lunes, 20 de mayo de 2019

Juan Cruz / Érase una vez Mario Benedetti







Mario Benedetti (izquierda) y el pintor cubano Mariano Rodríguez, en el Museo de Bellas Artes de La Habana en 1987.rn
Mario Benedetti (izquierda) y el pintor cubano Mariano Rodríguez, en el Museo de Bellas Artes de La Habana en 1987. ARCHIVO FUNDACIÓN BENEDETTI


Érase una vez Mario Benedetti

Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser únicamente un poeta


Juan Cruz
20 de mayo de 2019

Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser únicamente un poeta. Se le cruzó la vida triste de Uruguay, la maldad militar, la dictadura. Perseguido por la catástrofe que mató a tantos, ingresó en la nómina mundial de los perseguidos, y ya siempre tuvo miedo. En Argentina, en Perú, en Cuba y en Madrid.
Siempre tuvo miedo Mario Benedetti Farrugia. Le gustaba decir sus numerosos nombres propios, y añadir el otro apellido italiano, Farrugia. Era un niño en busca de amparo. Hasta en el hospital se sostenía en la rabia. Era imposible que se estuviera despidiendo. Y ya no pudo más el 17 de mayo de 2009, hizo 10 años ahora. Su penúltimo amparo, la Universidad de Alicante, donde está su biblioteca, le hizo un homenaje el viernes. Hace 20 años, en 1999, allí, cuando se ponía en marcha el Centro Mario Benedetti, él leyó un poema, Zapping de siglos,que ahora suena profecía. Lo preparó como un testamento de incertidumbre. ¿Qué será este tiempo en el que ya no voy a estar? Al morir tenía 88 años. Ya no sabía que había sido Mario Benedetti.
Pudo haber caído sobre él el cielo gris del limbo que hace invisibles a los poetas muertos. Pero su fundación en Montevideo, a cuyo mando está su biógrafa, Hortensia Campanella, se encarga de ponerle sal y fuego a la memoria de aquel hombre que parecía, dice ella: “Un abuelito para mi hijo”. Carmen Alemany, que en Alicante acompañó a José Carlos Rovira y a Eva Valero en la tarea de poner en marcha el Centro Mario Benedetti, contaba el viernes que su hija lo llamaba “el marido de Luz”. Pues Luz, su mujer, más que su sombra fue efectivamente su luz, su amparo mayor, su compañera. Luz murió sin memoria. Cuando se fueron de Madrid, en 2003, ya Luz no escuchaba el teléfono, no sabía qué hacer con los recados. Él la cuidaba con una delicadeza incendiada por el aturdimiento.
Esa mañana del regreso definitivo a Uruguay ella se dejó las llaves dentro de la casa. Era la metáfora de la despedida. Después de tantos viajes de ida y vuelta, tras el exilio y el desexilio, ya iba a ser Montevideo, de donde partió huyendo, el amparo final, el salto a la esperanza y al vacío. Y las llaves se quedaron en Madrid, ya no habría vuelta.
Palma de Mallorca, Madrid, Alicante fueron sus últimos amparos. Y la música de Serrat o de Viglietti. El amparo era que le hicieran caso sus amigos. Que no hubiera espinas en el pescado, que le funcionaran los aparatos del asma, que no le pusieran almendras en los platos, que hubiera urinarios cerca de sus firmas en la feria, que le salieran bien las operaciones, que no le faltaran el periódico ni los lápices, que hubiera guayaberas limpias. Que ya no hubiera más uniformes señalándole la puerta o la pena de muerte. Y que Luz, su mujer, estuviera siempre.
Ella murió tres años antes que él. Lo vi llorar meses más tarde. Desde su butaca miraba al aire gris de Montevideo. Escribía haikus, había presentado la dimisión al diablo del tiempo. Ya qué iba a hacer, se le había hecho la noche, como dice un verso argentino, en la mitad de la tarde.
Desamparado tantos años Mario Benedetti. La historia lo hizo desconfiar de las sombras. Entraba en los sitios como si fuera a resbalar, inquieto. Aplaudido por miles, como una estrella del rock de la poesía, siempre sintió que pasaría algo atroz o incomprensible. Así que buscaba amparo. Había en él esa ausencia triste del perseguido que ni en la pared halla apoyo. Alicante le dio honores y calor, hasta ahora mismo, Chus Visor no para de editarle; Campanella dice que a la fundación siguen viniendo sin cesar solicitudes para hacer de sus versos canciones y de sus novelas o relatos teatro o cine.
En Montevideo lo acogieron, de vuelta, como una leyenda que ya se iba a quedar allí, en su casa donde lo único que se movía era la mecedora. En aquel Zapping de siglos dejó escrita, con la ironía que le aclaraba las ideas y los días, su manera de ver lo que venía: “El siglo light está a dos pasos / su locurita ya encandila / al cuervo azul lo embalsamaron / y ya no dice nunca más”.
Él sobrevivió nueve años la locurita del siglo XXI. Su biblioteca está en Alicante, en Montevideo, en las canciones y en miles de librerías o de casas.



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