Tacones, historia de una obsesión
Símbolo de posesión, oscuro objeto de deseo, fantasía sexual. Los tacones hacen suspirar a las mujeres y despiertan la imaginación de los hombres.
18 DE FEBRERO DE 2012
00:07 H.
Fascinantes e indispensables, prácticos o incómodos, los zapatos han puesto a caminar la imaginación de un considerable número de creadores. Poder y fragilidad, altura y pérdida de equilibrio, pisadas que marcan un compás sonoro difícil de olvidar han sido evocados una y otra vez. Como apunta Linda O’Keeffe en Shoes, son «un principio nuevo, una promesa de romance y emoción para todas las niñas que han crecido con el mito de Cenicienta, pensando que unos zapatos pueden transformar mágicamente sus vidas». Una visión menos ingenua y mucho más lasciva fue la de Nicolás Edme Rétif (1734-1806). Enemigo acérrimo del Marqués de Sade, escribió cerca de 40 obras en las que dio rienda suelta a sus fantasías más oscuras. Pero la mayor contribución de este editor y escritor francés, apodado el Voltaire de las alcobas, fue desarrollar en varias de sus novelas la irrefrenable pulsión sexual que sentían sus personajes masculinos por los zapatos de mujer. Definió así el fetichismo que rodea al calzado, conducta a la que en varios idiomas incluso se refieren como retifismo, tomando prestado su apellido. De este mismo impulso habló más de un siglo después Charles Bukowski en su poema Zapatos, al recordar que cuando eres joven la vista de un par de zapatos de tacón dentro de un armario «puede prender fuego a tus huesos».
Pero mucho antes de que el libertino bretón Rétif publicara sus novelas, históricamente el zapato como talismán ocupaba un lugar peculiar en el imaginario colectivo. El griego Estrabón habló de la primera Cenicienta, Ródope, una muchacha egipcia a quien un águila roba un zapato mientras se baña en el Nilo y acaba en el regazo del faraón en Menfis, que emprende la búsqueda de su encantadora propietaria, con quien se acaba casando. En China también hubo una versión antigua de este mismo cuento, con zapato de por medio. «La idea que subyace es que tener un zapato de alguien es tener a la persona. La posesión de un zapato es un signo de control y de unión. Y luego están todos los que ven las connotaciones sexuales en este asunto», señala S. D. Fohr en su libro Cinderella Gold Slipper.
El reverso de la ternura romántica y la promesa de encontrar a la pareja perfecta –esa que encaja el zapato en el pie de la amada, princesa o criada– aparece en Los zapatos rojos de Hans Christian Andersen. Una tétrica y fascinante maldición se esconde tras ese irresistible par de escarpines que fascinan a la heroína Karen y la condenan a no parar de bailar jamás: el deseo torna en pesadilla y la belleza muta en algo incontrolable, oscuro y grotesco. El calzado se convierte en un arma de doble filo, algo que, curiosamente, conecta con el significado original de los tan preciados stilettos: esos finos tacones de aguja sobre los que se han alzado millones de mujeres desde la década de los 50 y que toman prestada la palabra italiana para daga.
Pero antes de subrayar la tensión evidente que sostienen muchos zapatos entre belleza y peligro, entre estética y dolor, cabe hablar de los chapines rojos que pesan como una losa en los pies de la pobre Dorothy en El mago de Oz y que, sin embargo, resultan ser la llave que la conducirá de vuelta a casa de su tía en Kansas. Un par, de los cuatro que se fabricaron para la adaptación cinematográfica de 1939 de este cuento, se conserva en el museo Smithsonian de Washington D.C. La mexicana Margo Glantz escribe sobre el calzado de la siempre excesiva María Antonieta: «El objeto más visitado en el museo de Caen, donde se organizó una exposición para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa, es el zapato que la infortunada reina dejó caer al montar al patíbulo». Adicta confesa a los tacones, en su libro Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (Anagrama, 2005) Glantz, a través de la protagonista Nora García, conecta suelas y letras, se pregunta qué zapatos llevaría Vera Nabokov y declara su amor contradictorio e inquebrantable por el zapatero Salvatore Ferragamo. «Pasea por las calles donde hay zapaterías y al mirarlas su pensamiento está ligado indisolublemente al comienzo de la novela, entrevista como un largo camino por andar, camino que se haría intransitable si no llevara los pies calzados con zapatos especiales, sabe que no podrá escribir si no está bien calzada».
Diseño de Galiano |
Pero si para la mexicana Nora en los zapatos reside la clave para emprender el proceloso camino de la escritura, en el caso de la protagonista de uno de los cuentos reunidos en Velocidad personal (Anagrama) de Rebecca Miller son un punto de inflexión. Al principio de esta historia, Greta mira sus exquisitas bailarinas con punta de piel de cocodrilo junto a los bastos y honestos zapatos de su esposo y comprende que el divorcio es inminente. La unión de esos dos pares es insostenible, concluye, y toma impulso para enfrentar el salto. La escritora y directora de cine –hija del dramaturgo Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath– curiosamente está casada con Daniel Day Lewis, el actor que ganó un Oscar por su interpretación de Mi pie izquierdo y que más tarde se descubrió como un apasionado zapatero artesanal.
En el cine el fetiche del calzado llegó pronto, antes incluso que la voz de los actores a la pantalla. En La viuda alegre de 1925, de Erich von Stroheim, aparece el lascivo barón Sadoja seducido por los pies de la desdichada corista. Pedro Almodóvar también ha usado el calzado, tanto en clave cómica como melodramática. Ahí está el zapato que Candela, interpretada por María Barranco, pierde en su fallido intento de suicidio al tratar de tirarse por la azotea-granja de Pepa en Mujeres al borde de un ataque de nervios. También el par de botas que atormentan y que no logra sacarse la escritora Leo Macías, que encarna Marisa Paredes, en La Flor de mi secreto y el modelo de aguja que se calza Miguel Bosé en Tacones lejanos. Andy Warhol, el padre del pop, tampoco se resistió al secreto encanto de los stilettos. Ahí están sus dibujos y serigrafías, y en una nota algo más siniestra: el pie momificado que guardaba en su dormitorio. En una de sus obras añadió una leyenda en la que sentenciaba: «La belleza es un zapato», giro inesperado y gamberro al lema romántico de Keats: «Belleza es verdad». Quizá así profetizaba lo que estaba por llegar. A la vista de las colecciones y ediciones limitadas de calzado deportivocostumizado, puede que haya llegado el momento de olvidar por un instante los tacones y proclamar que la belleza es una sneaker.
Pero antes de enterrar el clásico tacón, y pasar a las obsesiones masculinas de nuevo cuño, cabe preguntar: ¿qué opina de los fetiches el maestro Blahnik? «No lo entiendo. Para mí los zapatos no tienen nada de sexual. Puedo entender cierta sensualidad, pero no las connotaciones sexuales», afirma en el libro Entrevistos (RqR) a Elsa Fernández-Santos. «Los zapatos tienen una vida diferente. Para mí son la última arma de seducción, tienen un misterio que solo conoce la mujer que los lleva puestos, es la manera de caminar y mucho más».
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