Chíchira 21 de febrero de 2008 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Silvia Tomasa Rivera
CAMINO DE TIERRA
En el camino de tierra está la luz
luna de siempre que habitan los fantasmas.
A veces escarcha, humedad de trigales.
El hombre solo va,
capoteando un brillo de serpiente.
Es la noche en la tierra
en el campo verdoso e infinito
es un pájaro muerto por el hambre:
escopeta cargada de silencio.
Mismo dolor de siempre, ya sin hora.
El hombre a tientas va
con la capa de espinas en sus plantas.
¿Quién no olvida el morir, quién
se lo calla?
Eco sin grito, piquete de alacrán,
con la lengua entumida mira el tiempo.
Mira el tiempo lo mismo que el abismo
como el agua corriendo entre sus piernas,
puente de piedra, fuerte en madrugada
fuga de sangre, aullido.
No se sabe de balas ni de espadas
Nada más los aviones dejan huella
y un ruido sordo sobre los techos
otra vez y apenas construidos
entre aires de ceniza.
Es hora de empezar,
la madrugada se hunde entre los poros
la paloma despierta,
una mano de lágrima la encubre.
Aquí no pasa nada
sólo los chupamirtos entorpecen
el murmullo del agua.
Sólo si llega el sol habrá noticias
antes nada.
Las muchachas ahora se dispersan
en sus manos sostienen
el cántaro del sueño:
vayan juntas, les gritan
con una sola voz que ellas conocen.
Pero no tienen miedo las muchachas
porque el aire les sobre
porque la muerte —a veces— ni mirarla.
luna de siempre que habitan los fantasmas.
A veces escarcha, humedad de trigales.
El hombre solo va,
capoteando un brillo de serpiente.
Es la noche en la tierra
en el campo verdoso e infinito
es un pájaro muerto por el hambre:
escopeta cargada de silencio.
Mismo dolor de siempre, ya sin hora.
El hombre a tientas va
con la capa de espinas en sus plantas.
¿Quién no olvida el morir, quién
se lo calla?
Eco sin grito, piquete de alacrán,
con la lengua entumida mira el tiempo.
Mira el tiempo lo mismo que el abismo
como el agua corriendo entre sus piernas,
puente de piedra, fuerte en madrugada
fuga de sangre, aullido.
No se sabe de balas ni de espadas
Nada más los aviones dejan huella
y un ruido sordo sobre los techos
otra vez y apenas construidos
entre aires de ceniza.
Es hora de empezar,
la madrugada se hunde entre los poros
la paloma despierta,
una mano de lágrima la encubre.
Aquí no pasa nada
sólo los chupamirtos entorpecen
el murmullo del agua.
Sólo si llega el sol habrá noticias
antes nada.
Las muchachas ahora se dispersan
en sus manos sostienen
el cántaro del sueño:
vayan juntas, les gritan
con una sola voz que ellas conocen.
Pero no tienen miedo las muchachas
porque el aire les sobre
porque la muerte —a veces— ni mirarla.
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