sábado, 26 de noviembre de 2005

Kazuo Ishiguro / "La infancia es una utopía para niños afortunados"

Kazuo Ishiguro
Poster de T.A.

KAZUO ISHIGURO

"La infancia es una utopía 

para niños afortunados"


Lourdes Gómez
26 de noviembre de 2005


El escritor británico de origen japonés escribe en Nunca me abandones sobre biotecnología y ciencia-ficción con el fin de reflexionar sobre la muerte, lo que significa ser humano y el mundo que se muestra a los niños. En un café de Londres, Ishiguro habla de su primer viaje a Japón, de la polémica de la enseñanza de la historia allí y de las claves de su aterradora fábula futurista.

Kazuo Ishiguro reside desde niño en Inglaterra. Hasta la década pasada no regresó a Japón, temeroso de ver destrozada la memoria que preservaba del país donde nació en 1954. Con esos recuerdos creó los personajes japoneses de sus primeras novelas, Pálida luz en las colinas y Un artista del mundo flotante, e incluso el mayordomo inglés de Lo que queda del día, la obra que le catapultó entre los mejores autores internacionales. En su última novela, Nunca me abandones, cuenta una siniestra fábula entre pinceladas de ciencia-ficción para abordar cuestiones de mortalidad y del significado de la vida.
PREGUNTA. ¿Se siente forastero en Inglaterra o parte vital del proyecto multicultural?

RESPUESTA. De niño me mantenía a distancia de la gente, incluso de mis amigos, porque veía el país desde la perspectiva de mis padres, que era muy distinta a la británica. En cierta forma, yo era un prototipo: el único extranjero en una comunidad inglesa blanca que aún no sabía cómo reaccionar ante los de fuera. Nunca nos trataron negativamente y crecí en paralelo al cambio gradual hacia el multiculturalismo. Ahora me siento más cómodo aquí que en cualquier otro lugar. Soy un londinense típico.
P. ¿Por qué no regresó a Japón hasta consolidarse como autor?
R. Siempre creí que pronto nos mudaríamos a Japón. Era, para mí, un espacio vital. Mis abuelos me enviaban libros y revistas infantiles para seguir en contacto culturalmente. Con el tiempo me di cuenta de que mi memoria de Japón se debilitaba y que ese lugar que tanta confianza me daba no existía. Sabía que, de regresar, mi precioso Japón se rompería en trocitos. Viajé por Estados Unidos y Europa, pero nunca a Japón hasta hace unos años. Quise plasmar antes mi versión de Japón en un libro. Fue mi gran proyecto inconsciente, el empuje emocional que me llevó a la literatura.
P. ¿Se identifica con la herencia japonesa y polémicas como la surgida en torno a los textos escolares de historia?
R. No creo que Japón haya aceptado su papel en la II Guerra Mundial. Los japoneses han olvidado que fueron los agresores, que cometieron atrocidades y que se comportaron en Asia como Hitler en Europa. Siento la responsabilidad de propagar la memoria de la guerra. No tanto por mi herencia japonesa, sino porque me siento muy próximo a la generación que vivió la guerra.
P. ¿Es preferible olvidar?
R. ¿Cuándo conviene recordar, cuándo es preferible olvidar? Una cuestión muy importante que quiero plantear en el próximo libro. Cada país tiene asuntos que ha enterrado o intenta olvidar. Es difícil tomar partido. Comprendo que, en una fase vulnerable, un país quiera olvidar. Y eso implica no enjuiciar a gente implicada ni destituir a políticos o empresarios que pueden contribuir a la recuperación del país. Desde un plano moral estricto se debería echar a esa gente. También hay comunidades que deliberadamente recuperan memorias del pasado para manipular y movilizar a la opinión pública. Me parece que a veces es una batalla política para controlar el futuro.
P. ¿Dónde piensa ubicar este debate en su novela?
R. La ubicación me acarrea siempre problemas y, con frecuencia, la incorporo en la fase final.
P. Construye una utopía macabra en el internado de Nunca me abandones.
R. Así veo la infancia: una utopía para niños afortunados. A la mayoría nos permiten crecer en una burbuja protegida por los adultos, quienes gestionan la información y nos engañan para que creamos que el mundo es más agradable de lo que en realidad es.
P. ¿Sirve también de metáfora de nuestras vidas?
R. Es una metáfora de nuestra condición universal que el lector descubre emocionalmente. Todos sabemos que vamos a morir pero realmente no lo creemos. Intentamos escapar psicológicamente, pero no podemos rebelarnos contra la mortalidad. Estos niños se enfrentan a su destino, aceptan el papel que les corresponde en la vida e intentan hacerlo bien. La mayoría de la gente tampoco cuestiona su función ni trata de comprender el gran esquema de las cosas. Buscan dignidad y orgullo cumpliendo bien su labor. Son aspectos del ser humano que ya exploré en Lo que queda del día.
P. Se aproxima a la ciencia-ficción en la novela. ¿Es un género que le fascina?
R. Intenté escribir esta historia hace 15 años. Se trataba de unos jóvenes con un extraño destino relacionado con las armas nucleares. Soy de la generación que piensa más en términos nucleares que biotecnológicos. En el tercer intento, en 2001, di con el encuadre de la clonación. La biotecnología no me preocupa tanto como la ciencia en sí, la relación entre la ciencia y la sociedad. Aquí representa a la ciencia: una ciencia aterradora, que no podemos controlar ni entendemos completamente. Una vez abierta la caja, ya no hay marcha atrás. El mundo se transforma para siempre. Sucedió con la fusión del átomo y puede volver a suceder con la biotecnología. Como novelista, cuando introduces la ciencia, puedes retomar cuestiones de la literatura del XIX: qué es el alma, qué significa ser humano... Nos dio vergüenza plantearlas al volvernos menos religiosos, pero son cuestiones que siguen interesando mucho a la gente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de noviembre de 2005
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