sábado, 22 de junio de 2024

Mark Z. Danielewski / El toro que venía del infierno

 

Mark Z. Danielewski, tejiendo su próxima novela. 


El toro que venía del infierno

'La casa de hojas', de Mark Z. Danielewski ha sido comparada con el 'Ulises' de James Joyce y 'Rayuela', de Julio Cortázar, y a él con Herman Melville


Benjamín Prado
26 de mayo de 2014

Cuando hace 14 años publicó La casa de hojas, Mark Z. Danielewski no esperaba ni en sus mejores sueños que comparasen su novela con el Ulises de James Joyce y Rayuela, de Julio Cortázar, y a él con Herman Melville, cuando Stephen King definió su obra como “la Moby Dick de los libros de terror”. Los lectores españoles pueden comprobar si exageraba en sus 700 páginas, llenas de miedo y experimentos literarios, que se han traducido a otros 40 idiomas. Su historia es la de una pareja que se traslada a vivir a un bosque y al poco tiempo descubre en una de las paredes de su nueva casa una puerta que antes no estaba allí y va a dar a un corredor sombrío. Según pasan los días, ese túnel se hace más largo y profundo, da la impresión de ocupar mucho más espacio que el edificio que lo contiene y, lo peor de todo, empiezan a oírse en él los aullidos de algún ser siniestro que parece tener allí su guarida. El argumento, muy similar al de uno de los cuentos de fantasmas de M. R. James, en el que un cura excava en su iglesia una galería desde cuyo fondo se acerca a la superficie una bestia infernal, tiene lectores fanáticos que exhiben en la Red teorías sobre el sentido último del texto y tatuajes diabólicos relacionados con él.

Mientras desayunamos en un hotel de Madrid, le pregunto a Danielewski si su objetivo era que nadie se mude al campo después de leer su libro igual que nadie puede volver a ducharse sin echar el cerrojo del baño tras ver Psicosis, de Hitchcock. “Exacto, aunque ¿quién puede resistirse a abrir las puertas de la percepción, como las llamaba Aldous ­Huxley? El origen del peligro es la curiosidad”.

Resulta paradójico que La casa de hojas, publicada en 2000 en EE UU, haya llegado tan tarde a nuestro país, puesto que aquí fue donde empezó, cuando el padre de Danielewski vino a la España de la dictadura a filmar un reportaje en el cual entrevistaba a Salvador Dalí, a Andrés Segovia y a algunos artistas flamencos, y para el que no reparó en gastos, llegando a alquilar un avión con el que fueron a Córdoba, Granada, Sevilla, Barcelona… Una de las cosas que quiso inmortalizar fue una plaza de toros vacía, y su hijo aún recuerda el pánico que sintió al recorrer aquel espacio lleno de olores salvajes y, sobre todo, al entrar en el chiquero y oír los bramidos de la res en la oscuridad: “Me preguntaba de dónde vendría aquel animal impresionante. En mi imaginación, el pasadizo debía de ser muy largo y me horrorizó figurármelo abalanzándose sobre nosotros. Casi podía notar la presencia de aquella criatura satánica… Yo tenía siete años, pero todo eso tiene mucho que ver, sin duda, con lo que luego escribí en La casa de hojas”.

Las cintas fueron incautadas por las autoridades, sin que les dieran ninguna razón, aunque él sospecha que sería porque no daban una imagen positiva del régimen. Para completar el enigma, de los dos productores que financiaban el proyecto, uno desapareció sin dejar rastro y el otro fue víctima de un crimen. “Mi padre, que admiraba a Hemingway, Orwell, John Dos Passos y otros autores que habían defendido a la República en la Guerra Civil, trató incluso de grabar al propio Franco, pero no obtuvo el permiso. Logró unas imágenes suyas rodadas clandestinamente y entonces nos pusieron bajo vigilancia. Nos acosaban sin tregua y, al final, tuvimos que huir. Cuando todo acabó, estaba sin blanca, porque había invertido en aquello todos sus ahorros, y también decepcionado, porque amaba España y a sus creadores. Recuerdo que nos llevaba a mi hermana y a mí al Museo del Prado para copiar sus cuadros más notables”. Le pregunto si uno de ellos era Las Meninas, y cuando asiente le hago notar que es otra obra con una puerta al fondo y alguien misterioso bajo el dintel. “Es lo que te digo: puedes no girar el pomo o no abrir el libro, pero si lo haces, algo vendrá hacia ti, y puede que entonces tengas que echar a correr”. Todo el que lea su libro sabrá que no miente.

EL PAÍS

Benjamín Prado / Las alimañas


monsters in art: Monsters in Art: H.R. Giger, Erotomechanics VII (Mia und Judith, first state), 1979, The Giger Museum, Gruyères, Switzerland.Monsters in Art: H.R. Giger, Erotomechanics VII (Mia und Judith, first state), 1979, The Giger Museum, Gruyères, Switzerland.


Las alimañas

Benjamín Prado
1 de julio de 1999

Un hombre golpea a su mujer y sus hijas con una silla, con el puño, les hace sangre y les rompe los huesos; otro apuñala a la suya e intenta tirarla por el balcón; un tercero encadena a su esposa durante dieciocho horas, la viola, la pega con una barra de hierro, prende fuego al colchón de la cama donde está amarrada y va a quemarla viva justo cuando aparece la policía; una pareja tortura a un niño hasta matarlo, lo hace durante meses, sin piedad ni límite, amparados en el silencio criminal de sus vecinos. Son sólo cuatro ejemplos recientes, pero la Fiscalía contra la Violencia Doméstica tiene registrados más de ochocientos casos en la ciudad, y en la mayor parte de ellos las víctimas han presentado ya tres o cuatro denuncias contra su agresor. Al leer eso, lo primero que se le ocurre a uno es la palabra impunidad. ¿Cómo se detiene esta marea roja? ¿Cómo se vence a ese ejército de verdugos formado por la escoria de la sociedad? Sabemos que la ley es lenta y los asesinos son implacables; que la burocracia no es un arma eficaz contra las alimañas, sino su aliado. ¿Por qué no se actúa contra esa gentuza con energía y rapidez desde el principio, desde el instante en que llega a la comisaría la primera queja, desde el momento en que se causa la primera herida? No debe de ser tan difícil identificar a uno de estos truhanes, reconocer lo que es, de un solo vistazo: las cosas limpias son diferentes unas de otras, pero toda la basura es más o menos igual. Tampoco debería de ser muy complicado darse cuenta de que quien cruza la línea de las palabras, por duras que sean, para pasar al lado de las palizas o los navajazos o las bofetadas ya nunca va a volver a esta parte, al mundo de los seres civilizados. La maldad no cicatriza, no tiene antídoto ni cara-B, no tiene, a lo mejor, ni camino de regreso. Si sabemos esas cosas, ¿por qué no se le encuentra una solución al drama?. Sin ninguna duda, esa solución tiene que estar relacionada con la velocidad, con una actitud más dinámica y un mayor compromiso por parte de los juzgados y las comisarías: estamos hartos de leer y escuchar que muchas de las mujeres asesinadas habían denunciado tres o cuatro o cinco veces al hombre que al final acabó con ellas; que el desalmado de turno tenía ya alguna condena y varios procesos en su contra, aunque incomprensiblemente seguía viviendo junto a su presa; que los niños salvajemente pateados o amordazados o quemados con cigarrillos llevaban meses de cautiverio, de suplicio. ¿Cómo es posible que suceda algo tan absurdo, que nadie se dé cuenta de que el horror es lo que ocurre cuando no se separa a los perseguidores de los perseguidos? Pero hay algo más: las autoridades necesitan llegar al siglo XXI y mucha gente tiene que salir del XV, tiene que dejar de tomarse a broma los síntomas previos de todas estas canalladas, dejar de pensar que, al fin y al cabo, tres o cuatro insultos o un par de zarandeos no son tan importantes, que es algo que siempre ha pasado en los matrimonios, entre padres e hijos. Sería mejor que los hombres de este planeta intentaran comprender qué siente alguien como la escritora norteamericana Anne Sexton para llegar a escribir un poema como éste, llamado Comprando a la puta



Eres un rosbif que he comprado

y te relleno con mi propia cebolla.

Eres una barca que he alquilado por horas

y te gobierno con mi barca hasta que encallas.

Eres un vaso que he pagado para hacerlo añicos

y me trago los pedazos con mi saliva.

Eres la parrilla ante la que caliento mis manos temblorosas,

asando la carne hasta que esté tierna.

Bajo el sujetador apestas igual que mi madre

y vomito en tus manos como una tragaperras

sus crueles monedas.


Sería mejor que los que ya están empezando a hartarse de este artículo, los que lo consideran demagógico u oportunista, se lo pensaran dos veces antes de emitir su veredicto. Sería mejor que nadie le quite importancia a unos hechos que a menudo no tienen ni la trascendencia general ni la cobertura periodística que merece un problema que, poco a poco, va dejando las ciudades llenas de sufrimiento y cadáveres. Negligencia y desinterés pueden llegar a ser unas palabras espantosas, unas palabras sin salida, las últimas que pasen como el filo de una cuchilla por la mente de una mujer o un niño malheridos, justo un segundo antes de que su corazón se pare.


EL PAÍS


Benjamín Prado / Consejos que matan

 



Consejos que matan

Si nadar en un mar de dudas fuera deporte olímpico, todos los grandes escritores de este mundo habrían ganado una medalla



Benjamín Prado
10 de marzo de 2014

Si nadar en un mar de dudas fuera deporte olímpico, todos los grandes escritores de este mundo habrían ganado una medalla, porque el verdadero talento es perfeccionista y nunca las tiene todas consigo. Por eso cuando un autor deja leer su manuscrito a alguien, la opinión que le den puede ser muy beneficiosa o muy dañina. Hay consejos que matan y afortunadamente también hay quien no los sigue: por ejemplo, Gabriel García Márquez cuando Guillermo de Torre, director literario de la editorial Losada, le mandó, tras leer su primera novela, La hojarasca, una nota en la que le recomendaba “que se olvidase de las novelas y se dedicara a la poesía”. No es el único: el premio Nobel francés André Guide rechazó En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, por aburrida; a George Orwell le devolvieron Rebelión en la granja argumentando que “es imposible vender historias de animales en Estados Unidos”, y a Rudyard Kipling, su obra más célebre, El libro de la selva, con esta nota: “Lo lamentamos, señor, pero usted, sencillamente, no sabe inglés”.


El poeta W. H. Auden no fue tan lejos cuando su amigo J. R. Tolkien le entregó el original del último tomo de El señor de los anillos, pero sí que le envió una carta en la que le aconsejaba eliminar del final del relato la historia de amor entre el rey Aragorn y la elfa Arwen, por considerarla “absolutamente innecesaria y superficial”. Esa carta, hasta ahora inédita, se va a subastar el 19 de marzo en Londres y hará pensar a los seguidores de Tolkien: ¿qué habría ocurrido si hubiera hecho caso a su ilustre colega? No lo hizo, porque, según se puede leer en otra carta que el creador de El Hobbit le mandó a su editor, Rayner Unwin, él consideraba ese episodio “una conmovedora alegoría de la esperanza”.


Otra de sus editoras, Janet Johnson, nos dice desde Londres que en las oficinas de George Allen & Unwin estuvieron de acuerdo: “Rayner Unwin era mi jefe, lo conocí bien y estoy segura de que la reverencia que sentía por Auden no le habría llevado jamás a considerar que tenía razón al pedirle a Tolkien que quitase del libro justo el pasaje más humano que tiene esa epopeya tan intensamente masculina y marcial. Por mi parte, creo que suprimirlo le habría restado a la obra profundidad y emoción”.


Janet Johnson está convencida de que “a pesar de lo mucho que quería y admiraba a Auden”, Tolkien tampoco aceptó su propuesta porque sospechaba que “las propias inclinaciones del poeta”, que era homosexual, no le hacían ver con agrado que toda la camaradería que expresa la obra “se resolviera con un romance entre Aragorn y Arwen, un hombre y una mujer”; y en segundo lugar, “no hubiera renunciado a esa historia que, en realidad, es un eco de la que protagonizan Beren y Luthien en otro de sus libros, El Silmarillion”.

En cualquier caso, la aparición de esa carta de Auden vuelve a poner sobre la mesa una pregunta sobre lo que pudo ser y no fue que vale para Tolkien y para otros, desde Virgilio, Kafka o Emily Dickinson, que les exigieron a sus allegados que destruyeran todas sus obras, hasta Vladímir Nabokov, que solo publicó Lolita por la insistencia de su esposa, tras quemar dos veces aquel manuscrito que habían desechado muchas editoriales por inmoral. Rafael Alberti desobedeció a Federico García Lorca cuando, tras leer este sus primeros poemas, le dijo: “Primo, no están mal, pero mejor sigue pintando”. James Joyce, sin embargo, destruyó su obra de teatro Una brillante carrera porque el dramaturgo William Archer le dijo que era incomprensible. A veces, el mejor amigo es el peor apostador. Otras veces es mejor no preguntar.


EL PAÍS


viernes, 21 de junio de 2024

Diez películas para recordar a Donald Sutherland

Donald Shuterland


Diez películas para recordar a Donald Sutherland

El actor, de larga y ecléctica carrera, recibió un Oscar de Honor, y participó en filmes como ‘El ojo de la aguja’, ‘La invasión de los ultracuerpos’, ‘M*A*S*H*’, ‘Gente corriente’, ‘Novecento’ y ‘Space Cowboys’


Gregorio Belinchón

Madrid, 20 de junio de 2024


Con la muerte de Donald Sutherland a los 88 años este jueves 20, desaparece uno de los actores más dúctiles de una generación especialmente camaleónica, capaz de encarnar a un espía nazi, a un presidente dictatorial, a un médico en la guerra de Corea, a un legendario seductor de hace siglos o a cualquier tipo corriente. El canadiense vivió una década colosal, la de los años setenta, en la que hizo trabajos legendarios, aunque curiosamente solo llegó a los premios Oscar cuando recibió el de Honor en 2018. Entre sus casi 200 películas y series de televisión, aquí van diez filmes con los que Sutherland dejó su huella. Sí, las nuevas generaciones le conocen como el presidente Snow en Los juegos del hambre, pero Sutherland es más, mucho más.

Doce del patíbulo (1968). Sutherland se había hinchado a hacer personajes en series de televisión y secundarios en películas de terror de la productora Hammer, cuando le llegó su gran oportunidad: dar vida a Vernon L. Pinkley, el prisionero número 2 del pelotón lanzado a una misión casi imposible en Doce del patíbulo. Gracias al éxito de este drama bélico, con bastante sorna, Sutherland abandonó Londres y se mudó a Los Ángeles.

M*A*S*H* (1970). Hoy es complicado explicar lo revolucionaria que fue esta comedia de Robert Altman sobre el equipo médico de un hospital de campaña (Mobile Army Surgical Hospital, de ahí las siglas en inglés que bautizan la película) durante la guerra de Corea. Tan irónica y salvaje como antibelicista.

Klute (1971). Muchos recuerdan de este thriller de Alan J. Pakula —un maestro en lo de reflejar la paranoia en el cine— a Jane Fonda encarnando a una prostituta neoyorquina, pero el Klute del título era Sutherland, un detective de un pequeño pueblo que busca a un hombre desaparecido, y cuya única pista es esa prostituta.

Amenaza


Amenaza en la sombra (1973). Nicolas Roeg adapta un texto de Daphne Du Marier, una aproximación exquisita al dolor psicológico a través de la historia de un matrimonio (Sutherland y Julie Christie), que viaja a Venecia tras la muerte accidental de su hija. El marido va a restaurar una iglesia, y allí se encuentra con dos hermanas, una de las cuales les comunica una advertencia del más allá.

Novecento (1976). El gran friso histórico de Bernardo Bertolucci, que combinó actores europeos y estadounidenses para retratar la historia de Italia. Sutherland encarna a Attila, un capataz fascista de maneras crueles, y que acabará ejecutado por sus crímenes. La mirada seca y la altura encajaban perfectamente con el papel.


Casanova (1976). Federico Fellini le permitió dar rienda suelta a su chulería en esta aproximación al mito de Giaccomo Casanova, el gran seductor libertino. Por cierto, el italiano le contrató porque “tiene los ojos de un masturbador”.


La invasión de los ultracuerpos (1978). Desde el espacio exterior llega una invasión que reemplaza a los humanos con réplicas. Si toda la película es angustiosa, en ese San Francisco convertido en una selva urbana, el último plano —que protagoniza Sutherland— hunde al público en una pesadilla sobrecogedora.


El ojo de la aguja (1981). El mismo año en que participó en la ganadora del Oscar Gente corriente, Sutherland dio vida a un espía nazi, absolutamente frío y despiadado, que intenta abandonar Gran Bretaña con información crucial sobre el desembarco de Normandía.


Seis grados de separación (1993). La película que demostró que Will Smith sabía actuar. Un chaval logra engañar a la clase alta de Manhattan haciéndose pasar por hijo ilegítimo de Sidney Poitier. El matrimonio que le abre las puertas a los pisazos de la Quinta Avenida está encarnado por Sutherland y Stockard Channing, que con dulzura y humor van contando a sus amigos cómo el chaval les timó.


Space Cowboys (2000). La última cabalgada hacia el atardecer espacial de un cuarteto de viejas glorias lideradas delante y detrás de las cámaras por Clint Eastwood, cuatro astronautas a los que la NASA recluta de nuevo porque ¿quién es capaz de ponerse al mando de una nave obsoleta? Sutherland encarna al ingeniero de vuelo, cuya memoria infinita le sirve para trampear y pasar el control médico.

BABELIA


EL PAÍS 

Muere el actor Donald Sutherland a los 88 años

 

Donald Sutherland, retratado en Beverly Hills, California, en 2017.


Muere el actor Donald Sutherland a los 88 años

El actor canadiense es conocido por una larga carrera de más de seis décadas, con títulos como ‘Doce del patíbulo’ y ‘Novecento’, y recientemente por la saga de ‘Los juegos del hambre’. Su hijo, el también intérprete Kiefer Sutherland, ha anunciado su muerte


María Porcel
Los Ángeles, 20 de junio de 2024


Donald Sutherland, actor canadiense con más de 60 años de carrera, conocido por sus papeles en películas como Doce del patíbuloKluteCasanova, JFK, Novecento y, más recientemente, por el de presidente Snow en la saga de Los juegos del hambre, ha fallecido este 20 de junio. Así lo ha anunciado en redes sociales su hijo, el conocido intérprete Kiefer Sutherland: “Con el corazón encogido, os comunico que mi padre, Donald Sutherland, ha fallecido. Personalmente creo que es uno de los actores más importantes de la historia del cine. Nunca se amilanó ante un papel, fuera bueno, malo o feo. Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba, y uno no puede pedir más. Una vida bien vivida”. El actor tenía 88 años.

Venezuela y Estados Unidos: dos campañas entrelazadas

 


Edmundo González en Caracas (Venezuela), el 23 de mayo.

Edmundo González en Caracas (Venezuela), el 23 de mayo.LEONARDO FERNANDEZ VILORIA (REUTERS


Venezuela y Estados Unidos: dos campañas entrelazadas

El chavismo tiene motivos para estar nervioso ante la ventaja de la oposición en las encuestas. Si es difícil caminar hacia un sistema democrático en el país sin una negociación, debe incorporarse la variable internacional del poder estadounidense sobre los principales caudillos del movimiento chavista



Carlos Pagni

17 de junio de 2924

Las encuestas de opinión pública le están asignando a Edmundo González Urrutia, el candidato de la oposición en Venezuela, una amplia ventaja en la intención de voto para las elecciones presidenciales del próximo 28 de julio. Algunas, como la de ORC consultores otorgan a González Urrutia un nivel de 54,99% y a Nicolás Maduro, que pretende su reelección, un 14,42%. El Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello vaticina que González Urrutia conseguirá unos siete millones de votos, y Maduro unos 4,2 millones. El dictador está acentuando su campaña, por lo que no debe sorprender que se recupere. Pero existe un consenso muy extendido de que no logrará más del 30% de los votos.

Juan Gabriel Vásquez: «Nadie lee ficción, ni mucho menos la escribe, si está completamente contento con el mundo como está armado»

 

Juan Gabriel Vásquez para Jot Down

Juan Gabriel Vásquez: «Nadie lee ficción, ni mucho menos la escribe, si está completamente contento con el mundo como está armado»


Afirmar que Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es uno de los más grandes escritores de nuestra lengua se me antoja una perogrullada. Basta echar un vistazo a su dilatada lista de galardones para constatarlo. En su haber se encuentran el Premio Alfaguara de Novela, el Premio Real Academia Española, el Premio Literario Internacional IMPAC de Dublín y el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, entre otros. Ahora bien, vale la pena recordar, aun a riesgo de incurrir en evidencias anejas, que Vásquez es, además de un gran escritor, un teórico literario sine pari. Se trata de un intelectual que podría ocupar cualquier cátedra de literatura comparada y, de hecho, hace poco ocupó una de las más prestigiosas del mundo: la cátedra Weidenfeld de la Universidad de Oxford, en la que le antecedían figuras como Vargas LlosaUmberto EcoGeorge Steiner o Javier Cercas. De aquella experiencia docente surgió El arte de la traducción, su último libro publicado, un ensayo sobre cómo la literatura nos ayuda a comprender (y contribuye a enriquecer) nuestras vidas. De modo que para cuando nos encontramos con este colombiano cosmopolita, y sin duda extraterritorial, la lista de preguntas, sobre su obra, pero también sobre actualidad o literatura, desbordaba lo razonable. 

jueves, 20 de junio de 2024

‘La carretera’, de Manu Larcenet: todo el horror de Cormac McCarthy en un trazo


Página interior de 'La Carretera' de Manu Larcenet.
Página interior de 'La Carretera' de Manu Larcenet.EDITORIAL NORMA


‘La carretera’, de Manu Larcenet: todo el horror de Cormac McCarthy en un trazo

El dibujante francés transmite con precisión la asfixiante sensación de dolor y rabia, de miedo primordial, en el apocalíptico mundo sin humanidad descrito en la novela del autor estadounidense

ÁLVARO PONS

La extenuante y asfixiante carretera que describe Cormac McCar­thy en su muy reconocida creación genera extrañas conexiones con la carrera de Manu Larcenet. Formado en esa imponente escuela de humor que es Fluide Glacial, supo explotar su indudable talento para la sátira en sus colaboraciones con Lewis Trondheim en series tan famosas como La Mazmorra, pero sería en la mirada autobiográfica y el costumbrismo donde encontraría su mayor éxito, uniendo esa facilidad para la ironía con la introspección sobre su persona y pasado en series como Retorno a la Tierra o la multipremiada Los combates cotidianos.

Sin embargo, era evidente que el autor necesitaba algo más y sus colaboraciones y obras con L’Association permiten descubrir un creador en constante búsqueda y mutación, dejando entrever un perfil muy alejado de las obras que le dieron la fama. Su trazo cambia continuamente, se vuelve orgánico y de una dureza apoyada en el cortante blanco y negro, en un camino de búsqueda personal intrincado y complejo que se plasmaría en obras como Blast o El informe de Brodeck. Un viaje privado que evidenciaba la tensión constante entre la exigencia personal creativa y la propia lectura particular que el autor hacía de su éxito, en una lucha llena de claroscuros y sofocaciones que solo podía encontrar como resultado que su salud mental se resquebrajara, como narra con absoluta y desnuda sinceridad en la recientemente publicada Terapia de grupo (Norma Editorial).

Con esa referencia, es fácil encontrar en el acercamiento a la adaptación de La carretera (Norma Editorial) toda una serie de lecturas paralelas e incluso subterráneas, que van entrecruzándose en una tupida red de confluencias: frente a ese viaje en busca del yo interior, del pasado y del presente íntimo de Kerouac, la obra de McCarthy introduce con su componente posapocalíptica una espantosa mirada hacia fuera, a la otredad más temible, al alejamiento de la humanidad de cualquier idea o definición que se tuviera de lo que es el ser humano.

Y, en ese aislamiento contagiado de pavor ante el simple contacto con los otros, ese asfixiante escenario de omnipresente gris de las cenizas como único recuerdo del futuro de la humanidad, Larcenet se mueve con inhumana precisión apoyado en su reflejo. Su pincelada vuelve a sumergirse en ese lado oscuro que el ser humano intenta ocultar continuamente y, como en la adaptación de la obra de Claudel, delinea atmósferas opresivas de mancha poderosa, que resultan perturbadoras en su insana capacidad de trasladar la maldad y el dolor. La historia de ese hombre dispuesto a que su hijo sobreviva a un desastre global, en una ruta hacia ninguna parte contaminada de muerte y hedor, permite a Larcenet un auténtico ejercicio de expresividad máxima: no es solo adaptar la historia de la novela ganadora del Pulitzer, es crear una narración visual que consiga transmitir esa sensación de futuro moribundo desde el impacto gráfico, maximizando el sonido de los silencios, la potencia de las miradas y la reflexión de quien lee.

No toma la referencia del estilo de Gustave Doré ilustrando la bajada a los infiernos de Dante como guía para un despliegue de virtuosismo en el dibujo, no es la exactitud del trazo lo que quiere replicar, sino el infierno que nos aterra desde esas líneas. Y, sin duda, lo consigue: es imposible sobrevivir indemne a la lectura de esta obra de Larcenet, porque las imágenes se quedan creando un desasosegante poso de dolor y rabia, de miedo primordial que recuerda la naturaleza salvaje del ser humano.

En ese escenario, el creador francés logra que el miedo del lector hacia el otro sea un espejo de sus propios miedos, colocando en el mismo nivel creación y lectura al apropiarse por completo de la obra de McCarthy para sus intereses, pero sin perder la potencia inabordable de la prosa del estadounidense. Una obra que, más que leerse, se siente. Como debe ser en las grandes obras del cómic.


Portada del libro "La carretera" de Manu Larcenet

La carretera

Manu Larcenet
Adaptación del libro de Cormac McCarthy
Norma, 2024
160 páginas. 29,50 euros


Manu Larcenet / La carretera

 


Manu Larcenet

LA CARRETERA


LARCENET ADAPTA LA NOVELA DE MCCARTHY EN UN CÓMIC QUE SE GRABA A FUEGO EN LA RETINA

Largos años después de un apocalipsis global, el mundo sigue en ruinas. El aire es gélido, llueve ceniza y la tierra está contaminada. En medio de la devastación, un niño y su padre recorren una autopista interminable cruzándose con los últimos restos de la civilización humana: locos, caníbales, desesperados.

En esta magistral adaptación del clásico literario de Cormac McCarthy, Manu Larcenet convierte el camino en una pesadilla, un símbolo del horror, una angustiosa odisea que podría acabar en cualquier parte, o en ninguna.


Larcenet, Manu 

Nacido el 6 de mayo de 1969 en Issy-les-Moulineaux (Francia), tras estudiar Artes Aplicadas debuta profesionalmente en 1994 en las páginas de la revista Fluide Glacial, donde crea diversas historietas. Dos años más tarde la editorial Audie le publica su primer álbum, que recopila el material aparecido en la revista. Más adelante pasa a colaborar para el semanario Spirou, creando historias que serán recogidas en tres álbumes. En 1997 funda, con Nicolas Lebedel, su propia editorial: Les Rêveurs de Runes, en la que se autoedita sus proyectos más personales y experimentales. En el 2000 colabora con Lewis Trondheim en su célebre saga La Mazmorra, ilustrando diversos álbumes. El mismo año entra en la editorial Dargaud, para cuya colección Poisson Pilote produce Los mundos intermedios (2000), Les cosmonautes du futur (2001, guión de Trondheim), Le retour a la Terre (2002, guión de Jean-Yves Ferri) y La légende de Robin des Bois (2003). La publicación de Los combates cotidianos (2003) le vale el Premio al Mejor Álbum del Salón de Angoulême de 2004.

EL PAÍS 


Magalí Etchebarne / El cuento me parece un género complejo»

 



Magalí Etchebarne: “El cuento me parece un género complejo”


Bel Carrasco

19 de junio dd 2024


Madres e hijas, hermanas, amigas… Mujeres que se enfrentan a la muerte en diferentes lugares y circunstancia pero siempre cerca del agua. Son las protagonistas de los cuatro relatos que componen La vida por delante(Páginas de Espuna, 2024), de la escritora y editora argentina Magalí Etchebarne, ganadora de la séptima edición del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve, que entre mayo y junio ha realizado una gira por España. Cuatro historias autónomas pero vinculadas por la misma voz potente, la de una narradora capaz de abordar asuntos sombríos con elegante distanciamiento y una vena poética. Dos de ellas conectadas como sendas ramas del mismo árbol. Etchebarne habla de la lucha inútil contra la vejez — «Esa forma obscena que tiene la piel de separarse de los músculos como si quisiera divorciarse»—, de la enfermedad, del desgaste del amor —«¿qué es lo que tiene que pasar para que una pareja implosione?»—y de ciertas piedras de obsidiana que usan las mujeres. Y lo hace bajo una mirada sagaz y comprensiva con la fragilidad de la naturaleza humana.

Una retrospectiva de Carlos Alonso

 



Una retrospectiva de retratos de Carlos Alonso atrae a miles de visitantes en el museo de Unquillo