Richard
Matheson
ES LA
EPOCA DE SER GELATINA
A papá, la nariz se le cayó
durante el desayuno.
Cayó exactamente en el café de mamá,
y lo tiró. El silbido de Prunella apagó la lámpara.
—¡Zambomba, papá! —exclamó
mamá, en la penumbra—. Si sabías que estaba a punto de caer, ¿por qué no te la
quitaste tú mismo?
—¡No lo sabía! —contestó papá.
—Eso es lo que dijiste la
última vez, papá —dijo Luke, ahogándose con la corteza de pan.
El tío Roca chasqueó los dedos
a un lado de la lámpara. El silbido de Prunella apagó la llama.
—Deja de reírte, muchacha —la
reprendió mamá.
Prunella aminoró sus sacudidas,
deteniéndose atropelladamente al tiempo que derramaba el potaje de hígado.
—¡Que cargue el diablo con él!
—dijo el tío Ojos.
—Bueno, encended la mecha,
encended la mecha —rogó el abuelo que estaba leyendo.
Prunella jadeó, agitándose en
el polvo. El tío Roca volvió a echar chispas y encendió la lámpara.
—¿Dónde estaba? —preguntó el
abuelo
—Vuélvete a subir —dijo mamá.
Prunella trepó otra vez a su
roca, mientras que de sus ojos resbalaban lágrimas de risa.
—Niña aturdida —dijo mamá, y
sirvió otra cucharada de potaje sobre la mesa de Prunella—. ¡Anda! —ordenó.
Sacó la nariz de papá de su
café y se la lanzó
—Mamá, he decidido pedírselo
ahora —dijo Luke.
—¿De veras, hijo? —preguntó
mamá— ¡Qué bueno!
—¡No tiene ningún objeto!
—exclamó el abuelo— ¡La maldita fuerza de la vida está consumida!
—Escucha, papá —dijo el padre—.
Ten cuidado de no molestar a los chicos.
—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el
abuelo, golpeando el periódico con la muñeca—. ¡Hemos dejado entrar las
longitudes de onda de la antivida! ¡Eso es lo que hemos hecho!
—Basura —replicó el tío Ojos—.
¿No estamos viviendo?
—¡Estoy hablando de las generaciones futuras,
maldito tonto! —dijo el abuelo, y se volvió hacia Luke—. ¡No tiene ningún
objeto, muchacho! ¡Es imposible que tengáis hijos!
—Eso mismo nos dijeron también
a papá y a mí —lo tranquilizó mamá—, y tenemos dos hermosos hijos. No hagas
caso al abuelo, hijo mío.
—¡Estamos dividiéndonos!
—reveló el abuelo—. Nuestras células están creciendo. El hombre lo dice aquí
mismo. ¡Somos gelatina! Como gelatina que se deshace.
—Yo no —dijo el tío Roca.
—¿Cuándo piensas preguntarle?
—inquirió mamá.
—¡Hemos destruido el toldo
protector! —gritó el abuelo.
—¿El qué? —preguntó tío Ojos.
—Esta mañana —dijo Luke.
—¡Hemos impregnado las nubes!
—dijo el abuelo.
—Se sentiría muy contenta —dijo
mamá, y le dió a Prunella unos golpecitos en la cabeza con un mazo—. Come con
la boca, niña — ordenó.
—Nos uniremos en mayo próximo
—dijo Luke.
—¡Hemos bajado la presión del
sistema climático! —dijo el abuelo.
—Prepararemos tu rincón —dijo
mamá.
El tío Roca, mientras sus
mejillas se le descascaraban, continuó comiendo su potaje.
—¡Hemos echado a perder el
maldito plan maestro! —afirmó el abuelo.
—¡Oh! ¡Cierra ya el pico! —dijo
tío Ojos.
—¡Cierra el tuyo! —contestó el
abuelo.
—Tengamos un poco de armonía y
silencio —pidió papá, rascándose la nariz. Escupió y derribó una araña
voladora. Prunella ganó la carrera.
—Maldita pierna —dijo Luke al
regresar cojeando a la mesa.
Volvió a colocar en su sitio el
hueso de la cadera. Prunella comió, jadeando.
—¿Se te está aflojando la
pierna nuevamente, hijo? —preguntó mamá.
—Supongo que aguantará
—contestó Luke.
—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el
abuelo—. ¡Estamos cayendo bajo una sombrilla mortífera! ¡Un paraguas de muerte!
—Pamplinas! —dijo tío Ojos.
Elevó el brazo de en medio y le guiñó a mamá el ojo azul.
—Anda, vete —dijo mamá,
ahogando una risa.
La pared del este cayó.
—Ahí va —observó papá.
Prunella descendió de su roca y
salió, rodando y jadeando, por la abertura.
—Es una chica entusiasta —dijo
mamá, barriendo los fragmentos de mejilla de la mesa.
—¿Qué me dices de mi rincón?
—preguntó Luke.
—¡Lo que dice aquí
mismo!—insistió el abuelo—. ¡Las cargas eléctricas son difuminadas! Las
estructuras atómicas destruidas!
—Volveremos a levantarnos —dijo
mamá—. Nada temas, Luke.
—Tendremos una fiesta —dijo tío
Ojos—, con cerveza de yute y todo.
—¡No tiene ningún objeto!
—aseguró el abuelo—. ¡Hemos hecho añicos todo el asunto!
—Escucha, papá —le dijo mamá—.
No tiene ningún objeto tampoco el predicar la ruina. ¿No han estado
predicándola desde mi infancia? No existe ninguna razón en el mundo para que
Luke no se una a Annie Lou. ¿No tienen acaso dos fuertes brazos y cuatro
potentes piernas? ¿No tiene sentido iniciar la danza de la vida?
—No tenemos nada que temer
—observó papá—, excepto el temor mismo.
El tío Roca asintió y raspó un
fósforo de azufre a lo ancho de su quijada, para encender su yesca.
—Es necesario tener fe —dijo
mamá—. No tiene objeto entristecerse impíamente, como lo hacen esos hombres
científicos.
—¡Que los envíen al ejército! —exclamó tío
Ojos—. ¡Pónganles una bomba Z en los pantalones y mándenlos cantando
alegremente hacia el enemigo!
—¡Rocíenlos con ácidos de fuego! —dijo papá.
—¡Que los metan en un jarro de
substancias de gérmenes! —dijo el tío Ojos—. Con una niebla de virus al vacío
en los hocicos. ¡Denles hasta hartar!
—Eso les enseñará —ordenó papá.
Caminamos juntos
bajo la lluvia amarilla.
Nuestro amor era más grande
que el dolor más grande
El cielo estaba pantanoso
y tu piel era nueva.
Mis corazones latían...
Annie, te amo.
Luke atravesó veloz los
terraplenes, como si fuera un fantasma, a la luz morada de sus tripas. Su voz
se agitaba en la sopa al cantar el poema que había compuesto un día en el pozo.
Dio vuelta a la izquierda en la Cumbre de Partículas Radiactivas, siguió por la
Sonda Proyectil hasta el Declive Onda de Choques, se dirigió hacia el Atajo
Radiación, y galopó hasta llegar al Valle de los Hongos. Deseó que hubiera
caballos. Tuvo que detenerse tres veces para volver a colocarse la pierna. Los
padres de Annie Lou se disponían a comer, cuando llegó él. El tío Lento seguía
tomando el desayuno.
—Hola, señor Monstruo —dijo Luke
al padre de Annie Lou.
—Hola, Hoss —le dijo el señor
Monstruo.
—Pase —invitó el tío Lento.
—Acerque un terrón —dijo el
señor Monstruo—. Hay suficiente comida para todos.
—Acabo de comer —dijo Luke—.
¿Dónde está Annie Lou?
—Afuera, en el pozo; fue a
traer agua —dijo el señor Monstruo, vaciando algarrobas amargas sobre su mano
plana.
—Exactamente —dijo el tío
Lento.
—Entonces, voy a ayudarla a
cargar el cubo —dijo Luke.
—¿Qué tal están tus padres?
preguntó la señora Monstruo, mientras ponía sal a unos cuantos granos de
leguminosas.
—Muy bien —contestó Luke—, en
excelente estado.
—Potaje —dijo tío Lento.
—Me alegra oírlo, Hoss —dijo el
señor Monstruo.
—Dales nuestros saludos —pidió
la señora Monstruo.
—Con mucho gusto —contestó
Luke.
—¡Maldita sea! —exclamó el tío
Lento.
Luke salió al exterior por el
orificio, y se dirigió hacia el pozo, haciendo a un lado, a puntapiés, a tres
pequeños y uno grande, que silbó con irritación.
—¿Cómo están tus padres?
—preguntó el mediano de los pequeños.
—No es nada que te importe
—contestó Luke.
Annie Lou estaba sacando un
cubo de agua y se apoyaba contra la pared del pozo.
Sostenía un manojo de flores
silvestres.
—¡Hola! —saludó Luke.
—¡Hola, Hoss! —jadeó ella,
mostrándole su diente en una sonrisa amorosa.
—¿Qué le pasó a tu otra oreja?
—preguntó Luke.
—¡Ah, Hoss! —rió ella, mientras
su cabellera de abril caía al pozo.
—¡Ah,
pssst! —dijo Annie Lou.
—Te diré —le comunicó Luke—, he
pensado en algo. Lo supe por el abuelo —le dijo con un tono de orgullo—; eso
quiere decir que soy inteligente.
—¿De veras? —preguntó Annie
Lou, lanzándole flores silvestres al rostro para ocultar su rubor.
—Así es —dijo Luke, sonriendo
con un gesto de timidez.
Se golpeó el hueso de la cadera
y dijo:
—¡Maldita pierna!
—¿Te está volviendo a molestar,
Hoss? —preguntó Annie Lou.
—No tiene importancia —contestó
Luke.
Recogió una araña nadadora del
cubo y tiró de sus patas.
—Me quiere —dijo,
sonrojándose—, no me quiere. ¡Ah!
La araña se alejó de un salto,
haciendo rechinar sus dientes con furia.
Luke contempló a Annie Lou,
mirándole de ojo a ojo.
—Bien —dijo—. ¿Lo harás?
—¡Oh, Hoss! —lo abrazó por los
hombros y por la cintura—. ¡Creí que nunca me lo pedirías!
—¿Lo harás?
—¡Por supuesto!
—¡Cielos! —exclamó Luke—. ¡Soy
el Hoss más feliz que ha existido!
Entonces la besó con fuerza en
el labio, y se alejó veloz a través de las llanuras, con la crin rizada volando
detrás de él, gritando y jadeando.
—¡Viva! ¡Soy muy feliz! ¡Feliz,
feliz, feliz!
La pierna se le cayó, y la
dejó atrás, bailando.Lea, además
BIOGRAFÍA DE RICHARD MATHESON
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