó otra familia y peleó por no dejar la música. Pianista del restaurante Ambassadeur, tocó en hoteles con repertorios de fácil consumo, escribió para un ballet y actuó un par de meses en barcos de línea a Dinamarca. Dos sesiones al día, hasta en el Círculo Polar actuó, pero el sueldo nunca fue bueno.
En 1987 Dizzy Gillespie actúa en Estocolmo. Paquito D’Rivera está en su banda. Y ve a Bebo Valdés tocar en el hotel Continental. En 1994 graban juntos Bebo rides again, que pone fin a 34 años de silencio. Ocho arreglos nuevos que el pianista escribe en día y medio. “Un disco de emergencia”, bromearía después. En el otoño de 1995 Bebo y Chucho se citan en San Francisco. Graban El manisero para el disco de Paquito D’Rivera 90 miles from Cuba. En 1998 graba una primera versión de su pieza de una vida, Afro-Cuban Suite, con Eladio Reinón en Barcelona, y al año siguiente El arte del sabor con Cachao, D’Rivera y Patato Valdés antes de ponerse en manos de Fernando Trueba para capitalizar la película musical Calle 54. Ya esperaban las listas de éxitos, más premios Grammy, libros y exclusivas. Lágrimas negras, álbum de boleros con Diego El Cigala, y la suite Bebo de Cuba ajustan cuentas con “uno de los más completos músicos que ha dado Cuba”, según Helio Orovio. Brilla también Old man Bebo, conmovedor documental hilvanado por Carlos Carcas.
De buen día, desde La Habana, Chucho Valdés confiesa “emoción” antes de embarcar para reunirse con el padre pianista. “Es un ciclo que se cierra. Lo deseaba y no estaba seguro de que llegara. Es maravilloso que hayamos llegado a un puerto tan hermoso”, reflexiona el líder de Irakere. “En Bebo lo más genial es que no ha perdido nada de la calidad que siempre tuvo. El piano de Bebo es el piano puro cubano, lo más puro del piano cubano”, nos cuenta. El nuevo disco,Juntos para siempre, “fue algo siempre soñado en la familia”. “Hemos grabado ahora lo que tocábamos a cuatro manos en el piano de casa para aprender”, recuerda Chucho Valdés. “Bebo hacía el acompañamiento y yo empezaba a improvisar. Era una clase magistral diaria, que luego se perdió por muchos años. Volver ahora con mi papá es lo mejor que me ha pasado en la vida. Para Cuba y su música es también zanjar un asunto pendiente. Bebo es la raíz y el tronco, yo sólo soy una rama”. Como él dice, no es lo mismo pero es igual.
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Publicado en el diario Público en octubre de 2008
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