Título original: Blue Velvet Dirección y guión: David Lynch Producción: Fred Caruso para De Laurentiis Entertainment Group Fotografía: Frederick Elmes, en Technicolor y CinemaScope Montaje: Duwayne Dunham Música: Angelo Badalamenti Intérpretes: Kyle MacLachaln (Jeffrey Beaumont); Isabella Rossellini (Dorothy Vallens); Dennis Hopper (Frank Booth); Laura Dern (Sandy Williams); George Dickerson (detective Williams); Hope Lange (señora Williams); Dean Stockwell (Ben) Nacionalidad: EE.UU. Año: 1986
Vestía terciopelo azul Más azul que el terciopelo era la noche Más suave que el satín era la luz De las estrellas
A David Lynch yo lo conocía única y exclusivamente por haber llevado a la gran pantalla la novela de Frank Herbert Dune. Y vale que la película tiene sus defectos, le falta cerca de una hora de metraje, y todo lo que quieras, pero aun así logró ser muy superior a la serie de televisión Frank Herbbert's Dune, que contaba con más horas, más efectos especiales y más presupuesto. Vamos, que a mi me gustó, a pesar de todo.
El otro día, viendo un documental sobre Dino de Laurentiis (el productor de Dune), éste hablaba largo y tendido sobre David Lynch, y reconocía que tras el error de cortar su película Dune, le dejó hacer lo que le diese la gana con Terciopelo azul, y por eso salió una película tan buena. Así que me picó la curiosidad, sobre todo porque Kyle MacLachaln (que ya había sido Paul Atreides) tambien era protagonista de esta película.
¿Y qué nos encontramos en esta película de Lynch? Pues de todo, la verdad, pero sobre todo calidad, saber hacer y una historia muy bien contada.
Lynch nos presenta un pueblecito tranquilo, de casas unifamiliares, con niños cruzando seguros la carretera, con jardines de vallas blancas y con rosas rojas y amarillas. Los bomberos saludan al pasar en sus inmaculados camiones, que parecen no haber sido utilizados nunca para apagar un fuego, y los hombres riegan el jardín mientras sus señoras preparan el almuerzo y una suave melodía suena en la radio. Es la América idílica, pero tras esa ilusión de perfección y felicidad, todo está a punto de estallar. Películas como Pleasantville o American Baeuty repetirían, una década después, ese mundo plácido y dulce que de repente se quiebra.
En la historia, el detonante de todo es el señor Beaumont, que sufre un ataque y es hospitalizado. A partir de ahí, las casualidades se van a ir sucediendo. Su hijo Jeffrey tiene que volver de la univesidad para ocuparse del pequeño negocio de su padre. En uno de sus paseos, Jeffrey va a descubrir la oreja cortada de un hombre. Tras informar a un inspector de policía amigo de su padre, la trama se dispara. Jeffrey y Sandy, la hija del inspector, empiezan a investigar lo sucedido y a involucrarse en un mundo miserable (que representa Dennis Hopper como Frank) y a la vez sensual y misterioso (de la mano de Isabella Rossellini como la cantante Dorothy).
Desde el mismo comiezo de la película, Lynch nos desborda los sentidos. Las escenas están muy bien construidas, y la música se hace imprescindible para transmitirnos lo que está ocurriendo. Lo bizarre, lo extremo, se introduce de inmediato en la película. La mezcla del placer y del dolor, la humillación física, el deseo sexual... todo ello se nos va mostrando, y va haciendo mella en nosotros. Y es que Lynch sabe cómo hacer que el espectador reaccione, que no se distancie de la película, sino que se introduzca dentro y se sobresalte o se sienta seducido a la par que lo hacen los personajes.
Destaca sin duda Kyle MacLachaln en su papel de Jeffrey Beaumont, que nos hace sentirnos identificados con su personaje, consiguiendo que el protagonista no sea un superdetective a lo Bruce Willis, sino una persona corriente, con una forma de ver el mundo muy similar a la que tú y yo podemos tener.
Y cuando uno ya creía que la película era simplemente genial, Lynch nos la juega y nos demuestra que por interesante que sean la trama y la investigación, no todos son partícipes y la vida sigue adelante: Sandy Williams soñando con el amor verdadero que la salve del tedio del pueblo ("El amor puede solucionarlo todo"), su ex-novio con un ataque de celos, o la tía de Jeffrey viendo siempre películas de misterio y metiéndose en lo que no le importa.
Terciopelo azul tiene un final soberbio, no tanto por los diálogos o los descubrimientos que se puedan hacer, sino por la sensación de "regreso a lo cotidiano". Un final que es la guinda para una película que en 1986 fue rompedora, provocadora, y eso sin llegar a mostrar realmente momentos de violencia extrema, ni tiroteos, ni sangrías. Es una película que pide mucho al espectador, pero que recompensa con creces. Pero ante todo, a pesar de lo extrañas que nos llegan a parecer algunas situaciones, es una peícula realista. Con diálogos, sentimientos y personajes que todos hemos dicho experimentado o conocido alguna vez, aunque quizá de forma no tan extrema.
Ante todo, un gustazo de película.
José Joaquín Rodríguez |
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