TRES LIBROS CONTRADICTORIOS
El enigma de la muerte del papa Juan Pablo I, 40 años después
25 Ago 2018 - 9:00 PM
El primer libro se titula Papa Luciani. Crónica de una muerte, publicado en Italia y escrito por Stefania Falasca, periodista del diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal de ese país. La autora revela documentos inéditos a los que le dio acceso el Vaticano y descarta el asesinato por envenenamiento. Para ella, la “desnuda y cruda verdad” es que Juan Pablo I falleció por una isquemia que le provocó un infarto. Se apoya en el dictamen del médico del pontífice, Renato Buzzonetti, tras examinar el cadáver.
Cita el testimonio de sor Margherita Marin, una de las monjas que atendía al papa, quien tiene 77 años y describe lo que vio tras entrar en su habitación, a las 5:30 a.m. del 29 de septiembre de 1978, porque su santidad no se levantó a la hora de siempre a tomar el café negro que le dejó sor Vicenza Taffarrell en la sacristía: “Estaba en su cama, con la luz sobre el cabecero para leer encendida. Tenía dos cojines detrás de la espalda que lo mantenían un poco levantado. Tenía las piernas extendidas y los brazos sobre las sábanas. Estaba en pijama y entre las manos agarraba unos folios (según esta investigación, borradores de una homilía que iba a pronunciar). La cabeza estaba girada hacia la derecha con una ligera sonrisa. Tenía las gafas apoyadas sobre la nariz y los ojos medio cerrados. Parecía dormido. Le toqué las manos. Estaban frías. Me impresionaron las uñas, un poco oscuras”.
Según ella, todo estaba en orden y sin “una arruga”. (Gestiones secretas del Vaticano por la paz en Colombia)
Según ella, todo estaba en orden y sin “una arruga”. (Gestiones secretas del Vaticano por la paz en Colombia)
La respalda el entonces secretario personal, el sacerdote irlandés John Magee. Cuenta que la noche anterior, mientras rezaban juntos antes de la cena, el papa sintió un fuerte dolor en el pecho durante cinco minutos y, una vez repuesto, no le dio importancia y no quiso asistencia médica. La periodista Falasca documenta que en 1975 Luciani tuvo una afección cardiovascular, por la que fue hospitalizado y tratado con anticoagulantes.
El prólogo lo firma el cardenal Pietro Parolin, actual secretario de Estado del Vaticano, quien corrobora que la “miríada de teorías conspirativas y sospechas” quedan sin piso: “Es una reconstrucción efectuada siguiendo una modalidad de investigación histórica rigurosa, sobre la base de una documentación excepcional hasta hoy inédita”. El veredicto del segundo en el poder de la Iglesia católica después del papa Francisco es respaldado por teólogos y cardenales que “revisaron la causa”.
La credibilidad de la escritora ha sido cuestionada porque, además de ser empleada del periódico de los obispos italianos, ha trabajado para el Vaticano como vicepostuladora de causas de beatificación y canonización de papas. A pesar del libro, en Roma reina la incredulidad, que hizo carrera desde hace cuatro décadas durante el cónclave que eligió como sucesor a Juan Pablo II. Mientras los tanatólogos embalsamaban a Luciani, como prevé el ritual funerario antes de exhibirlo y sepultarlo en un ataúd de plomo, algunos cardenales se atrevieron a preguntar: “¿Una muerte súbita es siempre natural?”.
El segundo libro publicado en Italia se titula Albino Luciani - Giovanni Paolo I. Biografía, ex documentis, basado en los documentos de vida y obra recolectados para promover sus milagros y ayudar a que sea declarado santo. Hasta ahora va en “venerable” y luego debe ser nombrado beato. Detrás de estas más de mil páginas también se halla el poder del Vaticano por medio del exnuncio apostólico en Colombia y ahora cardenal Beniamino Stella, quien es el postulador de la causa de canonización. Escribe: “Esta biografía es el fruto de un largo y meticuloso trabajo de investigación”. Aunque hay cuatro escritores como autores, los últimos dos capítulos (sobre el pontificado y la muerte) fueron escritos a cuatro manos por la misma Stefania Falasca y Don Davide. Citan a 21 testigos y se quedan con la versión de la muerte por infarto.
Los refuta un tercer libro: Albino Luciani. Un caso abierto, del sacerdote católico, filósofo y teólogo español Jesús López Saéz, quien ya lo había publicado en español y ahora lo hace en italiano. Vuelve sobre las situaciones y documentos que despiertan las sospechas y plantea que una respuesta definitiva solo depende de que el Vaticano permita la exhumación del cadáver de Luciani. “Varios interrogantes principales quedan aún sin una satisfactoria y definitiva respuesta”, dice la contracarátula. ¿Cómo murió Juan Pablo I? ¿Por qué el médico Antonio Da Ros rechazó la versión del infarto? ¿Qué reforma profunda estaba programando para la Iglesia? ¿Ha sido un mártir? ¿Cómo se puede explicar el silencio de los papas que le sucedieron: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco? “Las respuestas están sepultadas en las grutas vaticanas. No se sabe aún por cuánto tiempo”.
Con fecha de julio de 2018, el investigador López pide reabrir el caso y que no se le declare beato ni santo hasta que se esclarezcan, con independencia, las causas reales de su fallecimiento. Advierte tener en cuenta factores de esa época: la Guerra Fría y la corrupción de la banca vaticana, a los que Luciani se enfrentó con valentía desde que rechazó la ostentosa ceremonia de imposición de la tiara papal y el uso de la silla gestatoria como trono: “Debía tomar decisiones importantes —que bien sabía eran peligrosas para su incolumidad—, con las cuales pensaba cortar los negocios económicos del Vaticano, fruto de acuerdos con la logia masónica P2, la mafia y la CIA. Se expuso mucho contra enemigos muy fuertes, avezados en el mal, sin escrúpulos y más que nunca determinados a conservar su poder curial, político y financiero. Todo esto, junto a otras numerosas iniciativas de reforma radical de su Iglesia, que había programado con mente lúcida y ánimo firme, no encaja con la imagen que de él se fue dando después de su muerte… Una operación de descrédito de su memoria aún más criminal que el haberle quitado la vida”. (El banco de Dios en Colombia).
Sobre la versión sostenida por Falasca, incluye un apéndice en el que argumenta que se trata del “enésimo intento de corromper la verdad para hacer callar a todos aquellos que aún hoy, y son tantos también dentro de la Iglesia, tienen fuertes dudas sobre la muerte de Luciani”.
Del lado colombiano hay una versión, publicada por El Espectador en 2014, sin rectificación alguna por parte de la curia. Se tituló “Los hijos de las tinieblas se deshicieron del santo que conocí” y fue firmada por Guillermo León Escobar Herrán, teólogo fallecido a finales de 2017, quien conoció a cinco papas, fue tres veces embajador de Colombia ante la Santa Sede (durante los gobiernos de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos), fue consultor pontificio y profesor de los cardenales en la Universidad Gregoriana en Roma.
Conoció a Luciani en Venecia, antes de ser papa, e investigó su vida y obra para graduarse como magíster en teología en la Universidad de Bonn. “Fui a saludarlo y le dije que estaba escribiendo, para un profesor alemán, un ensayo sobre la importancia de la Iglesia veneciana en el desarrollo de la cristiandad europea”. El “patriarca de Venecia”, al que la gente llamaba en la calle “nuestro párroco”, lo recibió y le asignó un puesto de trabajo a su lado, en su despacho. Escobar Herrán, según le dijo a quien firma este artículo, se sorprendió de que pasara de preguntarle por las maravillas de Colombia —de las que le había contado Modesto Bellido, consejero general de las Misiones Salesianas— a pedirle su opinión “sobre las mafias colombianas y su posible y lógica vinculación con las de Italia”.
Según él, ya investigaba sobre la corrupción de la curia católica. “Le preocupaba la debilidad de salud de Pablo VI y lo embargaba la tristeza después de la muerte de su amigo Aldo Moro (primer ministro de la democracia cristiana, secuestrado y asesinado en mayo de 1978). ‘Hay penas que matan’, dijo. Durante la conversación venía una y otra vez al recuerdo el Concilio Vaticano II y lo que faltaba hacer”. Reformas de fondo pensadas a raíz de “un gran disgusto con Roma tratando de proteger la banca veneciana de la voracidad del instituto bancario vaticano (IOR). ‘Allí hay corrupción’, decía. Lo colmaba el desasosiego”. Cuando se despidieron, le regaló un libro en el que meditó en tono de ensayo sobre Pinocho, el clásico de Carlo Collodi.
Días después, contra todo pronóstico, era el nuevo papa. Según Escobar, “porque tras la muerte de Pablo VI los dos bandos poderosos se habían dividido, eran irreconciliables y por esa calle del medio que transita siempre muy a gusto el Espíritu Santo llegó Albino Luciani a convertirse en Juan Pablo I y lo asumió sin perder la sonrisa, con fortaleza. Qué problema para muchos; había llegado un santo al puesto de Pedro y compartía los ideales de pobreza más hondos del Vaticano II. No quiso la gloria de las tres coronas (la tiara) y tampoco la gran ceremonia de consagración, que sustituyó por la misa inaugural. Los de Venecia fuimos llevados gratis en tren con boleta para la primera, la segunda audiencia y la misa de San Juan de Letrán. Luego don Albino nos despidió y nos dio un rosario”.
El embajador recordó que Luciani “asumió el pontificado con una espinita con aquella gente que mal había actuado con el banco de su región, el de su gente, y todo parece indicar que ahí empezó a pedir claridades que no le podían ser negadas y a exigir cuentas que debían ser claras. Sobre todo al arzobispo Paul Marcinkus (norteamericano cabeza del IOR hasta 1989 y llamado ‘el banquero de Dios’)”. (El colombiano que le dictó cátedra a los papas).
En Roma le ratificaron: “A los quince días (apenas duró 33 como papa), la atmósfera era irrespirable. Parece que las mafias se reunieron, la Logia masónica P2 actuó y el arzobispo banquero rabiaba por todos los rincones. Dicen que a alguien se le ocurrió que el único remedio era la cirugía. Se contaba con la frialdad de la curia y con el tejido de tantos poderes reales que se sentían amenazados. Hasta que el papa amaneció muerto. No se sabe cómo... Todas las versiones resultan mentirosas, aun aquella que pueda ser cierta. Lograron deshacerse entonces de la limpieza que hoy intenta Francisco”.
Esta versión coincide con dos libros del investigador británico David Yallop: En el nombre de Dios (1984) y El poder y la gloria (2007). En este último señala al entonces secretario de Estado de Luciani, el cardenal masón Jean Villot, como uno de los sospechosos, pues el último día de vida del papa habló con él sobre sus decisiones para “la limpieza del Banco Vaticano”, entonces bajo el mando de Marcinkus. Iba a destituirlo, a reemplazarlo por el “honesto monseñor Giovanni Abbo” y a expulsar de la Santa Sede a “sus socios en el crimen”. Todos los informes que estaban en manos del papa muerto terminaron en manos de Juan Pablo II. Días después, el cuerpo de Giovanni Da Nicola, un espía que sabía del caso, también fue hallado sin vida. El cardenal diácono Pericle Felici fue asesinado en 1982. El nuevo papa ordenó el secreto pontificio para la investigación, bajo triclave en el Archivo Vaticano. Yallop denuncia que se consolidó un fraude de seis años y el robo de US$1.300 millones, gracias a que “Wojtyla rechazó cada uno de estos cambios y reconfirmó en sus puestos a todos”. En 1981 ascendió a Marcinkus a propresidente de la Comisión Pontificia para el Estado, especie de gobernador del Vaticano, a la vez que seguía de presidente del Banco.
Con 30 años de conocimiento sobre la vida en el Vaticano, Escobar le dijo a este diario que allí se respiraba lo que Pablo VI llamaba “el humo de Satanás”, el mismo del que se habló en 2012 cuando señalaron a “los heraldos de la muerte” como causantes de la renuncia de Benedicto XVI, precedida de amenazas de muerte, de las que el cardenal colombiano Darío Castrillón le dio cuenta en una carta que anunciaba un atentado “dentro de los próximos doce meses”. El documento había surgido de una charla de Castrillón con quien sabía del peligro: el arzobispo de Palermo, Sicilia, Paolo Romeo, exnuncio en Colombia. Decía Escobar: “Los hijos de las tinieblas son más ágiles que los hijos de la luz”
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