Cantos al Riesgo y al Misterio
La obra para niños de William Steig
Ellen DUTHIE
Arenas de San Pedro (Ávila). 2 de junio de 2018
XIV Encuentro de Animadores a la LecturaAsociación Pizpirigaña
XIV Encuentro de Animadores a la LecturaAsociación Pizpirigaña
[Transcripción de la ponencia]
Roland, the Minstrel Pig |
Muy buenos días. Muchísimas gracias Federico (Martín Nebrás) y a la Asociación Pizpirigaña por invitarme. Siempre es un placer dar conferencias aquí. Es una ocasión que disfruto mucho. Disfruto mucho dando estas conferencias, y sobre todo preparándolas. Una de las cosas que resulta más difícil de alguna manera en estas conferencias es el hecho de que no puedes apoyarte con imágenes y es complicado hablar de álbumes ilustrados sin imágenes que acompañarte. Pero la verdad es que el hecho de que todo el peso recaiga en las palabras es un reto bonito y lo cierto es que sospecho que te hace escribir mejores conferencias o al menos conferencias distintas*.
* En esta transcripción sí he incluido imágenes, pero el texto transcrito corresponde a la conferencia sin acompañamiento de imágenes.
Hace tres años vine a hablar de las ventanas de Maurice Sendak, de lo que hay al otro lado; el año pasado hablé de Arnold Lobel y de sus preguntas desde el hogar. Y hoy vengo a hablar de William Steig, y de sus Cantos al Riesgo y al Misterio. Ahora contaré a qué me refiero con eso.
En fin, parece que estoy haciendo un repaso sistemático a una época y a un perfil determinado: todos hombres (si Federico me invita alguna otra vez, estaría bien hablar de una mujer), todos judíos, todos de familia emigrada de la vieja Europa a Estados Unidos, todos de una misma era de la creación de literatura infantil en Estados Unidos. Aunque William Steig les saque un par de décadas a Sendak y Lobel, (Steig nació en 1907; Sendak en 1928 y Lobel en 1933), Steig no empezó a crear obras para niños hasta ya cumplidos los 60 años. Es una historia peculiar. Entonces fue Steig el que llamó a Sendak para pedirle consejo.
“Oye, Maurice”, dice Sendak que le dijo Steig: ¿de verdad que uno se puede ganar la vida decentemente haciendo esto?”
Y el asunto es que, en esa época, sí era posible ganarse la vida decentemente haciendo eso, especialmente si eras Sendak, o Lobel o Steig. Pero incluso en general, aunque no lo fueras, se pagaba de otra manera.
De hecho, el hecho de que se pagase de otra manera tiene mucho que ver con las casualidades por las que Steig inició su carrera, no como ilustrador infantil, pero sí como ilustrador de viñetas, a la tierna edad de 23 años. Si calculamos desde el año de su nacimiento, 1907, hasta sus 23 años, vemos que nos situamos en 1929, 1930… Y la fecha nos suena a todos. La Gran Depresión.
El entorno familiar de Steig era un poco diferente al de Sendak y al de Lobel. Aunque fuera una familia de origen judío, era un hogar ateo. Y era también un hogar socialista, donde siempre hubo una consciencia de la lucha obrera. Su padre se ganaba la vida como pintor de brocha gorda; su madre como costurera, como la costurera de Irene la valiente, que vimos ayer (en referencia al día anterior de las Jornadas). Pero al mismo tiempo eran artistas. Artistas que exponían su obra cuando podían, en exposiciones colectivas e individuales, en ambos casos. Decía Steig que su padre era de los que pensaba que no se podía ser trabajador porque entonces eras un explotado, lo cual resultaba degradante, ni tampoco empresario porque entonces eras un explotador y eso resultaba más degradante aún. Como “solución” animaron a sus hijos a hacerse artistas. Su hermano Henry fue joyero. Su hermano Arthur fue artista, poeta, inventor y proveedor de material artístico desarrollado por él mismo. Su hermano Irwin escribió varios libros sobre póker y otros juegos de cartas. Digamos que mientras que al padre de Sendak le costó tomarse en serio el hecho de que su hijo quisiera ser artista, da la impresión de que los padres de Steig se hubieran escandalizado si hubiera anunciado que quería dedicarse a cualquier cosa que fuera remotamente “respetable”.
El jóven Steig |
Ellos mismos optaron por vivir como bien podían de sus trabajos, hasta que con la llegada de la Gran Depresión, la cosa se puso peliaguda económicamente en el hogar de los Steig. Los dos hermanos mayores estaban casados y con familia y con sus propios problemas y responsabilidades y el hermano pequeño de Steig no era aún mayor de edad. Y le tocó a William hacerse cargo. Se le ocurrió hacer viñetas y tratar de venderlas. Y así fue que publicó su primera viñeta para The New Yorker, concebida e ilustrada por él mismo. Esto es curioso porque no venía siendo lo habitual hasta ese momento. Normalmente tenían a un equipo de escritores que pensaban en las ideas para las viñetas, con el pequeño pie de imagen y se las encargaban a los ilustradores. De alguna manera los ilustradores ejecutaban las ideas de los escritores. En el caso de Steig, hacía ambas cosas, y esto sentó las bases para un nuevo tipo de viñeta, en las que los ilustradores eran también autores.
En su primera viñeta publicada, dos prisioneros en una celda hablan de sus hijos. “Mi hijo el pequeño no tiene remedio, no hay manera de enderezarlo" le dice uno al otro. La representación en sus viñetas de personas que no pertenecían a la clase media acomodada, como los lectores de la revista, era también una novedad y le sirvió para aportar una mirada mordaz a la sociedad americana del momento. Es curioso porque representando a los segmentos de la población más desfavorecidos lo que hacía realmente es hacer un comentario social sobre la clase media.
El trabajo de Steig fue poco a poco convirtiéndose en el principal sustento de la familia. “Abandoné el nido, con mis padres a mis espaldas”, diría más tarde, en una expresión que nada más pronunciarla se vuelve ilustración en nuestras mentes. Para The New Yorker llegó a hacer más de 1.600 viñetas y más de 130 portadas durante su carrera. Trabajó para otras revistas pero The New Yorker fue la que realmente le dio de comer a él y a su familia durante bastante tiempo.
Y aunque, como dije antes, Steig no escribió e ilustró ningún libro para niños hasta ya cumplidos los sesenta, en las viñetas que hizo para The New Yorker sí representaba a niños a menudo. Tenía series enteras que se hicieron muy famosas protagonizadas por niños. Y su ojo para representar a los niños, a la relación entre adultos y niños, a la sensación de arbitrariedad con la que a veces se reciben las órdenes de los adultos cuando eres niño, a la crueldad mutua entre adultos y niños, a la relación de los niños con la realidad social y política, …. Decía que su ojo y su oído para dar con la frase exacta y representarlo en la situación exacta, con el gesto exacto… todo esto era extraordinario en Steig.
Aparte de sus viñetas, antes de crear libros infantiles, también publicó unos libros muy diferentes tanto a las viñetas como a sus libros para niños, que contenían lo que él llamaba sus dibujos simbólicos, trabajos en pluma y tinta que expresaban estados mentales, emociones, momentos psicológicos determinados. Son dibujos que combinan una frescura e inmediatez espontánea, además los hacía de un tirón, no había bocetos, o más bien los bocetos eran los originales, combinaba esa frescura e inmediatez espontánea decía con un oído y una perspicacia quirúrjica, que casi duele. Perspicacia sobre la relación entre padres e hijos, esposos y esposas y sobre la sociedad en general. Uno de ellos en concreto, The Agony in the Kindergarten (Duell Sloan and Pearce, 1950), que podríamos traducir como Martirio en la Guardería, y que tengo aquí por si alguno quiere verlo más tarde, es uno de los libros más impactantes que he leído. El libro abre con una cita de un poema del romántico inglés William Blake, que dice así. «El ángel que presidió mi nacimiento dijo: “Pequeña criatura hecha de alegría y júbilo, corre y ama sin la ayuda de nadie en la Tierra”». Entonces, partiendo de este cita que abre el libro, Steig pasa a desnudarnos despiadadamente para mostrarnos las más crudas inseguridades de la infancia y de la vida adulta.
El libro abre con un rostro enorme de una madre furiosa con el ceño fruncido y expresión de esfuerzo por el gran grito que está soltando: Willie! A Willie lo vemos al fondo de la caverna de su boca.
En la siguiente página vemos a un niñito pequeño por edad y porque Steig lo representa reducido en términos de la pequeña proporción que ocupa de la página blanca. “¿Tú qué eres, un niño bueno o un niño malo?” dice el texto.
En otra página, la voz en off que preside el libro completo (el padre, la madre, los adultos en general) dice “Al principio es un poco tímido.”
Y sigue, página tras página con dibujos que completan el impacto de unas frases que ya de por sí son impactantes.
“No importa lo que le dés, nunca va a estar satisfecha.”
“Eres igualito que tu padre.”
También depende como lo leas, claro: “Eres igualito que tu padre”.
“Bórrate esa sonrisa de la cara.”
“No te ensucies.”
“Lo hace para llamar la atención.”
“¡Cállate la boca!”
”¿Qué te parecería si yo te tirara por la ventana a ti?”
“Mi marido le da todo lo que quiere.”
”Mantenlo bien alejado del bebé.”
“No soporta ensuciarse.”
“Mira qué mona es.”
“El médico te trajo en una maletita.”
“Mamá sabe lo que te conviene, cariño.”
“Dale las gracias a la señora.”
“Qué niña tan buena.”
”Los hombrecitos no lloran.”
“En esta familia no se juega con ese tipo de niño.”
“Dios te vigila.”
“SILENCIO”
“Espérame afuera”
“¿Qué es lo que estás haciendo ahí adentro?”
“Deja de hacer tantas preguntas.
“Esta niña me vuelve loca.”
“Uy, y eso que no oíste lo que dijo ayer.”
“¡SILENCIO!”
”¿Ves lo que pasa cuando no escuchas a Mamá?”
“Mira, mira, mira qué pelota roja tan bonita. ¡Pero mira!”
“Todos los niños se meten con él, no sé por qué.
“¿Estás segura de que quieres que hacer pis?”
“¿Estás segura de que no quieres hacer pis?”
“Nos estás poniendo muy tristes a mamá y a papá.”
“Con nuestro niño nadie se va a meter nunca.”
“Vete a jugar y no me molestes.”
“No es muy L-I-S-T-O.”
“Ella nunca me da ningún problema.”
“Es un bebé tan bueno: lo dejo con un juguete y no me molesta en todo el día.”
“Siempre hace lo que le digo.”
“¡Arriba ese niño valiente!”
“No, eso son imaginaciones tuyas, cariño.”
“¿Pero y a ti quién te ha preguntado?”
“Tres días de parto estuve con éste.”
“¿Por qué tienes que tocarlo todo?”
“Espera que llegue a casa tu padre.”
“Yo no sé de dónde saca esas cosas.”
“No pasa nada, no entiende nada de lo que estamos diciendo.”
“¡Mira lo que has hecho!”
“Ay, cuidado, cariño, que te vas a hacer daño.”
Y muchas más combinaciones estremecedoras de frases y dibujos.
Y acaba con “Honra a tu padre y a tu madre.”
Como veis no se trata de un libro light, tampoco particularmente bonito ni exactamente optimista.
Es un libro donde el reconocimiento de uno mismo y de los demás te hace retorcerte en la silla.
Y es un libro muy, muy diferente de sus libros para niños en muchos sentidos pero que he querido traer y mencionar, para señalar que aunque Steig no ilustrara para niños hasta cumplidos los 60, tampoco es que no los estuviera mirando, observando, teniendo en cuenta durante toda su carrera.
Lejos de eso, a menudo, tanto en sus viñetas como en estos otros libros, fueron el centro de su atención. Sí había esa observación, la misma que hacía Sendak desde su ventana. “Creo que me gustan más los niños que a la mayoría de los adultos.”, dijo Steig en una ocasión. “Me relajo con ellos, más de lo que soy capaz de relajarme con adultos.”
A Steig le interesaban los niños, lo que hacían, lo que decían, cómo reaccionaban y cómo lidiaban con lo que se les iba presentado en sus vidas, en el mundo.
He traído una selección bastante amplia de libros de Steig que podéis venir a mirar luego o esta tarde cuando queráis, tanto de infantil como de esta otra faceta suya.
Pero en esta conferencia quiero centrarme en la obra para niños de William Steig, que es la que nos interesa especialmente aquí.
Cuando le comuniqué a Federico el título de esta conferencia, Cantos al riesgo y al misterio me preguntó extrañado y con razón si William Steig había escrito también poesía.
Y no, no escribió poesía, pero sí muchos cantos, en el sentido de celebraciones. Cantos al riesgo, al misterio, a la belleza de ese vértigo de sentirse inmensamente pequeño en un universo sin medida, de sentirse solos a merced del mundo, a merced de las tormentas, de los rayos y de los inesperados quebrantos de las leyes de la naturaleza. Pero al mismo tiempo sentirse dueños de uno mismo, salir de los aprietos por propio pie y poder volver siempre al calor del amor familiar, o, en algún caso, encontrar otro gran amor.
A mí una de las cosas que me parece especialmente interesante de la obra de Steig tiene que ver con la actitud vital que logra desprender de lo que a menudo es realmente una angustia existencial. En Steig esa angustia se vuelve a menudo catalizadora de éxtasis; en lugar de causa de desesperación.
Es como si el premio por ese riesgo que se toma, y por la angustia que se pasa, y por ese enfrentarse a la mortalidad, como si el premio por arriesgarnos fuera ese éxtasis que viene de conseguir ver el misterio de la vida y del mundo con asombro en lugar de con temor.
El perro aventurero y samaritano de la novela Dominico, que se publicó en su día en Austral y saldrá el año que viene en Blackie Books, deja un cartel en su puerta antes de emprender su viaje:
Queridos amigos:
Me marcho a toda prisa para ver más mundo. No tengo tiempo de despedirme de vosotros por separado, así que os abrazo a todos y os husmeo con amor. No sé cuándo volveré. Pero volveré.
Cerró la puerta, enterró la llave y se fue de casa en busca de su fortuna, es decir, en busca de lo que fuera que le iba a pasar ahí afuera en el mundo desconocido.
Dominico no va a ninguna parte. Simplemente, y cito, “va a donde llegue para encontrar lo que encuentre”.
Esto podría ser una síntesis aproximada de lo que pasa en varios de los libros de Steig. “Hola, me voy. No sé muy bien a qué, pero me apetece, siento el impulso”. Ahí sus personajes comparten patrón con la perrita jennie de DÍDOLA PÍDOLA PON de Sendak pero más que la insatisfacción permanente, como a Jennie, a los personajes de Steig les mueve una inquietud curiosa, unas ganas de vivir, unas ganas de independizarse aunque no necesariamente de cortar ningún lazo drástica o definitivamente. Viven por lo general vidas satisfactorias, con amor y amistad, pero… hay que ver mundo, hay que vivir, hay que probar o probarse.
¿No es bonita esa idea de que el destino hay que ir a buscarlo, por muy escrito que esté? Sales a buscarlo porque al destino no se le espera en casa, no viene a buscarte.
Los motivos por los que cada uno de los personajes de Steig emprenden ese viaje de búsqueda y transformación, son muy variados.
En el primer libro para niños de Steig, Roland the Minstrel pig, (Rolando, el cerdo trovador), de 1968, todo esto ya estaba esto presente. Es un poco menos redondo quizás, especialmente el final, que la mayoría de los álbumes posteriores, pero es el primero de una serie de variaciones sobre un tema. Rolando
tocaba el laúd y cantaba con tal dulzura que sus amigos nunca se cansaban de escucharlo. Era un músico nato, desde las pezuñas hasta el hocico.
Se daba además el caso de que tenía el mejor de los repertorios de chistes y acertijos y era capaz de mantenerse en equilibrio sobre sus dos patas delanteras.
Ahí donde había una fiesta, Rolando era el primer invitado, Siempre lograba sorprender y maravillar a sus amigos con nuevas canciones. Algunas las aprendía de otros y otras, las componía el mismo, tanto la letra como la melodía.
Un día Rolando estaba tomando el té con dos queridos amigos, Brian, un burro y Wesley, una oca.
Qué pena, dijo Wesley, que tus espléndidas canciones solo las puedan oír los pocos que te conocemos. En mi opinión, deberías estar viajando por todo el mundo para que todo el mundo pueda oírte y maravillarse con tu voz.
Sí, Brian el burro estaba de acuerdo, Podrías hacerte rico y famoso. Y quién, si me permites la pregunta, ¿se lo merece más que tú?
Y, claro, con esos ánimos, Rolando se marcha. Y no tarda en encontrarse a un zorro, que le oye cantar y se le acerca para sugerirle que tan bella voz debe oírla el mismo Rey, y que él se ofrece amablemente a acompañarle. Pero, previsiblemente, las intenciones del zorro son más carnívoras que benévolas y por el camino, intenta aplastar a Rolando con una enorme roca, echarle encima un nido de avispas, ahorcarle con una cuerda de laúd mientras duerme, y asarle vivo. Pero todo acaba bien, el rey pasa por ahí y le salva la vida. Cuando le oye cantar, exclama: ¡Eres supremo! Y hay calabozo de por vida para el zorro y una Medalla Suprema de Excelencia para Rolando.
En Zeke Pippin, de 1994, otro cerdo se encuentra una armónica. Bueno, no se la encuentra exactamente. La armónica se cae de un carro de la basura que pasaba por ahí. Un trozo de basura que cambiaría su vida. Zeke coge la armónica y tras mucho practicar, decide dar el primer concierto para su familia. Pero tan pronto como empieza a tocar, la familia se queda profundamente dormida. Esta mala educación -su padre no solo dormía, ¡roncaba incluso!- le sentó como una patada. “¿De verdad que esta panda es mi familia, los que aseguran que me quieren? Y se pregunta: ¿Cómo puedo seguir viviendo bajo el mismo techo que estos papanatas?”
Y se construye una balsa y se marcha una madrugada aún de noche. Por el camino va encontrando a otros personajes y no tarda en darse cuenta de que cuando toca la armónica el efecto es el mismo para todos: narcolepsia inmediata e irremediable. Cuando llega una banda de perros falsamente amables, los acompaña inocente a una trampa mortal. Al pobre Zeke estos perros se lo quieren zampar. A punto de enfrentar su propia muerte, Zeke consigue que le acerquen la armónica a sus labios para tocar una última canción y, claro, se quedan fritos. Así se salva y vuelve a casa, donde le reciben con todos los honores.
En Irene la valiente, ya vimos ayer (referencia al día anterior de las Jornadas) en la sesión de crítica, que la salida del hogar y el viaje de ida y vuelta es por ayudar a su madre costurera, que debe hacer llegar un vestido de baile a la duquesa pero está demasiado enferma para salir. Irene deberá luchar contra las inclemencias climáticas, hasta el punto de que llega, y llegamos los lectores, a temer por su vida.
“Aunque pudiera pedir ayuda, nadie la oiría. Tiritaba de pies a cabeza. Le castañeteaban los dientes. ¿Por qué no morir congelada y terminar con tanto sufrimiento? ¿Por qué no? Ya estaba casi enterrada. ¿y no volver a ver nunca el rostro de mama? ¿De su querida mamá, que olía a pan recién horneado? En un arranque de furia, dio un salto que la dejó libre, y pudo al fin ponerse de rodillas y mirar a su alrededor.”
Y lo consiguió. Y disfrutó de la fiesta en casa de la duquesa y del reconocimiento como heroína de su propia historia.
A veces no es por decisión propia que se emprende el viaje. Hace falta que alguien te de una patadita.
Shrek! (1991; edición en español: Libros del Zorro Rojo, 2012) empieza así.
“Su madre era fea y su padre era feo, pero Shrek era más feo que los dos juntos. Nada más dar sus primeros pasos, ya era capaz de escupir llamas a noventa y un metros de distancia y de echar humo por las orejas. Y si alguna serpiente era lo bastante tonta como para morderle, moría al instante entre horribles convulsiones. Un día, los padres de Shrek se hartaron y decidieron que ya era hora de que su hijito saliera al mundo para hacer todo el daño que pudiera. Entonces, le dieron una patada de despedida y Shrek dejó el negro agujero donde se había criado.”
Poco después de partir, Shrek se encuentra con una bruja que le lee el futuro: se casará con una princesa. Encantado con las perspectivas, Shrek sale en busca de la princesa. Por el camino lucha contra un enorme dragón, contra un valiente caballero, tiene pesadillas sobre niñitos felices
Se había quedado dormido por el camino. Soñó que estaba en un campo lleno de flores donde los pájaros trinaban y los niños retozaban. Algunos lo abrazaban y le daban besos, y no había nada que pudiera pararles. Se despertó aturdido, balbuceando aterrado: “Sólo ha sido un mal sueño… un horrible sueño…”.
Y prosigue su viaje. Conoce a un burro que no para de hablar, se pierde en un salón de espejos repleto de horripilantes Shreks. A Shrek no parece importarle demasiado el hecho de que su fealdad asuste a todo el que se encuentra. De hecho, ¡le encanta ser así de repugnante! Cuando finalmente Shrek conoce a su impresionantemente fea princesa, es amor a primera vista:
Siguió andando a grandes zancadas y sus gruesos labios se abrieron en una sonrisa. Ante él se hallaba la princesa más maravillosamente fea de todo el planeta.
Pastel de manzana, suspiró Shrek.
Cara de rana, suspiró la princesa.
Shrek dijo:
Tus callosas verrugas, tus sonrosados granos, tus viscosas ciénagas y pestilentes pantanos, me estremecen,
La princesa dijo:
Tu nariz de patata, tu puntiaguda cabeza y tus horribles ojos que miran con fiereza me enternecen.
Shrek dijo:
Oh, tú, horrible visión,
Tus labios azules, tu cabello chillón
Me enloquecen.
Podría seguir, pero sé que tú sabes
De mi amor la razón:
¡Eres tan fea, corazón!
La princesa dijo:
Tu nariz es tan peluda,
Ven rápido, sin demora,
Tu mirada es tan oscura…
Celebremos esta boda.
Shrek le mordió la nariz. Ella le pellizcó la oreja. A fuerza de zarpazos, acabaron fundidos en un abrazo. Como el fuego y el humo, se pertenecían el uno al otro.
Entonces se casaron tan pronto como fue posible.
Y vivieron horriblemente felices para siempre, asustando a cualquiera que se cruzara en su camino.
Ya establecido el patrón de esos viajes en busca de aventura y sentido de la vida, se puede juguetear con el patrón.
El burro Silvestre de Silvestre y la Piedrecita Mágica, uno de mis preferidos de Steig, que publicará en otoño Blackie Books, el burro Silvestre decía, también falta de casa. Pero en su caso no se va de casa, sino que más bien no logra volver. Tras encontrar una piedrecita mágica, Silvestre se dirige hacia su casa emocionado para enseñarle su maravilloso hallazgo a sus padres, cuando es interceptado por un hambriento león. Está de suerte porque tiene su piedrecita mágica para escapar, pero con los nervios no se le ocurre otra cosa que desear convertirse en roca. Y así pasa casi todo el cuento: en estado de roca y sin que sepamos, ni nosotros los lectores ni él mismo, si alguna vez podrá volver a ser un burro y si no pasará toda la eternidad en estado de roca. Todo acaba bien, pero hay sufrimiento, el tiempo transcurre lento y hay mucho tiempo para pensar en el misterio de la vida, para Silvestre y para el lector. ¿Seríamos capaz de encontrarle el sentido a la vida siendo roca? Difícil encontrar ese éxtasis que mencionaba al principio atrapados en un estado de roca. El éxtasis llega al final, cuando el calor del tacto de sus padres sobre la roca lo despierta de su letargo y lo devuelve a su estado de burro original.
“Pueden imaginarse lo que ocurrió después: los abrazos, los besos, las preguntas, las explicaciones, las miradas tiernas y amorosas, las lágrimas y las exclamaciones de afecto.”
Puede sonar cursi, pero el amor puede aportar mucho sentido, a la vida, al mundo, a quien somos.
En Solomon, the Rusty Nail, (Salomón, el clavo oxidado), el caso es parecido. Es la historia de un conejo con el intrigantemente inútil poder de convertirse en clavo oxidado y luego de nuevo en conejo cuando le viene en gana. Lo que comienza como un truco gracioso para confundir a amigos y familiares, logra salvarle de las garras de un gato con el que se topa en uno de sus paseos por el campo para cazar mariposas. Apareció el gato y Salomón inmediatamente se convierte en clavo. Pero se confía y vuelve a su estado de conejo demasiado pronto. Cuando el gato se da cuenta de que el clavo es en realidad un jugoso conejito, se lo lleva y lo mete en una jaula a esperar pacientemente a que vuelva a convertirse en conejo. Y se pone peliagudo el asunto. Pero no tanto como cuando el cazador estalla de ira porque Salomón se niega a convertirse en su cena, y con un martillo clava a Salomón en estado de clavo en la pared, donde se queda atrapado durante una eternidad, hasta que hay un incendio en la casa y todo se quema y Salomón se libera de su forma de clavo y corre a su familia que ya ha abandonado toda esperanza de encontrarle con vida.
“Su desconsolada familia había encontrado su red y su caja con las mariposas que había atrapado, y estaban seguros de que había perecido a manos de algún cruel carnívoro. Por eso, cuando Salomón entró corriendo por la puerta vivito y coleando, casi les da un pasmo. Después de los gritos y los brincos, hubo un sinfín besos y abrazos.”
Y luego tenemos Caleb y Kate, que empieza así:
“Caleb el carpintero y Kate la tejedora se querían mucho, pero no siempre en cada instante. De vez en cuando, no se ponían de acuerdo sobre esto o aquello y acababan teniendo una pelea tan feroz que de verlos, nadie hubiera creído que eran marido y mujer. Durante una de esas peleas desquiciadas, Caleb se enfadó tanto que salió de la casa dando un portazo y odiando a su mujer de la cabeza a los pies; y ella, por su parte, le gritó desde el quicio de la puerta los más espantosos insultos que le venían a la boca.”
Caleb se duerme en el bosque y cuando despierta se percata alarmado de que se ha convertido en perro. Va a casa, pero es incapaz de comunicarle a su mujer quién es en realidad. Aquí tenemos otra separación, entonces, parecida a la de Silvestre y Salomón, por lo que tienen de transformación, aunque con la diferencia de que al menos Caleb se convierte en un perro que es un ser vivo que puede ingeniárselas para que lo adopte su mujer, creyendo que es un perro callejero. Aunque la verdad, no sé qué es peor. También sale bien al final, cuando unos ladrones entran en la casa y Caleb se comporta como un verdadero perro guardián. En ese preciso instante ¡TING! se transforma de nuevo en hombre y se da la característica reunión final de Steig.
“Nada más irse sus padres después de darle un beso de despedida, Gorky montó su laboratorio en la pila de la cocina y se puso manos a la obra. Tomó un vaso limpio, echó un chorrito de agua, y añadió primero un poquito de esto y luego otro poquito de aquello: una cucharadita de sopa de pollo, otra de té otra de vinagre, un pellizco de café molido, una sacudida de polvos de talco, dos sacudidas de pimentón, un poquito de canela y unas gotitas de olmo escocés. Removió con vigor y alzó la amalgama a la luz para verla bien. Demasiado turbia.
Con mucho cuidado, añadió un poco de coñac de su padre. Mejor. Pero seguía faltando algo. ¿Qué? ¡Ah, claro! Esencia de rosas. Gorky se ausentó un momento de su laboratorio para ir a por el mejor perfume de su madre. Quiso meter tan solo unas gotitas, pero extasiado por el aroma de las rosas, se le fue la mano y echó todo lo que había: media botella.”
Se lleva la botellita a un prado, dispuesto a descubrir cómo desatar la magia que estaba seguro que contenía la pócima que había preparado. Antes, se echa sobre la hierba un rato a descansar. Entonces
“una pequeña serpiente brillante, llegó deslizándose por la hierba, pasó por encima de la barriga de Gorky, dio tres vueltas a la botella y salió reptando. Gorky sintió la cabeza más ligera que de costumbre. Vio las nubes de arriba como ropa blanca tendida a secar y entonces se durmió. El ancho cielo abierto que lo rodeaba brillaba por la luz del sol, pero el cielo en su interior resplandecía por la luz de las estrellas.
Fuera lo que fuera lo que le mantenía sujeto a la tierra, soltó marras y el cuerpo somnoliento de Gorky se alzó en el aire, como una pompa que va subiendo en el agua, y empezó a volar en dirección este.
Y vuela y vuela y sobrevuela, saludando a todo el que se cruza y faltando de casa, claro, e imaginándose cómo le va a contar el asunto a sus padres, que incluso él que lo está viviendo reconoce que será algo difícil de creer. Y mientras, sus padres, como en tantos de estos cuentos, preocupadísimos.
En muchos de sus libros, William Steig acerca a los niños a una fantasía equivalente a la que tenemos los adultos de acudir a nuestro propio entierro y presenciar lo mucho que nos echa todo el mundo de menos.
En Silvestre y la piedrecita mágica,
“el señor y la señora Duncan iban de un lado a otro de la habitación, impacientes y preocupados. Silvestre nunca había llegado después de la hora de cenar. ¿Dónde podría estar? No consiguieron dormir en toda la noche, pensando qué le habría podido ocurrir… “
Y la señora Duncan añade:
“Nunca más regañaré a Silvestre, no importa lo que haga, dijo la señora Duncan.”
En Gorky sube, se nos dice que
"Los padres de Gorky habían estado toda la noche fuera buscando a su hijo. Habían llegado a un punto de preocupación tal, que estaban pensando en poner fin a sus vidas para acabar con su terrible tristeza."
En Solomon y el clavo oxidado, Solomon piensa
"Cómo deben de estar sufriendo sus pobres padres, sin saber qué era de él. ¡Qué tristes debían de estar sin su querido hijo!"
En Zeke Pippin, el cerdo protagonista tiene un sueño.
"Estaban su pobre madre y padre, y su pobre hermano y hermana, todos llorando desconsoladamente, derramando lágrimas sobre su ropa y sobre la alfombra, preguntándose cómo iban a poder seguir viviendo sin su queridísimo Ezequiel. "Si no veo a mi angelito pronto", lloraba su madre, "¡me pegaré un tiro!".
Qué fantasía tan reconfortante pensar en cuánto te echarían de menos si desaparecieras.
Y si al final, la reunión es tan explosiva como las que pinta Steig, resulta casi como una confirmación de que la fantasía tenía también un componente de realidad.
Y todos estos viajes, de ida y vuelta o simplemente de camino a casa, no dejan al lector fuera de la angustia. Cuando lees a Steig sientes la angustia con el personaje, reaccionas a esa angustia con el personaje y no puedes evitar hacerte preguntas, participar del asombro y de la perplejidad.
Se nos presentan situaciones complejas, donde las elecciones no son siempre fáciles, donde los dilemas son genuinos, donde a veces uno no sabe qué hacer.
Voy a ir acabando con una lectura, de Doctor de Soto, el otro de los dos libros, junto a Irene la Valiente, con los que Blackie ha abierto su colección en este año 2018.
LECTURA DE DOCTOR DE SOTO
Sin pretender hacer a nadie pensar sobre nada, sino simplemente contando un buen cuento, bien construido, con personajes con motivaciones irreconciliables y muy reales, nos dispara preguntas y dilemas durante su lectura. Una de las preguntas más habituales que hacen las personas -niños y adultos- a las que les he leído este cuento tiene que ver con la decisión de los ratones dentistas de tratar al zorro. ¿Ayudar a un zorro cuando eres un ratón es un acto de bondad o de imprudencia? ¿Si pueden ayudar al zorro, tienen el deber de hacerlo? ¿O estaría bien que se negaran a ayudar al zorro para proteger sus propias vidas? Al principio el zorro tan dolorido nos da pena y sentimos que los ratones hacen bien en querer ayudarle. Pero enseguida, cuando le empieza a temblar la mandíbula al zorro, dudamos. ¡Qué tontos han sido! Es interesante que Steig no pinta al zorro como un ser particularmente malvado, sino como un zorro que simplemente no se puede aguantar. Como lectores vamos alternando entre sentir pena por el zorro y miedo por los ratones y por el camino nos hacemos muchas preguntas y pensamos muchas cosas al respecto.
En este sentido, Steig juega a la perfección con la tensión -¡ay, que se los come!- con la complejidad de todos los personajes (ninguno es del todo bueno ni del todo malo) y con la dificultad que con frecuencia tenemos para trazar la línea entre el bien y el mal o saber dónde nos situaríamos en cada caso. Nos pone en un aprieto porque nos ofrece un panorama ricamente complejo al que reaccionar.
Hay un conflicto muy interesante que nace de la colisión entre dos normas que solemos creer que hay que seguir: ayudar al prójimo y proteger nuestra vida.
La ratoncita dice “habrá que arriesgarse”. Ante el dilema ético lo ve claro: ayudar al prójimo prevalece. Pero ¿y nosotros? ¿lo vemos tan claro?
Y así consigue Steig que nuestra reacción literaria tenga también un componente reflexivo e inquisitivo.
Acabo con una cita de Dominico, ese perrito de la maravillosa novela de Steig que lo miraba todo “con ardiente atención”. ¿No es poderosa la expresión?
“Se durmió bajo las centelleantes estrellas, y justo cuando se estaba quedando dormido, pasando a la fase de los sueños, sintió que comprendía el secreto de la vida. Pero a la luz de la madrugada, cuando despertó, su entendimiento del secreto se había esfumado con las estrellas El misterio seguía ahí, inspirando su sensación de asombro.”
Porque Dominico dice que va a ver mundo, pero en realidad, y aquí está la clave, lo que va a hacer es “mirar el mundo”, que es muy diferente.
Lo interesante de autores como Steig, y como Lobel también, es que cuando los leemos, las preguntas que nos planteamos no nos las plantean ellos: nos las planteamos nosotros mismos. No “recibimos” las preguntas, sino que las formulamos a partir de nuestras propias inquietudes, observaciones e interpretaciones, y de nuestro acompañamiento de los personajes en esos cantos al riesgo y al misterio, que nos llevan al asombro.
Muchas gracias.
Ellen Duthie. 2 de junio, 2018. Arenas de San Pedro.
Bibliografía secundaria:
Claudia J. Nahson (ed.) The Art of William Steig (Yale University Press, 2007)
Lee Lorenz, The World of William Steig (Artisan, 1998)
Jeanne Steig, Cats, Dogs, Men, Women, Ninnies & Clowns: The Lost Art of William Steig (Harry n Abrams, 2011)
Iain Topliss, The Comic Worlds of Peter Arno, William Steig, Charles Addams, and Saul Steinberg (The Johns Hopkins University Press, 2007)
DRAGON
RIMBAUD
A la Une du New Yorker / William SteigDE OTROS MUNDOS
William Steig / The New YorkerWilliam Steig / El rey de las caricaturas
William Steig, creador de 'Shrek', dibujante de borrachos y sátiros
Cantos al Riesgo y al Misterio / La obra para niños de William Steig
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