jueves, 16 de agosto de 2018

Bram Stoker / Dracula / Ilustraciones de Beatriz Martín Vidal



Drácula

Bram Stoker. Ilustraciones de Beatriz Martín Vidal

Prólogo de Gustavo Martín Garzo. Traducción de Flora Casas. Anaya infantil. Madrid, 2012. 432 páginas, 18 euros
CECILIA FRÍAS | 21/12/2012 | 


Ilustración de Beatriz Martín Vidal
Considerada por Oscar Wilde como la novela más bella y por otros célebres artistas como una de las mejores obras de la literatura universal, pocos se atreverán a poner en duda que la fascinación por Drácula se mantiene intacta a pesar de los años transcurridos desde aquel 1897 en que fuera escrita, como destaca Gustavo Martín Garzo en el interesante prólogo a esta cuidada edición que ve la luz con motivo del centenario de la muerte de Bram Stoker.

Aunque gran parte del público adolescente habrá sucumbido al hechizo del vampiro a través de las versiones cinematográficas y otras adaptaciones, la sorpresa del que se atreva a dar el salto hasta el original que lo alumbró será mayúscula ya que, mucho más allá del terrorífico argumento propio de la fantasía gótica, descubrimos que Stoker edifica con paciencia una obra magna que contiene en su interior otras muchas novelas.



En principio, la indefensión del joven procurador que con la inocencia de un niño se adentra en las fauces del siniestro castillo del conde para ultimar la compra de una casa en Londres podría hacernos creer que estamos ante una ficción de terror al uso. Pero la trama se va haciendo más compleja. No solo está en juego la lucha del abogado y los demás personajes capitaneados por la mente preclara del doctor Van Helsing contra las atractivas fuerzas del Mal -batalla en la que, por cierto, el escritor irlandés recreará, con una audacia fuera de lo común para la moralista época victoriana, los deseos más lascivos generados por las siniestras criaturas. La diatriba entre el empirismo del científico y la apertura hacia territorios desconocidos de la psique, entre la delgada línea que separa el juicio de la locura y la vigilia del sueño en el que afloran los fantasmas del subconsciente, serán asuntos que irán surgiendo a lo largo de la obra para, en definitiva, invitarnos a reflexionar sobre las simas de la condición humana.

Pero, ¿cómo fue posible convertir en verosímil la figura del vampiro para una sociedad tan escéptica como la del Londres emplazado en plena Revolución industrial? Tanto en la tradición del folclore rumano-húngaro como en la literaria consolidada por Polidori y Rymer existía la creencia enraizada en estos poderosos seres provenientes de estirpes malditas. Representaban la fatalidad más tenebrosa conservando incólume su capacidad de seducción -como analiza Jacobo Siruela en su magnífica edición de Vampiros (Atalanta, 2010). Sin embargo, más allá del arraigo de las fuentes, puede que el hecho de que Stoker construyera la novela en torno a la “escritura del yo” -diarios, cartas y noticias de prensa sin mediación alguna- sea uno de los mayores aciertos para lograr la credibilidad de los personajes. Así, el aterrador testimonio de Jonathan Harker durante su estancia en Transilvania para dejar constancia de lo vivido ante su prometida Mina, las cartas intercambiadas entre esta y su amiga Lucy o las deliberaciones de los doctores Seward y Van Helsing al registrar puntualmente la evolución de sus pacientes, se tornan obsesión por la escritura como única vía para registrar, desde distintas perspectivas, los extraordinarios acontecimientos de sus vidas. 



A la sensación de vida contribuye en gran medida la plasticidad de la prosa de Stoker cuando nos transporta, con precisión de herencia romántica, hasta los desfiladeros de los Cárpatos que cobijan el decrépito castillo de Drácula, los paisajes lúgubres del cementerio y el manicomio o los mares procelosos que azotan la costa inglesa cuando el conde llega a bordo de un galeón fantasma: “...todo el aspecto de la naturaleza se volvió de inmediato convulso. Las olas se elevaron creciendo con furia, cada una sobrepasando a su compañera, hasta que en muy pocos minutos el vidrioso mar de no hacía mucho tiempo estaba rugiendo y devorando como un monstruo. Olas de crestas blancas golpearon salvajemente la arena de las playas y se lanzaron contra los pronunciados acantilados”.Escenas como la anterior, en las que podríamos evocar cualquiera de las célebres Tempestades de Turner, ayudarán a recrear la belleza de estos impactantes escenarios y a palpar su atmósfera.

Y tras habernos detenido en la pericia de Stoker para recrear ambientes se hace obligado destacar, por último, las inquietantes ilustraciones de Beatriz Martín Vidal. Intercaladas a lo largo de esta magnífica edición, van sembrando el texto de misteriosas muchachas que, ora nos seducen con su mirada satánica ora se transforman en frágiles víctimas del vampiro para atrapar, en uno u otro caso, el espíritu perturbador de la obra que la hizo única en su género, como todo clásico que se precie. En suma, una lectura imprescindible para que los jóvenes lectores gocen con el placer del miedo, del deseo más oscuro y de la peripecia detectivesca para dar caza a la Bestia. Una oportunidad única que nos permitirá, ante todo, zambullirnos de lleno en el placer de la Literatura con mayúsculas. 




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