BUITRAGO, CELEBRACIÓN
Delgada, morena, no muy alta. Inteligente y vivaz. Así
es Fanny Buitrago, quizá la mejor novelista colombiana del siglo veinte. Su
aparición en el panorama literario colombiano se dio en medio del escándalo. No
porque ella haya sido escandalosa, sino porque su nombre estuvo asociado al
nadaismo. Ella, por cierto, dejó claro que no pertenecía al movimiento y se
suscribía, o la suscribió la revista La Nueva Prensa, como existencialista.
Esto sucedía a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, cuando
los nadaistas hacían sus trastadas publicitarias y mediáticas.
Es ya
todo un tópico decir que esa fue una época de grandes cambios, pero los hechos
lo confirman. En la mitad del siglo pasado Colombia entró al presente. La
migración del campo hizo crecer las ciudades y una nueva cultura urbana trajo
nuevas visiones y perspectivas en lo económico, lo social y lo político. Y,
claro, en lo intelectual y lo artístico. Surgieron nuevos nombres, una nueva
sensibilidad y un pensamiento crítico completamente innovadores. Y, aunque con
visos provincianos, empezamos a integrarnos
y a seguir el pulso del mundo. A esto contribuyeron las revistas Mito,
La Nueva Prensa, Guiones y el suplemento cultural de El Espectador, medios que
sirvieron de caja de resonancia a las nuevas voces del cambio. Cali, Medellín y
Barranquilla empezaron a competir con Bogotá en el ámbito de la cultura.
Movimientos plásticos y literarios le dieron oxigeno a una cultura adormecida, pacata y sensiblera.
El
hostigante verano de los dioses fue la primera novela de Fanny Buitrago. Ya
habían aparecido algunos cuentos suyos en El Espectador, pero este libro es el
de su consagración. Una novela escrita por una mujer le daba un vuelco a la
convencional, pobre y escasa participación femenina en la literatura nacional.
Si esta fue la época de una pequeña gran revolución del sentido y de los
sentidos, Fanny Buitrago introdujo una renovada sensualidad a nuestra letras.
Ya el titulo mismo lo indicaba. Así su nombre entró con fulgor a la
constelación que amplió la órbita cultural de mediados del siglo pasado.
Estallidos de color y de formas en la plástica con Obregón, Ramírez Villamizar,
Negret y otros artistas impulsados por la voz de Marta Traba. Irrupción del movimiento
teatral con Enrique Buenaventura y Santiago García. Nuevas maneras de ver y
contar nuestra realidad exterior e interior surgidas de Gabriel García Marquez,
Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio. El pensamiento crítico de
intelectuales como Hernando Valencia Goelkel o Jorge Eliécer Ruiz, entre otros,
buscó nuevas fuentes y conceptos en pensadores europeos y norteamericanos y
esto les proporcionó herramientas para observarnos desde otras perspectivas. E,
igualmente, surgieron poetas que, como Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus o
Fernando Arbeláez, pusieron en entredicho los cánones imperantes hasta ese
momento y asumieron el verso libre en un tono coloquial, antes vedado por los
dómines del quehacer poético parroquial.
A
este horizonte ingresó Fanny Buitrago. Los jóvenes y las mentes más libres
exigían este cambio. Y encontrar estas respuestas resultó estimulante y
gratificador.
Los
jóvenes en diferentes regiones del país estábamos deslumbrados. Seguíamos las
noticias, esperábamos los números siguientes de las revistas y veíamos con
cierta pasión los programas televisivos de Marta Traba, los manifiestos de
Gonzalo Arango y los golpes publicitarios de su movimiento.
Después
de la publicación en Tercer Mundo de la novela de Fanny hubo cierto fervor.
Encontramos una manera de escribir fresca, de enfrentar la realidad de una
manera inédita. En mi caso particular llegó a estimularme de tal modo que tuve
deseo de conocerla. Así, en uno de mis viajes a Bogotá conseguí su teléfono y,
venciendo mi timidez, la llamé para conocerla. Quedamos de vernos en un café
italiano, uno de los primeros lugares que ofrecían pizza, situado en la calle
24 entre las carreras séptima y novena, a la vuelta de ese famoso Cisne, sitio
obligado de escritores y artistas jóvenes –en cierta medida, el polo opuesto al
café Automático que convocaba a los miembros de generaciones veteranas. Allí,
en esa capilla Sixtina, con una barra traída o copiada de las trattorias
de la Piccola Italia neoyorquina, tomamos nuestro primer capuchino Fanny y yo.
Hablamos de literatura, claro. Me sorprendió encontrar a una mujer entregada de
lleno a la literatura, disciplinada, responsable, honesta y comprometida, que
cada día se levantaba temprano a enfrentarse con la página en blanco. A pesar
de su juventud, tenía ya un amplio conocimiento
de los libros y autores, tanto contemporáneos como de períodos
anteriores. Pero, ante todo, una mujer libre, rebelde y combativa. Luego la
acompañé por la séptima hasta el teatro Odeón, en la Jiménez, donde ella vería
una obra de teatro que le interesaba. Desde entonces cultivamos una amistad que
ha crecido con el paso del tiempo. He presenciado algunos romances de la
enamoradiza Fanny, me he divertido con sus ocurrencias y hemos discutido
posiciones frente al arte y la literatura, en agradables reuniones donde
intercambiábamos novelas policiacas o de ciencia ficción. Su apartamento
pequeño de la calle veintidós con carrera quinta siempre congregó a escritores
y artistas de diversas regiones nacionales o que llegaban de exterior para
conocerla. Música, buena cocina y libros. Ese ha sido su ambiente. Buena
conversación y clima acogedor caracterizaron nuestras rumbas.
Para
concluir este pequeño homenaje a la amiga leal, a un ser humano sensible y
solidario y a la gran narradora quiero presentar aquí los primeros párrafos de El
hostigante verano de los dioses. Quizá quienes aún no la hayan leído
encuentren en estas primeras líneas los rasgos que a mí me sedujeron en 1963:
…
En las tierras bajas, donde el verano tiene la misma esencia que la piel de una
mujer hostigada por el deseo y el invierno parece un murmullo sordo, apagado,
igual a la oración de todos los dioses viejos; donde los hombres se arrugan
jóvenes bajo un sol lujurioso y los ríos son más poderosos que los mitos y los
hombres, existe un pájaro de un bello plumaje azul. Canta tan dulcemente, que a
muchos kilómetros de su nido se detienen los seres y las cosas a escucharle. Es
un ave solitaria, de apariencia endeble y pico cristalino. Construye su nido con
musgo joven, en la parte más honda del monte, al lado de un arroyo o fuente
natural y se alimenta con los ojos de los pájaros que llegan a tomar agua.
Según
el decir popular el monte se puebla, día a día, de trinos y ojillos ciegos. Y
la leyenda indica que el ave sólo puede ser atrapada con una red hecha con los
cabellos de una jovencita impura, cuya alma no haya sido contaminada por el
remordimiento...
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