miércoles, 30 de septiembre de 2009

Marcello Mastroianni / Sandra Milo / Ocho y medio

Sandra Milo (Carla) y Marcello Mastroianni (Guido)

Marcello Mastroianni y Sandra Milo
8 y medio


Sandra Milo y Marcello Mastronianni
, de Fellini



Federico Fellini
Ocho y medio

1963


Sueño que da inicio a la película.
Hay películas que son imprescindibles a la hora de hablar del mejor cine de todos los tiempos. Son películas que marcaron hitos, que acompañaron épocas, que establecieron un antes y un después de su aparición. Dentro de estas particularidades estuvo Charles Chaplin, en la década del 20' con El muchacho (1921) y en la del 30' con Tiempos modernos (1936), dos cintas que describieron la realidad norteamericana antes y después de la Gran Depresión. Algo parecido, pero más contemporáneo, ocurrió con Pulp Fiction (1994) yTrainspotting (1996), filmes que se convirtieron rápidamente en estandartes pop de una década convulsionada, que se sacudía con peligro entre el amor y el odio, entre la paz y la guerra, entre la televisión y las drogas. Todo esto sucedía después de la caída del Muro de Berlín, cuando algunos creyeron con inocencia que se acababan las disputas, al tiempo que comenzaba una agitada época de desasosiego, donde los nuevos narcóticos entrarían a rellenar los vacíos de una juventud sin norte, de una sociedad escéptica que se tornaría cada vez más violenta, dando paso a grandes obras como Réquiem por un sueño (2000) eIrreversible (2002). Justo en las décadas ubicadas en medio de estas calamidades, como una bisagra que une el pasado y el futuro de las cumbres cinematográficas, hubo un tipo que se dedicó a rodar las contradicciones de la Italia de post-guerra, los vicios populares de un país aferrado desesperadamente a sus tradiciones y sus símbolos religiosos, en medio de melancólicos carnavales con tendencias universalistas, llenos de una humanidad que en todas partes del mundo se vale de sedantes similares, de formas parecidas de olvidar que toda va de mal en peor. Ese visionario fue Federico Fellini, y como cada gran autor tiene su obra maestra, él rodó la suya en 1963 y la llamó Ocho y medio.

Guido y Carla.
Se dice que el nombre proviene de una arbitrariedad, pero el gesto no revela una carencia de identidad, sino lo contrario: parece significar que intenta abarcarlo todo; o al menos todo lo que respecta al cine, lo que configura el mundo personal de un autor inigualable. Porque en verdad fue su película número "8 y medio", considerando que ya había filmado siete piezas claves, más un pequeño film para la obra colectivaBoccaccio '70 (1962), donde compartió su historia "media" junto a otros grandes cineastas como Vittorio de Sica, Luchino Visconti y Mario Monicelli. Para ese entonces, Fellini ya había publicado La dolce vita(1960), éxito rotundo en Italia y el extranjero, y ya era considerado uno de los más grandes directores de su país. Pero le faltaba algo importante: presentarle al mundo su visión personal del séptimo arte, filmando Ocho y medio como mirándose al espejo, convirtiéndose en el rostro del metacine, creando una ficción autobiográfica capaz de reflexionar acerca de sus propios cimientos, de sus propias propuestas, ilusiones y obsesiones.

El protagonista de esta aventura autorreferente es Guido Anselmi (Marcello Mastroianni), alter-ego del mismo director. Es un cineasta famoso que está a la deriva entre su éxito anterior y su próxima producción, soportando la presión y la expectativa de sus amigos, seguidores y colaboradores. Guido está pasando por una fuerte crisis creativa, y necesita la tranquilidad apropiada para concentrarse totalmente en su trabajo. Pero está rodeado de los impertinentes personajes secundarios del mundillo del cine, atrapado dentro de su propia obra, y tendrá que depositarse en sus recuerdos y sus ensoñaciones para tratar de salir de su mala racha. Aunque no será tan fácil, porque lo atormentan las típicas enemigas del cine felliniano: mujeres sin escrúpulos, de grandes escotes y una elegancia atrevida, maliciosa, que llevan al protagonista por el incierto sendero de la lujuria. Están Carla (Sandra Milo), su seductura amante y compañera de desvaríos; Claudia (Claudia Cardinale), su musa más preciada, que le hará entender la raíz de su decadencia; y Luisa (Anouk Aimée), su esposa y amor de su vida, la mujer que simboliza el equilibrio que poco a poco irá perdiendo.

Fellini y su obsesión por las mujeres.
Después de crisis existenciales, banquetes de lujo, mujeres espectaculares tanto reales como imaginadas, además de variados personajes a veces notables y en otras realmente patéticos, Guido cae en el pánico. El rodaje de su película se le viene encima, su esposa lo deja cada vez más de lado, sus musas comienzan a abandonarlo y todo parece venirse abajo. Acaba imaginando su propio suicidio, y viéndose desamparado entre sujetos tentados por la ambición. Pero, después de caer en su propia trampa, Guido ve la luz al fondo del túnel: todas sus fantasías se agrupan para entregarle una llave, al compás de un carnaval de fantasmas y conejos saliendo del sombrero. Vuelve a sentir el placer de vivir, y redefine su existencia tras escuchar a su consejero, que encarna simbólicamente el papel de su conciencia:

Nosotros los intelectuales -digo "nosotros" porque lo considero uno- tenemos el deber de permanecer lúcidos hasta el final. La vida está llena de confusión, no hay necesidad de agregar más caos al Caos. [...] Créame, no hay necesidad de remordimientos. Destruir es mejor que crear cuando no estamos creando cosas realmente necesarias. Entonces, ¿hay algo tan claro y tan cierto en este mundo por lo que se merezca vivir?



El carnaval y la inversión de la realidad.
La respuesta está llena de preguntas como ésta, que son pulsiones circulares que van nutriendo el trabajo de los artistas. Todo está en disfrutar del oficio, responder de a poco todas las inquietudes y avanzar hasta llegar al clímax de Guido, cuando la inspiración renace iluminando las ideas, presentándose como un salvavidas entre mares que parecen basurales. Guido acaba entendiendo lo fundalmental que es el amor y la fidelidad a uno mismo, además de que la vida es un carnaval, una fiesta que quiere vivir junto a quien más lo ama. El final es abierto, pretencioso, pero delicadamente efectivo, como una invitación a disfrutar de las cosas que más queremos, además de comprender el arte como la expresión máxima de la verdad y la belleza. De esta forma, es necesario entender Ocho y medio como el reflejo de la vida misma, la magia que el cine pretende captar en toda su magnitud, aliviándonos la caída antes de nuestro inevitable final.



http://pasatelapelicula.blogspot.com/2011/11/ocho-y-medio-de-federido-fellini-1963.html









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