lunes, 5 de junio de 2000

Graham Greene / Espías en el laberinto



Espías en el laberinto

JESUS FERNÁNDEZ SANTOS
19 OCT 1980


Resultaría inútil descubrir ahora la personalidad de Graham Greene, escritor, viajero, autor teatral, en tiempos agente más o menos secreto, como tantos de sus protagonistas, asiduamente repudiado por el Premio Nobel. Su catolicismo particular roza la sombra de su propia moral, de un dios particular, compasivo y burlón, a su imagen y semejanza.Desde el principio de los tiempos y, sobre todo, de las guerras, existen los servicios de información. Los siglos han cambiado su imagen, no sus procedimientos ni sus necesidades. Hoy, a medida que el arte de matar va haciéndose más eficaz y complicado, también la información secreta se asemeja a un laberinto, en el que agentes simples, cuando no agentes dobles, se persiguen a ciegas, unas veces en pos de una remuneración y, en ocasiones, por puro patriotismo.





El factor humano

Según la novela de Graham Greene. Dirección: Otto Preminger. Intérpretes: Richard Attenborough, John Gilgud, Derek Jacobi, Robert Morley, Nicol Williamson y la presentación de Iman. Aventura, 1979. Locales de estreno: Albéniz, Torre de Madrid y Minicine 3.

Este mundo particular, oscuro y a la vez apasionante, ha dado pie y materia a un tipo de novelas muy particular. Desde el más puro esquematismo de relatos en los que la acción por la acción se reduce a puros datos exteriores, hasta Greene, donde corre una amplia gama que culmina en este Factor humano, en el que el hombre vive y actúa como tal, acosado por sus mismas fuerzas en contra de sus enemigos o por mejor decirlo: en contra de otros hombres.
Así, lo que distingue al escritor de tantos otros, es ese andar a ras de tierra de sus héroes, que se remonta a sus primeras invenciones.

Agente doble

Conocedor por experiencia de personajes y ambientes, corno ya demostrara en ocasiones anteriores, profundo observador desapasionado del corazón humano, aquí presenta a un agente doble inglés atrapado en el laberinto de sus servicios al imperio británico y de sus propias convicciones. Como siempre en su vida y en su obra, se halla presente la ironía, ese humor especial que toca las orillas de la muerte y la vida, en este caso a la sombra de una pasión que nace por encima de razas y colores. La afición del autor por lo exótico nos lleva desde su habitual Inglaterra hasta Africa del Sur, donde esas mismas razas luchan por su definitiva hegemonía. La primera parte en la que se nos presenta la cara amable de los servicios británicos es lo mejor del filme. La segunda, cuando se nos ofrece su imagen verdadera y el amor cobra importancia, aparece más fría y rutinaria. Quizá ello se deba a una falta de fe del propio Greene en los motivos y procedimientos de sus antiguos compañeros utilizados en el servicio de su patria.Otto Preminger ha tomado del libro original lo que podía servirle y poco más, aderezándolo con una buena dirección de excelentes actores, tal como suele suceder en los repartos británicos.
La nota de color corre a cargo no sólo de la famosa Iman, más modelo que actriz, sino también de aquel famoso Claudio, que hace poco nos contaba en el televisor la decadencia de la corte romana. Todo cuanto la novela ofrece más allá de la anécdota o la intriga. queda en el filme de Preminger más para ser adivinado que sentido, más para ser leído que admirado. Tal parece ser hoy la servidumbre del cine nacido de la literatura: sugerir, interesar, hacer volver al espectador sobre el original para hallar la plenitud de las imágenes en la clave más honda de las páginas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 1980

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