LAS ZONAS GRISES DE DIOMEDES DÍAZ
Por Roberto Llanos Rodado
El Heraldo, 29 de diciembre de 2013
Radiografía del ídolo fallecido, su gloria y su debacle
Que ‘ningún muerto es malo’, se suele decir coloquialmente cuando muere alguien con alguna connotación de importancia, y lleva sobre sí algunas ‘zonas grises’ de lo que fue su periplo vital; pero que en ese momento de dolor no se quieren recordar, si no olvidar, o más bien sepultar mucho antes que el cuerpo del mismo difunto.
Es lo que ocurre en estos momentos con el fallecimiento de Diomedes Díaz, figura indiscutible del canto vallenato e insigne compositor de este folclor, quien tras alcanzar el estrellato artístico mantuvo una vida personal disipada, incontrolable por él, por los que lo rodearon, e incluso, por su misma familia. Situaciones que ahora no se mencionan, o se hacen de soslayo, cuando deberían mostrarse como ejemplo para que nadie, artista o no, la repita.
La última presentación de su vida. Viernes 22 de diciembre de 2013 en la discoteca Trucupey, de Barranquilla.
Diomedes manejó un ritmo de vida personal casi a la misma velocidad arrolladora de su éxito profesional, lo que probablemente lo tiene ahora en el lugar en que está: una tumba.
El también llamado Cacique de La Junta fue dueño absoluto de lo que muchos de sus colegas -tan buenos como él en el campo musical,- no lograron alcanzar: un carisma sorprendente, curioso, excepcional; que aunado a su capacidad artística lo catapultaron en poco tiempo a la categoría de ídolo, la cual supo mantener hasta su muerte ocurrida al anochecer del pasado domingo, y que probablemente mantendrá incólume hasta no se sabe cuándo.
Sencillamente irrepetible
Ese ángel especial y distinto fue su valor agregado por encima de los otros, un sello personal que no se adquiere en botica, ni podrá forjar nunca ningún asesor de imagen, pues viene en empaque natural genético.
Vale la pena recordar cómo a finales de los 70, cuando Diomedes Díaz surgió al mundo del canto y la composición vallenata, la salida de sus discos se convertía en todo un suceso que ningún otro músico de ese folclor ha podido emular; ni ahora ni antes, y quién sabe si en el futuro.
Era la época del LP, y las romerías en las puertas de los almacenes de discos se formaban desde muchas horas antes de las 8 de la mañana para comprar un larga duración al que no se le había escuchado la primera nota de acordeón, y ni una sola estrofa de sus canciones.
La gente iba a comprarlo a “ojo cerrado”, a la fija, pues su calidad estaba garantizada por un solo nombre: Diomedes Díaz. Tal vez por estrategia de mercadeo en ese entonces, la disquera mantenía como el secreto mejor guardado el sonido del disco.
No había promoción previa en emisoras, por tanto solo se anunciaba el día de salida al mercado del acetato, y el público ya estaba ahí, como cuando se va a comprar un boleto para ver un juego de la Selección Colombia: cola y desorden.
El tiempo ahora nos confirma, cuando el cuerpo del artista acaba de bajar a su última morada, que junto a este éxito insospechado para un joven humilde empezó también, a paso lento pero inexorable, su debacle personal, que se refleja con esta muerte prematura a los 56 años en momentos en que todavía se encontraba en plena producción artística.
En instantes en que sus fans, que él llamaba ‘mi fanaticada’, quisieran verlo aún montado en una tarima improvisando versos, creando, cantando, grabando y poniéndolos a disfrutrar de su genio artístico.
Bonanza marimbera y su éxito
Diomedes Díaz surgió y se consagró como artista en una de las tantas épocas nefastas de nuestra historia reciente, como fue la catalogada Bonanza marimbera, y todo el poder de su dinero fácil.
Pero lo peor para él fue haberse dejado deslumbrar por el poderío económico de esos rufianes del narcotráfico, con los que intimó tal vez demasiado.
Fue en esa coyuntura a la que sucumbió aquel muchacho de extracción campesina; que de pronto por su escasa formación académica se dejó arrastrar con facilidad a una vida de desenfreno, de parrandas permanentes con excesos de alcohol, drogas, gula, orgías y violencia.
Con Diomedes Díaz se dio literal aquello de que un santiamén pasó del burrito de su finca de Carrizal, y de la bicicleta de mensajero en Radio Guatapurí; a la Ranger de la era marimbera, y luego a las poderosas cuatro puertas. Y esto, parece, no lo supo asimilar.
Dinero a raudales que le cambió la vida, que lo subió en una montaña rusa incontrolable de la que no pudo bajarse jamás, a pesar de tantos tropezones como su guilliam barré, sus accidentes automovilísticos, su irresponsabilidad y, lo peor: la muerte de Doris Adriana Niño.
El cantante hizo cosa común y corriente incumplimientos en casetas de pueblo, porque le era imposible mantenerse en pie por la borrachera de la víspera.
A eso les siguieron luego comportamientos salidos de tono, con insultos a los asistentes a sus bailes porque le pedían canciones y menos perorata.
Un ejemplo de esto es la famosa grabación en una caseta en Soledad (Atlántico), del ‘no sea tan sapo, tan lambón… marica’, que incluso acogieron las emisoras en sus programaciones habituales, convirtiéndose en éxito rotundo. ¡Hasta eso gustaba!
Hizo todo para que lo odiaran, pero...
De Diomedes Díaz podemos decir que con sus líos, crisis y acciones fuera de lugar, constituía en cualquier sociedad el auténtico perfil de un antihéroe, sin embargo, aquí la gente lo perdonaba rápido, se olvidaba de todo y lo volvía a mantener en la cumbre de la admiración.
Uno de los instantes más amargos de Diomedes Díaz, el de su reseña judicial por la muerte de Doris Adriana Niño.
Llegó a tocar fondo con el caso de Doris Adriana Niño García, aquella agraciada chica bogotana de 22 años que el 15 de mayo de 1997 se le murió en plena parranda en la capital del país, en una de esas fiestas pantagruélicas con abundante licor, coca y sexo, según la sentencia judicial que lo condenó.
Luego vino su fuga, su evasión a la justicia para no asumir la culpabilidad que le cabía no tanto por la muerte de la joven —que de acuerdo también con el dictamen pericial falleció por exceso en el consumo de drogas—, sino por la irresponsabilidad de quienes arrojaron el cadáver en un paraje cercano a Tunja, como cualquier acto criminal.
El círculo lo cerró con su señalada alianza con paras, en su huida por el caso Doris Adriana.
Esta es la única fotografía que se conoce, hasta ahora, de Diomedes Díaz con la malograda Doris Adriana Niño.
En estos momentos de pesar por la muerte de la indiscutible figura musical que fue y seguirá siendo Diomedes Díaz, es pertinente también recordar sus ‘zonas grises’, para que modelos como los suyos no se repitan, que sirvan de imagen a los artistas que surgen, para no se maravillen con el éxito y no pierdan su propia dimensión. Una historia, que incluso, debe servirle a la sociedad colombiana para trazar parte de su rumbo.
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