sábado, 3 de junio de 2000

Graham Greene / "Detesto todos los dogmas"


Graham Greene
Ilustración de T.A.

Graham Greene: "Detesto todos los dogmas"



Terminó su visita a Madrid con un coloquio público en el Centro Cultural de la Villa


ROSA MARIA PEREDA
11 JUL 1980


«Destesto el dogma, todos los dogmas», dijo Graham Greene, el novelista británico, respondiendo a una de las preguntas que se le hicieron a lo largo del coloquio público que se celebró el pasado miércoles, como despedida de su visita oficial a Madrid. Una amplia mesa, presidida por su anfitrión, el alcalde de Madrid, y una sala de conferencias, la del Centro Cultural de la Villa, atestada de gente de mediana edad, fueron el escenario de la flema más que británica del novelista, de su ironía inglesa y de la capacidad de responder a medias o a otra cosa que su traductor y consejero espiritual, el padre Durán, no hacía sino acentuar, según la opinión del público.
El público que pudo entrar, hasta llenar a tope las butacas y los pasillos de la sala de conferencias del centro Colón, se lo pasó bien. En primer lugar, por la gracia especial de Graham Greene, que daba rostro humano a la casi mítica figura del autor de El poder y la gloria. Los que sabían inglés reían cada chiste directamente, y los que no, esperaban a la traducción. La traducción también tenía gracia de por sí, porque el insólito consejero del novelista de Oxford, un cura gallego que le aconseja en sus crisis desde hace muchos años, vertía a humor gallego las respuestas del escritor y su propia opinión sobre el tema. El acento, los gestos y la solemnidad del padre Durán cayeron muy bien. Por fin, el propio alcalde se esforzó en moderar, también con humor, el coloquio. El profesor Tierno estaba más profesoral que nunca, recomendando buena crianza y preguntar pausado y aconsejando a los coloquiantes, que a mitad del coloquio ya estaban francamente divertidos, que esperaran el turno como es debido, que hicieran preguntas concretas y que conservaran su buena educación.Hay que decir que la buena educación no se perdió ni un momento. Graham Greene hizo el recorrido a las preguntas, muchas de ellas planteadas directamente en inglés y, según algún entendido, ocultó datos. Por ejemplo, un joven periodista le preguntó por qué aparecía en todas su novelas el sillón del dentista y la amenaza de sus curas, la visita a esa especie de coco. El, que según sus biógrafos, padece males dentales continuamente, dijo que «no sabía» el porqué de este motivó recurrente. Una señora agresiva le preguntó qué influencia había ejercido sobre su obra el novelista Anthony Burgess, y si, de no haber ninguna, si pensaba que el biógrafo de Joyce le había plagiado... Respondió Graham Greene que Burgess era suficientemente más joven que él como para no haber ejercido ninguna influencia sobre su prosa, y que la suya era lo bastante distinta de la propia como para que nadie pensara que podía existir plagio. Contó en seguida que estaba sorprendido por esta pregunta y por la insistencia en relacionarles a los dos, y que «mi mayor relación con Anthony Burgess fue una comida, que luego él contó, poniendo en mi boca palabras que tuve que buscar en el diccionario».
Alguien entre el público comentó para el corrillo de las primeras filas que «naturalmente que le conoce. Estuvieron juntos en el servicio secreto», confundiendo, sin duda, al novelista lanzado por la Naranja mecánica con otro Burgess, espía, pero no novelista.
La cosa religiosa, que sigue apasionando a los españoles, surgió cuando, al seguir hablando Graham Greene de Burgess, y al añadir el padre Durán que «además Burgess ha acusado a míster Greene de jansenista», dijo: «Soy un católico con algo de protestante. Detesto el dogma, eso es lo que de protestante hay en mí». Como siempre, tuvo que volver a contar cómo un proyecto de matrimonio, finalmente frustrado, le abocó a su conversión. Una conversión por amor, o, como dice Burgess (Anthony), «bajo el fuego», que coincidía con la conversión a la religión minoritaria en Gran Bretaña de un buen número de jóvenes profesores e intelectuales de entreguerras. Se refirió también a la «necesidad de la deslealtad», tema sobre el que trata un ensayo suyo, y preguntado acerca de qué catolicismo sentía, dijo que prefería el evangélico sobre el oficial, que le molestaban los, dogmas, pero, en cambio, le apasionaba la antigua liturgia... Si había sido un anglicano desleal, era un católico desleal.
Sobre esto de la deslealtad protestaron a un tiempo el señor Green y su traductor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de julio de 1980

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