sábado, 26 de noviembre de 2005

Kazuo Ishiguro / Nunca me abandones / La historia más triste


Kazuo Ishiguro
NUNCA ME ABANDONES

La historia más triste


Javier Aparicio Maydeu
26 de noviembre de 2015


En Cuando fuimos huérfanos, su novela anterior, se inventó al detective Banks para hacernos creer desde buen principio que teníamos entre manos una de detectives. Pero lo que en realidad teníamos era un nuevo caso de travestismo textual. A las primeras de cambio el autor deja claro que le traen sin cuidado las pesquisas que su héroe emprende en el Londres de 1930 y en su Shanghai natal, y es que, por enésima vez en la narrativa de Ishiguro, las apariencias engañan, apenas si interesa la trama y lo único que en realidad importa es la construcción de la genuina identidad del protagonista a través de su proceso mental, una íntima exposición moral de la condición humana que trasciende la anécdota y escoge al personaje por encima de la acción. Nunca me abandones, su última y espléndida novela, tampoco es lo que parece, y sus hechuras de fábula futurista con ecos góticos de la claustrofobia y la sordidez de Flannery O'Connor resultan el persuasivo espejismo con el que el autor de Lo que queda del día le esconde al lector su verdadero objetivo: tejer una alegoría de la inmanente orfandad del individuo que funcione a la manera de una fábula moral. Se nos invita a creer que se trata de una novela de ciencia-ficción, pero no lo es. Una novela de Ishiguro jamás es lo que pretende ser, sino un tramposo ejercicio de enmascaramiento del género que confunde y que desbarata el horizonte de expectativas del lector.



Kathy H. hilvana un caudaloso y abstruso monólogo que escarba en el recuerdo intenso de su adolescencia entre extraños maestros tutores como Madame en el idílico internado de Hailsham. En el colegio rodeado de naturaleza -el lector avezado advertirá que el paisaje resulta aquí metafórico- la narradora y sus compañeros Tommy y Ruth juegan, sonríen, pintan y crecen, sin embargo el discurso críptico de Kathy abunda en voces como "nebuloso", "oculto", "descubrir", "turbador", "custodios" o "donantes", subraya en cursiva palabras que ocultan significados, menciona que los maestros "sienten miedo ante la idea de que tu mano pueda rozar la suya" y, con eufemismos, reticencias, omisiones y elipsis -habituales aperos de la retórica de Ishiguro- tiñe de sombras, secretos y conjeturas un relato desasosegante. Acabaremos sabiendo que Kathy, esa enigmática muchacha de Balthus que se ha colado en el paisaje naif de un cuadro de Rousseau o, Margaret Atwood dixit,esa colegiala de Enid Blyton infiltrada en un universo próximo a Blade Runner es, como los demás alumnos huérfanos y estériles de la granja biotecnológica de Hailsham (idéntico marco conceptual que el de la película La isla, de Michael Bay, pero sin otra tecnología que la introspección mental de Kathy), un clon cultivado con el objeto de donar órganos a los ciudadanos que lo requieran. Y sucede, decíamos, que a Ishiguro no le interesa desarrollar esa pesadilla de modernos esclavos replicantes e ingeniería genética hasta convertirla en un relato de ciencia-ficción, como hacen en cambio Atwood en Oryx and Crake, Mulisch en El procedimiento y Houellebecq con La posibilidad de una isla. Prefiere ilustrar la necesidad humana de proteger, de subsistir y de amar y, acariciando las palabras, llevar a la perfección el arte oblicuo de la ambigüedad y la insinuación, de dar a entender sin revelar, tras los pasos de Kafka.
Una imagen todopoderosa cierra esta claustrofóbica novela y ninguna duda le queda ya al lector de que Nunca me abandones es una inyección de melancolía en vena, un dardo envenenado con tristeza que Ishiguro, epígono de Pico, arroja con fuerza para despertarnos la conciencia de la dignidad humana. Todo lo demás aquí no es sino un pretexto o un decorado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de noviembre de 2005
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