miércoles, 10 de junio de 2015

Triunfo Arciniegas / Una lectura de "La eterna parranda", de Alberto Salcedo Ramos



Una lectura de La eterna parranda,
de Alberto Salcedo Ramos
BIOGRAFÍA
Por Triunfo Arciniegas


¿Qué hace que este libro me mantenga tan entretenido, tan agarrado? Compré La eterna parranda en el aeropuerto de Caracas a principios de mes, de paso a Rio de Janeiro, donde solo pensaba leer en la lengua de Rubem Fonseca, y a Fonseca justamente.  Vi el libro en la única librería del aeropuerto, una tienda chiquita, y me acerqué a preguntar por su precio en bolívares. Hice la conversión a pesos y me decidí. Pero entonces, en la registradora, su precio aumentó. Según la costumbre y la lógica, el  precio va a favor del comprador,  pero en esta patria socialista no fue así. La niña esperó con cierta pena a que me decidiera y acepté el sobreprecio, un gesto que ella agradeció porque otro cliente ya estaría peleando.
Me hurgue leer, ando contento y no quiero pelear con nadie. Conozco a Alberto Salcedo Ramos  desde un título que me impresionó, un libro que despaché de un tirón, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho. No, hombre desde mucho antes. Tengo en casa, leído y subrayado, Diez juglares en su patio. Leí su libro sobre Pambelé, por supuesto.  He fotografiado a Pambelé porque, como el mismo Alberto Salcedo  dice, Pambelé está en todas partes, y así quién no: en la avenida diecinueve de Bogotá, en el mercado de las pulgas y hasta en Corferias, el recinto de las ferias en Bogotá.
Así que me fui feliz con Salcedo Ramos, porque lo conozco, porque no tiene pierde, y con más de tres horas libres para el vuelo a Rio. Empecé La eterna parranda de atrás hacia adelante, con tres crónicas muy personales que curiosamente ya conocía, una especie de coda, de “bonustrack”: una muy cómica sobre una niña caprichosa que el cronista conoció en la infancia, otra conmovedora hasta los huesos sobre la madre, que en cierta forma es la madre que todos hemos tenido, y otra feroz y cínica y muy dolorosa sobre el famoso paseo millonario, el secuestro con robo instantáneo de la cuenta en el cajero electrónico que sufren algunos colombianos que toman el taxi equivocado en Bogotá.
Con estos textos, tan diversos e intensos, resueltos con un lenguaje en apariencia simple pero en el  fondo muy eficaz, con las palabras de todos los días, con frases precisas y párrafos tallados y enlazados con paciencia de relojero, cualquier lector se engancha.
Así que me fui al principio del libro pero hice trampa. Quise decir que iba para el principio pero me saltaron a la cara las 64 páginas dedicas a la vida y obra de un personaje detestable, el cantante colombiano Diomedes Diaz. Había leído la crónica en Soho, en el 2010, y el asombro por la técnica, por la mirada desde la sombra de Alberto Salcedo y por la armazón del texto, prevaleció intacto y tal vez más sólido e invencible. El cronista no habló una sola vez con Diomedes, que siempre le negó la entrevista, pero aun así hizo un retrato poderoso del héroe criollo y asesino reconocido, un retrato profundo, conmovedor y despiadado,  de la misma manera que Gay Talese despachó a Frank Sinata cuando estaba resfriado.
Ambos textos merecen la cátedra y el minucioso estudio de los aprendices porque ambos textos son hondos pozos de secretos, ambos textos merecen una y otra lectura. En dos o tres años, cuando haya olvidado detalles, volveré a estas 64 páginas, como vuelvo siempre a Talese.
Ya íbamos para el avión. En la aduana me dejaron pasar sin rechistar con “mi eterna parranda”. Entonces de verdad entré a la parranda bonita, la cosa festiva y feliz, la vida larga y jocosa de un gran hombre, Emiliano Zapata Baquero, responsable de “La gota fría”, la indiscutible pieza maestra de Alberto Salcedo Ramos, “El testamento del viejo Mile”. Que el lector mismo vaya por las flores. Todo es ganancia en estas líneas, que, como Kokorico, no tienen presa mala.
Por fin, en pleno vuelo y a unos novecientos kilómetros por hora, con la luz de mi asiento encendida, llegué a la primera crónica, la historia de Rocky Valdés, un boxeador que vive feliz en Cartagena de Indias,  feliz y lleno de plata porque no fue bruto como Pambelé y supo aprovechar los buenos tiempos, un hombre feliz y sobre todo un caballero. Porque estamos en la sección del libro, si excluimos a Diomedes, dedicada a grandes hombres. Ante el palabrero Juan Sierra y el enfermero de los secuestrados William Pérez Medina, me quito el sombrero. Mis respetos, mi agradecimiento.
El árbitro que expulsó a Pelé es otro cuento. Ya juzgará el lector al Chato Guillermo Velázquez, que recorrió las canchas repartiendo los coñazos que ahora niega, y que se atrevió a sacar del juego al mismísimo rey Pelé el miércoles 17 de julio de 1968, en una cancha colombiana precisamente, y que fue agredido por todo el equipo Santos de Brasil, el Santos nada más y nada menos, el más grande del mundo en su tiempo, agredido por todos menos por el médico, un periodista y Pelé, y que de inmediato fueron demandados por el Chato, desde luego, y que después ofrecieron sus disculpas por escrito y tuvieron que pagar dieciocho mil pesos para largarse a las tierras del Brasil que ya casi tengo a la mano.
Y de esta parte, con su mirada sabia, limpia y a menudo con el necesario humor, Alberto Salcedo nos lleva de la mano a la galería de los fracasados, de los bufones, de los que no fueron nada y se quedaron sin la tajada de gloria en esta tierra de nadie. 182 – 228: 46 páginas.
Nos encontramos con boxeador viejo y fracasado que se arriesga a una noche de trompadas por un dinero que necesita para sobrevivir con su fábrica de traperos; un equipo de fútbol de travestis entretiene con su lengua y con las demás partes de su anatomía a un público que no los soporta en otros ambientes; “un sobrado de tigre", es decir, un vomito de animal, que pasea sus desgracias por las arenas sin gloria de las ciudades de provincia. En esta galeria de "bufones y perdedores", un antiguo boxeador que no necesitó corona para ser campeón de boxeo, Caraballo, se prueba  el traje que alguna vez fue de esplendor y escándalos, que alguna vez fue magnífico y ahora es un trapo ya casi deshilachado, una cosa para esconder en el armario. “Chivolito”, bufón de velorios, nos trae de la amargura a la risa en una crónica regia. Luego, un futbolista sin gloria y sin dinero trapea un piso con su orgullo y unos enanos hacen del toreo un circo. La galería se cierra con la vida triste y algo patética de un circo en tierras ajenas.
Y viene entonces la parte dura, densa, peliaguda del País del Sagrado Corazón de Jesús, vienen asuntos que no faltan en las páginas ya leídas, por supuesto: “Colombia: entre el esplendor y la miseria”. Una parte que en realidad terminaré un mes después en el autobús que me trae de São Paulo a Rio de Janeiro. Ya no puedo jugar a la rayuela (o golosa, como llama a este juego Alberto Salcedo y que era el mismo nombre que le dábamos en mi infancia) sino que me leo una tras otra a las diez crónicas: la tragedia del hombre que pierde sus dedos ("Los dedos que no pudieron ser mariposas"), los hermanos que se enfrentan en bandos de guerra contrarios y el duro asunto de la reinserción ("Enemigos de sangre"), la tensa vida del Batallón de Alta Montaña en el Páramo de Sumapaz ("Águilas de medianoche"), la masacre a ritmo de gaitas del soldado o los asesinos "que nos enseñan a punta de plomo el país que no conocemos ni en los libros de texto ni en los catálogos de turismo" ("El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas"), los hombres que se dedican a recoger la cotidiana cosecha de muertos por toda la ciudad ("Cita a ciegas con la muerte"), la tarea de Leida Moreno y otros con los reinsertados y el asunto de las heridas propias y ajenas en el miserable departamento de Chocó ("El llamado de la chirimía". Para ver con un poco más de detalle esta crónica y escudriñar los secretos del oficio de Salcedo Ramos, descubrimos su esqueleto o armazón: cuatro partes, cada uno con su asunto preciso. En la primera, que llamé "El sol de John Jailer", describe una clase de Aleida Moreno con los reisertados y se concreta en ese sol que dibuja John Jailer y que es como un metáfora, como una  promesa o como la ilusión de que las cosas pueden ser mejores. En la segunda parte, Aleida visita a lomo de moto a los reisertados y nos cuenta de las miserias y las razones de la pobre gente. En la tercera parte, "Conversando con los reinsertados", uno de ellos dice: "A uno le queda una cruz pintada en la frente". Y para mencionar la cuarta parte, "El llamado de la chirimía",  me permito una cita de su última página:
   "Cuando el clarinete aúlla y el tambor brama, comienza la función. Las muchachas sacuden las caderas con el frenesí del oleaje marino, y los muchachos se van detrás, arrastrados por la corriente, ávidos de ser engullidos por las entrañas del maremoto. En el Chocó las mujeres son la semilla y la zafra, el nacimiento y la desembocadura. Cuando en la danza los machos se dejan remolcar por las ancas de sus hembras, no están simplemente mendigando, por el amor de Dios, una generosa cópula. También están escudriñando la raíz primigenia. Meterse en la falda de la mujer es regresar, por fin, a su vientre, es volver a la única tierra segura que, a la hora de la verdad, conocen. Todo lo demás es incierto y a menudo terrible." (pag. 39)
   Quedan cuatro crónicas. Dos tienen un aire menos denso pero navegan en la misma miseria y suceden en dos sitios apartados de la geografía colombiana, dos sitios tan semejantes en el color, la soledad y la pobreza: el fútbol como ilusión en Tumaco ("Viaje a la despensa del fútbol colombiano") y el tambor "como raíz y alfabeto, tierra y voz, armadura contra el látigo" ("Un domingo en San Basilio de Palenque"). Una crónica sobre los oficios fúnebres caninos del veterinario Henry Cortés cierra esta parte ("Perra vida, perra muerte"). Pero antes el ojo lagrimea con "Un país de mutilados": 39 páginas que significaron con sobradas razones para Alberto Salcedo Ramos, en el año 2009,  el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa. La crónica describe en cuatro partes la dolorosa vida de la gente inocente mutilada por las minas antipersonales o quiebrapatas sembradas en los caminos por una guerrilla despiadada. Esta crónica, "Retrato de un perdedor", "El testamento del viejo Mile" y "La víctima del paseo" son, para mí, las obras maestras del libro, que no trae presa mala, que mantiene una calidad excepcional y que merece los deslumbrantes elogios de la contraportada. Jon Lee Anderson considera a Salcedo Ramos un cronista de cronistas: "Conoce su país desde las entrañas, y nos lo cuenta con una pasión manifiesta por el arte de narrar". Ignacio Ruiz Quintana lo ubica a la altura de Gay Talese: "Gracias a él, en nuestro periodismo se vuelve a rezar ese padrenuestro de la expectación que sólo se oye en los cazadores de liebres". Y Juan Gossaín, por su parte dice: "La obra de Salcedo Ramos es totalizadora y completa, minuciosa, no deja cabo suelto ni ovillo sin desenredar, y cumple con el único deber verdadero al que se obliga un escritor: contar el cuento bien contado".
    No le sobra nada al libro de Salcedo Ramos pero uno lamenta que no haya poetas ni novelistas ni pintores ni filósofos. Que no haya más mujeres. Octavio Paz hizo un retrato hondo y preciso del mexicano hace más de cincuenta años en El laberinto de la soledad. Alberto Salcedo Ramos ha hecho, con La eterna parranda, el laberinto de la soledad de los colombianos en estos tiempos de zozobra. Así vivimos, así nos han moldeado el tiempo y la geografía. "... ningún hombre viene con la vida escrita. Lo único seguro es la muerte, y cuando esta llega no hay excusa ni escondite que valgan".  (p. 374) 
   Amanece en São Paulo y cambio de avión para seguir a Rio de Janeiro, a cuyo aeropuerto  no llegan a esperarme a tiempo, donde filman una telenovela, donde tres días después protestarán unas mujeres con los senos al aire, y entonces me siento a esperar, por supuesto, con Alberto Salcedo Ramos, por supuesto, y sé que el hombre seguirá conmigo por las calles calientes del carnaval de Rio, donde brindaremos  locos y felices, porque la vida sigue, hermano.

Triunfo Arciniegas
São Paulo / Rio de de Janeiro, febrero / marzo de 2013


Alberto Salcedo Ramos
La eterna parranda
Crónicas 1997-2011
Caracas, Aguilar, 2011


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