martes, 17 de enero de 2012

Alejandra Pizarnik / Diarios / Buenos Aires, 1965

Canasta de luz, 1989
Fotografía de Flor Garduño

Alejandra Pizarnik
BIOGRAFÍA
BUENOS AIRES, 1965

18 de abril
No escribo más este diario de una manera continuada. Tengo miedo. Todo en mí se desmorona. No quiero luchar, no tengo contra quién luchar. Todo esto es tan viejo, tan cansado. Ojalá pudiera no mentir nunca.
30 de abril
Vergüenza de hablar, pero vergüenza en un sentido lato.
Amor a los demás desde la soledad. No amor sino ganas de llorar por los demás (yo incluida). Todo tan frágil. Y sin embargo no comprendo a los demás. Hay una zona —la del afecto más puro— que he llagado a discernir y, de algún modo, a hacer consciente. Una hermosa posibilidad, no de comprensión, sino de intercambio de calor. Pero es efímera, es como la alegría de la ebriedad o un canto. Son instantes en que no se trata de nada físico pero se siente calor y se está dispensado del yo y de sus malditos agravios. Ayer, J. C. lo sintió y quiso irse a un rincón a conversar conmigo pero yo tuve miedo pues para él era un acontecimiento esa permisión —tal vez la primera— de liberar su afectividad. ¿Miedo de qué? De que se apagara el calor —o el fuego— con el cambio de lugar. ¿Por qué tengo miedo? Esto no es un cuento de hadas. Sí, lo sé. Aún iré al bosque a danzar y a cantar con los otros niñitos.
13 de mayo
Preguntar. No tengo qué. Deslumbrada. Mentidamente deslumbrada. Miedo de caer dentro de mí. ¿La locura? Miedo de encontrarme con alguien más fuerte que yo… Me gustaría consumirme sin escándalo. Los miedos espurios. Los miedos adyacentes. Corregir la locución. La manera de sentir la garganta. ¿A quién decir que sufres?... Basta de poemas, me digo. No. Debo persistir en los pequeños fragmentos. No hay otra cosa… Pero lo peor es mi temor tan activo a la enfermedad y a la muerte. O a la locura. Nunca me sentí más sola que ahora.
 23 de mayo
Lecturas sin fervor. Deseos de encontrar un método más refinado para percibir lo que leo.
El proceso de Kafka. Poemas de Cernuda. Poesías de Nerval.
Los personajes secundarios de El Proceso me interesan más que los principales, al menos en el capítulo I.
Paralelismos: Kafka, Quevedo, Nerval: caminar con impaciencia o plantarse en la ventana para acelerar la venida de quien se espera. Los dos primeros lo comentan con ironía.
Nerval: su preocupación por la técnica poética y literaria en general.
29 de mayo
Sin saber cómo ni cuándo, he aquí que me analizo. Esa necesidad de abrirse y ver. Presentar con palabras. Las palabras como conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto posible? Usar el lenguaje para que diga lo que impide vivir. Conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad. Palabras filosas (pero no son palabras sino frases y tampoco frases sino discursos).
Imposibilidad de fraguar símbolos. De allí la imposibilidad de escribir obras de ficción.
1 de junio
Las paredes abiertas, los muros han sido golpeados, las grietas, las fisuras, los orificios, ¿quién los cerrará? Esta pregunta, fácil de formular, es imposible de responder. El yo en forma de persianas abiertas de una casa de cuentos para niños. Esas mismas persianas, cerradas formarían un corazón verde con pequeños corazones que son hendiduras por las que pasa el aire. Pero no se pueden cerrar. O si se cierran, entonces sucede algo con las hendiduras pues el aire no pasa y los moradores de la casita del bosque parecen asfixiados. No. Nadie perece pues no se pueden cerrar. Más bien están heridos, heridos pero no muertos aunque bien quisieran estar muertos; están heridos por el viento filoso. No sé si por el viento o porque han entrado bandoleros que los hirieron, los despojaron y los abandonaron a su mala suerte. Ellos sueñan con el corazón verde y los pequeños corazones por donde venía el aire. En un principio tuvo que ser así. No iban a serles ahorradas las penas pero esas penas iban a ser distintas a ésta, tan pobre y tan humillante. No es terrible padecer sino padecer por causas humillantes, lo cual quita toda belleza a la ceremonia de los padecimientos que en un principio no se diferenció de las otras ceremonias.
6 de julio
Releo Isak Dinesen.
“Ecos”, no sé si es triste o alegre. No sobrellevo la felicidad de I. D. El feliz a pesar de todo. El dios aceptado con exuberancia, al que se dota de la mayor imaginación, la mayor comprensión y hasta de sentido del humor. Pero yo, ¿no quisiera ser feliz? Sin duda sí pero la palabra felicidad me suena ambigua, me resulta idiota. Alegría quizás menos pero las dos me hacen evocar los ojos luminosos y fuertemente “espirituales” de los vegetarianos.
Nada más difícil que apreciar la literatura española. Estoy leyendo las “Obras festivas” de Quevedo. Humor puramente verbal, a veces —raras veces— excelente y en general grosero y superficial.
9 de julio
Euforia al leer el cuento de Julio pues pensé en la posibilidad de un lenguaje que admite lo que sufro y siento. Evoqué ese lenguaje. ¿Qué hace falta para llevarme a su realización? Menos miedo.
Estoy amenazada. Hoy, sin embargo, confío en mi fuerza. Estoy definitivamente sola y confío en mi fuerza. Debería escucharme con más respeto.
11 de julio
Me horroriza mi lenguaje. Miento todo el tiempo. Si hablo miento. Hay que averiguar por qué. Hay que demorarse. Me gustaría escribir en forma muy simple y clara. Basta de retórica… Me pregunto cómo hacen los demás para soportar el hecho de vivir. Esta es otra cosa que sería bueno averiguar.
25 de julio
¿Y la literatura? Rotundo fracaso. Odio escribir con un nudo en la garganta pues me obliga a abstraer conceptos y a decir palabras huecas, y sonoras. Mi búsqueda de un lenguaje “puro” es una prueba de mi impotencia. No tengo nada que decir y si fuera menos —algo aunque sea— desdichada, no escribiría. No siento felicidad al escribir. Y sin embargo, anoche pensé, de algún modo pensé, por primera vez. Por eso, tal vez, amanecí llorando.
Si el escribir fuera lo mío no estaría siempre con esta seguridad de que lo principal de cada uno es indecible. Ni siquiera separaría lo principal de lo accesorio. Me limitaría a escribir. O, al menos, a investigar por escrito por qué lo principal es indecible. Y en verdad, cuando digo principal me refiero al deseo. Siento deseos y no puedo formularlos. Así los niñitos recién nacidos. Pero ellos lloran.
…Tengo que caer a este mundo. No puedo. No me interesa. Y sin embargo me interesa no enloquecer. Mi soledad es tortal y sin embargo no lo es. La pueblo falsamente. Imposibilidad de tocar los objetos con maestría y dulzura (…). Y no soy una sucia intelectual. Hay en mí algo definitivamente errado, desviado y torcido.
Me odio cuando adulo a los demás. Siempre lo hago, por indiferencia y por miedo y por sentir el juego falso de las relaciones entre unos y otros. Como un niño obligado a representar un papel en una obra de teatro escolar. Emito mi parte y me voy. Si me aplauden mejor. Y si no, veo que tuve razón al ser falsa y teatral. Esto es cierto: no me gusta conversar. Es, exactamente, como comer sin apetito. Por eso fracaso con los otros. Hablo —y a veces muy bien— sin necesidad de decir. En mi infancia hablaba mucho. En fin, es lo que creo recordar. Mis padres hablaban mucho. Sí, había una imposibilidad de quedarse en silencio. Y esto lo heredé. Por eso, a pesar de todo, París me ofrecía esa no obligación de hablar. Pero sería hermoso. Basta.
En el fondo yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo “hincar el diente” en lo concreto.
Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos.
Lo que no soporto de los argentinos es el tuteo excesivo. Ese: “Vos sos esto y aquello…” Ese juzgar abiertamente, en voz alta, creyendo que en ese momento se toca la zona de la sinceridad más pura.
17 de agosto
Intranquilidad nueva, como si el barco o el tren estuviera por partir y yo, con el billete en la mano, aún no he decidido si partir o quedarme.
Importante lo de la falta de límites.
Me asombra que la gente hable mal de los demás. Ayer, hoy, he escuchado numerosas críticas denigrantes. Esto me asombra. Lo comprendo pero me asombra.
Como si me esperara una tarea casi infinita. Así mi relación temporal con la gente y con mis trabajos. ¿Qué trabajos? En cierto modo no hago nada y por otra parte trabajo más que ningún condenado a trabajos forzados. Es siempre una cuestión filológica. Llamo “trabajo” a todo: aun a los paseos, a las lecturas, a los encuentros con amigos y conocidos, etcétera.
El art. Sobre ZF[1] peca de generalizaciones. Nostalgia de lo concreto, de los límites. No sé reconocer los límites. Cuando los tengo —en este caso el art. De ZF— los odio y quiero evadirme.
26 de agosto
Leí mi libro.
La muerte allí es demasiado real, si así puedo decir; no el problema de la muerte sino la muerte como presencia. Cada poema ha sido escrito desde una total abolición (o mejor: desaparición) del mundo con sus ríos, con sus calles, con sus gentes. Esto no significa que los poemas sean buenos.
¿Qué y cuánto exijo de los demás? Si pudiera mantener una distancia. No digo frialdad sino reserva y distancia. Por ejemplo, le confié demasiadas cosas a…
7 de septiembre
Carta no enviada: Una noche, en el jardín de lilas, quise decírtelo; no me dejaste. Hiciste bien, había que defender la noche, las lilas, el silencio. Ahora no puedo decírtelo.
28 de noviembre
No hay perdón fuera de la muerte. Por otra parte, ¿qué hacer con el perdón luego de otorgado o recibido?
Cada día que pasa es mejor que el que llega. On est foutue.


[1] Se refiere a la revista Zona Franca de Caracas, Venezuela


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