miércoles, 4 de junio de 2008

Elsa Peretti / El mito libre

 

Elsa Peretti


Elsa Peretti: El mito libre

Es, sobre todo, una mujer honesta. De las que dice exactamente lo que piensa, incluido que no le gustan las entrevistas. Contra todo pronóstico recibió a ‘Fashion&Arts’ para hablar de lo humano y lo divino durante cuatro horas sin mirar ni una vez el reloj. 


Por Leticia García
4 de junio de 2008

Odio repetirme”, dice varias veces Elsa Peretti. Se refiere a su obra, a las entrevistas, a la vida en general. Los grandes personajes, sean de la disciplina que sean, no tendrían por qué dar entrevistas. Su trabajo y su trayectoria son suficientes para hablar por ellos, y se olvida que someterse al escrutinio de un periodista, responder a preguntas que a veces pueden resultar monótonas, no es obligatorio para nadie. Por eso el hecho de que aceptara recibir a esta revista en su Fundación de Barcelona tiene doble mérito. Por eso, también, desde el minuto uno, cuando la encontré sentada, fumando, bebiendo café y tendiéndome la mano, decidí, casi sin darme cuenta, aparcar mi batería de preguntas y dejarme llevar por la conversación.

Probablemente Elsa Peretti lo haya visto y lo haya hecho todo. Pero eso no es lo que la convierte en especial. Su visión del mundo, honesta y desprejuiciada, es lo que ha hecho de ella una mujer única; esa mirada capaz de sacarle el jugo a las cosas, da igual que sea dentro de la Factory de Andy Warhol, subida a una barra de Studio 54 o restaurando la iglesia de un pequeño pueblo de Girona. Eso es lo que la ha convertido en un mito, lo que ha logrado que sus joyas trasciendan modas y formen parte de la colección permanente del British Museum o del Museum of Fine Arts de Boston. “Hace tiempo que no diseño, a no ser que sea por encargo. Tiffany sigue vendiendo mis piezas, pero ya he producido mucho y no quiero, me niego a repetirme. No hay nada peor que copiarse a una misma”, zanja apurando un espresso. “Stefano, trae el esquema del libro. Creo que así se va a entender mejor”, le pide Elsa a su mano derecha, Stefano Palumbo. Llega con un buen montón de láminas agrupadas bajo el título (provisional) Elsa Peretti: mis más de cuarenta años en Tiffany. “Aquí está todo, mira”.

Fashion &Arts: ¿Qué te lleva hasta Tiffany?

Elsa Peretti: Trabajaba como modelo para mi amigo Giorgio de Sant’Angelo. A la vez, vivía con Halston que entonces diseñaba tocados. Me encantaba verlo crear, cómo movía las manos y trazaba curvas. Aunque luego pensaba: ¿Se moverá así por el alcohol? El caso es que al estar rodeada de diseñadores pensé: Yo quiero hacer joyas. Empecé a hacer prototipos en cera, luego en plata junto a artesanos…

F&A: La plata por aquel entonces no estaba muy valorada.

E.P.: ¡No lo estaba para nada! Pensaban que era un metal menor, ordinario, y lo peor es que mucha gente creía que yo quería utilizarlo como un ejercicio de esnobismo. Y en realidad es porque el color y el brillo casan mejor con las formas que dibujaba y porque la plata es más maleable y se ajustaba mejor a mis ideas. El caso es que, bueno, empiezo a hacer joyas para Halston y le hago el frasco de su perfume, una botella con curvas, con forma de mujer , y se convierte en un éxito. Entonces él me lleva a conocer al CEO de Tiffany. Firmamos enseguida. Y hasta hoy.

F&A: Y decides dejar tu carrera como modelo y dedicarte a la joyería.

E.P.: Es que a mí la moda no me gustaba nada. Cuando llegué a Nueva York a finales de los sesenta, ya era mayorcita para ser modelo (y además ni estaba ni estoy operada) pero era una forma de ganarme la vida que me permitió estar cerca de gente muy enriquecedora. Pero la moda no me convencía. Lo dice Elsa Peretti, que protagonizó aquella mítica foto de Helmut Newton vestida como una conejita de Playboy (“en realidad era un disfraz mío que usé durante una fiesta. Él me pidió que me pusiera algo, así en general, y elegí eso”). Lo dice la misma persona que ayudó a Roy Halston a convertirse en el diseñador fetiche de los años setenta. “Era un compañero de vida”, recuerda ella cuando el creador aparece en una composición de fotos de las páginas de ese futuro libro, con su familia o trabajando con ella. “Todos mis amigos están muertos. Desde hace tiempo. Las drogas, el sida…”.

 

Elsa Peretti camina por Nueva York en los años setenta. “Les gustaba que fuera alta y grande. Ahora que veo la foto, quizá me vuelva a cortar el pelo”.

F&A: Ese Nueva York de Warhol, de Studio 54 … ¿sentiste que lo exprimiste a fondo?

E.P.: A ver, trabajábamos mucho. Yo, desde que entré a Tiffany, trabajé sin descanso. Lo que pasa es que también sabíamos divertirnos. Bailábamos todo el rato, experimentábamos, arriesgábamos. Hoy eso ya no pasa. Es como si la creación estuviera estandarizada, como si todo fuera mecánico.

F&A: Pero decidiste irte de allí.

E.P.: Claro. ¡Era demasiado! Volví a Catalunya. Necesitaba tranquilidad, mar. Y aquí, además, conocía a muchos artesanos con los que trabajaba. La primera vez que Elsa recaló en Barcelona tenía 20 años y ganas de libertad. Curioso, escoger para desinhibirse una ciudad golpeada duramente por la dictadura franquista. “Mi familia y mi vida en Roma eran demasiado encorsetadas y conservadoras. Roma es decadencia. Aquí las cosas estaban difíciles, estaba prohibido hablar catalán, pero la censura hizo que la contracultura floreciera en algunos pequeños círculos”. Peretti se refiere a lo que los medios denominaron posteriormente ‘la gauche divine’; un grupo de burgueses antifranquistas que dieron un buen empujón a la cultura catalana en materia de cine, fotografía, y diseño. “Se les llamaba ‘gauche divine’ pero pocos han terminado siendo de izquierdas”. (Risas)

F&A: Desde tu fundación has abierto un teatro, Teatre Akademia, y has programado exposiciones, entre otras cosas: ¿crees que está floreciendo la cultura en momentos de incertidumbre como este?

E.P.: No. No veo agitación.
Todo es mecánico. Aunque confío en los jóvenes. Me gusta rodearme de gente joven que me enseñe cosas nuevas.

F&A: ¿Por eso creaste la fundación?

E.P.: Bueno, hay muchas cosas que hacer en el mundo, a nivel de derechos humanos y también en el acceso a la cultura. Pero lo cierto es que lo hice en parte por remordimiento. Por compartir con la sociedad algo que a mí me ha venido dado. Ahora bien, es muy fuerte el tema de los impuestos en este país. Por ayudar a otros tienes que pagar y pagar tasas.

F&A: ¿Crees que los gobiernos dejan el trabajo sucio a las fundaciones?

E. P.: Eso es. Puedes decir que esto lo he dicho yo.

La artista (¿o artesana?) posa en 1974 junto a sus joyas y su perro. “Ya no quiero más perros. Sufres mucho por cuidarlos y sufres aún más cuando se mueren”.

Durante la conversación, Elsa resulta brutalmente honesta. Como si esta fuera su primera entrevista (por supuesto, no lo es). Cuando habla de cargo de conciencia, se refiere a la herencia que le llegó de su familia. Concretamente de su padre, el petrolero Nando Peretti. La fundación lleva su nombre porque, a fin de cuentas, el dinero es suyo. Y aunque Elsa y él nunca congeniaron del todo, ella lo recuerda a cada momento. Como si su infancia fuera la mayor de sus inspiraciones. “Mira esta madonna”, dice cuando entre las láminas aparece una medalla de oro cuya forma evoca implícitamente a una virgen. “Yo tenía una cuando era pequeña y la perdí. Aquello fue un drama, así que cuando empecé a hacer joyas diseñé otra. Al final se trata de sacar fuera lo que te perturba. Es verdad que luego hay gente que aquí no ve una madonna y ve una forma abstracta, no sé”. “O el tema de los huesos”; se refiere al mítico brazalete Bone, uno de los superventas de Tiffany. “Cuando era niña solía ir a la iglesia de los Capuchinos, a las catacumbas. Me llevaba pequeños huesos y los guardaba”, relata mientras sigue pasando las páginas que recopilan su obra y, con ellas, surgen los temas de conversación. “¡Mira! Mi amiga Liza Minelli”, dice cuando nos topamos con un retrato de la estrella. “Qué injusta es a veces la posteridad. Liza es la mejor, pero la gente juzga de más”. A su lado, aparece un ‘collage’ con imágenes de todos los artesanos que han trabajado con Elsa. A estas alturas los cafés ya se han convertido en vinos.

A la izqda., Elsa, en su primer día de trabajo en Tiffany en 1974. En 2012 renovó su contrato con la marca, aunque ha dejado de diseñar. A la dcha., una nota de agradecimiento firmada por el diseñador Stephen Burrows, uno de sus amigos neoyorquinos.

F&A: Siempre hablas de artesanía, nunca de arte. ¿Qué significan para ti los artesanos?

E.P.: Pues lo son todo. Sin ellos no habría hecho mis joyas. La mayoría son amigos e incluso más que eso. Claro, que a mí no hay cosa que me guste más que ver cómo trabaja un artesano, mancharme las manos, tomarme con ellos una copa… Mira, este artesano, catalán, murió hace poco y ahora estoy en contacto con su hijo (Elsa señala varios retratos que componen un collage). ¡Ay! ¡Y este es Chu! Con Chu he trabajado muchísimo en China, luego el pobre cocinaba fatal. ¿Recuerdas las piezas de piedra que te he enseñado antes? Pues el vaciaba cada piedrecita para que la joya fuera ligera. Mira, este artesano es británico (y señala otra imagen); para conseguir las curvas en los portalápices de cuero, los atizaba con el palo de una escoba cuando la piel estaba caliente…

F&A: Cuando huiste de Nueva York, no volviste a Barcelona, te fuiste a vivir a un pueblecito abandonado de Catalunya, Sant Martí Vell. ¿Necesitabas recuperar tu amor por lo hecho a mano?

E.P.: Eso nunca lo perdí. Lo que necesitaba era encontrarme conmigo misma. Llegué aquí y mi amiga Colita, la fotógrafa, me enseñó una foto del pueblo. Y me enamoré. Fíjate que cuando me mudé no tenía calefacción y tenía que hacer mis necesidades a la intemperie. Fue una vuelta a los orígenes. Allí descubrí objetos que luego he reinterpretado en mis joyas. Y poco a poco decidí restaurar el entorno. La iglesia, la plaza…

F&A: ¿Sigues viviendo allí?

E.P.: ¡No! ¡Vivo en Barcelona! Dedico mis días a la fundación. El pueblo ahora está lleno de turistas. Aunque siempre está bien ir. En verano iremos a comer y a beber.
¿Os ha parecido larga la entrevista? Pues duró cuatro horas y dos botellas de vino. Ni más ni menos. Después Elsa se fue a la peluquería. Y yo al tren, caminando a la estación de puro subidón.

Fundación Nando y Elsa Peretti
Entrevista a Stefano Palumbo

Un proyecto en curso: la mejora de la salud femenina en India.

“Nos conocimos a través de William Chaney, CEO de Tiffany. Era el año 2000. Estábamos en Porto Ecole, un pueblecito costero en la provincia de Grosseto (Italia), y Elsa ya estaba pensando en montar un proyecto como este”, relata Stefano Palumbo, director de la Fundación Nando y Elsa Peretti. “Yo había terminado una campaña para la Corte Penal Internacional de La Haya y trabajaba como periodista”, añade. Han pasado 18 años desde aquel encuentro. Y los proyectos que ambos han puesto en marcha junto a su equipo son tan dispares como necesarios. “Después de ver un documental sobre la crisis humanitaria en Sudán del Sur, Elsa pidió que la fundación se involucrara inmediatamente. No era ni es sencillo: la gente ahí se muere de hambre, hay una guerra civil y la mayor crisis de refugiados de África. Trabajamos con organizaciones que se encargan de la sanidad, el abastecimiento, la educación y la seguridad. Hemos donado para ello 12 millones de euros, y eso da para cubrir solo a 900.000 personas”, explica Stefano. Pero si hay algo que marca la diferencia en esta fundación es que no se hacen distinciones entre cultura y sociedad. Creen que el acceso a la música o al arte es un modo personal de escapar de la injusticia. “La promoción de las artes en Catalunya es uno de nuestros esfuerzos más consistentes. 

Una imagen del proyecto que la fundación llevó a cabo en 2010: la construcción de un hospital infantil en Camboya.

Ante la crisis europea, la cultura debe ser un servicio público”, opina Palumbo. Por eso han creado un teatro “donde los artistas pueden expresarse libremente”, dice, y rescatan patrimomio artístico catalán. “Acabamos de comprar 200 fotografías de Oriol Maspons que serán la base de una gran muestra retrospectiva en 2019”. Al fin y al cabo, aunque Elsa Peretti es italiana de nacimiento se siente catalana. “En los sesenta ella vivía aquí y, luego trabajó con artistas y artesanos plateros de la zona. Con los años se propuso financiar las artes plásticas y promover la difusión del patrimonio catalán. Después llegó la restauración del pueblo de Sant Martí Vell y, finalmente, en 2014, decidió abrir aquí una delegación de la Fundación y promover la integración social, la salud y la enseñanza de varios grupos, las mujeres inmigrantes en el Raval, las familias con niños con cáncer y los ancianos sin medios”, cuenta Stefano. Hay que añadir, entre otros proyectos, el pago de la reforma y la adquisición de maquinaria del hospital de Mataró o la financiación de un plan antiincendios en la zona del Macizo de Gavarras. La meta de Elsa Peretti es destinar el dinero de su padre a hacer del mundo un lugar mejor. “Tal y como su padre hizo con su comunidad”, dice Stefano. Desde luego está cumpliendo sus objetivos con creces.


FASHION & ARTS

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