CANNES 1962 Sophia Loren, Alain Delon y Romy Schneider
En 1962, el Festival de Cine de Cannes se convirtió en el escenario definitivo para el glamour y la realeza cinematográfica cuando Sophia Loren, Alain Delon y Romy Schneider adornaron sus costas. Estos tres iconos encarnaron la elegancia y sofisticación del cine europeo. Sophia Loren, ya una estrella global con su presencia dominante y su actuación ganadora del Oscar en "Dos mujeres", irradió confianza. Alain Delon, el enigmático galán del cine francés, y Romy Schneider, celebrada por sus actuaciones magnéticas y su belleza etérea, se sumaron al atractivo del evento. Juntos, simbolizaron una era en la que el cine y la moda se entrelazaban sin problemas, haciendo de Cannes el epicentro de la sofisticación cultural.
Esta reunión en Cannes reflejó no sólo el carisma individual de las estrellas, sino también las poderosas corrientes del cambio que barren la industria del cine. La presencia de Loren encarnaba el dominio del neorrealismo italiano, mientras que Delon y Schneider personificaron la creciente influencia de la nueva ola francesa. Sus apariciones no se trataban sólo de películas, sino también de cultivar una imagen internacional que trascendió las fronteras. Mientras los fotógrafos capturaron cada uno de sus movimientos, el mundo quedó encantado por este trío, cuya presencia cimentó aún más Cannes como la última celebración del arte cinematográfico.
Detrás del glamour, había una historia más profunda de amistad y admiración mutua. Delon y Schneider, compartían una historia personal y trajeron la innegable química de su apariencia, mientras que la presencia dominante pero cálida de Loren añadió solemnidad a la ocasión. La fotografía de los tres juntos sigue siendo una instantánea de una época dorada en el cine, un momento en el que las estrellas eran grandes estrellas, pero lo suficientemente humanas como para conectar profundamente con el público en todo el mundo. Es un recordatorio de una era pasada cuando Cannes no era sólo un festival, sino una verdadera celebración del arte, la belleza y la magia del cine.
Gene Hackman y su esposa, Betsy Arakawa, en los 60º Globos de Oro, en enero de 2003.JEFFREY MAYER (WIREIMAGE/GETTY)
OBITUARIO
Gene Hackman y su esposa, encontrados muertos en su casa
GREGORIO BELINCHÓN Madrid - 27 FEB 2025 - 09:44 CET
La policía investiga las circunstancias del fallecimiento del intérprete, de 95 años, doble ganador del Oscar, y Betsy Arakawa, de 63. La pareja ha sido hallada junto al cadáver de su perro
GREGORIO BELINCHÓN
Madrid - 27 FEB 2025 - 09:44 CET
Gene Hackman, leyenda de la interpretación, doble ganador del Oscar por The French Connection (Contra el imperio de la droga) y Sin perdón, y su esposa, Betsy Arakawa, han sido encontrados muertos el miércoles por la tarde en su casa de Santa Fe (Nuevo México), dentro de la colonia en la que vivía el matrimonio desde que en 2004 Hackman anunció que se retiraba de la vida pública. El actor tenía 95 años y Arakawa 63; llevaban casados desde 1991.
La oficina del sheriff del condado de Santa Fe, Adán Mendoza, confirmó sus muertes a la revista Variety este jueves, y que encontraron a la pareja a las 13.45 del miércoles, hora de Nuevo México. Según las autoridades “no hay indicios de juego sucio”;es decir, aparentemente no entró nadie en su casa, aunque han reconocido que es “una situación fuera de lo común”. En estos momentos, se investiga la causa de sus muertes, aunque aseguran que no existen “señales obvias de fuga” de gas. La pareja fue encontrada en habitaciones separadas; Arakawa, en concreto, junto a un calentador caído y un bote de pastillas desperdigadas. En la casa también encontraron el cadáver de uno de sus perros (otros dos sobrevivieron). Mendoza apuntó en Sky News: “No creemos que haya habido un crimen. La causa exacta de la muerte no ha sido determinada”. Según la página de cotilleos TMZ, el mismo agente ha confirmado que llevaban más de un día muertos. El trabajador que avisó a la policía afirmó que no sabía nada de ellos desde hacía aproximadamente dos semanas.
La impresionante carrera de Hackman en el cine empezó tarde, tras haber cumplido los 30 años, y acabó cuando él quiso: el 7 de julio de 2004, Hackman anunció, después de estrenar Bienvenido a Mooseport y en una entrevista en el programa de Larry King, que no tenía proyectos esperándole y que, “probablemente”, se había acabado su recorrido como actor. Cuatro años más tarde confirmó que efectivamente abandonaba la interpretación para centrarse en la escritura, un arte que desde los años noventa —cuando empezó a dedicarse a ello— le daba “más alegrías”, en el que no sufría “tanto estrés” y en el que mantenía su independencia creativa.
Gene Hackman, con el Oscar por 'Sin perdón'.AP
Así finalizó el Hackman que aparecía en la pantalla, un actor que logró interpretar desde los personajes más tirados a presidentes de los Estados Unidos, un intérprete muy respetado, que colaboró en obras maestras, como las dos películas con las que ganó las estatuillas de la Academia de Hollywood o Arde Misisipi, La conversación, Los Tenenbaums, Hoosiers: más que ídolos y Bonnie y Clyde, su primer gran éxito, aunque fuera como secundario. Hackman era alto, lo único destacable en su físico, un cuerpo y un rostro que le permitieron saltar por todos los personajes posibles.
Eugene Allen Hackman nació en San Bernardino (California) en 1930, y se alistó en el ejército a los 16 años tras falsificar su edad. Sirvió durante cuatro años y medio. Llegó a la interpretación tarde, pasada la treintena. Para seguir la carrera que había elegido, Hackman se unió al Pasadena Playhouse de California, donde se hizo amigo del joven Dustin Hoffman. “Me formaron para ser actor, no para ser una estrella. Me formaron para interpretar papeles, no para tratar con la fama”, dijo en una entrevista.
Gene Hackman y Robert Redford en 'El descenso de la muerte' (The Downhill Racer), de 1969.ARCHIVE PHOTOS (GETTY IMAGES)
Antes había estudiado Periodismo, y aunque llegó a trabajar en radios de Nueva York e Illinois (tras el divorcio de sus progenitores, Hackman se fue a vivir con su padre, director de un diario, y su abuela materna, a este estado) nunca le atrajo esa posibilidad. Mientras estaba en el Pasadena Playhouse empezó a trabajar en series de televisión y debutó en el cine, en concreto en Mad Dog Coll, en 1961. Sin embargo, no llamó la atención hasta que apareció en Lilith (1964), de Robert Rossen, donde el protagonista, Warren Beatty, adivinó el talento que tenía ante él. Por eso, tras su éxito en Broadway en 1964 con la obra Any Wednesday, Beatty le reclamó para que encarnara en Bonnie y Clyde (1967) al hermano mayor de Clyde Barrow. Antes ya había sufrido una primera y dolorosa experiencia en el Nuevo Hollywood, cuando fue despedido del rodaje de El graduado, donde encarnaba al señor Robinson: en pantalla se notaba que era demasiado joven para encarnar al suegro de su amigo Hoffman. Y eso que Hoffman, al empezar más tarde, era mayor que sus compañeros de generación, Al Pacino, Robert Duvall o Robert De Niro.
El patriarca de los Tenenbaum, interpretado por Gene Hackman.AGENCIAS
Eugene Allen Hackman nació en San Bernardino (California) en 1930, y se alistó en el ejército a los 16 años tras falsificar su edad. Sirvió durante cuatro años y medio. Llegó a la interpretación tarde, pasada la treintena. Para seguir la carrera que había elegido, Hackman se unió al Pasadena Playhouse de California, donde se hizo amigo del joven Dustin Hoffman. “Me formaron para ser actor, no para ser una estrella. Me formaron para interpretar papeles, no para tratar con la fama”, dijo en una entrevista.
Gracias a Bonnie y Clyde logró su primera de sus cinco nominaciones al Oscar, y saltó directamente a la lista de actores más reclamados: era dúctil, podía hacer tanto drama como comedia, protagonistas como secundarios… Y trabajaba sin descanso. La prueba de su amplio repertorio es que en Nunca canté para mi padre (1970) daba vida a un hijo muy tímido del personaje de Melvyn Douglas; con él logró su segunda nominación a la estatuilla de Hollywood.
En esos años setenta, Hackman se hizo tan famoso por los papeles que hacía como por los que rechazó. Ganó el Oscar por Jimmy Popeye Doyle, el poli de The French Connection (estrenada en España con el título Contra el imperio de la droga), que junto a un compañero, encarnado por Roy Scheider, perseguía a un jefe (estupendo Fernando Rey) de un clan marsellés que introducía heroína en Nueva York. En los siguientes tres años apareció en once películas (si se cuenta su cameo como el ciego de El jovencito Frankenstein), y sin mucho criterio, aunque eso le permitió convertirse en estrella: entre las salvables están La aventura del Poseidón, Muerde la bala, Espantapájaros y, sobre todo, La noche se mueve y La conversación. En esta última, que le supuso a Francis Ford Coppola la Palma de Oro de Cannes, bordaba el papel de experto en vigilancia secreta, un tipo paranoico al que se le despierta su conciencia cuando sospecha que la pareja a la que está espiando podría ser asesinada; en la segunda, un thriller de Arthur Penn, da vida a un detective en Los Ángeles que busca a una chica desaparecida en las aguas más corrompidas de los bajos fondos californianos.
En los Oscar de 1971, desde la derecha, el director William Friedkin, Jane Fonda, Gene Hackman y el productor de 'The French Connection', Philip D'Antoni.AP
Entre los proyectos que rechazó están Gente corriente, Apocalypse Now (para el militar que finalmente interpretó Robert Duvall), Network, un mundo implacable y Alguien voló sobre el nido de cuco: en casi todos los casos, porque se negó a bajar su salario. No le fue nada bien con Los aventureros de Lucky Lady, un proyecto sobre unos gánsteres durante la ley seca nacido para arrasar taquillas con Burt Reynolds y Liza Minnelli, pero sí se mantuvo con French Connection II, la megaproducción bélica Un puente lejano y Marchar o morir, sobre la Legión Extranjera; y por dinero, mucho dinero, encarnó a Lex Luthor en Superman (1978), papel que repetiría dos años después en su continuación (aunque se rodaron a la vez, se estrenaron con dos años de diferencia).
En las siguientes dos décadas de trabajo, bajó un poco el ritmo, y mantuvo olfato para trabajar en proyectos de prestigio como Bajo el fuego, donde era un periodista durante la revolución sandinista; Rojos, con su amigo Beatty; la excepcional Hoosiers: más que ídolos, sobre el baloncesto universitario; Bat 21; No hay salida; Otra mujer, de Woody Allen… y volvió a ser Lex Luthor en Superman IV. A finales de los ochenta Hackman ya había virado su carrera a personajes más maduros, cercanos a su edad, como en Postales desde el filo, A la caza del lobo rojo, Power y la impresionante Arde Misisipi, en la que él y Willem Dafoe interpretan a dos agentes del FBI, de comportamientos casi antagónicos, que llegan a Misisipi para investigar la desaparición de varios activistas por los derechos civiles. Hackman se había convertido en rostro habitual de thrillers populares como Testigo accidental, Acción judicial o The Firm (La tapadera).
En 1990 el corazón le dio un susto, y frenó un poco. Se había divorciado en 1986 de su primera esposa, Faye Maltese, con la que tuvo tres hijos, y al año siguiente a su angioplastia, en 1991, se casó con Betsy Arakawa, exestudiante de piano a la que conoció en el gimnasio en que ella trabajaba. Arakawa diseñó posteriormente la casa en la que vivían en Santa Fe, porque al matrimonio le apasionaba la restauración de edificios. En 1992 volvió, después de décadas de ausencia, a Broadway con La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman, junto a Glenn Close y Richard Dreyfuss. Se había hartado de personajes violentos, y solo alguien como Clint Eastwood pudo convencerle de que aún debía darles vida: solo por la insistencia de Eastwood encarnó al sheriff de Sin perdón, un personaje realmente asqueroso con el que ganó su segundo premio Oscar.
Esos años noventa fueron tiempos de mucho wéstern, como Gerónimo, la leyenda; Wyatt Earp o Rápida y mortal, de más thrillers, como Marea roja, Al cruzar el límite, Cámara sellada, Poder absoluto, Al caer el sol, Enemigo público y Bajo sospecha, y de comedias como Cómo conquistar Hollywood, Una jaula de grillos o Antz. Siempre aportando su calidad.
A finales del siglo XX, comenzó a priorizar su otra pasión, la escritura. Junto al arqueólogo submarino Daniel Lenihan escribió Wake of the Perdido Star (1999), Justice for None (2004) y Escape From Andersonville (2008). Y en solitario redactó Payback at Morning Peak (2011).
Así llegó su decisión, tras The Mexican, Los Tenenbaums, Tras la línea enemiga, El juradoy la comedia Bienvenido a Mooseport, en la que volvía a dar vida a un presidente de los Estados Unidos, ahora un expresidente que se presenta a alcalde del pueblo al que se ha retirado. Hackman se despidió. De vez en cuando se le veía en redes sociales, grabado a escondidas por alguien que se había cruzado con él cuando, por ejemplo, iba a comprar un helado. Con su fallecimiento desaparece un actor que sobrevivió al gran estallido de maestría del Nuevo Hollywood, porque él también fue uno de los grandes. Puede que con menor cartel que algunos de sus coetáneos, pero con, al menos, el mismo talento.
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Irene Vallejo Ciudad de México, 26 de febrero de 2025
Cuando hablamos de belleza, entramos en el resbaladizo terreno de los deseos y los sueños, y en los dominios del tiempo. La gente siempre quiere gustar, pero los rasgos que resultan atractivos cambian sin cesar, en una oscilación permanente. Sorprende comprobar que los rostros y los cuerpos admirados en otros siglos, hoy pasarían desapercibidos. ¿Hay alguna explicación para este caprichoso vaivén de los gustos?
La percepción de belleza parece estar unida al éxito, a la dificultad y a la riqueza. Si algo tenemos en común, es la búsqueda de lo exclusivo. En la Antigüedad, la literatura satírica se reía de la delgadez porque sugería pobreza y falta de medios para comer mucho. Por aquel entonces, eran gordos —y estaban orgullosos de serlo— los ricos. El poeta Marcial dejó claras sus preferencias estéticas en un epigrama: “No quiero tener una amiga delgada, cuyos brazos puedo rodear con mis anillos, que me raspe con su rabadilla desnuda y me pinche con su rodilla y a la que le sobresalga en la espalda una sierra”.
Hoy, en un mundo donde abunda la comida barata y calórica, la delgadez exige esfuerzo, dinero y tiempo libre para cuidar el cuerpo. Por eso, se ha convertido en el nuevo canon, y la belleza sigue siendo tan difícil de alcanzar como siempre. Y es que todos deseamos ser lo más atractivos posible, pero, al mismo tiempo, idealizamos lo imposible.
Lo desgarrador es su nula capacidad para gestionar lo real y concreto, y lo trágico, es su capacidad para endozar a sus rivales políticos los fracasos de una agenda política que se nutre de la mentira, el engaño, el fraude y la corrupción, hablo del actual presidente de Colombia, el progresista, guerrillero reinsertado del M 19, ex congresista de la izquierda radical y ex alcalde de Bogotá, la ciudad capital de Colombia, Gustavo Francisco Petro Urrego.
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