jueves, 27 de julio de 2023

Yayoi Kusama / Lunares de otro mundo

 


Yayoi Kusama

Lunares de otro mundo


FIETTA JARQUE

La vida de Yayoi Kusama ha transcurrido en el interior de una especie de burbuja que le ha impedido vivir abiertamente lo que llamamos realidad. La artista viva más importante de Japón tiene hoy 82 años y desde hace 34 reside, por voluntad propia, en un hospital psiquiátrico. Dice que el único arte que le interesa y que conoce es el que ella realiza, y que sus obras proceden de las alucinaciones que sufre desde la infancia. Sin embargo, hubo un momento en el que fue la chica de moda en la escena neoyorquina del pop art en los años sesenta. No solo por sus obsesivos cuadros de puntos, sino por sus performances callejeras y sus fotografías, películas experimentales y happenings en los que aparecía desnuda. Nunca ha temido exhibirse. Solo Andy Warhol la superaba en notoriedad, y otros artistas como Frank Stella, Yves Klein o Donald Judd alabaron sus obras. Joseph Cornell cultivó una estrecha relación con la joven, bella y enigmática japonesa. Hoy ya no recuerda nada de eso, o no quiere hacerlo. Yayoi Kusama tendrá a partir del próximo 10 de mayo una gran exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid. Una muestra que irá después al Centro Pompidou (París), la Tate Modern (Londres) y el Whitney (Nueva York). La artista, que no viajará a Madrid, accedió a contestar algunas preguntas por correo electrónico.

"Mi vida ha sido una lucha sin tregua. Pintar me produce una suma de gozo, vida y muerte"

"Mi vida ha sido una lucha sin tregua. Aunque he tenido que librar una batalla continua contra la obsesión desde que era niña, he logrado sobreponerme a ella a través de la pintura", afirma. Hija de una familia adinerada de la provincia de Nagano, decidió estudiar arte en Kioto para escapar del conservadurismo de su familia. Sus primeras pinturas tienen un aire surrealista y juegan con la abstracción. Un nuevo salto hacia la libertad que necesitaba fue su decisión de ir a Nueva York, en 1958. Una vez allí, las alucinaciones y un impulso obsesivo la llevaron a pintar gigantescos lienzos, que llamó Infinity nets, cubiertos por pinceladas uniformes con un mismo motivo y color repetido en toda la superficie. "Pinté sin parar día y noche los mismos motivos sobre un lienzo de diez metros de largo. El cuadro carecía de composición. Cuando estaba a punto de terminarlo sentí que había encontrado mi camino como artista y que los puntos habían cobrado su ser. Como estaba tan inmersa en mi trabajo me sentí suprimida, anulada dentro de las redes de puntos", comenta. Un instintivo adelanto a la pintura monocroma y al minimalismo que surgiría en años posteriores.


"Lo que más recuerdo de aquella época en Nueva York son las redes de puntos blancos que me envolvían hasta el infinito haciéndome su prisionera, rodeada por una cortina de despersonalización", afirma. "En esos años creé muchas Infinity nets que ahora están en las colecciones de museos de todo el mundo".


"¿Qué artistas conocí? Solo estoy interesada en mí misma como artista", dice. "En aquellos días estaba totalmente absorbida en la realización de mis obras, toda mi lucha estaba centrada en el arte". Yoko Ono y Haruki Murakami la tienen como maestra. Ella dice no conocerlos.


Los Polka Dots (algo así como lunares polka) se han convertido en su sello de identidad. En recientes instalaciones ha cubierto con ese motivo todo tipo de superficies, como en la bienal de Singapur con los árboles de rojo con lunares blancos. Los ha utilizado en instalaciones o salas y tiene esculturas u objetos de diseño con ese motivo en distintas variaciones, siempre con colores vibrantes. Ella misma suele vestir con llamativos trajes de lunares y pelucas de colores intensos. "Los Polka Dots aparecen en muchas de mis alucinaciones infantiles. Los he transferido al lienzo para ejercer mi creatividad", dice Yayoi Kusama.


Otro tipo de obra que le valió el reconocimiento en esos años son sus esculturas blandas, las Accumulation sculptures, conformadas por piezas alargadas como penes cosidas a mano, que recubrían todo tipo de mobiliario. El sexo o la comida fueron otras de sus obsesiones en aquellos años de movimientos sociales libertarios. Aunque lo suyo provenía de su propia estructura psíquica. Hizo algunas performances radicales que no fueron bien digeridas por la sociedad del arte estadounidense. Fue apartada del centro de atención y con ello se ahondó su depresión nerviosa. Volvió a Japón en 1973 y dejó parcialmente el arte para concentrarse en la escritura. Publicó novelas y poesía. Cuatro años más tarde decidió internarse en un hospital de Tokio donde sigue, aunque tiene un estudio cercano donde pasa parte del día pintando. En los últimos años parece haber recobrado renovadas energías y sus pinturas y ambientaciones le han ganado el reconocimiento internacional. "Creo que he conseguido cierto crecimiento espiritual como ser humano al ser consistente en mi búsqueda del arte a lo largo de mi vida. Al haber crecido alimentada por el arte ahora me siento embargada por la exaltación", insiste.


Tanto su obra de los años sesenta como la realizada hasta hoy tiene una vigencia sorprendente. Aparte de los puntos y las redes, los espejos son el tercer puntal de su estilo. En la exposición de Madrid, comisariada por Frances Morris, presentará una ambientación específica titulada Infinity mirrored room-Filled with the brilliance of life. Más de 150 piezas, además de proyecciones de sus películas, ofrecerán uno de los panoramas más completos realizados sobre la obra de esta artista, que concluye: "Como artista pintar cuadros me produce una suma de gozo, vida y muerte. Supongo que puedo decir con toda sinceridad que mi forma de vivir como artista en lucha ha sido correcta".


Yayoi Kusama. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Del 10 de mayo al 18 de septiembre.


EL PAÍS

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