miércoles, 2 de febrero de 2011

Hemingway / Mi madre y el revólver


Hemingway, con la mirada perdida de la última época,
junto a la botella de vino y uno de sus amados gatos.

Ernest Hemingway
MI MADRE Y EL REVÓLVER[i]
Mi padre murió en 1928. Se pegó un tiro. Y me dejó cincuenta mil dólares. La cosa que más me molesta es que yo le había escrito una carta que estaba encima de su escritorio el día en que se mató, y creo que si hubiera abierto la carta y la hubiera leído no hubiera tirado del gatillo. Cuando le pedí a mi madre la herencia, ella dijo que ya la había gastado en mí. Le pregunté en qué forma. Dijo que en mis viajes y en mi educación. ¿Qué educación?, le pregunté. ¿La secundaria de Oak Park? Mis únicos viajes, le recordé, habían sido pagados por el ejército italiano. Ella no respondió; en vez de ello me llevó a ver el lujoso salón musical que había añadido a la casa. Por supuesto, allí era donde estaban mis cincuenta de a mil. Mi madre estaba loca por la música, era una cantante frustrada, y daba tertulias cada semana en mi salón musical de cincuenta mil dólares. Cuando yo estaba en la escuela me obligaba a tocar el cello, aunque yo no tenía ningún talento y ni siquiera podía seguir una tonada. Me sacó de la escuela un año para que pudiera dedicarme exclusivamente al cello. Yo quería salir a jugar al fútbol al aire libre y ella me tenía encadenado a aquella caja. Aun antes de su período de salón musical perseguía constantemente a las personalidades de la música, tratando de atraerlas a sus veladas. En una de esas ocasiones me encontré siendo mecido en las rodillas de Mary Garden. Como yo era grande para mi edad, fue una lucha saber quién mecía a quién, pero ella ganó. En cuanto a ese salón de cincuenta mil dólares, pude desquitar un poco mi herencia colgando allí un costal de entrenamiento y practicando con él todas las tardes, hasta que salí de Oak Park. Y esa vez, cuando me fui, fue para siempre. Varios años después, en época de Navidad, recibí un paquete de mi madre. Contenía el revólver con el que mi padre se había matado. Había una tarjeta en la que mi madre decía que pensaba que me gustaría tenerlo; no supe si era un presagio o una profecía.



* Contado en 1954 a A. E. Hotchner en 1954, viajando por el sur de Francia, y recogido en Papá Hemingway, del mismo Hotchner. México, Editorial Novaro, 1966. Norman Mailer, en el prefacio de Papá, una historia personal, de Gregory Hemingway, considera el libro de Hotchner “interesante pero distorsionado”. El lente gran angular del periodista distorsiona hasta su misma nariz, ya bastante grande, se burla Mailer. Al parecer, un lúcido discurso de Hemingway está tomado de una carta. “Citar una carta no impacta tanto como una conversación personal”, dice Mailer con razón. En este caso, la confesión de Hemingway sobre su madre ocurre en el Vendôme, en Aix-en-Provenza.  Dice Hotchner: “Más tarde permanecimos sentados a la mesa largo rato, bebiendo café y vino; Ernest consumió más vino del que yo lo hubiera visto tomar jamás”. Supongo que el periodista no se limitó a observar. ¿Cómo pudo retener en su cabeza repleta de alcohol una conversación de seis densas páginas? Las anécdotas del salón musical y el revólver apenas cubren una. En fin y sin contradecir a Mailer, otro mitómano que se iba de la lengua, digamos que los hechos son ciertos aunque no la exactitud de las palabras. Y mucho más ahora que recreamos los hechos en una lengua ajena.
  
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