Gerda Taro
La «pequeña rubia», Venus de la Guerra
Por
Natividad Pulido / MADRID
ABC.ES,
01/08/2010
Hace cien años nació en Stuttgart Gerda
Pohorylle. Su encuentro en París con Robert Capa cambió el rumbo de su destino
y la Historia de la Fotografía
Gerda Taro París, 1936 Foto de Robert Capa |
El 1 de agosto de 1937 tenían una cita en París
para celebrar juntos el 27 cumpleaños de ella antes de que él se marchara a
China. Pero ella nunca llegó. Si cambiamos París por Nueva York, bien podría
ser el argumento de «Tú y yo». Pero ella no era Deborah Kerr, sino Gerda Taro,
y él era Robert Capa y no Cary Grant. Nuestra historia no fue de ficción, sino
real. Una historia romántica, de amor, guerra, pasión por la vida y por la
fotografía, y muerte.
Hoy se conmemora el centenario del
nacimiento de Gerda Taro. Su verdadero nombre era Gerta Pohorylle. Nació el 1
de agosto de 1910 en Stuttgart. Se crió en Leipzig. Siempre fue muy moderna: le
gustaba fumar, la danza, el tenis... Huyendo del nazismo, esta joven judía
llega a París en el 33. Trabajó como «Au pair » y mecanógrafa de un
psicoanalista. En 1934 conoce a un joven fotógrafo húngaro, también judío,
André Friedmann —nombre real de Robert Capa—, tres años menor que ella. Le
cambiaría la vida. Los dos son guapos, seductores, ambiciosos... Quieren conquistar
París y el mundo. Ella le enseña a Capa a vestir como un dandi. Él le enseña
fotografía. Viajan juntos a España, en el 36, para cubrir la Guerra Civil.
Pero, ¿quién era en realidad Gerda Taro? Su resurrección comenzó en 1994,
cuando la investigadora alemana Irme Shaber publicó una exhaustiva biografía.
La aparición de la «maleta mexicana», con unos 300 originales suyos, acabó de
resucitarla. Hoy se codea de tú a tú con Capa en exposiciones, como la que
podemos visitar este verano en el Círculo de Bellas Artes.
Gerda Taro España, 1937 |
Siempre que se habla de Taro se
la asocia a Capa (la amante de Capa, la compañera de Capa...) ¿Robert Capa la
anuló como fotógrafa y como mujer? Hablamos con tres personas que saben mucho
de Gerda Taro, pues han escrito libros sobre ella. Uno de ellos es François
Maspero, autor de «Gerda Taro, la sombra de una fotógrafa» (La Fábrica): «Ella
prácticamente había desaparecido de la historia de la fotografía. Aparecía
sobre todo en las biografías de Capa y con un gran número de errores. Hoy,
Gerda Taro ya no es una sombra, ni la suya ni la de Capa. Pero su recuerdo
permaneció en la sombra durante más de 60 años». Susana Fortes, autora de
«Esperando a Robert Capa» (Planeta), cree que era «una pareja muy
complementaria. Ella era muy espabilada, un lince, la ideóloga de la pareja. La
idea de crear el personaje Robert Capa fue suya. Se convirtió en su mánager en
cierta manera. Él le enseñó a hacer fotos (era una esponja, lo absorbía todo),
pero ella le enseñó todo lo demás. Estaban enamorados hasta las trancas, al
tiempo que hay una rivalidad profesional entre ellos. Ella fue una mujer
valiente, capaz de defender su profesión contra sus propios sentimientos. Esa
modernidad me fascina de ella». Comenzó a interesarse por Gerda Taro cuando
apareció la «maleta mexicana». «Algunas fotos suyas inéditas aparecieron en
prensa —recuerda Susana Fortes—. Me llamó la atención una de ella en la cama,
en pijama, con el pelo corto. Es muy tierna. Parece un niño. Me hizo
preguntarme: ¿Quién es esa mujer?» Fernando Olmeda, autor de «Gerda Taro,
fotógrafa de guerra» (Debate), apunta que «quien sabía de fotografía era él,
fue él quien la moldea. Pero en la relación era ella quien llevaba la
iniciativa. El éxito de ambos fue un golpe maestro, genial, por parte de ella.
Se hizo a sí misma, juega a diosa creadora y se inventa a Robert Capa».
Pseudónimos apátridas
¿Se
crearon mutuamente? Para Maspero, «la historia de estos personajes, brillantes
y sin blanca, que se enamoraron perdidamente el uno del otro y cuyo sueño era
hacerse ricos, famosos y estadounidenses, es maravillosamente novelesca».
Olmeda apunta que «él hacía buenas fotos pero nadie se las compraba. Ella ve su
talento y se inventa a Robert Capa, un nombre cosmopolita, apátrida, que
sugiere a Frank Capra. Se convierte en una especie de alter ego de él. Pero
también al revés. Ella se cambia el nombre, muy parecido a Greta Garbo.
Pseudónimos apátridas que difuminan sus orígenes judíos. Ambos se reinventan
mutuamente y se metamorfosean en otra cosa».
François
Maspero cree que «estaban apasionadamente unidos. Pero eran de los que se
consideraban libres de tener otras relaciones físicas. Unos testigos dijeron de
Capa que no podía pasarse una sola noche sin una mujer. Gerda siempre siguió
manteniendo unas relaciones amistosas con sus primeros amantes, sin que Capa se
ofendiera por ello». Aunque Capa estuvo con otras mujeres, entre ellas Ingrid
Bergman, Taro fue siempre la mujer de su vida. «Él estaba mucho más colgado que
ella —añade Susana Fortes—. Ella estaba enamorada, pero no tenía la dependencia
que él tenía con ella. Cuando llega a España, en la guerra, es la más deseada
de las mujeres que estaba en el frente. Además de guapa, atractiva. exótica,
era muy valiente. Le pide que se case con él, pero ella lo rechazó». «Ella es
más independiente —comenta Olmeda—. No da la sensación de que fuera mujer de un
solo hombre».
La
llamaban «la pequeña rubia». ¿Cómo era Gerda Taro? «Le gustaba vestir bien,
atraer a los hombres... —dice Fortes—. Sin ser guapa, lo parecía. Era consciente
de la atracción que despertaba en los hombres». Maspero destaca de ella su
«libertad de mujer en un mundo de hombres... Libertad de cuerpo, libertad de
mente...» Fernando Olmeda cree que «hubo dos Gerdas. Tuvo una vida desdoblada.
Era judía y utilizó métodos de autodefensa para integrarse en la sociedad. Hay
una frase suya que me gusta mucho: “Me esfuerzo por ser perfecta para sentirme
invulnerable”. Fue una mujer valiente, decidida, con ganas de vivir... Era
bajita, atractiva, seductora, coqueteaba con los reporteros de guerra. No juega
a ser hombre».
«En
una guerra hay que detestar o amar a alguien, hay que tomar partido», decía
Capa. Tanto él como Gerda lo hicieron. Al padre de ella le llamaban «el médico
rojo». Su madre fue una revolucionaria. «Creo que Gerda pensaba sinceramente
que luchaba, no por una patria o un partido, sino simplemente para divulgar la
verdad en el mundo», afirma Maspero. Tras su muerte, se la presentó como una
«Juana de Arco del comunismo». «Es una imagen evidentemente falseada —añade—.
El compromiso de Gerda es ante todo el antinazismo. No hay signos de una
militancia política real». Fortes añade: «Ellos llegaron a España casi como
brigadistas, sólo que en vez de armas tenían cámaras de fotos. Los dos eran
judíos y huían de dictaduras. Tenían ambos clara la idea del compromiso. Pero
no eran informadores neutrales». Olmeda cree que «la izquierda francesa
instrumentalizó su muerte para elevarla a la categoría de héroe, como otra
Juana de Arco».
Gerda Taro «arriesgó más de la
cuenta, siempre al límite buscando la foto definitiva», añade Olmeda. El
destino quiso que sobreviviera a la batalla de Brunete y que en la retirada el
coche en el que viajaba sufriera un accidente. Un tanque le reventó las
entrañas. Fue el 25 de julio de 1937. La trasladan a un hospital en El
Escorial, la operan, pero, tras agonizar durante horas, muere la madrugada del
día 26. Cuentan que había pedido un cigarrillo y que había preguntado por sus
cámaras. Alberti y María Teresa León llevan su cuerpo a Madrid. Después lo
trasladaron a París. Fue inhumada en el cementerio Père Lachaise de París.
Murió con las botas puestas, en «acto de servicio». Capa falleció, en 1953,
tras pisar una mina en Indochina. Murieron dos grandes fotógrafos. Nacieron sus
leyendas.
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