Graham Greene, católico agnóstico
El novelista británico acaba de publicar su novela número 25, 'El capitan y el enemigo'
Irene Bignardi
Antibes, 31 de octubre de 1988
El hombre alto y muy delgado, un poco encorvado, de ojos dolientes, transparentes, increíblemente azules, sentado en un sofá y enmarcado en la vista otoñal del puerto de Antibes, que me ofrece y se ofrece -son las once de la mañana- un gran vaso de vodka con hielo, también afirma, con un increíble sentido de la autodestrucción, con un gran understatement (subestima), que El capitán y el enemigo [editada en España por Seix Barral] no es su novela preferida. ¿Por qué? "Porque quizá me ha estado rondando durante largo tiempo. Comencé a escribirla hace 15 años, la abandoné porque pensé que no era buena y la retomé para descubrir que tenía demasiados ecos de mis otros libros, que les debía demasiado".
Según parece, las deudas literarias son una obsesión para Graham Greene. Durante años ha cultivado una gran pasión por Conrad, que fue, y sigue siendo, su autor preferido. "Sin embargo, me gustó demasiado El corazón de las tinieblas.Me gustó demasiado El negro del Narcissus. Me gusto demasiado El agente secreto. Y debo decir que, si bien no me gustó, ha influido mucho en mí aquel horrible libro, La flecha de oro. Por este motivo, en cierto momento decidí dejar de leer a Conrad. Lo hice durante 20 años, hasta que sentí que había adquirido mi propio estilo".La leyenda viviente que es Graham Greene puede permitirse una autocrítica semejante. También puede permitirse sugerir que la literatura no es lo más importante de su vida.
A sus 84 años -acaba de cumplirlos el 2 de octubre- Greene se prepara para partir hacia la Unión Soviética, donde participará en un congreso sobre un tema que parece inspirado en los diálogos entre su Don Quijote y su Sancho Panza, entre cristianismo y comunismo. Pero sobre todo parte hacia allí porque se ha reconciliado con la Unión Soviética, porque está "convencido al ciento por ciento de la seriedad de las intenciones de Gorbachov", porque está fascinado.
Católico converso por amor a su primera mujer, sin "ninguna relación emotiva con el catolicismo hasta que lo vi brutalmente perseguido en México, en 1937", Greene se define ahora como un "católico agnóstico". Pero insiste en que desde sus primeros libros ha sido siempre un hombre de izquierda, utilizando el papel como un campo de batalla.
Invitado por Pablo VI
Como católico, fue invitado una vez por el papa Pablo VI. "El Papa empezó a nombrar los libros míos que había leído, comenzando por uno no demasiado serio, Orient Express. Después me habló con entusiasmo de El poder y Za gloria.Tuve que interrumpirle: 'Pero, Santidad, ¿sabe usted que ese libro está en el Index?'. Me preguntó quién lo había condenado. 'El cardenal Pizzardo', le respondí. Y él siguió diciendo: 'Mi estimado señor Greene, siempre habrá cosas en sus libros que hieran a aláün católico,'pero no se inquiete". Como simpatizante de la izquierda, ha visitado con asiduidad, dW rante años, la URS S. Rompió con los rusos "por la condena a Siniavsky, comunicándoles que no quería que mis libros se siguieran publicando en la URSS".
Hace algunos años, su traductor ruso, "que no es un buen traductor, pero como persona me cae muy bien", le escribió: "Es hora de que vuelvas; pasemos unas vacaciones románticas en Tashkent o en Samarcanda". Y pensé: %Por qué no?".
"Sin embargo, primero fui a Jerusalén como huésped de su alcalde, Teddy Kollek, a quien hablé de mi inminente viaje. Y Teddy hizo que me encontrara con la señora Scharansky. Conocí al detalle la historia de su marido. Entonces comprendí que las circunstancias aún no me permitían volver a Rusia".
Pasaron algunos años y "después de la muerte de Breznev y Chernenko", Greene retornó a Moscú. "Era un país nuevo. En mis viajes anteriores nunca había estado en casa de nadie. En las conversaciones siempre reinaba una cierta prudencia. En cambio ahora iba a las casas, hablaba con libertad". En estos años de Gorbachov, el feliz octogenario ha estado cuatro veces en la URSS: ha estado en Georgia, a orillas del mar Negro y en Siberia. "Gorbachov tiene frente a sí un trabajo enorme. Los escritores tienen un gran poder en la URSS, ciertamente, más que en Inglaterra o en Norteamérica. Y si también se les pudiera ayudar un poco...".
Durante una de sus últimas visitas a Moscú, Graham Greene se encontró con Kim Philby. "Siempre me ha gustado Philby. Trabajé a sus órdenes durante la guerra, en el Mi6 [servicio británico de espionaje]. Era una excelente persona, muy eficiente. Muchas veces tuve la sensación de que en la base de su comportamiento existía una gran ambición personal. Sólo más tarde descubrí que no se trataba de ambición personal, sino de la devoción a una causa, y he comprendido".
En cambio, los británicos, partiendo de su anügo Evelyn Waugh, no han comprendido nada, tampoco el prólogo de Greene al libro de Philby My silent war."Escribí aquel prólogo en nombre de una vieja amistad y también porque Philby no traicionó, si ésta es la palabra, por dinero, sino por fe. No afirmaré que los ideales son lo más importante de la vida, pero ciertamente son una buena excusa".
Su inagotable curiosidad le ha llevado, cada vez con mayor frecuencia, a las zonas calientes de Latinoamérica. "Todo comenzó con un telegrama de invitación por parte del general panameño Torrijos, allá por 1969. Desde entonces y hasta su muerte, en un atentado, nos veíamos todos los años, menos en 1979, cuando me operaron de cáncer".
Torrijos y Neruda
Fueron Torrijos y Neruda quienes le presentron a Allende. Fue Torrijos quien le puso en contacto con los sandinistas. "Fue el conocimiento directo de esta situación lo que hizo volverme más antinorteamericano que nunca, al menos en Iberoamérica. A decir verdad, ya era antinorteamericano desde mucho' antes: siempre pensé que la invasión norteamericana de la República Dominicana fue algo vergonzoso, y mucho más dañina, por lo que supuso de ensayo general para la invasión rusa a Checoslovaquia, organizada de acuerdo al mismo modelo".
A la vuelta de sus viajes, desde su refugio veraniego de Anacapri o desde su base parisiense, Greene vuelve con regularidad, desde hace 30 años, a Antibes, "donde he venido por pan y por vino: ahora el vino es siempre bueno, pero el buen pan ya no se encuentra". Vuelve a su sencillo apartamento de dos habitaciones, con vistas sobre el fuerte de Vauban y sobre los yates, a sus viejos libros bien alineados, al cuadro del ramo de flores que le regaló Castro, al último libro de Bery1 Bainbridge, abierto sobre la mesa, al juego del escarabeo, a las polémicas ya apagadas contra los negocios fraudulentos en la Costa Azul y a Y.
Es precisamente a "Y con todos los recuerdos / de casi treinta años / que tenemos en cornún" a quien está dedicado The captain and the enemy. Es madame Y, eternamente apartada por la discreción y el afecto al amigo, quien viaja con él, quien responde al teléfono, quien selecciona las pocas entrevistas, quien desayuna con Greene en Chez Felix, un pequeño restaurante situado en los bajos de la casa.
Remolonea en la cama
Greene se despierta temprano, habla, remolonea en la cama. Escribe por la tarde, cuando el aire del puerto se vuelve cristalino. Ve a poca gente. Contesta cartas. El otro día había una de Shirley Temple, contra quien lanzó sus dardos durante los años en que era crítico cinematográfico del Spectator, afirmando que la Fox utilizaba a la pequeña diva para excitar a los viejos. Después vinieron causa, proceso y condena. "Miss Temple me pedía, con gran amabilidad, permiso para utilizar citas tomadas de mis reseñas e incluirlas en una autobiografía que está preparando. Agregaba que sabía muy bien dónde tenía colgada, durante la guerra, la sentencia condenatoria [encima del retrete]. Y con mucho cariño decía que si las bombas no hubieran destruido mi casa, ella habría deseado profundamente ejercer sus influencias para que así lo hicieran...".
De aquellas bombas, de aquella guerra, Greene confiesa tener en sus sueños un continuo recuerdo, carente de temores. Sueños que, durante años, ha ido guardando, y con los cuales ha cubierto 800 páginas que un día u otro piensa utilizar.
Todo comenzó cuando tenía 16 años y, por indisciplinado, terminó en el psicoanalista. "Viví seis meses de felicidad en Londres, en Kensington Gardens, leyendo libros de historia y yendo al analista, de cuya mujer acabé enamorándome. Y pasé un mal momento cuando tuve que contarle al terapeuta que su mujer había sido la protagonista de uno de mis sueños eróticos. Ella entraba en mi habitación con los senos desnudos y yo se los besaba... Él se limitó a mirar el cronómetro y a preguntarme: '¿Qué es lo que en primer lugar asocia usted con los senos?'. No sé por qué le respondí: 'Los vagones del metro'. Ni pestañeó y pasamos al tema siguiente. Sin embargo, resolvió el problema convirtiéndome en el baby sitter de sus hijos".
Al cabo de seis meses todo había terminado: amor, baby sitter y análisis. De todo esto Greene salió, recuerda, con una gran sonrisa dedicada a aquel muchacho de hace 70 años, "muy seguro de sí mismo, con un gran sentimiento de libertad y una indomable pasión por los sueños".
Copyright La Repubblica.
Traduccíón: C. Scavino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de octubre de 1988
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