martes, 31 de mayo de 2011

Susan Sontag / El viajero y su lamento


W.G. Sebald


Susan Sontag
W.G. SEBALD
EL VIAJE Y SU LAMENTO

¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald es una de las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.
Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto de partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres años después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los anillos de Saturno. Cuando Los emigrantes se tradujo al inglés en 1996, la aclamación lindó con la reverencia. Ahí estaba un escritor magistral, maduro, inclusive otoñal en su persona y en sus temas, que había logrado un libro tan extraño como irrefutable. Su lenguaje era maravilloso: delicado, denso, inmerso en la materia de las cosas; y aunque de esto hubiera amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que resultaba ajeno y a la vez más persuasivo era la autoridad extraordinaria de la voz de Sebald: su gravedad, sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda cohibición debilitadora o toda ironía gratuita.
En los libros de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald —según se nos recuerda en forma ocasional— viaja para rendir cuenta de la evidencia de una moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la modernidad, medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada de investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.
¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo identifica para nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en Inglaterra durante sus primeros veinte años de edad, y con una carrera académica vigente en la enseñanza de literatura alemana moderna en la Universidad de East Anglia, incluye un puñado de alusiones a estos y algunos otros hechos, y también —con otros documentos autorreferenciales reproducidos en sus libros— un retrato con el grano abierto de él mismo, situado al frente de un enorme cedro de Líbano en Los anillos de Saturno, o la foto de su nuevo pasaporte en Vértigo.
Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción. Y son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra de ficción no es que la historia no sea verdadera —bien puede ser verdadera, en parte o en su integridad—, sino su uso o expansión de una variedad de recursos (aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald —y la ilustración visual que las acompaña— proyectan el efecto de lo real a un extremo fulgurante.
Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el promeneur solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un solitario, aun cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo inicial de Los emigrantes), el narrador está listo para salir de viaje a su antojo, a seguir algún arrebato de curiosidad acerca de una vida extinta (como los cuentos de Paul, un querido maestro de primaria en Los emigrantes, quien por primera vez lleva al narrador de vuelta a la "nueva Alemania", y como los del tío Adelwath, quien lleva al narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea en Vértigo y Los anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador es asimismo un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la soledad de un escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando surge alguna crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la naturaleza de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio del segundo de los cuatro relatos que conforman Vértigo:
En octubre de 1980 viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido durante casi 25 años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises, rumbo a Viena, con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar una etapa de mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que los días me resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi acostumbrada rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente no sabía a dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni objetivo por las calles de la ciudad antigua...
Este largo pasaje, titulado "All´estero" ("En el extranjero"), que lleva al narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al capítulo inicial —un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere la biografía del muy viajero Stendhal— y le sigue un tercer capítulo que relata con brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en algunos sitios visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y último capítulo, tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula "Il ritorno in patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro narraciones de Vértigo bosquejan todos los temas principales de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son también viajeros; el sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre hay visiones de la destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una enfermedad, Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato finaliza cuando Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con Londres destruido por el Gran Incendio.
Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro movimientos donde la cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes de una u otra especie habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las peregrinaciones del propio narrador y las vidas, todas de algún modo desplazadas, que el narrador evoca.
Comparemos con la primera oración de Los anillos de Saturno:
En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Suffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo un tramo largo de trabajo.
Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este viaje a pie realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje tradicional nos acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la devastación; el principio del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido al descubrir "las huellas de la destrucción" que un año después de comenzar su viaje debió ingresar a un hospital de Norwich "en un estado de inmovilidad casi total"
Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de los tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su punto primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los árboles que destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que destruyó el huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de Saturno); la destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los emigrantes relata un viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de "algún residuo del pasado" para confirmar que este "lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a casa en W. —que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia— es una extensa recherche du temps perdu.
El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que abandonaron su tierra natal, es la evocación desoladora —supuestamente, una memoria en manuscrito— de una idílica infancia germano-judía. El narrador describe su decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su infancia, para observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald se estableció en lengua inglesa con Los emigrantes, y como el personaje de su último relato es un famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán enviado durante su niñez, fuera de la Alemania nazi, a la seguridad de Inglaterra —su madre, que murió con su padre en los campos de concentración, es la autora de la memoria—, el libro fue etiquetado rutinariamente por la mayoría de los reseñistas —sobre todo, aunque no sólo en Estados Unidos— como un ejemplo de "literatura del holocausto". Al terminar un libro de lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes pudo preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le siguió en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una mente bien armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda, asistió a la lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio romántico en la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca los nobles esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de Leopoldo en el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras aventuras en el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su procesión de anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente libresca (dos conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico especializado en Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los anillos de Saturno pudo parecer —luego de la agudeza extrema de Los emigrantes— simplemente "literario".
Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre la obra de Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo, que esclarece aún más la naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de viajes —atentos a lo histórico por sus obsesiones, pero con alcances que son de la ficción—. El viaje libera la mente para el juego de las asociaciones, para los sufrimientos (y erosiones) de la memoria, para degustar la soledad. La conciencia del narrador solitario es el verdadero protagonista de los libros de Sebald, inclusive cuando hace una de las cosas que mejor sabe hacer: contar y resumir las vidas de otros.
Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es menos visible. Y todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el autorretrato de una mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera crónica; una mente atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al caminar por Viena, cree reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo condena de ser quemado en la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en Venecia, ve a Ludwig II de Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del Lago Garda hacia Riva, ve a un adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka con exactitud. Este narrador, que se define a sí mismo como un extranjero —al escuchar el parloteo de algunos turistas alemanes en un hotel, él quisiera no haberlos entendido, "o sea, haber sido ciudadano de un mejor país, o de ningún país en absoluto"— es, además, una mente luctuosa. En cierto momento, el narrador afirma no saber si todavía está en la tierra de los vivos, o si ya está en algún otro lugar.
De hecho, él está en ambos: con los vivos y —si la guía es su imaginación— con los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el retorno a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el origen de un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para entregarse uno mismo —como en la cuarta narración de Los emigrantes— a las revelaciones más concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del recuerdo y la búsqueda de sus orígenes traen consigo su precio. Parte del poderío de Vértigo es que atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo, la palabra empleada para traducir el título alemán Schwindel. Gefühle —a grandes rasgos: Mal de altura. Sentimiento— apenas sugiere todas las clases de pánico, apatía y desorientación que narra el libro).
Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena, camina tanto que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos. En Los anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes, la mente se concentra menos en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en los libros posteriores, Vértigo aborda la conciencia doliente del propio narrador. Pero en la angustia mental invocada de forma lacónica que aguijonea la tranquilidad del narrador, la conciencia inteligente nunca es solipsista, como sucede en la literatura de menor alcance.
El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes. He aquí un narrador en propulsión.
¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza, tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al Naipaul de El enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la desolación apasionada de la voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una genealogía alemana. Jean Paul, Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert Walser, el Hofmannsthal de La carta de Lord Chandos y Thomas Bernhard son algunas afinidades de este maestro contemporáneo de la literatura de lamentación y ansiedad mental. El consenso acerca de la mayor parte de la literatura inglesa del siglo pasado ha decretado que las perturbaciones líricas y elegiacas son inadecuadas para la ficción: sobrecargada, pretenciosa. (Incluso una gran novela, tan excepcional como Las olas, de Virginia Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura alemana de la posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y la literatura del pasado —particularmente del romanticismo alemán— demostró su afinidad con la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier cosa que se pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí tal vez que sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo permanente, en las inmediaciones de una literatura con una predilección moderna por lo anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.
Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente retórica, es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el recurso siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la hoja desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita, recortes de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el encanto y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento de Vértigo, el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el hotel. Y ahí está el documento creado por la policía de Riva, en el cual —un toque de misterio— la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está el nuevo pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en Milán. (En efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por lo menos, así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual describe en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados en la piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.
En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos dicen: "lo que les hemos contado es cierto" —algo que, por lo común, el lector de ficción difícilmente espera—. Ofrecer cualquier tipo de evidencia es dotar a lo descrito con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las fotografías y otras reliquias reproducidas en la página conforman un índice exquisito del transcurso del pasado.
En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está intimando con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas con insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al describir una aparición favorita —la Sala de Lectura de los Marineros en Southwold, donde examina las anotaciones del cuaderno de bitácora de una patrulla marina anclada lejos de los muelles en el otoño de 1914—: "Cada vez que descifro uno de estos registros me asombra que un rastro desvanecido en el aire o el agua durante tanto tiempo permanezca visible en este papel." Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del cuaderno de bitácora y considerar "la misteriosa supervivencia de la palabra escrita"


lunes, 30 de mayo de 2011

Susan Sontag contra García Márquez


reaviva su polémica con García Márquez
sobre Cuba

Alemania, 10/12/2003

La escritora estadounidense Susan Sontag reavivó hoy en la Feria del Libro de Francfort su polémica sobre Cuba con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, al que volvió a acusar de deshonestidad intelectual por callar sobre las violaciones de los derechos humanos del régimen castrista. Sontag empezó recordando el comienzo de la polémica, en la Feria del Libro de Bogotá a donde ella había acudido como invitada especial. "Yo no había llegado a Bogotá pensando en formular un ataque contra García Márquez que en Colombia es una especie de dios", dijo la escritora. "Durante una conferencia de prensa, alguien me preguntó que cual era mi posición sobre la responsabilidad política del escritor. Entonces dije que no tenía nada en contra de escritores que no se interesaban por temas políticos y que no decían nada al respecto, pero que aquellos que lo hacen tienen que hacerlo siempre que haya algo que denunciar", añadió. La escritora añadió que tras decir eso no pudo evitar mencionar el caso de García Márquez, que había callado sobre la reciente ola de represión contra disidentes en Cuba, con condenas a muerte y a largas penas de prisión. "Respeto a los escritores que no se pronuncian sobre temas políticos. Pero quienes lo hacemos como Günter Grass, como García Márquez, o como yo, entonces no podemos dejar de denunciar cosas de las que tenemos noticia", dijo Sontag reanudando su argumentación de Bogotá. "Acerca de Cuba, García Márquez ha callado cosas que sabe y por eso no ha sido honesto", añadió la escritora. "Nunca creí que él fuera a responderme, pero lo hizo y la respuesta fue ridícula al decir que en conversaciones privadas ha ayudado a salir de Cuba a muchos disidentes", prosiguió. La escritora comparó la actitud de García Márquez con la que asumió el portugués José Saramago, que pese a definirse a sí mismo como comunista, tras la reciente ola de represión dijo que no podía seguir respaldando al régimen castrista. "Lo siento por García Márquez, pero hay cosas que no se pueden callar", añadió.

domingo, 29 de mayo de 2011

Natasha Poly / On the Road

Natasha Poly
ON THE ROAD
November 2011
Vogue Spain
Photographer: Lachlan Bailey



November 2011 Vogue Spain editorial

Model: Natasha Poly
Photographer: Lachlan Bailey
Stylist: Geraldine Salglio
Makeup: Sally Branka
Hair: Rudi Lewis


sábado, 28 de mayo de 2011

Leila Guerriero / Alejandro Zambra, el hombre que lee

"Mi generación está en alguna medida enferma de nostalgia y esa nostalgia es a veces bien vacía", señala Alejandro Zambra. MT SLANZI


Alejandro Zambra, el hombre que lee

LEILA GUERRIERO
28 de mayo de 2011

El poeta y narrador chileno es una de las voces más originales de la nueva generación de autores en español. Elegido en listas como las de Bogotá 39 y Granta, publica Formas de volver a casa, una historia durante la dictadura de Pinochet


Que es chileno, que nació en 1975, que es poeta, que es narrador, que en 2010 fue elegido por la revista británica Granta como uno de los veintidós mejores escritores en lengua española de menos de treinta y cinco años, que este mes publicó su tercera novela, Formas de volver a casa, en la editorial Anagrama, donde salieron también sus dos primeras, Bonsái y La vida privada de los árboles.Que Bonsái -cuarenta páginas en formato Word que devinieron, publicadas, en noventa y cuatro- fue traducida al francés, inglés, italiano, portugués, neerlandés, serbio, griego, turco, hebreo y coreano. Que es licenciado en Literatura Hispánica, magíster en Filología y profesor en la Universidad Diego Portales, de Chile. Todas esas cosas se saben de Alejandro Zambra. Estas otras se saben un poco menos: que, puesto a elegir, y si tuviera dieciocho, estudiaría japonés y no literatura; que es vegetariano teórico ya que casi lo único que come es carne; que padece migrañas desde pequeño; que, mientras estudiaba en la universidad, no pensó ni una sola vez en ser escritor porque lo que quería, realmente, era leer.




"Escribir es como cuidar un bonsái: es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada"

La casa, en el barrio de La Reina, en Santiago de Chile, está helada. La estufa flamea en su grado mínimo para evitar que el gas, a punto de acabarse, se acabe.
-De hecho, te estaba esperando para encenderla, así nos dura.
Es noche afuera y adentro hay dos gatas, un teclado, la estufa, una biblioteca. Alejandro Zambra fuma, bebe una taza de té, dice que en 1998 se topó con una foto de la instalación de un artista plástico en la que se veían árboles envueltos.
-Eso me disgustó mucho, porque en teoría defiendo la naturaleza y soy súper ecologista y vegetariano.
-Pero hay dos bifes enormes descongelándose en tu cocina.
-Por eso: en teoría. Respeto mucho a los vegetarianos, aunque no hago más que comer carne. De hecho, pensaba que podemos ir a comer juntos después de esta entrevista. Hay un sitio aquí cerca. Y sólo sirven carne.
La anécdota de los árboles envueltos explica el germen de Bonsái, pero ahora la conversación deriva hacia otras cosas -carne, sitios donde la preparan bien- y quizás entonces lo mejor sería empezar por el principio.
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Había una madre, había una hermana mayor, había un padre que se dedicaba a cuestiones relacionadas con la computación, y había este chico que encontró el gusto por la lectura desde pequeño, y por la escritura también desde pequeño.
-Una vez escribí un poema, Fiestas patrias, o algo así. Tenía nueve, diez años. Un día me cambié de colegio. Pasó el tiempo y fui de visita al anterior. Mi antiguo maestro me hizo entrar a la clase donde había cuarenta y cinco pendejos y les dijo: "Miren quién ha venido. Él es Alejandro Zambra. Ustedes saben muy bien quién es Alejandro Zambra. Pónganse de pie". Se pusieron de pie y empezaron a recitar el poema mío, que él había decidido enseñarles. Fue muy heavy.
-¿Recordás el poema?
-No, no me lo acuerdo.
Pausa pequeña. Y una sonrisa.
-Sí me lo acuerdo. Pero jamás te lo diría.
A los 13 años ingresó al Instituto Nacional, donde fue buen alumno -"una pena, porque queda mejor decir que fuiste pésimo"-, y se hizo lector voraz.
-Tenía claro que quería estudiar Literatura. Quería leer, y estudiar Literatura me parecía casi una estrategia para poder seguir leyendo.
A los 21 se fue de casa de sus padres y consiguió trabajo como operador telefónico de la compañía Axxa Assistance, que ofrece servicios a empresas que, a su vez, ofrecen asistencia en viajes.
-Atendía el turno de noche, así que aprovechaba para leer. También fui profesor en colegios de niños-problema. Una vez entré a la sala y encontré a un alumno saltando arriba de la mesa del profesor y le dije "¿Qué estás haciendo?". Seguía saltando y gritaba: "¡Es que soy tímido, es que soy tímido!". Lo pasaba como las huevas.
En 1998, Ediciones Stratis publicó su primer libro de poemas, Bahía Inútil. Pasó 2001 y 2002 en España, haciendo un máster, y, al regresar, todavía rodeado por las cajas de la mudanza, escribió treinta y siete páginas de versos engarzados en métrica de inspiración lujosa: "Me dijeron que avisara treinta días / antes me dijeron que avisara treinta / veces al menos me dijeron que al /menos avisara treinta veces y que / en días como estos no se debe / -no se puede- trabajar. (...)". El poema se llamó Mudanza, fue publicado por Quid Ediciones en 2003, y es el responsable de que se lo empezara a mencionar como uno de los mejores poetas de ese país de poetas. Siguió, a eso, su vida como crítico.
Apenas empezado el siglo nuevo, Zambra era un profesor, un poeta, un lector, y alguien que necesitaba trabajar. Cuando supo que en el periódico popular Las últimas noticias buscaban un crítico literario, se ofreció. Así fue cómo, durante tres años, reseñó libros en una sección llamada Hoja por hoja donde, por ejemplo, y acerca del chileno Hernán Rivera Letelier, escribió: "La obra de Rivera demuestra que la moralina, el engolosinamiento argumental y una inmoderada dosis de pintoresquismo sólo sirven para camuflar inepcias narrativas de marca mayor".
-Algunos llamaban furiosos. Amenazaban con golpes, incluso.
Más tarde publicó reseñas en El Mercurio, La Tercera, Letras Libres. Muchas fueron recogidas en No leer (Ediciones Universidad Diego Portales, 2010), un libro en el que, entre textos sobre Natalia Ginzburg, Kafka, Roberto Bolaño, Nicanor Parra, hay uno, Árboles cerrados, donde cuenta la historia de la novela que lo transformó en uno de los escritores más notorios de su país y de Latinoamérica: Bonsái. "(...) hace nueve años, una mañana de 1998 -se lee en Árboles cerrados-, encontré, en el diario, la fotografía de un árbol cubierto por una tela transparente. La imagen pertenecía a la serie Wrapped Trees, de Christo & Jeanne-Claude (...) Y luego di con los bonsáis, tan parecidos, en un sentido, a los árboles de Christo & Jeanne-Claude (...) Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada (...)".
-Me gustaba esa imagen y empecé a mirar manuales de bonsái. Quería escribir un libro de poesía con ese lenguaje. Me fui desplazando hacia la narrativa y escribí un relato corto donde sucedía más o menos lo que sucede en Bonsái.
Así llegó a esa historia -un hombre enamorado de una mujer, una mujer que se suicida, un hombre que reescribe la novela de otro hombre, un hombre que cuida un bonsái- tallada con un estilo seco, impávido desde la primera frase: "Al final ella muere y él se queda solo (...)".
-La mandé a varias editoriales grandes, y en una no me contestaron, en otra me la rechazaron. Al final se me ocurrió mandarla a Anagrama. Por si acaso.
Anagrama publicó el libro -que resultó premio de la Crítica 2006 en Chile- y, apenas un año después, hizo lo propio con su segunda novela, La vida privada de los árboles.
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Afuera es alta noche y llueve un agua insidiosa. En una o dos horas más, Zambra va a estar comiendo carne en el área de fumadores de un restaurante al que va siempre, pero ahora dice que está aprendiendo a hablar de su nueva novela y que todavía no sabe bien cómo. Formas de volver a casa, que acaba de publicar Anagrama, transcurre en Chile en los años ochenta, durante la dictadura de Pinochet, y cuenta la historia de un niño a quien una niña le encarga la tarea de espiar a un hombre e informarla de sus movimientos. El niño acepta, aunque no entiende cuál es el motivo de esa vigilancia. Veinte años más tarde ambos se reencuentran y las piezas del puzle empiezan a encajar. La novela se organiza en torno a dos partes fundamentales -'La literatura de los padres' y 'La literatura de los hijos'- y devela su propia construcción a través de un diario que lleva el narrador.
-Mi generación está en alguna medida enferma de nostalgia y esa nostalgia es a veces bien vacía. Uno se encuentra con gente que organiza asados para recordar un tiempo como si ese tiempo hubiera sido bueno y lo hubiéramos pasado bien.
"En cuanto a Pinochet, para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba solamente por esos intempestivos shows que mi papá miraba sin decir palabra (...)". Una novela en la que ser hijo no fuera una excusa. Una novela en la que ser padre no fuera una excusa.
-No sé si lo logré, pero lo que quería era escribir una novela en la que nadie fuera inocente.
-¿Y ahora qué sos, en mayor medida: crítico, lector, narrador, poeta?
-O sea, lo que más soy... O sea... Ahora soy alguien que hace muchísimo rato necesita ir al baño. Discúlpame.
(Después, el restaurante, el vino, la carne, los cigarros).
Formas de volver a casa. Alejandro Zambra. Anagrama. Barcelona, 2011. 168 páginas. 15 euros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de mayo de 2011

Isabeli Fontana / Robert Polidori


Isabeli Fontana

by Robert Polidori

Bottega Veneta F/W 11 Campaign
Model: Isabeli Fontana
Photographer: Robert Polidori