Un chofer de ambulancia que llegaba a tiempo
Por JULIO VILLANUEVA
CHANG
El País, 16/07/2011
Hemingway tenía una gran visión del panorama y del
detalle que son parte de su estilo narrativo. Empezó a escribir crónicas
periodísticas muy joven y, para estar cerca de la guerra, nunca dejó de
hacerlo. Fue un cronista a quemarropa, observador extraordinario de la
fisonomía y el carácter de sus personajes, de su personalidad y de la historia.
Durante la Primera Guerra Mundial, cuando no lo
aceptaron en el Ejército de Estados Unidos por un problema de la vista en su
ojo izquierdo, Hemingway fue voluntario en la Cruz Roja y lo enviaron a Italia
donde fue el chofer de una ambulancia. Su trabajo era llegar a tiempo y
conducir a los heridos al hospital. Un día él mismo resultó herido por un
mortero que incrustó de esquirlas una de sus piernas y no pudo conducir más su
propia ambulancia. Aquella vez fue su primera guerra, Italia lo condecoró con
una medalla y hasta se enamoró de una enfermera en el hospital de Milán, quien
luego rechazaría su propuesta de matrimonio y se casaría con un soldado
italiano. Más herido por el amor no correspondido que por el mortero, el chofer
de ambulancias se inspiraría en parte de este fracaso para escribir su novela Adiós
a las armas. Hemingway no veía bien, pero gozaba de una gran visión del
panorama y del detalle que son parte de su estilo narrativo. Se supone que un
chofer de ambulancias debe tener un sentido coordinado de la urgencia y la
velocidad para salvar una vida, y no sólo la pericia de un profesional de las
curvas. Hemingway lo empezó a ejercer en sus crónicas periodísticas, que había
empezado a escribir un año antes en el Kansas City Star, cuando aún no
había cumplido la mayoría de edad. Y no dejó de escribirlas desde Europa hasta
África, desde América hasta Asia, hasta sus últimos años en que la idea del
suicidio lo venció.
The Heming-way of life, ese
vitalismo traducido en su personalidad publicitaria y teatral en su pasión
temprana por actividades musculares -como la caza, la pesca, el boxeo o su afición
posterior por las corridas de toros- obligan a asomarse a él desde la
exageración y por ende también desde el mito, la caricatura, el malentendido.
Consecuente con esa formación que le debió a su padre, quien le inculcó todas
las actividades físicas no como un modo de entretenimiento infantil y
adolescente, sino como una ética de mejora personal ejercida desde la
disciplina del cuerpo, en Hemingway no predominaba el cronista de escritorio
sino uno a quemarropa, el que busca ser testigo del día D. En su juventud se
acercó al periodismo más como una ocupación alimenticia y, conseguida ya su
celebridad como novelista, volvió a él como un modo de estar cerca de la
guerra. Hemingway siempre quiso ser escritor de ficción y, sin desdeñar del
todo sus reportajes, sólo tuvo otra valoración sobre ellos: "Los
reportajes que he escrito no tienen nada que ver con la literatura -le escribe
a Louis Henry Cohn-. Un escritor tiene derecho a elegir lo que quiere publicar.
Si ha ganado el pan haciendo de reportero y aprendido el oficio escribiendo
cosas contrarias a su gusto y antes temporales que permanentes no debe luego
desenterrar todo esto con el propósito de escribirlo mejor".
Su estilo periodístico apuesta por la sencillez y
nunca renuncia a la amenidad. Hemingway repetirá una y otra vez su
agradecimiento con las normas de estilo del Kansas City Star, donde
publicó una docena de textos en los que predominan las frases breves y la
austeridad en los adjetivos, al punto de atribuirle una gran deuda en su oficio
de escribir.
Fuera de una que otra miniatura genial a las que
les dedica sus artículos, sobre todo en su etapa del Toronto Star -el
dilema de dar propina a los carteros, un verdugo en Francia, sus aventuras de gourmet-,
sus mejores textos para revistas tan diversas como Esquire, Collier o Life
tienen sobre todo conocimiento y mirada. Hemingway conocía tanto de táctica y
estrategia militares como de las leyes físicas de una bala incrustada en el
cuerpo y de la fisiología y etología de un pez espada en el océano. De cuando
en cuando, en medio de las guerras, vuelve siempre a publicar una crónica sobre
pesca o caza. Pero sobre todo se esfuerza por ser testigo y explicarnos lo que
no entendemos y la prensa tradicional de entonces no nos explica bien de la
geopolítica. Londres se defiende de los aviones con piloto automático
es, en ese sentido, una de sus crónicas maestras de la guerra, un texto donde
hace convivir en un relato ágil y con vuelo literario miniperfiles de
militares, la tecnología aérea, digresiones sobre censura informativa y ciertas
ideas sobre el boxeo y la crónica deportiva.
Hemingway, el exconductor de ambulancias durante la
Primera Guerra Mundial, tampoco pudo dejar de retratarse a sí mismo ni las
tragedias a través de otros personajes. Es un observador extraordinario y
maduro, y sabe saltar de la fisonomía al carácter, y de la personalidad a la
historia, tanto con gente de a pie como con Mussolini. Una de sus crónicas más
memorables en ese sentido es Los choferes de Madrid, en la que Hemingway
dibuja la atmósfera de la guerra civil española durante 19 días de bombardeo
retratando a unos hombres cuyo trabajo era movilizar al cronista a donde fuese
necesario para que cumpliera sus deberes de corresponsal de la North American
Paper Alliance. En esta crónica, Hemingway exhibe un estilo vivo, el humor
negro y su mirada reveladora de la calle como un estado de ánimo.
En medio de su narración, nos cuenta que uno de los
choferes "se asemejaba a un enano de un lienzo de Velázquez metido en un
mono azul, le faltaban varios dientes, mostraba vivos sentimientos patrióticos
y le gustaba el whisky escocés". Otro de sus choferes acabó preso por
desaparecer con toda la gasolina. De un tercero, escribe: "Usaba un
lenguaje tan obsceno que desconfiaba uno de su propio órgano del oído las más
de las veces. Era muy valiente pero tenía el defecto de conducir mal. Podía
guiar el vehículo en segunda y no atropellaba a nadie, probablemente, a que su
vocabulario hería los oídos de los viandantes y los hacía huir de la calzada".
Y de otro, el último de todos, Hemingway sentencia: "Todo el tiempo que
estuvo con nosotros se mostró puro igual que el bronce de una buena campana, y
constante y puntual como un reloj de la estación de ferrocarril. Su
personalidad hacía pensar que Madrid no podría ser conquistada aun cuando
hubiese posibilidad de hacerlo".
Al final, a través de un diálogo austero, nos
cuenta que su chofer favorito, Hipólito, no aceptó recibir ningún dinero de él.
"Lo hemos pasado muy bien juntos -le dijo-. Y eso ya es suficiente".
En sus últimos años, a Hemingway, la revista Life
llegó a pagarle noventa mil dólares por un artículo. Pero a él le gustaba
contar historias de gente como aquel chofer que un día acaba convirtiendo su
coche en una ambulancia llevando al hospital a tres mujeres heridas por una
explosión y al que también acaba agradeciendo por haber cambiado su idea del
arte de la maledicencia y la blasfemia.
Julio
Villanueva Chang (Lima,
1967) es autor del libro Elogios criminales (Mondadori. México, 2008) y
fundador de la revista Etiqueta Negra.
Lea, además
BIOGRAFÍA DE HEMINGWAY
FICCIONES
Casa de citas / Hemingway / Sobre la escritura
Casa de citas / Vargas Llosa / Hemingway y yo
DE OTROS MUNDOS
Cuentos
Hemingway / La vida breve y feliz de Francis Macomber
Hemingway / En otro país
Hemingway / Las nieves del Kilimanjaro
Hemingway / Colinas como elefantes blancos
Hemingway / Un canario como regalo
Hemingway / Un lugar limpio y bien iluminado
Hemingway / La capital del mundo
Hemingway / Un gato bajo la lluvia
Hemingway / Los asesinos
Hemingway / El campamento indio
Hemingay / Allá en Michigan
MESTER DE BREVERÍA
Hemingway / La vida breve y feliz de Francis Macomber
Hemingway / En otro país
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Hemingway / Un canario como regalo
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