miércoles, 18 de enero de 2012

Alejandra Pizarnik / Diarios / Buenos Aires, 1966

Fotografía de Flor Garduño
Alejandra Pizarnik
BIOGRAFÍA
BUENOS AIRES, 1966

18 de enero
MUERTE de papá

2 de febrero
Debería dedicarme a la nota sobre Utrillo y, a modo de complemento poético, el art. Sobre el libro de Octavio.[1] El primero es trabajo; el segundo, entra más en lo mío. Esto es muy serio. Más serio es el silencio…, la hostilidad de…, la de casi todos, mi malestar, mi madre, mi certeza de mi muerte cercana.
15 de abril
Esperanza y terror. Terror de estar bien, de ser castigada por cada minuto en que no me acongojo. En cuanto me siento mejor, espero castigo. Es necesario llegar al fondo. A pesar de los terrores —son los máximos que he tenido hasta el presente— a pesar de ellos debo ir hasta el fondo. Ahora se reunieron todos los terrores infantiles, precisamente ahora en que comienzo a ser adulta. Pero se reunieron por eso.

27 de abril
Muerte inacabable, olvido del lenguaje y pérdida de las imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de la locura y de la muerte. Vivo por hora, mirando el reloj. ¿Y a quién preguntar? Me faltan ganas de tener ganas. No quiero preguntar a nadie. Apagaron la luz en mí. —No toda puesto que sufro. La muerte de mi padre hizo más real mi muerte. Mi terror de andar y moverme y comer y respirar. Me asfixio yo sola. Sólo tengo paz por la noche cuando leo, olvidada y perdida, lejos de mí y aún del libro que leo. ¿Y la esperanza en la literatura? Aún quedan resabios y sin embargo no sé qué decir ni cómo ni para qué.
El artículo sobre Octavio me enferma. Es demoniaco esto que me hace aceptar hacer artículos.

30 de abril
Este no saber dialogar, esta imposibilidad de acceder a los otros, sean personas vivas, sean autores. Il m’a fallu appendre mot par mot la vie. Esta imposibilidad de ver a los demás como seres humanos (nunca miro los ojos de nadie o si lo hago es para buscar aprobación).
Heme aquí llegada a los 30 años y nada sé aún de la existencia. Lo infantil tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda.
Renunciar a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía).
Pero aceptar ser una mujer de 30 años… Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad.

1 de mayo
Deseo, hondo, inenarrable (¡) de escribir en prosa un pequeño libro. Hablo de una prosa sumamente bella, de un libro muy bien escrito. Quisiera que mi miseria fuera traducida a la mayor belleza posible. Es extraño: en español no existe nadie que me pueda servir de modelo. El mismo Octavio es demasiado inflexible, demasiado acerado, o, simplemente, demasiado viril. En cuanto a Julio, no comparto su desenfado en los escritos en que emplea el lenguaje oral. Borges me gusta pero no deseo ser uno de los tantos epígonos de él. Rulfo me encanta, por momentos, pero su ritmo es único, y además es sumamente mexicano. Yo no deseo escribir un libro argentino sino un pequeño librito parecido a Aurelia, de Nerval. ¿Quién, en español, ha logrado la finísima simplicidad de Nerval? Tal vez me haría bien traducirlo para mí. Y, no obstante, como siempre, está la tentación de estudiar gramática, y la sensación de que no sirve para nada estudiarla.

3 de mayo
Largas horas en el artículo de Octavio. Por momentos estaba contenta. Esto me da la ilusión de estar creando. No sé por qué trato con desprecio filisteo al ensayo sobre Cernuda. Tal vez porque intuyo que es arbitrario o que la poesía de C. es inferior y menos compleja que lo que O. dice. Mi dificultado con las comas es parte de mi dificultad con el lenguaje articulado y estructurado. Supongo que pertenezco al género de poeta lírico amenazado por lo inefable y lo incomunicable. Y no obstante, no lo deseo ser. De allí mis periodos de obsesión por la gramática. En cuanto al pequeño libro bello, sólo sabré si puedo hacerlo cuando me decida a hacerlo. En literatura, el talento no prueba nada. Pero, ¿qué decir en ese libro? ¿Y por qué no me dedico a las prosas? Porque son poemas, pertenecen a lo inefable. Pero en ellas me expresé enteramente. Además, hay algo que las une. Sí, pero yo quisiera un libro, no fragmentos.
22 de mayo
Angustia por los días que pasaron sin que yo escriba nada. Por un lado están mis poemas-objetos que construyo tan lentamente —arquitectura rigurosa de lo absurdo. Luego están las notas bibliográficas que escribo sin deseos. Luego  —y de esto ni debería hablar— los artículos periodísticos.
El problema de las lecturas; nunca será resuelto. Y los años pasan y  yo quiero escribir una obra extensa en vez de fragmentos.
Lo que sucede es que escribo poco. Debería escribir seis o siete horas por día.
24 de mayo
Falta de fe en la imaginación creadora. Si no fuera así no leería para aprender sino para gozar. ¿Aprender qué? Formas. No, no es el deseo de frecuentar modos e expresión. Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos.
Yo “civilizo” mis poemas al detenerlos y congelarlos. Pero todo este trabajo infernal que me doy para escribir notas. De este modo desvío fuerzas y energías destinadas a los poemas.
Creo que se trata de un problema de distribución de energías. Pero lo esencial es la falta de confianza en mis medios innatos, en mis recursos internos o espirituales o imaginarios.

26 de mayo
Aborrezco por el momento la corrección de “Una distancia…” para dedicarme a “El otro espacio…”, que sugiere una enorme corrección —que no saldrá nada bien pues pensaré en el público ya que lo corrijo para publicarlo. Lo malo es que “Una distancia…”, que empecé a corregir con toda inocencia, sin pensar en publicarlo, está quedando muy hermoso.
Lectura de Bachelard. Me inhibe. Sus alusiones constantes al dinamismo. Y sin embargo, suele citar versos malos. Lo bello son los descubrimientos de él, más poéticos que los versos. Claro que no siento deseos de corregirlo ahora que lo estoy leyendo, por temor de perturbar, con el cálculo y la astucia, las imágenes dinámicas unidas inocentemente de mi recóndito yo. No obstante, B. cita a Baudelaire como poeta modelo. Y nadie corregía y calculaba más que Baudelaire. También menciona a Poe y a Valery (!). ¿En qué quedamos? Lo cierto es que mi manera de escribir no es buena y otra no conozco. Cuando yo corrijo, explico y traduzco (para ganarme la calificación, quizás, de criatura racional o intelectual). Sin embargo, mi manera de corregir me parece un gran hallazgo. Debiera perseverar en ella. Gracias a ella, separo la imagen de las fantasías ocasionales o escoria o distracción.



[1] Octavio Paz



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