jueves, 17 de agosto de 2023

Vivian Maier / La desconocida más famosa del mundo

 


VIVIAN MAIER


VIVIAN MAIER: LA DESCONOCIDA MÁS FAMOSA DEL MUNDO

Presentamos a una fotógrafa aficionada que deambuló durante cuatro décadas con su cámara y hoy está en los museos más importantes del mundo.

Por Óscar Colorado Nates*

Cuando Viviam Maier falleció en una casa de retiro seguramente se le vio solamente como una mujer mayor, sola, ex-niñera, sin mayor importancia. Nadie imaginó que era una fotógrafa consumada que había recorrido las calles de Chicago cada fin de semana durante cuatro décadas y que había llegado con su cámara a Francia, India o Egipto. Tampoco nadie, ni en los sueños más desquiciados, hubiera anticipado que sus fotografías acabarían exhibiéndose en los museos más importantes del mundo en decenas de países. Y nadie lo sabía porque Vivian Maier era una mujer reservada, apenas si se sabe algo de ella, pues era una persona que guardaba celosamente su privacidad. [1] Pero dejó su trabajo que fue rescatado y puesto en la mira de la comunidad fotográfica mundial.

Su historia ha llenado las páginas de periódicos, revistas y blogs, probablemente muy a su pesar. Se trata de un cuento de hadas soñado: Una suerte de “Mary Poppins” que, finalmente, ha sido reconocida a nivel mundial como una artista que supo registrar el ethos urbano de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.

Más allá de la anécdota de la niñera que hacía fotos, vale la pena revisar los escasos datos biográficos que se conservan de Vivian Maier pero, sobre todo, dar una lectura a este trabajo que nos ofrece pistas sobre su autora pero, por encima de todo, que merece estudio, análisis y apreciación.

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Vivian Dorothy Maier nació en Nueva York en 1926.[2] Su madre era francesa y su padre austro-húngaro.[3] De niña regresó a Francia, donde pasó buena parte de su niñez en los Alpes franceses. Al regresar a Estados Unidos trabajó en un taller clandestino para luego dedicarse a ser nana.[4]

Undated, New York, NY
Undated, New York, NY

Hacia 1949, aún en Francia, Maier comenzó a realizar fotografías con una cámara Kodak Brownie.[5] En 1952 compró una Rolleiflex cuando ya vivía en Nueva York. Para 1956 se mudó a los suburbios de North Shore en Chicago donde pasó la mayor parte de su vida. [6] La fotógrafa salió de Chicago únicamente una vez para hacer un viaje en Asia.[7]

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Maier vivía en el hogar de las familias que la empleaban. La nana cargaba siempre con su cámara, cuando llevaba a sus pupilos al parque o cuando salía a pasear los fines de semana.

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Obra

Nada se sabe sobre cómo aprendió Maier a fotografiar: Su formación artística es un misterio.[8]

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Durante su vida realizó más de 100.000 negativos.[9] Poquísimas imágenes llegaron a ser positivadas por falta de recursos económicos.

Antonio Muñoz Molina relata que Vivian Maier “Siempre salía llevando al cuello su cámara de fotos, que era un rasgo de su presencia personal tan invariable como sus grandes abrigos o gabardinas, sus sombreros de alas caídas, sus camisas masculinas, sus faldas como de monja de paisano, sus zapatos negros y austeros de tacón bajo. Todos los dueños de las casas en las que vivió y todos los niños a los que cuidó la vieron siempre con la cámara…”[10]

Untitled

Maier fue siempre muy consistente con los sujetos y motivos fotográficos que elegía. Hacía fotos de mujeres bien vestidas, ciudadanos mayores, niños, pordioseros (especialmente los que tenían alguna discapacidad)… Sin embargo tal vez su sujeto favorito era ella misma.

Vivian gustaba de hacerse fotografías en los reflejos de aparadores, espejos, copas en las ruedas de automóviles. Le fascinaba también dejar su propia huella y captar su sombra. Gracias a sus autorretratos sabemos cómo lucía, qué ropa usaba pero, paradójicamente “Cada autorretrato de Vivian Maier ahonda su secreto en lugar de disiparlo.”[11]

El abandono

Cuando los niños que cuidaba crecían, Maier se quedaba sin empleo y tenía que cambiar de residencia continuamente. “Conforme se mudaba de familia a familia, sus rollos sin revelar ni imprimir comenzaron a acumularse.”[12]

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Al no contar con ubicación fija, rentó un espacio para guardar sus fotografías. Ya jubilada, Maier se vio en la imposibilidad de pagar la renta de la bodega de modo que sus pertenencias fueron puestas en subasta. Todo el trabajo de una vida fue vendido un par de años antes de su muerte. A los 83 años, sin un centavo ni familia, lo único que tenía Maier era un cuerpo de obra fotográfica monumental que nunca mostró y que, eventualmente, perdió.[13]

El descubrimiento

En 2007 un joven de 29 años, John Maloof, investigaba junto al escritor Daniel Pogorzelski para crear una historia ilustrada del vecindario de Portage Park en Chicago para un libro de la serie Images of America [14]

Por menos de $400 dólares, Maloof compró una parte significativa del acervo fotográfico de Vivian Maier, contenido en el locker que la fotógrafa no pudo pagar.[15]

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“Cuando Maloof comenzó a positivar las fotos, el milagro se hizo cuerpo: escenas de calle de Nueva York y Chicago, casi todas de asombrosa potencia, décadas enteras de vida urbana, fragmentos que componen una narración de equilibrada verdad. El alucinado comprador intentó entrar en contacto con la fotógrafa. Los subastadores de los muebles le dijeron que era un anciana enferma.”[16] Maloof siguió buscando a Maier, pero la fotógrafa murió antes de poder ser localizada.[17]

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“En noviembre de 2008, Maier cayó sobre el hielo en la calle Howard, no lejos de su casa, y se golpeó la cabeza. Fue llevada, inconsciente, por paramédicos al hospital St. Francis en Evanston. Cuando volvió en sí, se negó a decirle al personal de la sala de emergencia lo que había sucedido y exigió que la dieran de alta. […] Para los próximos meses, Maier se resistía a comer y era apenas sensible a lo que ocurría a su derredor. Demasiado débil para volver a su apartamento, Maier fue transportada, a finales de enero de 2009, a un hogar de ancianos en Highland Park, donde su salud siguió disminuyendo. Murió el 21 de abril 2009.”[18]

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John Maloof comenzó, entonces, a vender los negativos en eBay. Algunos por $5 dólares, otros por $12. Uno de los compradores resultó ser el fotógrafo, crítico y académico Allan Sekula. El intelectual pidió a Maloof que dejara de vender los negativos para evitar que se dispersara la colección.[19]

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Maloof logró dar a conocer el trabajo de la fotógrafa. Sin embargo, esta labor siempre se ha visto ensombrecida por el hecho de que ha logrado beneficiarse económicamente con la obra de la artista. Posteriormente se ha entablado un complicado litigio alrededor de este acervo.[20]

Comparaciones y apreciación

El trabajo de Vivian Maier ha sido comparado con el de Robert FrankLee Friedlander o Weegee.[21]  En sus fotografías existen lazos con Walker Evans, Lisette Model pero, en especial con sus estampas de niños, con Helen Levitt.

Su trabajo, enlazado generacionalmente al de Diane Arbus o Garry Winogrand “…mantiene un distintivo elemento de calma, claridad en la composición y gentileza caracterizada por la falta de movimientos rápidos o emoción extrema.”[22]

En la obra de Maier existen, también, ecos de Lisette Model.

Para Antonio Muñoz Molina “Vivian Maier era el resumen de toda la gran fotografía americana del siglo XX y al mismo tiempo tenía una manera de mirar afiladamente suya, una sinuosa originalidad que escapaba de cualquier tentativa de clasificación.”[23]

Jeff Goldstein, uno de los poseedores de parte del legado de Maier, declara: “Conforme más se observa esta obra, más se sintoniza uno con ella. El trabajo de Vivan Maier se vuelve cada vez mejor y mejor.”[24]

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“Su obra fotográfica –se plantea como una fascinante ventana a la vida cotidiana en los espacios públicos de la segunda mitad del siglo XX…”[25]

Maier ha sido puesta en museos, galerías, series de televisión, documentales nominados al Óscar… Todo un logro para la llamada “Mary Poppins con cámara.”[26]

El secreto mejor guardado

No se sabe si Maier hizo algún esfuerzo por mostrar su obra, pero los numerosos negativos sin revelar indican que simplemente gustaba del proceso fotográfico, aunque no necesariamente del resultado.

Uno de los grandes enigmas de su obra es desentrañar por qué mantenía su trabajo en secreto y cómo era posible que fuera tan buena fotógrafa.[27] Sin embargo Vivian decidió permanecer en el anonimato: “…[no se sabe] por qué eligió mantener secreta una afición que le importaba tanto y para la que tenía tanto talento.”[28]

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Para Mark Brown “…esconder la obra de arte es lo opuesto a destruirla. Maier preservó su trabajo y lo abandonó en manos de otros.”[29]

Como dice Ánxel Grove: “Quizá le bastaba, drogada de calle y deambular, cumplir con la inmaculada misión de fotografiar el mundo como abrazándolo, sin más comentario que el contacto.”[30]

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Lo que Vivian nos dejó

Lo primero que salta a la vista en el trabajo de Maier es su consistencia, tanto en las elecciones temáticas como estéticas. Esto no es poca cosa: se trata de uno de los retos más importantes que enfrenta cualquier fotógrafo. A Maier le ayudaba la escasez de recursos fotográficos propios de su tiempo: durante años solamente tuvo una cámara, con una misma óptica. Esto ya era una restricción que se traducía en coherencia. Hoy existe un mar de opciones técnicas que desembocan, no pocas veces, en confusión y desastre para los fotógrafos.

Pero más allá de las limitaciones materiales, Maier era una mujer sobria en sus contenidos y consistente en su temática. En esto no tenía restricción externa alguna, ella podía fotografiar lo que se le viniera en gana. Pero sus elecciones fueron consistentes. Privilegió la fotografía de calle con un marcado tinte humanista y se coló en el cuadro, constantemente, para auto-representarse.

Vivian Maier trabajaba en la calle; fotografió muy poco en su espacio íntimo, y se trató prácticamente siempre de autorretratos.

Pero, ¿qué elegía Vivian cuando salía al espacio urbano? Observaba a las personas y estaba atenta a la acción y los acontecimientos. Podía hacer fotografías sin mayor obstáculo por muchas razones: en Estados Unidos mucha gente se deja fotografiar en la calle sin mayor empacho. Era un tiempo donde los temas de privacidad eran mucho menos agudos que en la actualidad. Finalmente, Maier era una mujer que debió ser percibida por la mayoría de sus sujetos como inofensiva, que practicaba su hobby los domingos. La fotógrafa no era llamativa: de raza blanca, no llamativamente bonita, vestida con dignidad pero con sencillez…

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Muy poca gente le debió prestar atención, y eso fue fantástico para su fotografía. Aunque hay apenas alguna imagen hecha por Maier con gente malencarada, en general se nota que sus sujetos no le daban mayor importancia al asunto, y por tanto lucían relajados. Maier y su cámara debieron ser notados, pero esto no le importó -es evidente- a los fotografiados.

Es muy notable, por otra parte, que Maier se interesara en los demás personas. Aunque hay algunas fotografías de geometrías, abstracciones o edificios, la inmensa mayoría de sus imágenes incluyen personas. Debido al uso de una cámara Rolleiflex de formato medio, encuadraba desde el visor con la cámara a la cintura lo cual confería a sus sujetos un aire de superioridad por el ángulo contra-picado con el que eran representados.

Pero hay un sujeto recurrente: la propia Maier. Se hacía autorretratos con frecuencia. Algunos de ellos son del tipo “firma” donde apenas se puede adivinar en dónde se encuentra la autora. En otros, apenas son huellas de la enunciación, es decir, sombras o vestigios de la presencia de Maier. No se trata en estos casos tanto de la representación del ser o aspecto de la autora, como de evidenciar su presencia en la escena. Y, desde luego, hay numerosas fotografías donde ella se muestra. Sin embargo, así como era de discreta, en la mayoría de sus autorretratos elige mostrarse a sí misma. Aunque esto es algo muy obvio cuando se usa una réflex binocular, también llegó a usar una telemétrica de 35 milímetros y Maier elegía mostrar su rostro apartando la cámara ligeramante. No cabe duda: a Vivian le gustaba verse a sí misma, y no suele ser una autorrepresentación estilizada o dramatizada, tampoco se investía como un personaje. Eran auto-exploraciones del ser, muy en la línea de los autorretratos de Rembrandt.

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La técnica fotográfica de Maier es notablemente afinada: imágenes en foco, bien expuestas, ausencia de vibrados…  Los recursos fotográficos con los que contamos hoy, en el terreno técnico, son tan variados como sofisticados. El fotógrafo casual tiene a la mano numerosas ayudas y automatizaciones que procuran compensar los posibles errores. Desde el enfoque y la exposición automáticos hasta la prioridad al tiempo de obturación para evitar vibrados, hoy con un smartphone es realmente difícil que una fotografía salga movida, claramente sub o sobre expuesta y fuera de foco. Sin embargo, esto no siempre fue así. La fotografía implicaba, en el tiempo de Vivian Maier, un reto técnico tan importante que muchos aficionados abandonaban la cámara por la frustración de llevar carretes a revelar con apenas una o dos fotografías técnicamente aceptables. Los manuales fotográficos previos a 1950 están plagados de instrucciones técnicas para lograr una toma aceptable donde lo estético (composición, lenguaje icónico, etcétera) era, muchas veces, secundario.

En esto contexto, es de hacer notar el dominio que tenía Vivian Maier de la cámara. En sus autorretratos no aparecen exposímetros, de modo que aprendió a calcular la cantidad de luz y ajustar los parámetros de exposición a simple vista. Sus fotografías están en foco y son, en su gran mayoría, congelados perfectamente nítidos. En las hojas de contacto que se han hecho públicas existen pocos errores o cuadros inservibles: a Maier le costaba cada disparo, y se notaba que cuidaba al máximo cada toma.

Formatos: la cámara de Maier

Hablando de los formatos, las réflex binoculares de formato medio como la que usaba esta fotógrafa implican retos en la composición (evitar la tiranía del cuadrado, por ejemplo) pero a cambio ofrecen una calidad espectacular gracias al negativo de tamaño mayor.

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Como ya se dijo anteriormente, poco se sabe de cómo aprendió Vivian a realizar fotografías. Pero, lo que queda muy claro, es que logró un nivel de oficio poco habitual para una aficionada. Sus fotografías tienen composiciones sólidas, en un formato difícil para diseñar (1:1). Privilegió el blanco y negro, aunque usó el color con acierto. Los costos de película y procesado seguramente influyeron en la elección de Maier, pero también es muy evidente que se sentía cómoda con el formato monocromático.

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A través de sus fotos, es muy claro que Vivian era una mujer muy inteligente, controlada, perspicaz, sutil, con gran sentido del humor y, fundamental para la fotografía de calle, observadora. Maier notaba las sutilezas de la calle. Era curiosa y exploraba las escenas en busca de alguna peculiaridad que podía ser desde las geometrías, las piernas de una mujer mayor, las miradas. Si un sujeto le interesaba (como el caso del payaso que se muestra a continuación), las hojas de contacto muestran que exploraba la escena y hacía fotos hasta que obtenía una toma que le satisfacía.

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Hoja de contactos

Vivian Maier iba, con mucho, más allá de una mera fotógrafa de domingo que usaba el medio como mero hobby para entretenerse. Sus imágenes son exploraciones, búsquedas, la evidencia de la necesidad vital que tenía Maier por explorar el mundo, a la gente.

Un tema sorprendente es que, con frecuencia, no podía revelar los carretes por razones económicas. De modo que no siempre hacía las fotos para verlas, o las capturaba pero realmente no sabía exactamente cuándo las vería. Las hacía porque necesitaba salir a la calle, observar, encuadrar, operar la cámara. Trabajó con una persistencia admirable, con auto-disciplina e inteligencia. No es extraño que muchas de sus fotografías sean excelentes ejemplos de composición, tema humano, humor, ecos visuales, cuidado de las formas y la geometría…

Estas fotografías no son silvestres, escapan con mucho a la llamada fotografía casual o Vernacular Photography como se denomina en inglés. La mirada de Maier fue cultivada, pacientemente, a lo largo de los años. Llegó a alturas inimaginables para una fotógrafa de domingo.

A pesar de todo lo anterior y de sus grandes méritos para ser una fotógrafa aficionada, hay un «pero»: el aislamiento auto-impuesto por Maier le impidió crecer. Vivian deambulaba por las ciudades pero habitaba, exclusivamente, el “Planeta Maier”. Su falta de roce social con el medio fotográfico le impidió formar parte de un ecosistema más grande que le habría mostrado las posibilidades de llevar su trabajo más lejos, de compartirlo con otros fotógrafos, editores o curadores. Este retiro voluntario le provocó el no buscar becas para financiar sus proyectos, pasar desapercibida y que sus fotografías acabaran en cajas arrumbadas en una bodega. Muy pocas personas, o quizá ninguna -no hay manera de saberlo- habrán vistos estas fotografías durante la vida de su autora.

Con Maier ocurre un poco, cabidas las proporciones y distancias, lo que con Eugene Atget cuando es descubierto por Berenice Abbott: su trabajo es realmente valorado a posteriori. Ni siquiera el propio Maloof, descubridor original del «Continente Maier», se percató de la importancia de esta obra como se pudo ver anteriormente. Fue muy afortunado que un entendido de la talla de Allan Sekula hubiera podido entrar a escena y rescatar un acervo fotográfico que se habría vendido de a cinco o doce dólares la pieza. El eventual rescate de estas fotografías ha permitido a la comunidad fotográfica maravillarse con el trabajo de Maier.

A manera de conclusión

Vivian Maier tiene mucho qué enseñarnos a través de su fotografía: paciencia, consistencia, perseverancia. Pero también algo muy importante: que la endogamia atrofia: El vivir únicamente encerrado limita al ser humano. Ciertamente que este aislamiento de Maier era un mecanismo de defensa que le ofreció seguridad. Pero acabó limitándola.

Vivian Maier pudo haber llegado muy lejos si hubiera tenido la oportunidad de mostrar sus fotografías a Lee Friedlander, Garry Winogrand, Diane Arbus o William Eggleston y conversar con ellos. Si hubiera afinado aún más sus temas, su mirada, habría podido obtener algún tipo de beca -como la Guggenheim, por ejemplo- y su trabajo podría haber sido notado por personajes como John Szarkowski del Museum of Modern Art.

Pero Vivian eligió la soledad y el aislamiento. Vivió sola y, no es extraño, murió sola. Solamente hoy podemos acompañarla a través de sus fotos, agradecer sus salidas de fin de semana, decirle que lo que hacía era fantástico. Y también podemos darle las gracias por compartir con nosotros su manera de ver el mundo. Que eso es, al final del día, el legado de los grandes maestros de la fotografía.


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Dr. Óscar Colorado Nates,
(Ciudad de México, 1969)

Académico, crítico, analista y promotor de la fotografía.

Doctor «cum laude» en Ciencias de la Documentación por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Narrativa y Producción Digital por la Universidad Panamericana (Cd. de México) donde es Investigador de Tiempo Completo y Profesor Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada así como Docente de Posgrado en Narrativa y Nuevas Tecnologías.
Autor de libros como Fotografía 3.0; El Mejor Fotógrafo del Mundo; Instagram, el ojo del mundo; Fotografía de Documentalismo Social; Fotografía Artística Contemporánea; El Mejor Fotógrafo del Mundo, Pensamientos Decisivos: 650 reflexiones fotográficas y Grandes de la Fotografía.
Comunicador transmedia, es director y conductor del programa de radio Imagen Líquida y creador de productos audiovisuales como El Mundo de la Fotografía o FotoPop.
Fundador del Observatorio de Cultura Fotográfica. Miembro del Seminario de Imagen y Cultura, la Asociación Mexicana de Estudios de Estética, el Seminario Permanente de Análisis y Crítica Cinematográfica y de The Photographic Historical Society (Rochester, NY), entre otras agrupaciones académicas.

OSCAR EN FOTOS




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