BELLEZAS ASUSTADAS
El snack bar del Florenc está igualmente animado
desde la mañana, operarios y empleados, viajantes y barrenderos que comen y
luego se toman un refrigerio, hay emparedados y seis tipos de ensalada y
würstel caliente con mostaza, y sirviendo la cerveza está una giganta de ojos
grandes y siempre de buen humor, tras una puerta abierta puede verse el
interior de la cocina, tras la puerta de cristal abierta dan vueltas los pollos
que se doran, para quien quiera también hay limonada... Y de la cocina húmeda y
oscura emergen los camareros con platos de sopa y gulash con knedliky a precios
económicos y cerca de la ventana que llega hasta el suelo están sentadas las
barrenderas zíngaras con las chaquetas anaranjadas y beben cerveza y sus
cabellos negros grasos hacen pensar en Méjico... y también yo como aquí,
después compro medio pollo asado para los gatos... y hoy fui de nuevo
afortunado, ahí está, de pie, como las otras, está mi vietnamita asustada, come
como siempre con mucha finura un pollito, o bien un emparedado, sus pequeños
dedos trabajan esbeltos, como si próximo a la boca hiciera al ganchillo un
minúsculo centro, come con tanta finura que se distingue rápidamente del resto
de la gente que está comiendo, y lleva los vaqueros que le hacen las piernas
esbeltas, y una camiseta color limón y como todas sus amigas tiene pequeños
senos, con un collarcito, y los cabellos negros... y veo también sus zapatitos
de charol en la posición de base de las bailarinas, así como sabía llevar sus
zapatitos mi mujer Pipsi y también usted, Aprilina, también usted caminaba por
Praga como una de esas vietnamitas asustadas, que saben moverse como piedras
preciosas por la calle, las plazas, el metro de Praga... Y dado que les gusta
viajar en autobús, las encuentro también allí en la estación de autobuses...
Siempre elegantemente vestidas, con los bolsitos en bandolera, o bien con
mochilitas coloradas y equipajes colorados sobre la espalda, un poco curvadas
hacia adelante, y tienen siempre los dedos juntos, sus manos son en realidad
manos de pianista, algunas tienen los dedos además que se tocan como si
estuvieran en dos octavas, así como los tenía Federico Chopin... He oído decir
que las vietnamitas saben coserse de todo, incluso vaqueros, como si los
hubieran cosido trabajando en la Lévi Strauss... Saben incluso coser bajo las
marcas de los dedos números y letras coloradas... Y al mismo tiempo siento pena
por ellas, porque aquí con nosotros están tan solas, tan abandonadas, tan
asustadas... incluso cuando hablan entre ellas, es como si gorjearan estupendos
pajaritos, como papagayos que parlotean en vietnamita...
Veo ahora que mi
vietnamita ha abandonado el snack bar, tras limpiarse con la servilleta con los
tiernos deditos las labios pintados, ha salido del snack bar, y como siempre,
allí junto a la barandilla, pegado a la acera, está el carrito del barrendero y
encima, atado a una cuerdecita, está sentado un perrito que pertenece a los
barrenderos, porque una vez alguien lo ató al carrito y desapareció y de aquel
perrito asustado se ha ocupado un barrendero, un zíngaro que parece un jefe
indio... y mi vietnamita lo acaricia siempre, el perrito cierra los ojos, ella
se acurruca un poco y con los pequeños labios le toca la frente. Entorna
también él los ojos y ahí está... y a través de los cristales de la ventana que
llega hasta el suelo, desde allí mira al perrito y a la muchacha una zíngara
que está sentada sobre un cubo del revés, los cabellos le brillan como si
hubieran sido untados con un pincelito mojado en la mantequilla... y yo estoy
contento...
La parada del autobús se
alza sobre los andenes de la línea del autobús, que de aquí parten hacia casi
cualquier ciudad, esta estación parece un escenario, sobre el que podrían
representarse los dramas de Capek... Sobretodo RUR... es enorme, es como si
hubieran metido juntos veinte aeroplanos, aquellos primeros aeroplanos que
construía el señor Blériot, el puente suspendido está enlazado con pasarelas
verdes transparentes, que desde el puente transparente desciende sobre los
andenes, cada uno de estos salvavidas tiene una repisa con un número colgado
que indica el lugar al que parte el autobús... Y allí están de pie o sentados
en los bancos los pasajeros con sus equipajes, maletas, bolsos colorados, a
veces está ya el autobús, los pasajeros van a sentarse, salen, o bien esperan
todavía su autobús... y están incluso mis vietnamitas asustadas, y también allí
destacan de los otros pasajeros con su belleza sencilla, no sólo en sus
figuras, no sólo en sus peinados, no sólo en el vestir, sino por sus
movimientos... Estoy sentado en el banco de mi andén, las escaleras frente a mi
salen sobre el largo puente transparente cerrado con cristaleras, y he aquí que
llegan algunas vietnamitas, sus equipajes y mochilas coloradas avanzan
lentamente en vertical, tienen los brazos cruzados, algunas incluso están
descendiendo por la escalera sobre el salvavidas de la salida, se paran de
nuevo... no son ni tan siquiera diez en toda la estación de autobuses, pero son
como las piedras preciosas, se paran en la escalera y en ese momento se parecen
a las modelos, es verdaderamente un desfile, un desfile de modas, porque hoy y
quizás cada día, donde van, las vietnamitas llevan la dimensión de la belleza y
de la elegancia... y en una escalinata por la cual no baja nadie está sentada
mi vietnamita del snack bar de Florenc, está sentada en el undécimo escalón,
está sentada sobre un periódico, los zapatitos sobre el noveno escalón, los
codos apoyados en las rodillas, tiene las manos pendulantes como si las
estuviera mostrando a una adivina que lee el Destino en la palmas abiertas y en
la líneas, tiene la cabeza casi entre las rodillas y mira desde alguna parte
del corazón mismo de la eternidad y de las pestañas le descienden las lágrimas,
mientras por la estación de autobuses pasan veloces arriba y abajo los
pasajeros, y en general toda esta enorme estación se mueve con el repiqueteo de
tantos centenares de manecillas, cuantas son las caras y los brazos y en
general las personas que llegaron hace un momento o quizás tras un momento
partirán hacia su destino, por su corazón... Aquí, esta estación de autobuses,
se parece a una gigantesca caseta de tiro al blanco de una feria, incluso ella
está así abierta de par en par frente a mí y tan colorada y tan llena de
movimiento de modelitos... Y del fondo, del metro, salen otros pasajeros, y del
fondo, donde se compran los billetes... La gente rodea la cabina de
información, que es un edificio todo de cristal... y yo ya he dejado escapar un
autobús, porque no me canso nunca de mirar aquellas vietnamitas que se mueven aquí
y allá... hay incluso jóvenes vietnamitas, claro, sé que incluso alguno de
ellos sabe vestir elegante, también ellos tienen movimientos de artista y
algunos un caminar y unos modos como si fueran de familia noble... Pero yo
tengo una fijación por estas muchachas que vienen del Vietnam, porque saben
comportarse como princesitas, como bailarinas, como sacerdotisas de los tiempos
sacros, y sobretodo porque viven aquí con nosotros y están asustadas, aunque en
realidad deberíamos regalarles flores por el hecho de estar aquí con nosotros,
de estar todavía aquí con nosotros, que sus pequeños dedos esbeltos en nuestras
fábricas saben construir, con hilos colorados, todo aquello que constituye la
mecánica de precisión y que se parece al trabajo de las tejedoras de encajes y
al bordado artístico...
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