El principio de la sabiduría de Henry Handel Richardson es una novela de internado por definición: comienza cuando Laura Tweedle Rambothan se va al colegio a Melbourne y termina cuando Laura se gradúa. Pero si estás imaginando una historia al estilo de ‘Torres de Mallory’, nada más lejos de la realidad. Esta novela australiana es menos complaciente, menos amable y posiblemente, mucho más veraz (y no está destinada a un público joven).
La protagonista es una chica de 12 años de una familia bien venida menos, lo que significa que su madre tiene que hacer grandes esfuerzos, trabajando muchísimo, para que ella puede acudir a ese elitista y prestigioso internado. Es inteligente, es espontánea, es pasional: cualidades todas que no sirven de nada en su escuela (cuando no resultan directamente contraproducentes). Allí lo único importante es tener dinero, no llamar la atención y sobre todo, encajar.
Ese es el único objetivo de Laura, que obviamente no podrá cumplir, porque ella, mal que le pese, no es como las demás. Tiene una madre que tiene que trabajar para pagar las facturas (algo vergonzoso) y ha crecido silvestre y feliz, sin saber que las relaciones sociales (al menos entre los ricos) se basan en el interés, la hipocresía y el fingimiento. Laura sueña con ser como las demás y para hacerlo esta dispuesta a (casi) lo que sea. Y ese es uno de los mayores aciertos del libro, mostrar como “la educación” puede malear cualquier espíritu cándido, bueno. Porque quizá Laura nunca será como las otras, pero tampoco podrá seguir siendo la que antes era. Los valores, por equivocados que sean, de las otras niñas de esa alta sociedad en miniatura que es el internado,  se han adherido a su piel, y al llegar a casa en vacaciones, será con su familia despectiva y cruel, como las otras alumnas lo son con ella.
Y es que el principio de la sabiduría solo se puede adquirir al precio de la pérdida de la inocencia, y eso es de lo que trata en realidad esta novela. Lo hace con un estilo irónico, divertido y profundamente moderno, que hace que las 330 páginas del libro (en la edición de Alba) se lean casi del tirón.
Pero además es un retrato muy certero de los sinsabores de la adolescencia. La descripción de cuando Laura llega por primera vez al colegio, sin saber cómo comportarse, y siente un montón de ojos fijos en ella, es deliciosa, y todo el que recuerde como era ser un niño en un sitio nuevo puede corroborar su precisión. Las inseguridades, los miedos, los pequeños fracasos de la protagonista son narrados ingenuamente, pero sin concesiones. Como una crónica directa desde el corazón de Laura.
Sin duda un libro imprescindible para recordar, al estilo más rousseauniano, lo que la sociedad hace con nosotros. La historia está basada en las experiencia de la propia autora (que utilizó un pseudónimo masculino para evitar sesgos machistas) en un internado australiano a finales del siglo XIX y se trata de una novela de formación muy recomendable, aunque hoy en día completamente olvidada. Para H.G.Wells, se trataba de la mejor ‘School story’ que podíamos leer. Y creo que no se equivocaba.