Epílogo de Si me necesitas, llámame
Por TESS GALLAGHER
"Ya se ha acabado", escribí a un amigo en el año que duró la empresa de publicar cinco nuevos relatos recién descubiertos de Raymond Carver. Como poeta, en esa frase quisiera percibir un matiz de plenitud, de perfección. Pero lo cierto es que nunca más volveremos a oír esa voz extraordinaria, cuya clara resonancia e implacable honradez hizo que sus relatos se tradujeran a veinte lenguas a todo lo largo y ancho del mundo.
Tras la muerte de Ray, cuando su traductor japonés, el espléndido novelista Haruki Murakami, vino a verme con su mujer, Yoko, me confió que sentía tan dentro de sí la presencia de Carver que le horrorizaba terminar la edición de sus obras completas. Ahora comprendo la mezcla de júbilo y tristeza que debía de sentir.
Este trabajo me ha procurado la especial alegría de volver a oír una voz que ya parecía fuera de este mundo, de asistir a su inesperada reaparición después de que se hubiera cerrado el telón. Si hoy se descubriera un baúl de manuscritos de Kafka o de Chéjov, todo el mundo se precipitaría a ver su contenido. Y es que somos así: curiosos y nostálgicos, nos dejamos dominar por los familiares fantasmas de quienes admiramos en la literatura y en la vida.
Aun siendo distintas, estas obras recién descubiertas guardan una estrecha relación con las que Ray publicó en vida. Y eso tiene un valor inestimable, porque cuando se ama a un escritor nunca nos cansamos de leerlo, queremos conocer absolutamente todo lo que ha escrito: lo trascendente, lo inesperado e incluso lo inacabado. Sabemos apreciarlo. El valor de estas obras no sólo radica en su conjunto, sino también en los pequeños detalles: la estructura de la frase y la sintaxis, los personajes nuevos o familiares, el desarrollo línea a línea de la narración.
El hallazgo de estos relatos se produjo en momentos diferentes y en distintos lugares. El primero fue en 1999 en Ridge House, la casa de Port Angeles, en Washington, donde Ray y yo vivimos hasta su muerte Mi amigo Jay Woodruff, uno de los jefes de redacción de Esquire me prestó entonces una gran ayuda. El segundo descubrimiento se produjo en el verano de aquel mismo año, citando William L. Stull y su mujer, Maureen P. Carroll, especialistas en Carver, fueron a la biblioteca de la Universidad de Ohio a consultar la Colección William Charvat de Narrativa Norteamericana. Allí, mientras examinaban una caja de manuscritos, se encontraron con dos relatos sin publicar. Me llamaron entusiasmados, el día de mi cumpleaños, para comunicarme la noticia.
Poco después de la muerte de Ray, cuando escribía la introducción de Un sendero nuevo a la cascada, encontré unas carpetas que contenían relatos inéditos mecanografiados y borradores manuscritos. Por entonces no estaba segura de que estuviesen terminados ni de que, en ese caso, mereciese la pena publicarlos. Consideraba que antes de pensar en publicar obras inéditas, primero había que poner al alcance de los lectores todo lo que Ray había querido ver publicado. Me llevó nueve años concluir esa tarea con la aparición de los poemas completos de Ray en All Of Us (Harvill, 1996; Knopf, 1998).
Tras la prematura muerte de Ray a los cincuenta años, en 1988, a consecuencia de un cáncer de pulmón, tuve una infinidad de cosas que hacer. Preparé la edición británica y americana de tres libros suyos; concluí el texto de Carver Country, un volumen de fotografías de Bob Adelman asesoré a Robert Altman en su película Short Cuts, basada en nueve relatos ya publicados; y participé en la realización de tres documentales sobre Ray. Casi todo ello sin dejar de dar clase lejos de casa. Y, además, me las arreglé para escribir tres libros de poemas, un libro de relatos y una serie de ensayos.
A comienzos de 1998, cuando se aproximaba el décimo aniversario de la muerte de Ray, Jay Woodruff me llamó para decirme que le gustaría hacerle un homenaje publicando algo suyo en Esquire "Hay unas carpetas en su mesa", le dije. "No sé si contienen textos completos ni si valen la pena. Pero les echaré una mirada cuando tenga tiempo". Creo que Jay comprendió mi vacilación. De todos modos, contestó: "Tess, cuando te decidas a examinar esas cosas, me gustaría ir a darte una mano".
Jay era exactamente la persona cuya aparición había estado esperando. Respetaba mi trabajo, le encantaba la obra de Ray y sabía cómo preparar un texto para su publicación. Además, como escritor y redactor jefe de una revista, era capaz de apreciar enseguida el valor de un relato. En marzo de 1999 fue a Seattle en avión y luego, después de tres horas de coche y transbordador, llegó a Port Angeles. Al día siguiente, desde las nueve de la mañana a las once de la noche, examinamos cuidadosamente los cajones de la mesa de Ray. Leímos el contenido de las carpetas, lo etiquetamos y fotocopiamos y, finalmente, realizamos una selección. Fue una operación serena, íntima, cargada de resoluciones. Tras la lectura, estaba claro que había tres relatos excelentes. La perspectiva de hacer justicia a aquellos relatos inéditos compensaba con creces el terror que sentía a dejar concluida la obra de Ray. Parecía especialmente adecuado que en aquel descubrimiento participase Esquire, revista en la que, un amplio público lector conoció los relatos de Ray a principios de los años setenta.
Jay se encargó de descifrar y transcribir fielmente la apretada caligrafía de Ray. Uno de los borradores era un manuscrito, los demás estaban escritos a máquina con correcciones a mano. Lejos de encontrar aburrida la tarea, Jay la acometió con gran vigor intelectual. Como me había pasado once años descifrando la caligrafía de Ray, verifiqué las transcripciones de Jay cotejándolas palabra por palabra con el original y rellenando algunos huecos que habían quedado. Eramos conscientes de que en ocasiones Ray revisaba un relato hasta treinta veces. Aquellos los guardó mucho antes de llegar a eso. (En los últimos meses de su vida, Ray abandonó el relato para dedicarse a la poesía y a lo que sería su último libro, Un sendero nuevo a la cascada). Sin embargo, sólo requirieron un mínimo de correcciones. Se armonizaron los nombres de personajes y ciudades, de manera que Dotty no se convirtiera en Dolores a la página siguiente ni Eureka en Arcata. Los desenlaces, en los que Ray siempre trabajaba con mayor ahínco, se encontraban, en algunos casos, en el mismo estado en que se deja una comida cuando suena el teléfono. Mantuvimos la resonancia de esos últimos momentos, dejando que el relato se apagara poco a poco.
Ray había escrito varios relatos de hombres que tratan de empezar de nuevo, sobre todo en "Desde donde llamo". En “Leña” el primero de los relatos inéditos que se publicaron en Esquire el protagonista parte toda la carga de un camión de leña con la esperanza de que le ayude a superar el alcoholismo y la ruptura de su matrimonio. El personaje también es escritor, y en sus vagos intentos de volver a escribir hay un eco conmovedor de los primeros tiempos de nuestra vida en común. Era en 1979, en El Paso, y Ray intentaba escribir de nuevo después de pasar diez años presa del alcoholismo.
De los cinco relatos inéditos, "Sueños" es mi preferido; y también el de jay. En él, una mujer cuyo matrimonio se ha deshecho pierde a sus dos hijos en un incendio. El relato parecía tender un puente en nuestra vida entre Siracusa (donde Ray y yo, como la pareja del relato, dormíamos en el sótano para evitar el calor de agosto) y el Noroeste (donde estalló un incendio en nuestra calle, aunque sin causar víctimas). Reconocí el eco de “Parece una tontería", en el que también muere un niño. En ambos casos admiraba la audacia de Ray al tratar un tema que fácilmente podía haber derivado hacia el sentimentalismo. En "Sueños", los detalles se van escapando poco a poco, como el humo de una chimenea. La acción se desenvuelve en una especie de claroscuro: nada se distingue con precisión hasta que la escena se ilumina de pronto. La vida ha maltratado de tal modo a esos personajes que cualquiera puede reconocerse en ellos.
Los dos relatos que descubrieron Bill y Maureen se remontan a principios de los años ochenta, y ambos tratan de la ruptura de un matrimonio. Uno de ellos, "Si me necesitas, llámame", anticipa una imagen central del relato "Caballos en la niebla" y del poema "Noche con niebla y caballos». En esas tres obras hay unos caballos que surgen misteriosamente entre la niebla en el momento de una fatídica separación. El otro, "¿Qué queréis ver?", parece primo hermano de "La casa de Chef”; en ambos, el marido y la mujer intentan salvar su matrimonio, pero sus heridas son tan profundas que acaban yéndose cada uno por su lado. La imagen final de la comida echada a perder recuerda a "Conservación", que sugería que las relaciones humanas, como los alimentos descongelados, son perecederas, y que a partir de cierto punto no pueden recuperarse.
Tras la publicación en revista de cuatro de los cinco relatos, volví a repasarlos con Gary Fiskejton, editor de Ray. En un momento dado nos dimos cuenta de que estábamos quitando las comas que antes habíamos introducido. Nos reímos y repetimos la cita de Ray según la cual cuando uno se sorprende quitando lo que acaba de poner es que el relato ya está terminado.
Aquí, en el Noroeste, solemos sacar barriles para recoger el agua de lluvia y aprovechar así algunas prodigalidades de la naturaleza. Los barriles de lluvia nos garantizan un amplío suministro de agua dulce, para lavarnos el pelo y regar las plantas. Este libro es como lluvia recogida en un barril, agua caída directamente del cielo. En él siempre encontraremos algo para refrescarnos y acercarnos de nuevo a la vida y obra de Raymond Carver.
Tess Gallagher
Ridge House
Port Angeles, Washington
Enero de 2000
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