Gustavo Petro
El populismo sofístico
Por María Isabel Rueda |
María Isabel Rueda
El alcalde Gustavo Petro no ha sido capaz de canalizar el regalo de 8.000 viviendas gratis de la Nación a Bogotá.
El alcalde Gustavo Petro no ha sido capaz de canalizar el regalo de 8.000 viviendas gratis de la Nación a Bogotá. Tampoco el registro de Familias en Acción para el año entrante, que cobija con salud y educación a los más desamparados de la ciudad.
No son sus únicos actos de pésima gerencia. En agosto de este año, Petro rebajó las tarifas de TransMilenio en horas valle. Uno, para que los pobres paguen menos. Dos, para disminuir la presión sobre las horas pico. Al final, todo probó ser otro de sus populismos sofísticos.
La demanda en horas pico solo cedió de manera mínima, en 0,6 por ciento. Pero, en cambio, en horas valle, ante tarifas más baratas, aumentó en 9,7 por ciento. O sea, atrajo a 6.782 usuarios nuevos. Así, Petro puso a la ciudad a enriquecer más a los operadores de TransMilenio, pero empobreciendo sus propias arcas, como lo comprueba una sencilla operación matemática.
A los buses que antes estaban guardados en las horas valle tocó sacarlos del garaje para atender la nueva demanda de pasajeros. Por lo cual, mientras en mayo, 545 buses recorrían 339.405 kilómetros mensuales, en septiembre, 758 buses recorrieron 364.351 kilómetros. Es decir, 24.946 kilómetros más. Teniendo en cuenta que la ciudad les paga a los operadores por kilómetro recorrido, eso nos está costando 9.000 millones de pesos extras al mes. En un año nos costará 108.000 millones. O sea que a Bogotá la generosa rebaja de las tarifas de Petro le vale 16 millones pasajero-año. Lo cual es equivalente a que el Alcalde le regalara a cada uno de esos usuarios de TransMilenio en hora valle un Chevrolet Spark cero kilómetros.
¿Y dónde está la prueba de que quienes están aprovechando los recortes de las horas valle son las personas más pobres de la ciudad? Es una rebaja indiscriminada. No se dirige hacia los sectores más deprimidos, ni a los estratos socioeconómicos más bajos. Desde el punto de vista populista es tan inaudita, que la rebaja alcanza hasta para que Petro les esté regalando plata, vía tarifas, a los menos pobres. Reto a que el nuevo gerente de TransMilenio me rectifique.
A ese desastre súmese el boquete que ha abierto Petro en los índices de empleo de la ciudad con la caída en la construcción, en el último trimestre, de entre un 25 y un 34 por ciento. No se están iniciando nuevos proyectos porque Petro no les da agua. Tampoco hay seguridad jurídica: en el nuevo plan de ordenamiento territorial se obliga a los constructores a transferir el primer año el 25 por ciento del valor del proyecto a la construcción de vivienda de uso prioritario en el mismo sitio o, en su defecto, en el centro ampliado. ¿Será realista que se construya vivienda prioritaria al lado de un edificio nuevo en la 90 con 14? Como consecuencia, la vivienda en Bogotá se ha encarecido en cerca del 15 por ciento mientras la mayoría de las empresas constructoras capitalinas tradicionales, enloquecidas, se están trasteando a otras ciudades del país. Con la parálisis en la construcción, en nombre de Gustavo Petro ya se han perdido 40.000 empleos en Bogotá. Y algo más: lo que hace menos pobres a los pobres no es que vivan al lado del rico (¿cuántos niños del barrio Juan XXIII, que está al lado del colegio Nueva Granada de Bogotá, sueñan siquiera con entrar algún día a la Universidad Nacional?), sino que tengan igualdad de acceso a las oportunidades de los ricos, estilo vivienda con servicios públicos. Eso tampoco está pasando en el centro. El Acueducto, ahora ocupado en recoger las basuras, se arriesga a descapitalizarse. Y no se ve renovación en la red de acueducto y alcantarillado más antigua de la ciudad. ¿Habrá llegado la hora de aceptar la posibilidad de que no solo Gustavo Petro es menos inteligente de lo que creíamos, sino, lo que es más grave, mucho menos de lo que él mismo cree?
HABÍA UNA VEZ... Al echar para atrás la prohibición de los toros, la Corte Constitucional acaba de confirmar el despotismo de Gustavo Petro.
EL TIEMPO
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