Philip Roth
ELEGÍA
Por Kaplan20 de noviembre de 2006
Elegía puede ser considerada como una rara avis entre las narraciones de Philip Roth. No está protagonizada por ninguno de sus alter ego habituales, se cimenta más en la imaginación del autor que en su biografía y, por último, carece casi por completo (excepto en un carcajeante detalle aislado) de ese humor tan caracteristico con el que el escritor suele reducir la tensión latente en sus historias. Se trata, además, de una novela corta que apenas llega a las 150 páginas. Y quizás sea esa la única falta que pueda encontrársele al libro. Falta entre comillas, claro.
Roth siempre consigue el milagro de interesarme en la historia desde el principio y mantener mi atención pegada a ella durante horas, hasta que el cansancio ocular me obliga a tomar un respiro. La brevedad de Elegía me ha supuesto una decepción precisamente por eso, porque desde la subjetividad del lector, concluye apenas ha comenzado. Aunque tal vez sea mejor así, porque la carga emocional contenida en la historia quizás fuera difícil de soportar durante mucho más tiempo. Roth ha escrito uno de sus libros más oscuros, de una dureza existencial no apta para ánimas sensibles. La explicación hay que buscarla en su condición de heptagenario y en el luctuoso suceso que originó el libro: el fallecimiento de algunos de sus mejores amigos, incluido el gran Saul Bellow. Se puede considerar por tanto a Elegía como la respuesta literaria de un gigante de la literatura (tal vez el mayor de los escritores vivos) a la muerte de otro de sus colosos.
El destino del protagonista de la novela comienza con la primera y abrumadora confrontación con la muerte en las idílicas playas de sus veranos infantiles, pasando por los problemas familiares y los logros profesionales de su edad adulta, hasta llegar a su vejez, cuando se siente desgarrado al comprobar el deterioro de sus contemporáneos y acosado por sus propias dolencias físicas. Artista publicitario de éxito con una agencia de publicidad en Nueva York, el protagonista es padre de dos hijos de un primer matrimonio que lo desprecian, y de una hija de un segundo matrimonio que lo adora. Es el amado hermano de un buen hombre cuyo bienestar físico consigue despertar en él una amarga envidia, y además el solitario ex marido de tres mujeres diferentes con quien ha mantenido matrimonios desastrosos. Al final, es un hombre que acaba siendo lo que no quería llegar a ser.
Roth relata la vida de un hombre medio en retrospectiva, mostrándolo exclusivamente en sus momentos de enfermedad. La novela comienza con su entierro y hace un recorrido vital desde su primera operación (de hernia inguinal) hasta la intervención que le cuesta la vida. Tal planteamiento determina de principio a fin el tono de la narración, en la que el lector asiste a los peores momentos de un hombre que vive y recuerda sus días sumido en la degradación física y el arrepentimiento. La mayor parte de la historia se circunscribe a sus últimos años. Entre escasas alegrías, casi todo son tristezas. Las visitas al cirujano se convierten en una obligación rutinaria, ve morir uno tras otro a sus anteriores compañeros de trabajo y, con amargura, comprueba cómo los rencores familiares le han privado del contacto con parte de su familia. Diario de una guerra perdida, la que todos mantenemos contra el tiempo, no es por tanto una lectura para débiles, y menos para hipocondríacos.
En primera instancia, la novela elabora un discurso sobre la senectud que rebosa desesperanza. Es la elegía por un muerto glosada por él mismo, una composición que en este caso sustituye el lirismo por el lamento. Hay páginas terribles, tras cuya lectura se podría concluir que quizás la muerte no es lo más temible que le puede suceder al ser humano, que tal vez la decadencia física asociada a una vejez enferma, es decir, la humillación de quien lo fue todo y ya es menos que nada sea una situación más terrible que la propia desaparición. Un ejemplo máximo de su crudeza lo constituye la frase con la que Roth resume las impresiones internas del protagonista en un punto determinado del libro: "La vejez no es una batalla. La vejez es una masacre". Inmisericorde, Roth no hace concesiones.
Naturalmente, Elegía no incide sólo en los temas de la vejez y la muerte. En tan breve narración hay lugar para el desarrollo de impactantes diálogos y lúcidas reflexiones acerca de la pasión, los diferentes puntos de vista intergenéricos, la envidia, el perdón, la resignación y el sexo. Y para uno de los capítulos más terriblemente bellos y tristes que yo haya leído jamás. Acontece en el mismo cementerio donde a la postre yacerá el protagonista, y describe su breve encuentro con el enterrador, su Caronte particular. Roth logra algo que sólo está al alcance de los elegidos, emocionar mediante un diálogo que carece en sus líneas de emoción alguna. El aséptico informe técnico que el enterrador ofrece a quien pronto será su cliente y el interés del protagonista por un proceso que le incumbe pero del que ya no será testigo, contienen una fuerza descomunal. Su voraz deseo de continuidad, de seguir estando ahí aun cuando todo haya acabado, alude al fatalismo insoluble de ese terrible momento en el cual todos acabamos desapareciendo, el de nuestra muerte. Muerte sin paliativos, sin mentiras, sin placebos metafísicos, pues bajo el punto de vista ateo que comparten escritor y personaje, la muerte significa el fin de todo.
Elegía es otra obra maestra del más grande de los maestros. Philip Roth no se merece un premio Nobel, se merece una docena.
(1) Aunque me gusta el título con que se ha publicado el libro en España, me gusta aún más el original, Everyman. He aquí su procedencia, en las palabras del propio Philip Roth:
Everyman is the name of a line of English plays from the 15th century, allegorical plays, moral theatre. They were performed in cemeteries, and the theme is always salvation. The classic is called Everyman, it's from 1485, by an anonymous author. It was right in between the death of Chaucer and the birth of Shakespeare. The moral was always 'Work hard and get into heaven', 'Be a good Christian or go to hell'. Everyman is the main character and he gets a visit from Death. He thinks it's some sort of messenger, but Death says, 'I am Death' and Everyman's answer is the first great line in English drama: 'Oh, Death, thou comest when I had thee least in mind.' When I thought of you least. My new book is about death and about dying.
(2) La lápida que adorna la cubierta es también una exigencia del autor.
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