Las naranjas que señalan quien va a morir, la mejor receta de spaghettis con albóndigas, el peor sitio para ser asesinado —en el peaje de la autovía de Long Beach, cerca del mirador de la playa Jones Causeway—, las más terribles traiciones familiares (va por Fredo), las fiestas más desorbitadas y los mejores crooners, diversos consejos para tratar a la familia, a amigos y enemigos (“Nunca vuelvas a ponerte contra la familia”, “Las mujeres y los niños pueden ser imprudentes, pero los hombres no”, “Un hombre que no dedica tiempo a su familia nunca será un hombe de verdad”), habilidosos contactos internacionales —más en concreto, con Sicilia-… Ah, y algo de Mafia. Todo eso, y más, está en El Padrino(1972), el clásico de Francis Ford Coppola.
El último día de su filmación, el director dijo: “Tengo tres reglas básicas como realizador: 1. Empezar con un guion acabado. 2. Trabajar solo con gente de total confianza. 3. Rodar de manera que la productora no pueda cambiarte nada. No he conseguido ninguna de las tres”. Y qué. Lo sentimos por los literatos estadounidenses, siempre compitiendo por escribir de una vez la Gran Novela Americana. No lo conseguirán. Pero Coppola lo ha hecho en cine: vistos del tirón los tres padrinos, que ahora pone a la venta EL PAÍS, ahí está Estados Unidos. Con sus miserias, sus grandezas, su capitalismo, su solidaridad, su alma de país joven, sus conflictos raciales, su creencia en Dios, su devenir político, su corrupción, su redención. Coppola va afilando según va rodando —la segunda parte es de 1974, la tercera, de 1990— el tema principal: la imposibilidad de luchar contra lo que eres, la negación a un hombre de su ansiada redención. Una vez que te has dejado llevar por el Mal, este jamás te dejará marchar. Y eso vale para Michael Corleone, quien si no, pero también para todos los que se cruzan en su camino, cardenales, banqueros, políticos, productores de cine, incluso el último Don, Vincent Mancini, renuncia al amor: no hay salvación. “¿Sabes?, ahora que eres tan respetable eres todavía más peligroso. Te prefería antes, cuando eras un criminal entre tantos”, le confiesa a Michael su exesposa, Kay, en El Padrino III.
Puede que la novela de Puzo sea más exacta (la receta de spaghettis con albóndigas de la película no es tan buena como la del libro), pero no alcanza la altura artística, el vuelo de la trilogía coppoliana. Puede que porque mientras Puzo pensaba en novela negra, Coppola bebía de Shakespeare, del teatro clásico, de El rey Lear, de Romeo y Julieta oTitus Andronicus. La creación de El Padrino está llena de casualidades, de problemas de financiación, de locuras de rodajes, de actores que hacen pruebas y al final son descartados, de cabezonerías de Coppola (Pacino, Brando y De Niro eran sus elecciones, y sobre ellos descansan la trama).
Más allá de las historias clásicas ya conocidas de las primera y segunda partes, Andy García (Vincent Mancini, el Corleone bastardo, el último Don de la serie) recuerda cómo fue su prueba para El Padrino III, un ejemplo de cómo el destino dirigió mucho de los pasos de Coppola: “Estaba muy nervioso, y cuando empecé mi lectura, se fue la luz. Francis me tranquilizó y encendieron decenas de velas. Aquella noche fue mágica, y creo que logré el papel por esa intimidad”. García y Sofía Coppola heredaron dos personajes de El Padrino III que a punto estuvieron de interpretar Robert de Niro (sí, iba a hacer de su propio nieto) y Madonna, y por los que luego pasaron Matt Dillon, Vincent Spano, Alec Baldwin, Charlie Sheen y Nicolas Cage (cuyo auténtico nombre es Nicolas Coppola, sobrino de Francis) o Laura San Giacomo, Trini Alvarado y Wynona Ryder (la elegida final, pero al llegar a filmar a Roma cayó exhausta tras haber enlazado seguidos tres rodajes y tuvo que ser hospitalizada, de ahí la aparición de Sofia Coppola). Y esta es solo una de las miles de anécdotas que se esconden dentro de una gran obra del siglo XX, de nueve oscars, de ocho horas y media de duración, de la magia, del estado de gracia de un puñado de artistas como Puzo, Coppola, Nino Rota, Dean Tavoularis, Albert S. Ruddy, Gordon Willis, Barry Malkin, Robert de Niro, Al Pacino, Marlon Brando, Diane Keaton, Talia Shire, Robert Evans… Acomódense en la butaca, y oigan a Bonasea (el actor Salvatore Corsitto) empezar su legendario discurso: “I believe in America”.
Nace una leyenda
Francis Ford Coppola tenía 32 años cuando empezó a rodar El Padrino y Marlon Brando, 47. La Paramount se resistía a contratar a Brando por su fama de actor problemático y caro. Coppola insistió. Le exigieron no solo que el actor cobrara al final de la película sino obligarle antes a pasar por una prueba. Extrañamente, el actor aceptó. Brando se presentó al “juicio del estudio” con unos algodones metidos en la boca y el pelo engominado con betún. Michael Corleone ya tenía voz, cara y alma. Nacía la leyenda de una película. Brando recibió un Oscar que jamás recogió. Lo hizo en su nombre la india Shasheen Littlefeather.
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