El autor colombiano es tímido, silencioso, pero sus libros gritan. Así ocurre con 'La carroza de Bolívar', en el que destroza el mito del Libertador
Por Armando Neira,
El País, 26 de enero de 2012
Si no fuera porque él mismo cuenta que es autor de una obra literaria que abarca distintos géneros —novela, cuento, poesía, ensayo, teatro— para todos los públicos —niños y adultos—, Evelio Rosero (Bogotá, 1958) pasaría inadvertido tal como a él le encanta. "Mis libros son los que tienen que mostrarse, yo no". De gustos simples y lenguaje sencillo, llega a la charla en un moderno edificio en las faldas de los cerros orientales de Bogotá después de atravesar la ciudad desde el extremo occidental por entre el caótico tráfico. Al contrario de las clases media y alta que buscan vivir en este exclusivo sector de la ciudad por la sensación de estatus, él habita en la periferia en el mismo apartamento sencillo en donde ha dado vida a la mayoría de sus creaciones, alejado de cualquier bullicio. "Vivo lejos porque allá estoy tranquilo. No llega ni el ruido".
Con esta breve descripción, no faltará el lector que se lo imagine como un tipo huraño. Nada más lejano. Graduado de comunicador social, ganador del Premio Nacional de Literatura (2006), premio Tusquets de Novela por Los ejércitos (2006), y del Foreign Fiction Prize en 2008 también por Los ejércitos. Rosero es un conversador cálido y amable, siempre y cuando no haya cámaras, ni flashes. Es un artesano del oficio literario, que prefiere el anonimato porque lo importante —insiste— es la vida de sus libros. La carroza de Bolívar (Tusquets) ya empezó a hacer un fuerte ruido: en la novela se destroza sin contemplaciones el mito de Bolívar.
El conflicto armado es el pan de cada día. Un autor colombiano, necesariamente, lo expresará, aunque sea de manera inconsciente"
Su lanzamiento se produce en el marco del Hay Festival de Cartagena de Indias, que concluye mañana. Además de presentar un nuevo libro, la noticia es que él estará allí. ¿Por qué huye de los encuentros de escritores? "Seguramente porque estoy escribiendo, o porque estoy convencido de que no hay mucho que decir después de lo que ya está escrito. Tampoco huyo permanentemente de los encuentros de escritores: allí suelen aparecer curiosos personajes para un cuento, y hasta para una novela", ironiza. Tiene un argumento para explicar el porqué en estos tiempos los escritores deben cumplir con unas asfixiantes agendas sociales. "Hay una relación con la cada vez menos frecuente demanda de libros", sentencia. "Los editores buscan estrategias novedosas, y entre ellas está la de llevar al mismo escritor a la palestra pública, empuñando su libro, como si clamara que lo lean. Para el escritor es una posición difícil, me parece. Que aparte de escribir el libro deba cumplir con una agenda publicitaria".
Le sorprende, sin embargo, que hay escritores que disfrutan mucho estos niveles de exposición. "Los escritores estrellas de la farándula me causan, como lector, una gran desconfianza. Por eso es bueno asomarse con atención a las tres primeras páginas, a ver si las obras de semejantes autores merecen tanto estruendo". Su caso es distinto. Está claro que pertenece a esa legión de escritores que no son tan famosos, pero sí muy talentosos. "Lamento que algunas de mis novelas, sobre todo las primeras, Juliana los mira, Mateo Solo, Las muertes de fiesta, no sean tan conocidas. Lo que no lamento es que yo sea desconocido. Compadezco a los verdaderamente famosos, los actores y cantantes, los futbolistas, los autores best seller: eso tiene que ser horrible".
No se trata de un asunto de timidez que resuelve con la escritura. "Me es muy difícil acceder a los demás. Al comienzo, cuando era un escritor joven, recurría al licor para desenvolverme en las reuniones. Un gran error, porque de vez en cuando se me iba la mano en el desenvolvimiento. Ahora, de viejo, no sufro, no me sudan las manos y no necesito del licor. Estoy sereno, puedo garantizar que no soy tímido, pero me agobio mucho. No soy introvertido, más bien un tipo al que lo cansan las más de las cosas, y por eso mismo es aburrido. Lo único que me sacude son los libros, los buenos libros, los que descubro y, sobre todo, los que releo".
En lo que sí no siente ningún temor es en la manera en que aborda la realidad colombiana. Aquí también se muestra modesto. "La realidad de cualquier territorio es buena materia prima para los escritores, siempre y cuando los merezca hasta el tuétano, los haga sentir inconformes, los haga gritar en la calle o en la cama, al despertar", dice. "En el caso de Colombia, es un país que sirve para cualquier manifestación de arte, porque aquí el espíritu es el único antagonista de la barbarie".
Con su laureada novela Los ejércitos, muchos críticos sentenciaron que estaba destinado a suceder a García Márquez, comparación monumental que él simplifica: "No voy a sucederlo; me sorprenden los críticos que así lo señalan. No me interesa suceder a nadie; pero sí me interesa lograr esa obra con que todo escritor sueña desde que empieza; una especie de sueño del que apenas nos acordamos, al despertar, y nos esforzamos por revivir. Yo tengo una obra en mente desde hace mucho, y no he podido encontrar el tono. Ojalá ocurra antes de que me muera". A propósito de Los ejércitos, ¿es imposible para un escritor colombiano marginarse en su obra del conflicto armado? "El conflicto armado es el pan de cada día en el país. La corrupción es otra manifestación de la violencia. Un escritor colombiano, necesariamente, lo expresará, aunque sea de manera inconsciente, y aunque se trate de un poema a las hadas. En algún recodo de cualquier fábula rosa la sangre escurrirá, porque esa es la triste realidad de cada mañana".
En lo que sí se muestra vehemente es en la calidad estética de la escritura. "Cada autor despliega su estilo, su punto de vista, ya estético, formal, ideológico. Pero una novela es una novela, tiene que ser, sobre todo, arte literario, no panfleto político, no un ensayo o compendio de denuncias y reflexiones y conclusiones. Mi interés primordial es el arte, aunque me encuentre escribiendo sobre los dedos mutilados de la mano que los secuestradores envían a los parientes de sus víctimas. Ese es un reto difícil que hay que asumir con rigor y resolver con la herramienta y la magia que solo entrega la literatura".
"Una novela tiene que ser, sobre todo, arte literario, no panfleto, no un ensayo o compendio de denuncias y reflexiones"
Rosero irrumpe en 2012, con la novela La carroza de Bolívar en la que el lector puede concluir que Rosero quiere acabar el mito de Simón Bolívar. ¿Es así? "No es solo literatura, es historia", exclama: "No es mi propósito desmitificar a Bolívar. Solamente decir la verdad, respecto de una mentira que se ha prolongado e hinchado durante 200 años. Es mi primera, y creo que la última, novela histórica. Fue como una camisa de fuerza que yo mismo me impuse. Pero cuando se trató de abordar la historia no me puse a inventar".
Para él, entonces, durante dos siglos nos han mentido y Bolívar no era nuestro más grande héroe sino un hombre que actuaba como cualquier vulgar asesino. ¿En qué se basó para hacer semejante afirmación? "En la obra del historiador nariñense José Rafael Sañudo: Estudios sobre la vida de Bolívar. Sañudo no era un escritor antibolivariano, como siempre lo tildaron los otros historiadores medrosos y zalameros que tuvo y que tiene Bolívar. Sañudo es un historiador veraz. Sobre todo, eso es. Y su obra es el epicentro sobre el que giran mis personajes de ficción. De modo que sí hay ficción, sí hay una novela, pero basada en hechos históricos irrefutables".
¿Su conclusión, entonces, es que todo lo que nos enseñaron en las escuelas respecto de Bolívar es falso? ¿Hubo otro Bolívar? ¿Un matón y no el hombre valiente y digno que todos tenemos en el imaginario colectivo? "También a mí me dijeron lo mismo en el colegio, desde niño. Bolívar el héroe, valiente y honesto, gran estratega. Otra cosa oí de mi abuelo, de mi padre, de esporádicas conversaciones de gente de Pasto, ciudad en la que Bolívar fue especialmente cruel. La primera gran masacre de la historia de la república ocurrió en Pasto, en la Navidad de 1822, por órdenes de Bolívar. En todo eso me entretuve escribiendo durante algunos años; de manera que para mí es fatigoso tener que resumirlo ahora. Más bien invito al lector, pido su paciencia y su indulgencia para que acceda a La carroza de Bolívar y corrobore las cosas tal y como las compuso la literatura".
La novela de Rosero no tendrá solo repercusiones históricas sino, seguramente, también eco en nuestra realidad cotidiana. Basta echarle un vistazo al vecindario y escuchar a Hugo Chávez cuando da a entender que él es la reencarnación del Libertador. "Es otra de las tantas reencarnaciones que ha tenido Bolívar en toda la historia de Latinoamérica. Bolívar fue el ejemplo a seguir, el primer gran ejemplo, y el más nefasto".
Está claro que Rosero es tímido, silencioso, pero sus libros gritan. Quién podría imaginarse que este hombre sencillo al que le encanta escribir libros para niños ahora salga al balcón con un libro en el que destroza el legado de Bolívar. ¿Acaso no fue él el que nos dio la independencia de España y nos entregó la libertad? "¿Bolívar? ¿Y dónde quedan Miranda —a quien Bolívar traicionó y entregó a los españoles—, Sucre, Nariño, Santander, Córdoba, y, sobre todo, Manuel Piar —a quien Bolívar mandó asesinar por fusilamiento, como a Padilla—, y dónde quedan los indios y campesinos que lucharon a brazo partido por la independencia? Ellos fueron quienes lograron la independencia. Bolívar solo se dedicó a pulir sus proclamas, a aprovechar la victoria de otros, a intrigar e instaurar su poder perentorio, a despecho de las verdaderas necesidades de la república, la industria y la educación", asevera.
Rosero dice que uno de los hechos más difíciles de entender del conflicto armado de Colombia es que los paramilitares de extrema derecha, las FARC de extrema izquierda y el Ejército Nacional se autodenominan como los auténticos bolivarianos. "Es el ejemplo de la extraordinaria confusión que causaron a través de tantos años los historiadores medrosos y zalameros y la historia oficial sobre Bolívar. Su fisonomía política se ajusta a todos los radicalismos y pareceres".
Es inevitable volver al tema de Gabo. Él es Caribe, mar, extrovertido. Rosero se crió en el sur del país, viene de una zona montañosa, de una región fría. ¿Son dos visiones de Colombia antagónicas? "No. Ambas visiones se desprenden del mismo barco, la literatura", responde. Pero está claro que van en naves distintas. García Márquez con su libro El general en su laberinto le hizo un homenaje a Bolívar en el que a su vez lo menciona como un ser mítico y lo humaniza. Rosero va en contravía, y nos muestra su lado más sórdido. ¿Hay alguna intención previa para tomar distancia definitiva del premio Nobel? "No la hay. Discrepo de su mirada en torno a Bolívar. No estuvo muy bien informado, me parece. Pero Gabo es el escritor que más admiro. Es el único y último clásico vivo que hay en la tierra", dice antes de perderse de nuevo entre el sórdido sonido de buses, taxis y coches que atiborran las calles y avenidas de la capital colombiana. Cientos de personas anónimas se refugian de una tenue lluvia gris. Allí va Rosero, silencioso, casi invisible.
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