viernes, 3 de noviembre de 2006

Extranjeros en su propia casa


Extranjeros en su propia casa

Octavi Marti
3 de noviembre de 2006

"¡Qué horror! ¡Que una mano blanca y hermosa haya podido fabricar esa negrura!". Es un comentario indignado, escrito en 1800, a la pintura que ilustra esta crónica. ¿Por qué de la indignación? Sencillamente, porque la pintora Marie-Guillemine Benoist retrata a una mujer negra como un modelo de belleza y no lo hace desde el exotismo o el interés antropológico. Además, la artista, por ser mujer, está sometida a una exigencia suplementaria de recato que se contradice con la serena y sin embargo desafiante exposición de un cuerpo desnudo; y también indigna que la pintora, siendo blanca, nunca debiera presentar a una negra como a una igual.


Portraits publics, portraits privés se expone hasta el 8 de enero en el Grand Palais de París -luego va a Londres y después a Nueva York- , en una muestra dedicada a explicar cómo cambia de sentido un arte -el del retrato- entre 1770 y 1830, es decir, cuando los EE UU se proclaman independientes, los franceses le cortan la cabeza al rey, abolen la esclavitud y, de la mano de Bonaparte, lanzan el fantasma de la Revolución a recorrer Europa.
Una mujer que pinta a finales del XVIII y una mujer negra que accede a la ciudadanía o, mejor dicho, a la categoría de ser humano, son personas que han de sentirse "extranjeras en su casa". Es el título de otra exposición pariense, en este caso en el Louvre, concebida por la escritora y premio Nobel Toni Morrison, y que durará hasta el 15 de enero. Morrison es también mujer y negra. Afro-americana, tal y como ella prefiere autodenominarse. Extranjera en tanto que "afro", en su casa porque "americana". A Morrison le han pedido que desarrolle el tema que ella ha elegido, la idea de Foreigner's home, a partir de las colecciones del Louvre. En esa tarea de proponer una visita personal, la escritora ha sido precedida por el jurista Robert Badinter, que se interesó por la representación de la prisión a lo largo de los siglos; por el cineasta Peter Greenaway, que se centró en las nubes, cambiantes y extrañamente significativas -cielos amenazantes, amaneceres prometedores, calmas y tempestades-; por el filósofo Jacques Derrida y su curiosidad por el dibujo que habla del hecho mismo de dibujar, y será seguida por el pintor Anselm Kiefer y el músico Pierre Boulez.
Toni Morrison arranca su reflexión a partir de una tela célebre de Géricault, Le Radeau de la Méduse, que remite a un escándalo político -la incompetencia militar de la restauración monárquica- y a un drama humano. A la novelista la fascina la figura del hombre de color en la que se concentran todas las miradas, las de los espectadores pero también las de los protagonistas de la tela, unos náufragos desesperados que delegan sus escasas posibilidades de supervivencia en ese negro que agita un trapo rojo para reclamar atención y socorro del navío que se perfila en el horizonte.
El Louvre ofrece muchas posibilidades a quien quiere saber más de cómo uno puede ser o sentirse extranjero en su propia casa. En la Grecia antigua, en Egipto o en Asiria. En la calle, en el día a día, la sociedad francesa exige que la "otredad" -religiosa, étnica, cultural, sexual- quede circunscrita a la esfera privada. En la pública todos los ciudadanos son -o eran- iguales. La escuela, la vida laboral y política y el servicio militar servían para fabricar franceses, relegando las diferencias a la intimidad del hogar o del espíritu. Hoy la maquinaria integradora no funciona. Sarkozy habla de incorporar la "discriminación positiva", pero Toni Morrison, invitando al Louvre documentales sobre las llamadas black-divas -cantantes de ópera negras que fueron aceptadas antes en Europa que en EE UU- evidencia hasta qué punto esa famosa "discriminación positiva" puede ser un paso atrás.

El filósofo George Steiner pretende que "el hombre no tiene raíces, sino piernas" pero la historia de la humanidad se cuenta a partir de las mil formas, más o menos dramáticas, que acompañan el sentirse extraño o extranjero. La tolerancia respecto al "otro" acostumbra a ir acompañada de menosprecio e ignorancia: os dejamos existir tal y como sois pero nunca os consideraremos como nuestros iguales. El discurso multiculturalista o es eso, o es un elogio de la fusión de estupideces: Gran Hermano para todos pero cada cual con su bandera. La realidad multicultural ha existido siempre pero conlleva esfuerzo y violencia.
Morrison ha pedido al Louvre que invite ejemplos de supervivientes a ese esfuerzo y violencia: las citadas black-divas, al cineasta negro Charles Burnett, al coreógrafo William Forsythe, o a otros escritores, como Michael Ondaatje o Assia Djebar. Al final, acompañada de todos sus amigos, convierte el Louvre en su propia casa y nos enseña cómo hacérnosla nuestra.Benoist retrata a una mujer negra como un modelo de belleza y no desde el exotismo
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de noviembre de 2006


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