domingo, 3 de junio de 2018

‘Fargo’ y los setenta

Fargo
‘Fargo’ y los setenta


DIEGO A. MANRIQUE
3 ENE 2016 - 17:21 COT


Podía haber resultado uno de los grandes discos de 2015. Imaginen: intensas versiones hechas por Jeff Tweedy o White Denim, oscuras canciones añejas que tienen el resplandor del tesoro recién descubierto, Gustav Mahler conviviendo con Jethro Tull…
Me refiero al sountrack de la segunda temporada de Fargo. Hay unanimidad en situarla entre las mejores series del pasado año, aunque no sea precisamente un radiante ejemplo de esa edad de oro de la televisión que tantos proclaman: finalmente, se trata de otra vuelta de tuerca sobre el territorio y los personajes de un largometraje de 1996.



La década de los setenta es seguramente la peor tratada en las historias del rock

A Joel y Ethan Coen debemos esa fauna extraordinaria: tenaces policías pueblerinos, asesinos fascinantes, ciudadanos vulgares que revelan su carencia de centro moral. La genialidad de la serie reside en las piruetas del guion, que enhebra lugares comunes del western con veleidades propias del thriller posmoderno. En Fargo 2 se ha trabajado mucho la textura sonora: dado que la acción se sitúa en 1979, las canciones proceden de los setenta.
La década de los setenta es seguramente la peor tratada en la historia del rock: todavía se repite que el rock progresivo agonizó a manos del punk que surgió en 1976-77. En realidad, ambos subgéneros solo fueron mayoritarios en atención de los medios especializados: las listas de éxitos estaban llenas de otras músicas. Músicas menos ambiciosas, difíciles de encajar en los relatos roqueros, y, además, contaminadas en nuestro recuerdo por indumentarias y peinados horrorosos. Ya habrán oído ese mantra: “Los setenta fueron la década en que el buen gusto estuvo ausente”.




Noah Hawley, creador del Fargo televisivo, quería un soundtrack mayormente setentero, pero fuera de lo trillado. A estas alturas, ya habituados a los campos nevados de Minnesota, Hawley aumenta el cociente fantasmal con la aparición de ovnis (no lo consideren un spoiler; apenas inciden en la acción); se justifican las ráfagas de space rock con Billy Thorpe, Steve Miller o Pink Floyd.
Conviene recordar que, más allá de la voluntad del showrunner, la música de cualquier serie está determinada por el presupuesto. Aunque se venda como homenaje a los hermanos Coen, aquí se recuperan canciones de O brother, where art thou? gracias a que pertenecen al dominio público. Y se cuelan temas rescatados por la discográfica Numero Group, que ofrece precios muy apañados.
Los años setenta de Fargo 2 incluyen la llamada womyn’s music, creación de marginales cantautoras lesbianas; también se incluyen rarezas europeas, firmadas por Michael Polnareff o Yamasuki (alucinado proyecto de Daniel Vangarde, más conocido en España como autor de Un rayo de sol).
De Fargo 2 podía haber salido un extraordinario disco. Pero no existe: una cosa son los derechos de sincronización para la serie, otra diferente el permiso para publicar las grabaciones. Con las actuales pautas de consumo, no resultan rentables esos recopilatorios. Nos podemos consolar con listas de Spotify o YouTube; los discos de sonido cuidado, tratados como objetos culturales, ya son cosa de tiempos lejanos, de civilizaciones más ilustradas.

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