JOSÉ ANDRÉS ROJO Guadalajara (México) 30 NOV 2007
"Empecé a escribir poemas a los nueve años. Claro que fue por una chica. Al principio le mandaba versos de un argentino del siglo XIX, Almafuerte, pero no me hizo caso. Así que decidí probar yo mismo. Tampoco me hizo caso. Ella siguió por su camino y yo me quedé con la poesía". Juan Gelman reconoce encontrarse emocionadísimo con el Premio Cervantes en conversación telefónica desde el Distrito Federal, donde vive hace ya años. "Anoche vi que estaba en la lista de los favoritos, pero me dije: 'Juan, vos no", cuenta. Admira tanto al resto de los escritores que se barajaban en las quinielas, que se dijo que esta vez no le tocaba.
Así que era casi un retoño cuando le entró el vicio. "Mi hermano mayor me recitaba a mis siete u ocho años versos de Pushkin en ruso. Me llevaba a un rincón apartado y yo caía rendido por el ritmo y la música de aquellas palabras que no entendía en absoluto", explica.
La facultad de integrar un compromiso personal y político que viene de lejos y unas vicisitudes terribles en su pensamiento y su lenguaje poético, en vez de sepultar de forma planfletaria su poesía. Esa virtud -dibujada por el galardonado del año pasado y miembro del jurado, Antonio Gamoneda- de alguien que tras esas circunstancias lleva "la poesía tatuada en los huesos", según el ministro César Antonio Molina, llevaron ayer a Gelman a obtener por mayoría el Premio Cervantes y los 90.450 euros de su dotación. Gamoneda habló también de la aportación del escritor argentino al "enriquecimiento de la lengua castellana por sus incursiones en la lengua sefardí" y la "condición polifónica" de sus versos.
Sólo la suma de unos méritos así podían haberle ayudado a imponerse en la selección final a otros cuatro nombres de postín, algunos de ellos eternos candidatos: Blanca Varela, Nicanor Parra, José Emilio Pacheco y Mario Benedetti. Este último aseguró ayer: "Lo considero una de las voces más creadoras de la poesía latinoamericana y un periodista muy sagaz. Sus versos están llenos de preguntas que son a su vez una respuesta lúcida y despojada. Su palabra se proyecta hacia el lector, y lo alude, transformándolo".
El jurado estuvo formado por Gamoneda, Víctor García de la Concha, Francisco Albizúrez, José Miguel Ullán, José Manuel Sánchez Ron, María Ángeles Pérez, Amalia Iglesias, Martín Caparrós, Alfredo Conde, Rogelio Blanco y Mónica Fernández.
"Cervantes y Shakespeare me acompañan desde hace mucho", dice Gelman. "Pero no sólo el Quijote, también las Novelas ejemplares, el Persiles, el teatro... Me asombra la riqueza de la lengua, sus resonancias, la manera de utilizar las palabras".
Gelman nació en 1930 en Buenos Aires. Su familia, judía, procedía de Ucrania, pero hablaba en ruso, la lengua que impuso el zar. Su padre había participado en la revolución fallida de 1905 y había tenido que exiliarse en 1912 en Argentina. Su madre sí vivió la revolución rusa. El padre pudo regresar en 1922, pero todos salieron hacia Buenos Aires seis años después cuando los crímenes de Stalin empezaron a ser insoportables. "Les encantaba la música y la lectura, en ese clima me formé".
Si su querencia por la poesía empezó a los nueve años, su interés por la política le vino antes. "Recogíamos con los niños del barrio todos los envoltorios plateados de las chocolatinas que encontrábamos por ahí porque nos decían que servían para hacer balas para los republicanos que peleaban contra Franco". Se le mezclaron, pues, desde muy pronto la pasión por las palabras con la rabia por las injusticias. A finales de los sesenta se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una organización guevarista, para luchar contra las dictaduras de Lanusse y Onganía".
La Triple A y los grupos paramilitares les hicieron la vida imposible, y Gelman salió al exilio. En 1976 estaba en Roma cuando llegó la dictadura militar a Argentina. Trajo consigo el infierno. "El 26 de agosto entraron en casa de mi hijo Marcelo y se lo llevaron con su mujer Claudia, que estaba embarazada", recuerda. "A él lo asesinaron en octubre y a ella se la llevaron a Montevideo. Esperaron a que diera a luz y sólo entonces la liquidaron. Entregaron a la niña a un policía nacional. Tardamos 15 años en encontrar los restos de mi hijo y 23 en encontrar a mi nieta, la primera que me ha felicitado por el premio. Seguimos buscando los restos de mi nuera".
No hay comentarios:
Publicar un comentario