miércoles, 16 de noviembre de 2011

Gabriel García Márquez / La noche de los alcaravanes


Triunfo Arciniegas

LA PREHISTORIA DE GARCÍA MÁRQUEZ II
BIOGRAFÍA

Los once cuentos de Ojos de perro azul, un libro poco memorable, representan la prehistoria literaria de Gabriel García Márquez. Con toda razón, García Márquez considera que se inició como escritor con La horajasca (1955) y “Un día después del sábado”, un cuento que hace parte de Los funerales de la Mamá Grande. Se sabe que escribió poemas.
         Con la explosiva fama de Cien años de soledad (1967) empiezan a buscar debajo de la alfombra del escritor. Vanguardia Dominical se da a la tarea de reunir esos primeros cuentos y pronto empiezan a circular por todas partes en ediciones piratas. El avergonzado padre no tiene otra salida que reconocer a los vástagos y les da por casa Ojos de perro azul en 1974. Luego publicará tres libros de cuentos para darnos una perpetua lección de maestría: Los funerales de la mamá Grande (1962), La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y Doce cuentos peregrinos (1992).
“La tercera resignación” es el primer cuento que publicó García Márquez (Fin de Semana, El Espectador, 1947). Tiene veinte años y todo el derecho a este pecado. Es un costeño pobre extraviado en el miserable frío bogotano. Quiere ser abogado (o lo quiere su familia) y termina como periodista. Un gran periodista, por supuesto. Su etapa de formación puede considerarse hasta 1955, el año de su primera novela, que trabaja con terquedad desde 1951, y nos deja la desigual cosecha de los once cuentos. De todos ellos, “La mujer que llegaba a las seis” vale la pena, y “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” es una absoluta maravilla.
“La noche de los alcaravanes” (1953), apenas una curiosidad. Narra de manera realista un hecho fantástico: los pájaros han arrancado los ojos a tres hombres, que ahora deambulan sin dueño por esta tierra de nadie. No es un gran cuento, ni siquiera es un buen cuento, pero es mejor que los otros ocho, propios de voz que aún no encuentra el tono. El lenguaje no se presta a la naturaleza de los hechos, y prácticamente no hay hechos, no existe el desarrollo de una historia. Los alcaravanes les sacaron los ojos a estos desafortunados hombres, ¿y qué? Para armar una historia no es suficiente concebir una idea: es necesario encontrar el desarrollo adecuado y apartar las torpezas como alimañas. El escritor se equivoca al escoger el narrador. Esa primera persona del plural resulta pesada, plana, exasperante. García Márquez aún no encuentra las herramientas narrativas. Una anécdota tan fantástica encajaría a la perfección en Cien años de soledad, por ejemplo, y sería creíble. En “La noche de los alcaravanes” el lector no se cree los hechos. Ni siquiera los otros personajes de la historia creen que los alcaravanes les sacaron los ojos a estos hombres que van por el mundo de la mano, como recortes de papel, no como criaturas de carne y hueso.
Aún faltan años de trabajo y dedicación para que el aprendiz de hechicero domine el oficio.

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2011



Gabriel García Márquez
LA NOCHE DE LOS ALCARAVANES


Estábamos sentados, los tres, en torno a la mesa, cuando alguien introdujo una moneda en la ranura y el Wurlitzer volvió a iniciar el disco de toda la noche. Lo demás no tuvimos tiempo de pensarlo. Sucedió antes de que recordáramos dónde nos encontrábamos: antes de que hubiéramos recobrado el sentido de la orientación. Uno de nosotros extendió la mano por encima del mostrador, rastreando (nosotros no veíamos la mano. La oíamos), tropezó con un vaso y se quedó quieto después, con las dos manos descansando sobre la dura superficie. Entonces los tres nos buscamos en la sombra y nos encontramos allí, en las coyunturas de los treinta dedos que se amontonaban sobre el mostrador. Uno dijo:
-Vamos.
Y nos pusimos en pie, como si nada hubiera sucedido. Todavía no habíamos tenido tiempo para desconcertarnos.
En el corredor, al pasar, oímos la música cercana, girando contra nosotros. Sentimos el olor a mujeres tristes, sentadas y esperando. Sentimos el prolongado vacío del corredor delante de nosotros, mientras caminábamos hacia la puerta, antes de que saliera a recibirnos el otro olor agrio de la mujer que se sentaba junto a la puerta. Nosotros dijimos:
-Nos vamos.
La mujer no respondió nada. Sentimos el crujido de un mecedor, cediendo hacia arriba, cuando ella se puso en pie. Sentimos las pisadas en la madera suelta y otra vez el retorno de la mujer, cuando volvieron a crujir los goznes y la puerta se ajustó a nuestras espaldas
Nos dimos vuelta. Allí mismo, detrás, había un duro aire cortante de madrugada invisible y una voz que decía:
-Apártense de ahí, voy a pasar con esto.
Nos echamos hacia atrás. Y la voz volvió a decir:
-Todavía están contra la puerta.
Y sólo entonces, cuando nos habíamos movido hacia todos lados y habíamos encontrado la voz por todas partes, dijimos:
-No podemos salir de aquí. Los alcaravanes nos sacaron los ojos.
Después oímos abrirse varias puertas. Uno de nosotros se soltó de las otras manos y lo oímos arrastrarse en la sombra, vacilando, tropezando con los objetos que nos rodeaban. Habló desde algún sitio de la oscuridad:
-Ya debemos estar cerca -dijo-. Por aquí hay un olor a baúles amontonados.
Sentimos otra vez el contacto de sus manos; nos recostamos contra la pared y otra voz pasó entonces pero en dirección contraria.
-Pueden ser ataúdes -dijo uno de nosotros.
El que se había arrastrado hasta el rincón y respiraba ahora a nuestro lado dijo:
-Son baúles. Desde pequeño aprendí a distinguir el olor de la ropa guardada.
Entonces nos movimos hacia allá. El suelo era blando y liso, como de tierra pisada. Alguien extendió una mano. Sentimos un contacto de piel larga y viva, pero ya no sentimos la pared del otro lado.
-Esto es una mujer -dijimos.
El otro, el que había hablado de los baúles, dijo:
-Creo que está durmiendo.
El cuerpo se sacudió bajo nuestras manos; tembló; lo sentimos escurrirse, pero no como si se hubiera puesto fuera de nuestro alcance, sino como si hubiera dejado de existir. Sin embargo, después de un instante en que permanecimos quietos, endurecidos, recostados hombro contra hombro, oímos su voz.
-¿Quién anda por ahí? -dijo.
-Somos nosotros -respondimos sin movernos.
Se oyó el movimiento en la cama; el crujir y el rastro de los pies buscando las pantuflas en la oscuridad. Entonces imaginamos a la mujer sentada, mirándonos cuando todavía no acababa de despertar.
-¿Qué hacen aquí? -dijo.
Y nosotros dijimos:
-No lo sabemos. Los alcaravanes nos sacaron los ojos.
La voz dijo que había oído algo de eso. Que los periódicos habían dicho que tres hombres estaban tomando cerveza en un patio donde había cinco o seis alcaravanes. Siete alcaravanes. Uno de los hombres se puso a cantar como un alcaraván, imitándolos.
-Lo malo fue que dio una hora retrasada -dijo-. Fue entonces cuando los pájaros saltaron a la mesa y les sacaron los ojos.
Dijo que eso habían dicho los periódicos, pero que nadie les había creído. Nosotros dijimos:
-Si la gente fue allá debieron ver los alcaravanes.
Y la mujer dijo:
-Fueron. El patio estaba lleno de gente, al otro día, pero la mujer ya se había llevado los alcaravanes a otra parte.
Cuando nos dimos la vuelta, la mujer dejó de hablar. Allí estaba otra vez la pared. Con sólo dar vueltas encontrábamos la pared. En torno a nosotros, cercándonos, estaba siempre una pared. Uno volvió a soltarse de nuestras manos. Lo oímos rastrear otra vez, olfateando el suelo, diciendo:
-Ahora no sé por dónde andan los baúles. Creo que ya andamos por otra parte.
Y nosotros dijimos:
-Ven acá. Alguien está aquí, junto a nosotros.
Lo oímos acercarse. Lo sentimos levantarse a nuestro lado y otra vez nos golpeó su aliento tibio en el rostro.
-Estira las manos hacia allá -le dijimos-. Allí hay alguien que nos conoce.
Él debió extender la mano; debió moverse hacia donde le indicamos, porque un instante después regresó para decirnos:
-Creo que es un muchacho.
Y le dijimos:
-Está bien, pregúntale si nos conoce.
Él hizo la pregunta. Oímos la voz apática y simple del muchacho que decía:
-Sí los conozco. Son los tres hombres a quienes los alcaravanes les sacaron los ojos.
Entonces habló una voz adulta. Una voz de mujer que parecía estar detrás de una puerta cerrada, diciendo:
-Ya estás hablando solo.
Y la voz infantil dijo despreocupadamente:
-No. Es que aquí están los hombres a quienes los alcaravanes les sacaron los ojos.
Se oyó un ruido de goznes y luego la voz adulta, más cercana que la primera vez.
-Llévalos a su casa -dijo.
Y el muchacho dijo:
-No sé dónde viven.
Y la voz adulta dijo:
-No seas de mala índole. Todo el mundo sabe dónde viven desde la noche en que los alcaravanes les sacaron los ojos.
Luego siguió hablando en otro tono, como si se dirigiera a nosotros:
-Lo que pasa es que nadie ha querido creerlo y dicen que fue una falsa noticia de los periódicos para aumentar las ventas. Nadie ha visto los alcaravanes.
Y nosotros dijimos:
-Pero nadie me creería si los llevo por la calle.
Nosotros no nos movíamos; estábamos quietos, recostados contra la pared, oyéndola. Y la mujer dijo:
-Si éste quiere llevarlos es distinto. Después de todo, nadie daría importancia a lo que dijera un muchacho.
La voz infantil intervino:
-Si salgo a la calle con ellos y digo que son los hombres a quienes los alcaravanes les sacaron los ojos, los muchachos me tirarían piedras. Todo el mundo dice por la calle que eso no puede suceder.
Hubo un instante de silencio. Luego la puerta volvió a cerrarse, y el muchacho volvió a hablar:
-Además, ahora estoy leyendo a Terry y los Piratas.
Alguien nos dijo al oído:
-Voy a convencerlo.
Se arrastró hacia donde estaba la voz.
-Eso me gusta -dijo-. Por lo menos, dinos qué le pasó a Terry esta semana.
Está tratando de hacerse a su confianza, pensamos. Pero el muchacho dijo:
-Eso no me interesa. Lo único que me gusta son los colores.
-Terry estaba en un laberinto -dijimos. Y el muchacho dijo:
-Eso fue el viernes. Hoy es domingo y lo que me interesa son los colores -y lo dijo con la voz fría, desapasionada, indiferente.
Cuando el otro regresó, dijimos:
-Llevamos como tres días de estar perdidos y no hemos descansado una sola vez.
Y uno dijo:
-Está bien. Vamos a descansar un rato, pero sin soltarnos de las manos.
Nos sentamos. Un invisible sol tibio empezó a calentarnos en los hombros. Pero ni siquiera la presencia del sol nos interesaba. La sentíamos ahí, en cualquier parte, habiendo perdido ya la noción de las distancias, de la hora, de las direcciones. Pasaron varias voces.
-Los alcaravanes nos sacaron los ojos -dijimos.
Y una de las voces dijo:
-Éstos tomaron en serio a los periódicos.
Las voces desaparecieron. Y seguimos sentados así, hombro contra hombro, esperando a que en aquel pasar de voces, en aquel de imágenes pasara un olor o una voz conocidos. El sol siguió calentando sobre nuestras cabezas. Entonces alguien dijo:
-Vamos otra vez hacia la pared.
Y los otros, inmóviles, con la cabeza levantada hacia la claridad invisible:
-Todavía no. Esperemos siquiera a que el sol empiece a ardernos en la cara.
(1953)




Cuentos de Gabriel García Márquez

DE OTROS MUNDOS
Ojos de perro azul (1947 - 1955)

LA TERCERA RESIGNACIÓN (1947)
LA OTRA COSTILLA DE LA MUERTE (1948)
EVA ESTÁ DENTRO DE SU GATO (1948)
AMARGURA PARA TRES SONÁMBULOS (1949)
DIÁLOGO DEL ESPEJO (1949)
OJOS DE PERRO AZUL (1950)
LA MUJER QUE LLEGABA A LAS SEIS (1950)
NABO, EL NEGRO QUE HIZO ESPERAR A LOS ÁNGELES (1951)
ALGUIEN DESORDENA ESTAS ROSAS (1952)
LA NOCHE DE LOS ALCARAVANES (1953)
MONÓLOGO DE ISABEL VIENDO LLOVER EN MACONDO (1955)

Los funerales de la Mamá Grande (1962)
UN DÍA DE ÉSTOS (1962)
LA SIESTA DEL MARTES (1962)
EN ESTE PUEBLO NO HAY LADRONES (1962)
UN DÍA DESPUÉS DEL SÁBADO (1962)
LA PRODIGIOSA TARDE DE BALTASAR (1962)
ROSAS ARTIFICIALES (1962)
LA VIUDA DE MONTIEL (1962)
LOS FUNERALES DE LA MAMÁ GRANDE (1962)

La increíble y triste historia de Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972)
EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO (1968)

Otros cuentos

EN AGOSTO NOS VEMOS
LA TIGRA

MESTER DE BREVERÍA
Gabriel García Márquez / El drama del desencantado
Gabriel García Márquez / Ladrón de sábado
Gabriel García Márquez / El prisionero


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