Brenda Venus |
Brenda Venus
Inédito Miller,
la última musa descubre su Guía secreta de París
Patrizia SANVITALE | El Cultural, 14/11/2001 |
Ignorado, denigrado e incomprendido durante la mayor parte de su carrera literaria, Henry Miller fue el escritor norteamericano más controvertido del siglo XX. Revolucionó las reglas de la literatura y desafió los valores morales de su época. Sus compatriotas bienpensantes le tacharon de “obseso sexual”, le culpabilizaron por utilizar un lenguaje vulgar e intentaron marginarle definitivamente. En consecuencia, el autor de obras de culto como Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio decidió exiliarse a Francia. Se refugió en París, “desesperadamente hambriento no sólo de hambre física y sensual, de tibieza humana y comprensión, sino también de inspiración e iluminación”. Mucho de esa tibieza y comprensión encontró el gran pornógrafo en su última pasión. En efecto, en el ocaso de su vida, Henry Miller encontró a una mujer formidable, Brenda Venus, en aquella época actriz y bailarina, joven y bella, que le acompañó hasta la muerte. Miller se convirtió en su mentor y ella en su musa, inspirándole sus últimas cartas apasionadas y una guía de su París, que ha permanecido inédita hasta ahora. Lawrence Durrell, que la conocía, escribió: “Brenda Venus ha interpretado el papel más hermoso que cualquier actriz pueda desear: musa y enfermera de un gran espíritu al final de su vida... Ella le ha permitido dominar sus enfermedades y probar todos los beneficios del Paraíso. ¡Le estamos muy agradecidos por su amabilidad y su brillante dedicación!”. Hoy, Brenda Venus ha roto su silencio para desvelar los aspectos más desconocidos de su relación. Y su gran secreto, esa Guide Blue que Miller le escribió y que fue “su último acto de amor”.
Henry Miller |
En 1976, Henry Miller conoció a una joven de 20 años, oriunda de Mississipi, medio siciliana medio amerindia. En aquella época Miller era el novelista rebelde más famoso. Había conseguido escandalizar al mundo literario rompiendo todas las convenciones artísticas. Sus escritos estuvieron prohibidos en Estados Unidos hasta 1964, fecha a partir de la cual pudo gozar de un reconocimiento bien merecido después de años de indiferencia, desprecio e insultos. Su vida y su obra estaban llenas de mujeres y de sexo. Sus escritos, en gran medida autobiográficos, le convirtieron en un mito.
Liberador para algunos, fue considerado diabólico por otros, pero con los años Miller se calmó. Cuando encontró a Brenda Venus era un octogenario frágil. Lo que no le abandonó nunca, sin embargo, fue ese intenso deseo de vivir que le empujó a escribir, pintar y exaltar su amor hasta el final de sus días. En la época de su primer encuentro, Brenda Venus era ya una actriz y bailarina conocida. Inmediatamente surgió un lazo entre los dos: él se convirtió en su mentor, ella, en su musa. Su relación duró cuatro años, hasta el último aliento de Miller, que murió mientras le escribía una carta de amor. La última, después de tantas otras. En aquella época se escribían como mínimo una vez al día. Esta correspondencia apasionada se transformó para los dos en una especie de diario íntimo. En 1979, aunque estaba muy débil y enfermo, Miller creó un pequeño manuscrito, regalo destinado a Brenda, que debía marchar a París. Lo llamó Guide Bleu (Guía azul). Nunca publicada íntegramente, era a la vez una guía personal de París, un diccionario francés-inglés y una libreta de direcciones de cafés, de restaurantes y de amigos interrumpida por largas cartas de amor a Brenda.
Henry Miller (84) y Brenda Venus (20) |
-¿Qué significaba París para él?
-París representaba sus recuerdos más queridos. Esa ciudad descubrió sus primeros libros, le aportó notoriedad y respeto, e hizo que apareciera en el panorama literario. Se había convertido en tema habitual de conversación entre nosotros. Lentamente, cena tras cena, en cartas y charlas, su París iba emergiendo. Empezó a enviarme libros en francés y a enseñarme a hablar y a escribir en francés. La Guide Bleu fue uno de los últimos actos de amor de Henry. El esfuerzo necesario para preparar esta obra, para renovar los contactos con vistas a mi viaje a París, allí donde su alma tenía sus raíces, extenuó a Henry en la misma medida en que a mí me llenó de alegría. En 1980 pude experimentar esa vida francesa de la que me había hablado. Recuerdo que estaba en París cuando Henry, todavía preocupado por mí, me escribió en una de sus cartas: “¿Va mejorando tu francés? No consultes diccionarios, subraya las palabras y frases que no entiendas. Léelas una y otra vez, explora el contexto”. Y unas líneas más abajo: “Ahora te tengo que dejar. ¿Te amo? ¿Brillan las estrellas? ¿Gira la tierra? Estés donde estés, yo estoy contigo”. París me absorbió completamente, mientras que Henry caía enfermo sin esperanza de curación. Necesitó mucha fuerza y valor para animarme a partir cuando yo era su lazo de unión con la vida.
-¿Cuándo recibió usted la Guide Bleu?
-Era una sorpresa, un regalo. Me escribía lecciones de francés en sus cartas y me sugería algunas cosas que podría hacer cuando estuviera en París. Estaba realmente entusiasmado en esa época, no dejaba de repetirme: “Me habría gustado mucho descubrirte París”.
-¿Está todo escrito a mano?
-Sí. Cuando encontré a Henry, la única máquina de escribir que tenía cerca era la que utilizaba su secretaria. Sabe usted, estaba totalmente ciego de un ojo y veía muy mal con el otro. La mayor parte del tiempo debía utilizar una lupa para escribir, pero creo que para él era más fácil expresarse a mano. Tenía una hermosa escritura, así que cada página era un regalo en sí misma.
-¿Cuál es la que más le gusta?
-Hay un pasaje, hacia el final, donde me dice que me ama enormemente y que debo tener cuidado. El resto es muy divertido: “No bebas demasiado champán”, lleno de recomendaciones sobre lo que no debía hacer. Como un padre que envía a su hijita al colegio. “Y ten cuidado en la calle, no mires a la gente porque es mejor evitar el contacto visual directo, no vaya a ser que se trate de desequilibrados”.
Un exiliado muy extraño
-¿Quién de los dos tituló el libro Guide Bleu, Henry o usted?
-No sé cómo se nos ocurrió, pero creo que fue él. Era su guía. Hasta entonces no había escrito nada que se pareciera a un plano del lugar en que vivía, con lo que hacía, los lugares que visitaba. Era un estreno, una novedad. De hecho, la escribió en un cuaderno azul, por eso la llamó Guide bleu. Era una guía de París, su París narrado en un cuaderno azul.
-Era un exiliado un tanto particular, ¿no es así?
-Sí. Los exiliados como Hemingway, Francis Scott Fitzgerald y muchos otros artistas partían en el momento en que Henry llegó. Sin embargo, Henry coincidió con Hemingway, pero no le parecía que fuera un escritor muy bueno, sólo un buen escritor. Eran muy pocos los escritores que para Henry destacaban del montón.
-¿Menciona Miller en algún momento el mundo artístico parisién?
-Salía con amigos, pero Henry no tenía suficiente dinero para poder apreciar realmente la vida artística. Era un gran tímido y su conocimiento de París estaba ligado a verdaderas personas, contrariamente a Gertrude Stein y otros. En realidad no pertenecía a su círculo. Hablaban, eran amigos, pero no creo que les frecuentara mucho. Henry era un hombre muy tímido, pero su conversación era brillante y le apreciaban por su talento de narrador.
-¿Fue a todos los lugares que menciona Miller en su Guide Bleu?
-Sí, fui a Montparnasse, incluso me senté en la Academia Francesa y en el Dôme, yo sola, con un lápiz y un bloc, y le escribí desde allí, le decía: “Estoy sentada aquí, como tú hacías y siento lo que tú debiste de sentir. No sé si estaré sentada exactamente en la misma mesa que tú, pero estoy aquí”.
-¿Se parecía París a la descripción que él le había hecho? Miller vivió allí en los años 30 y usted visitó París a principios de los 80...
-París tenía un lado electrificante, un lado mágico. Fue una experiencia magnífica. Henry había descrito su encuentro con París como “enamorarse de un hombre o de una mujer por primera vez”. Era eso exactamente y mejor aún. Me enamoré de esa ciudad, de sus habitantes, de su ambiente, su olor, su historia... Me subyugó todo, como si estuviera embrujada.
-¿Cuánto tiempo estuvo?
-Unas cuatro semanas.
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Sin noticias de Brenda
-¿Qué ocurrió cuando volvió a Los Ángeles?
-Mientras yo estaba en París Henry envió telegramas a varias personas: “¿Dónde está Brenda? No tengo noticias suyas”. Mis cartas no llegaban tan deprisa como él hubiera querido y se preocupaba por mí. Escribía a todo el mundo para intentar seguirme la pista. Durante mi ausencia cenó con uno de mis amigos, un modisto para el que yo había trabajado como modelo y que le dijo que había ido a París a casarme. No era verdad, pero es típico de Hollywood. Creo que después de eso la salud de Henry empezó a declinar, porque yo era el sueño de Miller, ese sueño que le daba fuerzas para seguir viviendo. Es muy triste que este hombre pusiera fin a su sueño, igual que le habría puesto fin yo misma si alguna vez hubiese mantenido relaciones sexuales con Henry o si mi relación con él hubiera tenido algo sexual, quiero decir claramente sexual. Había muchas jóvenes que venían a verle y le proponían hacer todo lo que él quisiera. Nosotros nunca hablamos de sexo mientras estuvimos juntos, excepto quizá, cuando respondía a las preguntas que yo le hacía sobre su mujer June o sobre Anaïs Nin. Nunca hablamos de sexo, aunque el tema aparece con frecuencia en las cartas que él me escribía.
-¿Le volvió a ver después de volver de París?
-Cuando todavía estaba en París me enteré de que había caído gravemente enfermo. Acorté mi estancia y me dirigí directamente a su casa, y en el momento en que yo subía corriendo las escaleras, él abrió la puerta, porque sabía que era yo quien llegaba. Dijo: “Deja que te mire, Brenda, te he echado mucho de menos”. Yo giré sobre mí misma, lentamente y él me dijo: “Has cambiado... ahora eres una mujer”. Yo respondí: “Yo no me siento diferente”. Entonces Henry dijo: “Ya veo que París te ha sentado bien. París te ha hecho suya igual que me ocurrió a mí en aquella época”.
-¿Después de volver de París siguió escribiéndole igual que hacía antes de su partida?
-No, era distinto. Estaba enfermo. Nunca se recuperó. Creo que el modisto que le dijo que me iba a casar en París le rompió el corazón y nunca consiguió reponerse. Me había escrito más de 4.000 páginas aparte de la Guide bleu, así que sentía que había cumplido su último deber aquí abajo: había formado a esta joven y la había guiado hacia la vida de mujer. Un día le pregunté por qué me había escogido para escribirme tantas cartas, y me dijo: “Eres la única que entiende mi alma”. Era una declaración como para volver loca a cualquier persona joven.
Sus grandes amores
-¿Le habló Miller de las dos mujeres que fueron los grandes amores de su vida, June y Anaïs?
-Decía que las mujeres le inspiraban. Yo creo que la mayoría de los grandes artistas crean y expresan lo mejor de su arte cuando están enamorados. También Miller necesitaba una Venus, la buscó toda su vida. Tenía la costumbre de llamar a June “mi Venus”. Nunca llamó a Anaïs “mi Venus”.
-¿Cree que aún sería posible vivir la misma historia, veinte años después?
-Sí, porque era un hombre del Renacimiento y un autor epistolar prolífico. Escribía a muchos hombres y mujeres en todo el mundo. Para él escribir era tan importante como respirar.
-¿Era su forma de expresar su creatividad?
-Sí. A través de la escritura revelaba su pasión por la vida. Tenía en su interior un fuego que le quemaba y que nunca se extinguió. Cuando estaba a punto de morir, me escribió una carta para describir lo que sentía mientras se apagaba. Era una carta asombrosa. Me partió el corazón, pero además, cuando la leí, sentí que una parte de mí se iba con él; lo último que hizo por mí fue escribirme esa carta. Yo le había pedido, un poco tontamente, que me escribiera una carta cuando estuviera a punto de subir al cielo, y lo hizo. ¿No resulta increíble? Eso demuestra lo apasionado y generoso que era. Durante toda su vida, la gente se ha equivocado sobre su personalidad. Sus escritos sobre su vida en París tienen el carácter de una confesión. Hablaba de la auténtica vida. Al principio de su carrera, los escritos de Henry se consideraban brillantes, pero adelantados a su tiempo, de modo que le cerraron muchas puertas en las narices. Por eso se instaló en París. Creo que fue allí donde empezó a sentirse en paz consigo mismo.
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Una historia de amor sin sexo
-¿Ha tenido ocasión de encontrarse con algún miembro de su familia? ¿Sigue en contacto con ellos?
-Estoy en contacto con su hijo Tony. Me agradece a menudo el que ayudara a su padre durante los últimos años de su vida, y para mí significa mucho. Mi historia con Henry fue una historia de amor, no de sexo, y aún hoy sigo impresionada por su genio, su sensibilidad, su dulzura.
-¿Cómo empezó?
-El 6 de junio de 1976 le escribí mi primera carta.
-¿Cuándo le vio por primera vez?
-Terminé mis estudios en la universidad antes que la mayoría de los estudiantes. Me había mudado a California y había empezado a actuar en películas. Un día alguien mencionó a Henry Miller y yo me dije: “Me encantaría ver a ese hombre”. Era una idea que no me había abandonado desde la universidad. Y llegó una tarde en que yo debía ir a escucharle a una conferencia. Estaba tan excitada como la primera vez que me enamoré. Esa tarde mi casa se quemó y yo me encontré sin nada. Tenía la impresión de ser una mujer sin pasado.
-¿Qué hizo usted?
-Ese día no fui a la conferencia. Estaba desesperada. Entonces, unos días más tarde, mientras asistía a una subasta para reemplazar las cosas que había perdido en el incendio, me fijé en una serie de libros antiguos muy hermosos, y examiné uno. Lo abrí y cayó al suelo una carta. Era una carta que Henry Miller había escrito a una japonesa. La recogí, y sin dar crédito, vi que en la carta aparecía su dirección. Yo había preguntado a todo el mundo cuál era la dirección de Miller, porque le quería escribir, pero nadie la sabía. Gasté miles de dólares en comprar los libros, y al día siguiente escribí una carta a Henry.
-¿Recuerda algún pasaje?
-Le dije que un incendio me había impedido ir a su conferencia y que siempre había querido verle. También le envié algunas fotografías mías. él me llamó el día en que recibió mi carta. Cuando dijo: “¿Es usted Brenda?”, le respondí: “Sí, Henry”. Sabía que era él aunque nunca antes había oído su voz. Me dijo que quería verme cuando se encontrara mejor. Empezamos a escribirnos todos los días, después dos, tres o cuatro cartas al día. Se convirtió en el diario íntimo de nuestras vidas. Creo que se dio cuenta de que a través de mí podía escribir su último libro. Más tarde le pedí permiso para publicarlo.
-¿Cómo se convirtió en su mentor?
-Fue una elección deliberada. Quería que entrara en mi vida, y aún no sé por qué. Estaba escrito que tenía que encontrar a Henry. Fue la primera persona que me animó a escribir. Incluso corregía mis cartas. Al principio todas esas correcciones me desanimaron. Pero seguí escribiendo. Era tan ingenua que incluso le pedí que me enseñara todo lo que él sabía. Y lo intentó. Empezó a escribirme cartas sobre libros, arte, política y filosofía. Me enviaba toneladas de libros.
Siempre sonriente y feliz
-Se le tachó de depredador, liberador sexual, pornógrafo, perverso. ¿Qué pensó usted al conocerle? ¿Le reconoce en alguna de estas definiciones? ¿Quién era su Henry Miller?
-Cuando le vi por primera vez, tenía unos ojos azules muy vivos y brillantes. Olía tan bien como un bebé y parecía igualmente frágil. Tenía esa pequeña sonrisa en las comisuras y siempre estaba feliz y sonriente conmigo.
-¿Se veían a menudo?
-Cenábamos juntos todos los jueves. Por lo general, era la única vez que salía en toda la semana. Recuerdo que una tarde empezó a llover y yo tuve que llevarle en brazos de mi coche al restaurante. él estaba molesto y me repitió varias veces: “Déjame, déjame antes de que alguien nos vea”.
-¿Cómo era su casa en Pacific Palistades?
-Llena de encanto. Grandiosa. En una calle llena de encanto. Henry tenía una casa de dos pisos, con un balcón en el piso superior. Y había una avenida para acceder a la casa. Por otra parte, después de conocerme, Henry se enteró de que las gardenias eran mis flores favoritas y entonces plantó gardenias a lo largo de toda la avenida. Nadie había hecho eso por mí jamás. La primera vez que florecieron, recogí una y le dije: “Henry...” él me respondió: “Sólo un pequeño obsequio...”.
Libros europeos y telas de Japón
-¿Le hizo algún otro regalo?
-Me ofrecía constantemente regalos. Encargaba telas a Japón, libros a Europa, una pluma estilográfica... Me recordaba que la belleza no es eterna y quería que me convirtiera en escritora.
-¿Quién tuvo la idea del viaje a París?
-Los dos. Casi siempre que yo conseguía un papel en una película, él lo desaprobaba. Siempre. Yo iba a hacer de vampiresa muy sexy en una película de miedo, y me decía: “No quiero que lo hagas, eso son cosas de niños, es realmente estúpido”. Y yo le respondía: “Henry, me va a proporcionar dinero y será divertido”. él empezó a mandarme cartas en las que me desaconsejaba interpretar ese personaje. Después recibí otra oferta para interpretar a una domadora. Reaccionó enérgicamente: “¡Oh no, Dios mío, no quiero ni imaginar que te puedan mutilar!”. Acabé por decirle: “¿Por qué no escribo un guión, por qué no producir una película a partir de uno de tus libros?”. Obtuve los derechos de tres de sus libros. Se lo conté: “Quizá debería ir a París”. Y él dijo: “¡Excelente idea!”
-Aparte de la escritura o el estudio, ¿qué otras cosas hacían juntos?
-Él había sido nadador profesional y tenía una piscina olímpica en su propiedad, pero estaba tan frágil y enfermo que ya no podía nadar. Recuerdo que le gustaba verme nadar. También le gustaba presenciar mis ensayos de danza clásica. De vez en cuando él tocaba el piano. Nos gustaba cocinar juntos, y en la cocina, él me contaba sus recuerdos de June y de Anaïs. Yo le recordaba a June, la mujer a la que más quiso.
-¿June o Anaïs?
-June. Era bailarina y actriz. él se convirtió en un gran autor porque ella creyó en él. Si no hubiera conocido nunca a June, jamás habría escrito Trópico de Cáncer. Nunca habría ido a París, porque ella prácticamente tuvo que obligarle para que dejara Estados Unidos.
-¿Y Anaïs? Miller escribió que había hecho de él el escritor en que finalmente se convirtió.
-Yo creo que fue June. June le puso un traje y le dijo cómo llevarlo y después llegó Anaïs y le dijo: “Oh, June, has olvidado una cosa: el sombrero de copa y el bastón para ir a esta velada”. Y Henry hizo otro tanto con Anaïs. Sin Henry Miller nadie habría oído hablar de Anaïs Nin. También ayudó a otros artistas, era muy generoso. Además tenía una gran capacidad para escuchar. Y sabía dar: habría dado su camisa, aunque fuera la última que le quedara. Era sensible y adoraba a las mujeres. Le gustaba su forma de andar, el perfume de su pelo, su piel, su forma de sonreír y de echarse el pelo hacia atrás al reír. Y no se encuentran tan fácilmente hombres que amen realmente a las mujeres. Algunos quieren llevárselas a la cama o utilizarlas como trofeos, pero ¿aman a las mujeres? él las amaba de verdad, pero creo que sólo empezó a apreciarlas realmente muy tarde.
-Henry Miller era un buen pintor y le gustaba pintar acuarelas. ¿Hizo algún cuadro para usted?
-Sí. Muchos cuadros. Me regaló cerca de un centenar de acuarelas. Eran pequeños regalos. Un día me dijo: “Creo que te voy a hacer un retrato, pero no lo juzgues, porque yo no soy retratista. Soy un artista de la forma libre”.
-¿Qué opina usted de su arte?
-El arte formaba parte de su existencia: la escritura por la mañana, la pintura por la tarde. Y prácticamente durante toda su existencia fue un pianista asombroso. Era un hombre lleno de talento, le gustaban enormemente las artes, para admirarlas o practicarlas. Amaba la vida apasionadamente. Le gustaba cenar con amigos, reír, beber una botella de buen vino. Durante toda su vida sus amigos lo fueron todo para él.
-¿Cómo reaccionó su familia ante su relación con Miller?
-Al principio no muy bien. Mi padre es siciliano y mi madre amerindia. Cuando les dije que conocía a Henry Miller dijeron: “Oh, querida, es maravilloso” y yo añadí: “Sí, mamá, nos hemos hecho muy amigos y nos escribimos cartas”. Mi familia se alegraba mucho por mí. Pero un amigo de mi madre le dijo que yo tenía una aventura con Henry y que era un viejo libidinoso. En fin, mi padre dijo que era lo bastante viejo como para ser mi bisabuelo.
“¿Amor con Henry Miller?”
-Estoy segura de que no sólo su familia creía que usted era la amante de Miller.
-Tiene razón. Me preguntaban a menudo: “¿Cómo puedes hacer el amor con Henry Miller? Tiene que ser un poco fuerte”. Yo contestaba: “No, no lo entiende. No es esa clase de relación. Es cuestión de sentimientos”. Y me respondían: “Claro, claro”. Nadie se daba cuenta de que estaba muy débil y sufría mucho. Desde luego, eso se le pasó por la cabeza. Es un hombre, tiene derecho a pensar en el sexo e imaginar una relación sexual. ¿Por qué no? Eso le mantenía joven de espíritu, pero no era el tipo de relación que existía entre nosotros. Era una historia de amor. En sus cartas, como subraya Lawrence Durrell, Henry se convertía en un hombre de cuarenta años y el recuerdo de June animaba su espíritu. Tuvimos una conversación casi al final y le dije: “¿Qué habría pasado si hubiera aceptado acostarme contigo?”. Me contestó: “¡Habría muerto! Menos mal que no lo hiciste”. Era un hombre lleno de encanto. Poseía magnetismo sexual y cuando conversaba contigo te convertías en la per- sona más importante del mundo.
-¿Qué es lo que hizo que Miller se convirtiera en el escritor que fue?
-Su misión era decir la verdad y afortunadamente tuvo el valor, la perseverancia y la humildad para llevar a cabo su misión; creía en sí mismo y en sus objetivos. Empezó la revolución sexual y fue uno de los pioneros. Antes de morir, Henry me pidió que me casara con él. Quería asegurar mi futuro para no preocuparse por mí en el más allá. Quería regalarme su casa de Pacific Palisades y también la de Big Sur. No acepté. Cómo le diría, tenía la impresión de que no estaba bien. Esos bienes deberían ir a sus hijos. A veces, cuando le echo de menos, cojo mi coche para ir a esos lugares, y una parte de mí me dice: “Imagínate, tu habrías podido tener esta casa”. Pero la otra parte de mí me responde: “No, hiciste lo que debías”.
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