sábado, 4 de abril de 2020

Triunfo Arciniegas / La huesuda






Triunfo Arciniegas
LA HUESUDA
La abuela se murió, la enterramos y todo eso, hasta lloramos en el bar, y al rato la encontramos en la casa sacudiéndose el polvo, más huesuda que nunca, con la mortaja hecha una lástima. Con sombrero y guantes. De repente se había vuelto refinada. Hasta traía su collar de perlas. Nos alegró verla, por supuesto, la familia es la familia, aunque no hacía mucho que nos habíamos despedido. Muertos de la curiosidad, le preguntamos qué había pasado, no se hallaba en el más allá o qué.
—Pero sí nadie se halla, chamacos —dijo.
—¿No me habías heredado el collar, abuela?
—Me dio nostalgia.
Le hicimos ver, con maña para no herir sus sentimientos, que se había muerto y que su lugar no estaba entre nosotros sino donde sabemos, pero nadie se atrevió a preguntarle por ese sombrero tan extravagante. Le sobraban flores, cintas, plumas, y le hacía falta un carnaval.
—¿Me están echando? ¿A estas horas y con semejante frío? ¿En qué hotel me van a recibir con esta facha? Siempre fueron tan desconsiderados.
Aunque la estábamos viendo en carne y hueso, más hueso que carne, la verdad sea dicha, toda desparramada en el sillón, le dijimos una vez más que se había muerto y que no era culpa nuestra. Había estirado la pata solita, sin avisar. Ya tenía sus años pero nos sorprendió encontrarla toda tiesa en el jardín. Primero pensamos que se estaba haciendo, que se trataba de una broma cruel, pero no. Y ahora volvía y otra vez nos sorprendía.
—No tienes remedio, abuela.
—Por falta de remedios me pasó lo que me pasó, chamacos. Nunca me pude curar esa tos.
En fin, ya estábamos pensando en otro velorio, en otro entierro, con lo caro que salen esas cosas y lo mucho que tragan las visitas, cuando se levantó del sillón, toda digna, y dijo entre las muelas algo que nadie entendió.
El caso es que se fue y no volvió más.



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